Mientras integrantes del gobierno y la oposición, docentes, especialistas, y madres y padres, discuten sobre la presencialidad en la escuela primaria y secundaria, hay dos millones de estudiantes que, con contadas excepciones, no pisan las aulas desde marzo de 2020. Son los alumnos y alumnas de más de 130 universidades e institutos universitarios, que están cursando el tercer cuatrimestre de manera remota. Aunque estos estudiantes saben mantener distancia social, y varias provincias priorizaron a los docentes para la vacunación, en muchas universidades no hay todavía información precisa sobre la vuelta a la presencialidad. ¿Será en la segunda mitad de 2021? ¿En 2022? Una solución de emergencia terminó siendo rutina.
¿Cuáles son las consecuencias de esta virtualización forzada? Entre septiembre y noviembre de 2020, la Secretaría de Políticas Universitarias realizó una encuesta a autoridades, profesores, estudiantes y no docentes. Las respuestas varían según el grupo encuestado. Por ejemplo, 81% de las autoridades dijeron estar “muy satisfechas” con “las acciones desarrolladas por la universidad en respuesta a las condiciones impuestas por la pandemia”. En cambio, entre los docentes, 36% estaban muy satisfechos, y en el estudiantado, solo 24% eligió esa opción, y 48% contestó “algo satisfecho”.
Las disparidades son evidentes respecto a los contenidos: 61% de los profesores habían dictado más del 80% del contenido de la materia, comparado con 30% de los estudiantes que consideraron que se había cubierto esa proporción de los programas. El informe no presenta resultados organizados según carreras o facultades, y omite referencias a temas extraacadémicos, como la conectividad y la relación con docentes y compañeros. Tampoco presenta información sobre crecimiento o disminución de la matrícula en el contexto de la pandemia. La educación superior parece reducida a la cursada de materias y la evaluación de contenidos aprendidos. Sin embargo, la vida universitaria es mucho más que eso.
Trinidad está en segundo año de Medicina en la Universidad de Buenos Aires. “Lo que más extraño es tener compañeros, porque no tengo a nadie que me acompañe, o alguien para juntarme a estudiar”. En Anatomía no vieron preparados y las tareas prácticas las hicieron por computadora, pero no le preocupa su formación profesional: todavía tiene varios años de cursada por delante.
Jessica empezó en 2021 el doctorado en Ciencia y Tecnología, mención en Física, en la Universidad Nacional de San Martín. Aunque cree que los contenidos de su carrera se pueden aprender mediante clases virtuales, comparte la inquietud por la falta de contacto con otros estudiantes: “Me cuesta relacionarme con mis pares y con los docentes, porque no siempre hay canales adecuados y tenés que buscar vos misma generarlos, armar grupos de estudio, cosas que en la presencialidad eran más naturales”.
Además de extrañar la interacción con compañeros, los estudiantes universitarios están pendientes de la conectividad, sobre todo en exámenes. Joaquín tiene 19 años, cursa Ciencia Política y Derecho en la Universidad de San Andrés y afirma: “Podés haber metido todo el esfuerzo del mundo, todo el semestre, y es muy simple que te falle el wifi o tengas un problema con la computadora y pierdas todo”.
En las instancias de evaluación también aparece la preocupación por el plagio. Trinidad cree que, aunque no se pueda volver a la cursada, “se podrían hacer exámenes presenciales, o al menos finales, para que sea un poco más serio, porque mucha gente se copia”. Marisol, estudiante de quinto año de Economía en la Universidad de Buenos Aires, señala que “en un examen presencial debías recordar cada fórmula y saber demostrar cada teorema, hoy no es tan necesario, veo un aumento del riesgo de copia, estas en tu casa, en una computadora donde está todo a tu alcance”.
Incluso, con estas desventajas, los entrevistados valoran algunas novedades de la virtualidad. Marisol dice que muchos cursos incluyeron herramientas informáticas para análisis estadístico, aunque “se pierde la dinámica donde el docente hace preguntas y los alumnos responden o agregan comentarios”. Lucas es estudiante de tercer año de Administración en la Universidad de San Andrés y cuenta: “Descubrimos que varias cosas se pueden hacer virtuales, por ejemplo, las clases de consulta, o las reuniones por trabajos en equipo”.
A algunos universitarios, el aprendizaje online les permite organizarse mejor y participar en actividades remotas. Para Joaquín, la mayor ventaja es que “podés sumar más actividades en tu semana, podés estar en tres minutos en un zoom en otro lugar del mundo”. Jessica acuerda: “Me permite organizar mis tiempos porque no tengo que viajar una hora a la universidad, pero no estoy segura de que sea un beneficio que supere todas las cosas que se perdieron”.
La encuesta de la Secretaría de Políticas Universitarias no incluyó preguntas sobre la interacción con pares y profesores, charlas informales y oportunidades de construcción de conocimiento por fuera de los contenidos de los programas y los horarios fijos de zoom y meet. Soy profesora hace más de diez años y creo que la universidad no es solo un dispositivo para impartir información y evaluar su aprendizaje. Las universidades no están cerradas ni paradas: las materias se dan, los estudiantes cursan. Pero como dijo Joaquín, uno de los entrevistados, “a las clases virtuales los profesores les ponen todas las ganas, los estudiantes les ponen todas las ganas, pero no es lo mismo”.