Waleed Saleh: “Los partidos de izquierda deberían saber que el hiyab no es una prenda cualquiera, sino el símbolo patriarcal por excelencia”

Alejandro Luque

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Nacido en Iraq en 1951, Waleed Saleh es doctor en Estudios Árabes e Islámicos y se ha destacado en los últimos años por sus análisis del islam político. Conocido también por ser traductor de Gabriel García Márquez al árabe, en su última obra, Feminismo e islam. Una ecuación imposible (El Paseo), impugna el llamado feminismo islámico como un oxímoron: a lo largo de 170 páginas, Saleh pone de manifiesto el modo en que la influencia del Corán en las leyes aleja la posibilidad de alcanzar sociedades igualitarias, revela la misoginia de algunas fetuas y advierte de los peligros que entraña el relativismo cultural. El autor encontró un momento en sus vacaciones para atender por teléfono las preguntas de elDiario.es Andalucía.     

En los últimos años se han alzado muchas voces de mujeres contra el patriarcado islámico, como Najat El Hachmi o Mimunt Hamido en España. ¿Por qué no hay tantos hombres que se hayan sumado a esa denuncia?

En realidad hay bastantes, aunque en Europa quizá seamos pocos. Pero en el mundo árabo-musulmán ha habido y hay muchísimos hombres que denuncian las condiciones de vida de las mujeres, las leyes discriminatorias y todo lo que supone el menoscabo de sus derechos, desde el egipcio Qasim Amin, que en 1899 escribió La liberación de la mujer egipcia al iraquí Al Zahawi al tunecino Tahar Haddad, entre otros.    

Quienes no han dado aún el paso para defender la emancipación de las mujeres, ¿creen que las normas patriarcales les benefician?

Hubo y hay este tipo de personas, pero fundamentalmente esta postura suele encontrarse entre los ulemas, los clérigos, las personas creyentes. Todo el mundo sabe que las normas de las tres religiones monoteístas son bastante negativas para la figura de la mujer. Lo llamativo es que al mismo tiempo haya mujeres que defiendan la actitud patriarcal.

En su ensayo se presta una gran atención al Corán, pero, ¿no es esa lectura atenta darle demasiada importancia al libro sagrado? ¿No corremos el riesgo de llegar a la conclusión de que, con el Corán en la mano, todo buen musulmán debe ser hipermachista?

No habría tenido importancia ni necesidad de analizarlo si pensáramos que es un libro de fe, que han pasado más de 1400 años desde su aparición… Con la Biblia, por ejemplo, no hace falta ese análisis. Pero la mayor parte de las enseñanzas del Corán están en la vida actual: muchas costumbres, tradiciones, comportamientos, están basados en él. Por ejemplo, en la actualidad, si muere alguien, las hijas tienen la mitad de la herencia frente a los varones, y eso forma parte de la sharía islámica. Está en vigor. Lo mismo en lo que se refiere al valor del testimonio de la mujer, el divorcio... Y para cualquier creyente, se trata de “un libro para todos los tiempos y para todos los lugares”. ¿Cómo hablar de feminismo, un movimiento laico, liberal, universal, en este contexto? 

Quizá la clave es que la Biblia no impidió, por ejemplo, que un país católico como era España aprobara en 1978 una constitución avanzada. No hizo falta una apostasía masiva, bastó con ignorarla. ¿Por qué no ocurre eso en el islam?

Esa es la diferencia abismal entre una religión y otra, exacto. Si no dejamos el Corán de lado, no podremos avanzar. Los países de mayoría musulmana están organizados en la Organización para la Cooperación Islámica, compuesta por 57 países de mayoría musulmana. Y tienen su propia Declaración de los Derechos del Hombre islámico, también llamada Declaración de El Cairo, de 1990, en la que, en primer lugar, no aceptan la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. La primera cláusula señala que toda la Humanidad somos siervos de Dios, de modo que quien no quiere serlo ya no tiene posibilidad de convivir con los que creen. Y acto seguido, la situación de la mujer: “El hombre es cabeza de familia, responsable de la economía, etc etc”. Estamos hablando de hoy día. Unos las aplican más y otros menos, pero esa es la realidad. El único país que ha podido introducir algunos cambios por medio de su constitución ha sido Túnez. La libertad de conciencia tampoco existe, y en 13 de esos 57 países la apostasía se castiga con la ejecución. Apostatar es la ridda, “volver atrás”, que se castiga con la muerte.    

¿Cómo se concilia esta normativa específica con el hecho de que haya grandes comunidades musulmanas en Europa, donde rigen constituciones muy distintas?   

Existe un choque, sin ninguna duda. La inmensa mayoría se ven obligados a aceptar las normas del país donde viven, eso es verdad. Pero luego existen minorías que son más extremistas, más agarradas a la tradición, que quieren que esas normas específicas se apliquen en los países donde viven, aunque sean sociedades no musulmanas y modernas. De ahí que surjan grupos organizados integristas, a veces violentos, que pretenden que la sharía se aplique al menos en la parte donde ellos viven. Creo que en Bélgica ha habido algunos casos, pretendían que los matrimonios y divorcios se rigieran según la ley islámica. Y en Inglaterra el Gobierno hizo unas normas para la comunidad musulmana que fueron muy criticadas por las organizaciones en defensa de los Derechos Humanos. Afortunadamente, no todos lo que proceden de países musulmanes defienden estas leyes tan al límite. Pero muchos, cuando quieren casarse, se van a sus países para formalizar el matrimonio según los códigos de allí.

Ha mencionado usted ese extremismo “agarrado a la tradición”. Pero tenemos cerca casos como los de Marruecos, Argelia o Túnez, donde hoy no es difícil ver a mujeres e incluso niñas con niqab, cosa que hace 40 años era inconcebible. ¿Será que hay “tradiciones” muy recientes, y hasta de importación?

Sí, eso ha sido muy analizado. Yo tengo 70 años y tengo memoria de esos cambios. Y es verdad que en el Norte de África no existían determinadas costumbres que fueron llegando desde Afganistán, Pakistán o Irán. En esto hay dos elementos esenciales: el primero es la guerra con Israel del año 67, que acabó con las aspiraciones de libertad, cambio y occidentalización de los años 50 y 60. Cuando yo estudiaba en la universidad, no existía casi ninguna chica que llevara pañuelo, ellas iban en minifalda y esa era la realidad de Egipto, Siria, Líbano, incluso en Pakistán y Afganistán. Tras la descolonización de los países árabes, las sociedades habían empezado a cambiar, los sistemas políticos eran panarabistas, nasseristas, incluso había comunistas que seguían a la Unión Soviética al pie de la letra, como era el caso de Yemen del Sur. Los partidos comunistas tenían cientos de miles de seguidores. Pero con la derrota de los árabes ante Israel surgió el islamismo de forma potente, echando la culpa a esos sietemas: ¿veis? Abrazar sistemas mundanos nos lleva al fracaso, el islam es la solución. Y ese es el lema de los Hermanos Musulmanes, que empiezan a tener una fuerza importante en la sociedad.

¿Y el segundo elemento?

El segundo elemento es la revolución islámica de Irán en 1979, que dio una fuerza enorme al islamismo, se les deja cada vez más espacio en la política y el poder. Y el presidente egipcio Sadat, uno de los líderes más importantes, hace una alianza con los Hermanos Musulmanes, que entran por primera vez en el poder y todo empieza a cambiar. La vestimenta de la mujer es un indicador importante: sus derechos son los primeros que se van a perder. En los años 70 en Irak recuerdo que las mezquitas, que estaban casi vacías, con el tiempo empezaron a llenarse, incluso de jóvenes. Estos acontecimientos hicieron que volviera de forma total el islamismo, entendido como unión de la religión con la política.

Y los países del Golfo…

Desde los países del Golfo también se expandió esta ideología; ya sabemos el papel que ha hecho Arabia Saudí construyendo mezquitas y centros culturales para difundir esta ideología wahabista, la más extremista dentro del islam. Y cualquier persona de mi edad lo ha visto en su propia familia, cómo las mujeres mayores que no llevaban pañuelo en sus juventudes, y en cambio sus nietas lo llevan desde pequeñas. Algunas dicen que lo llevan de forma voluntaria, pero para mí es todo obligación, porque si no lo llevas tienes una imagen social poco amable, y te expones a situaciones difíciles de acoso en las calles. Por una razón o por otra, estás obligada a llevarlo.

Cuando se ataca a las activistas contra el patriarcado islámico, se las acusa de renegadas, de vendidas a Occidente. ¿A los varones se les ataca del mismo modo?

Sí, de la misma forma. Aunque les resulta más fácil criticar a una mujer, en el fondo es lo mismo, se nos llama quintacolumnistas, apóstatas, renegados… Son las acusaciones habituales. En vez de ponerse a responder de una forma académica y civilizada, se recurre a acusaciones que no tienen fundamento. Es una postura muy débil que a veces llega a la violencia, como se ha visto en el caso de Salman Rushdie, al que no perdonan haber escrito un libro en pleno uso de la libertad de expresión.

Usted menciona en su libro a los partidos que llevan en sus listas a candidatas con hiyab para ganarse el voto de los musulmanes. En el caso de las formaciones de izquierda, ¿no es atentar contra sus propios principios, colaborando con el patriarcado?

Es una actitud inaceptable. Ellos lo justifican en nombre de la interculturalidad, la pluralidad, el relativismo cultural, la idea de que son sus costumbres y hay que respetarlas. Pero eso es una gran equivocación, y como dices está en contra de sus propios ideales. No se atreven a llegar al fondo de las cosas. Porque el hiyab no es una vestimenta cualquiera, es el signo patriarcal por excelencia. Se alude a que es un signo de identidad. ¿Por qué se lo quitan cuando las mujeres están solas? ¿Deja entonces de ser necesario un signo de identidad? ¿Y por qué tiene la mujer que llevar un signo de identidad, y no el varón? Porque cuando vienen, los vemos vestidos como occidentales, ultramodernos, con sus pantalones cortos y sus gafas de sol, y la mujer al lado metida en un saco negro, ¿por qué esa condena? Sería razonable que los partidos de izquierda lo pensaran y actuaran de otra manera. Yo no estoy en contra de que una mujer madura y consciente lleve el hiyab por su propia voluntad, pero sabiendo siempre lo que significa. Y tiene que saberlo todo el mundo: las sociedades, los partidos, las comunidades y la propia mujer que lo usa.

¿Tiene esperanza de que los partidos tomen esa conciencia?

[risas] Simplemente es importante hacerles ver esta actitud incorrecta. A lo mejor en algún momento reaccionan y actúan de otra manera. Incluso mucha gente académica, profesores, intelectuales, se equivocan al defender el hiyab o las tradiciones que hemos comentado. Por ejemplo, hay cantidad de profesores y profesoras, ¡sobre todo mujeres!, en defensa total del feminismo islámico, apoyándose en libros escritos en España, Inglaterra, Francia, EEUU… No se paran a pensar: ellas son modernísimas pero defienden el hiyab, el tema del divorcio, etc. Me choca muchísimo, me pregunto si saben realmente qué están defendiendo, si han mirado un poco los códigos de familia, los textos fundacionales del islam. El error de la academia para mí es todavía más grave que el de los partidos.

¿No es una forma de racismo defender unas normas para otras que yo jamás aceptaría?

Exacto. Para mí quiero una vida con libertades, puedo fumar en la calle o teñirme el pelo como quiera, ponerme un pantalón corto, una minifalda o un bikini, pero defiendo el pañuelo y el burkini para las mujeres musulmanas, y que el divorcio esté en manos del hombre. Es una actitud selectiva, racista, machista. Y es inaceptable desde el punto de vista de las libertades y los derechos.     

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