El regreso de Lautaro Martínez tras la Copa en Qatar 2022 Crónica

Pagos chicos y campeones del mundo: la difícil tarea de volver a casa

27 de diciembre de 2022 05:24 h

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No fue fácil. Hubo rumores. Hubo críticas. Hubo opiniones. Todos somos DT. En todas las áreas. Comentarios web, de oyentes radiales, y en la TV local juzgaban: ¿Por qué el homenaje a Lautaro Martínez no se hace en el club Liniers, de dónde “salió”? ¿Por qué no en el Parque de Mayo, en la otra punta de la Avenida Alem más lejos del centro? ¿Por qué no en la plaza Rivadavia, frente a la Catedral? 

Y no importaba que fuera a durar apenas unas horas: los comerciantes de la zona se quejaron. Temían que la gente no fuera a cumplir con el ritual de las compras de Navidad para cumplir con el otro: recibir a su ciudadano ilustre, al jugador campeón del Mundo. 

El Teatro Municipal de Bahía Blanca es nuestro pequeño Teatro Colón. Allí sucede la música clásica, el ballet, los conciertos de orquestas contemporáneas atonales; acaso alguna ópera. Lo que suele llamarse “alta cultura”. Los bahienses lo veneramos y le tememos. De chicos nos enseñaron a mirarlo con respeto: en ese palacio estilo francés, escoltado por leones que a su vez escoltan el monumento a Garibaldi, y un cañón que no funciona pero luce poderoso y peligroso, pasan cosas “importantes”. 

Tantos años de televisión que transmite lo que ocurre en la Avenida 9 de Julio hacia rincones ignotos, dispersos, en distancias enormes y no tanto, de todo el país, hicieron mella en nuestra manera de ver el mundo y nuestras ciudades no capitales: a veces es inevitable la comparación. Por eso explicamos así, a los no bahienses, lo que significa este templo en la avenida más señorial de la ciudad. Y, como contrapartida, por eso nos emocionaba tanto, a los no porteños, el clip de la TV del Mundial Federal: junto a cada jugador, su lugar de origen. ¡Qué revancha luego de soportar tantas noticias porteñas, omnipresentes, que no nos afectan en nada! Muchos, aunque prefiriéramos los relatos de TyC, prendíamos la TV Pública sólo para apreciar la bella impronta soberbia de los cartelitos que anclaban a los jugadores a su lugar de origen. Nosotros, los siempre relegados de las mil partes del país ganamos protagonismo y veíamos lugares que no conocíamos; abajo el porteñocentrismo. Porque el unitarismo nos hizo, nos volvió así: tironeados entre el orgullo intenso del chauvinismo puebleril y cierto complejo de inferioridad. Y el placer amoroso, la reivindicación del sentirnos parte de una unidad aparecía junto a la imagen de ellos: santafesinos de Rosario, Casilda y Pujato; cordobeses de Embalse, de Laguna Larga, de Calchín, de La Pampa y sí, ¡dos de Bahía Blanca! Lautaro Martínez y Germán Pezzella. 

Busqué y no encontré pero seguro lo hice mal y en verdad todos los habitantes de cada ciudad deben hacer lo mismo que nosotros. No lo afirmo ni lo desmiento. Los nacidos acá usamos el concepto y el hashtag #OrgulloBahiense. Si la prensa porteña habla de “los argentinos que sobrevivieron al tsunami de Japón, y ”los argentinos que“ en cualquier situación de crisis o noticia de impacto mundial, en mi ciudad lo pensamos igual pero en bahiense. Estamos porteñocolonizados a la fuerza, pero hasta ahí. Para bien o para mal. Y nos agrandamos. Tenemos a Manu Ginobili. Al Nobel de Medicina César Milstein (fue a mi colegio; y Manu al de una de mis mejores amigas. Cuando emigró de Bahía para ir a jugar a La Rioja le hicieron bullying, ¡cómo iba a dejar el colegio! Nadie imaginaba su destino en el Salón de la Fama de la NBA). Y a tantos más. 

Ahora somos Campeones del Mundo y tenemos representantes por tres. Por fin llegó nuestro turno luego de haber visto el regreso de los otros héroes. Los rituales reproducen el regreso de los conquistadores luego de la batalla. Vimos a Dibu en un escenario en Mar del Plata, a Julián Álvarez paseando en una autobomba de los bomberos voluntarios de Calchín, que apenas tiene 2447 habitantes según el censo de 2010; a Lisandro Martínez en Gualeguay, Entre Ríos, con una pantalla detrás con sus jugadas y un entrevistador pícaro que le preguntaba detalles: un show hermoso. “Siempre me voy para el barrio Molina, que es el de mi abuela”, dice. Allá se habilitó el llanto. 

En mi ciudad no pasó. Sí pasó que alguien, en vez de hacer una pregunta, le regaló a Lautaro los típicos “cubanitos bahienses” durante la conferencia de prensa. 

Pezzella, salido del club Pacífico, recién vendría a Bahía el 26 pero el acto tenía que hacerse antes. Sin Pezzella pero con Lautaro y el árbitro Facundo Tello, también mundialista; dirigió tres partidos, en el que se destaca la eliminación de Portugal ante la revelación Marruecos. 

La solemnidad ah ah ah, la felicidad

Y acá estamos, al final, en el Teatro Municipal.

Lautaro Martínez va a saludar desde el balcón. Antes, la conferencia de prensa. Antes, apenas unos minutos, los hinchas tempraneros corrieron para verlo llegar en auto; corridas respetuosas, nadie empuja a nadie aún en la competencia por la cercanía (En la radio local más escuchada se decía horas antes, incomprensiblemente “que todo sea en paz”). Él pasa con las ventanillas bajas, ya entregado. Se deja ver. 

Todos somos argentinos, todos somos Bahía: se juntan las camisetas de Bella Vista, clásico rival de Liniers  -en una foto de hace 10 años se lo ve a Lautaro agarrado al alambrado como un hincha más- como es y debe ser, cada jugador, también, hincha de la selección además de futbolista profesional. Camisetas de Villa Mitre se cruzan con las de Olimpo, Pacífico, las de Argentina y claro, la de Liniers, club que aún visita.

Orlando Videla fue presidente de ese club cuando Racing compró a Lautaro en 2015; el pase que lo cambió todo. No va a ir al homenaje porque, aunque lo conoce bien, dice, no le gusta el rol de “amigo del campeón” ni es “cholulo”. 

De chico, Lautaro arrancó en Villa Mitre; ahí su padre también jugaba al fútbol. En la conferencia de prensa describirá su propia forma de patear penales si hubiera sido necesario el quinto en la final contra Francia: fuerte y al medio “igual a mi papá”. 

Cuando Mario dejó Villa Mitre -club donde juega al basquet uno de sus otros hijos, Jano- y pasó a Liniers se llevó a Lautaro con él. Iban desde el barrio hasta la otra punta de la ciudad, unos cuatro kilómetros, en una motito destartalada, muchas veces incluso con su mamá, que era, según Orlando Videla, “el sostén espiritual”. Dice que al verlo por primera vez ya notó que era un “distinto”. No lo sorprendió su ascenso. “Te das cuenta en el acto, por el movimiento, la ductilidad. Aunque le faltaba pegar el estirón ya se movía en el área con estirpe de goleador”. Pero hay que tener, dice, actitud y aptitud. “La edad crítica es entre los 15 y los 16, cuando puede tirar más la novia, los amigos, los padres”. Los cazatalentos suelen preguntar “¿cómo es este chico y la familia? ¿Tiene cabeza?”. Al contrario de lo que podría pensarse, tener cabeza en ese ámbito, está mal visto: la cabeza que se busca solo debe pensar en la pelota. No desviarse de ahí. Después de que Lautaro se fue a Racing, donde jugó hasta 2018 cuando pasó al Inter de Italia- además es empresario, tiene un restaurante en Milán-, se lo cruzó a media cuadra de acá. Un mediodía en Revoque, bar y restaurante de la Avenida Alem, donde ahora se concentran los hinchas con banderas con su cara ploteada en diversos grados de realismo. Al exdirigente de Liniers le sorprendió el modo en que le había cambiado el cuerpo. “Se notaba que ya entrenaba a otro nivel”. Por el contrario, el tema del cambio en la manera de ser es un verdadero problema para los hijos pródigos, sean de Fuerte Apache, Cañuelas, o Bahía Blanca: siempre se dice, como un halago (cuestionable), “es el mismo de siempre”. 

Los campeones ideales

¿Esperamos demasiado de nuestros héroes? Los vecinos de Reconquista, Santa Fe, cuentan con dolor que le pidieron a Gabriel Batistuta, su ciudadano ilustre, que ayudara con el asfaltado de una calle de circunvalación. Él dijo que no les daría dinero pero que podría organizar un partido a beneficio con otros jugadores famosos. Sobre Ginobili, escribió Patricio Eleisegui: “Hace unos años, el club del que salió ‘Manu’, Bahiense del Norte, necesitaba cambiar el piso de su cancha. Lo contactaron al jugador para ver si, de onda, lo pagaba él. Era figura en Estados Unidos. Para el club era una enormidad de plata, para Ginóbili dos mangos. ‘Manu’ lo resolvió armando una rifa. Y él compró dos números. Algo así como 100 pesos’”. Eso dice el autor que le dijeron. En una crónica, el cronista de Villa Cañás, Pipo Piacentini, contó que su coterránea, Mirtha Legrand, fue casi lapidada al volver en los 80. Ella no subió al palco especialmente diseñado porque allí estaba Alfonsín. “Los vecinos siempre se quedan con sabor a poco cuando le piden donaciones a la diva de la TV: una vez les mandó cajones de lechuga, otra vuelta computadoras incompletas. Quizás Mirtha no debió volver nunca a Cañás”.

Cuando Lautaro llegó al aeropuerto Comandante Espora en un avión privado se sacó fotos con los trabajadores aeroportuarios. Pero siempre hay un pero. El precio de la fama, pero (en Bahía usamos los “pero” al final, resignifican lo previo pero no lo pensamos tanto). En una nota titulada “Lautaro Martínez, uno de nuestros campeones, ya está en Bahía” se lee: “Salió por la parte lateral del Aeropuerto, saludó desde la camioneta y no paró, lo cual dejó un sinsabor entre los que pretendían una devolución un poco más afectuosa”. 

El éxito del hijo pródigo incluye una pasional contradicción. Los logros de los campeones, al mismo tiempo, se exageran y vuelven sacrificio lo que también podría discutirse: saludar gente que te aclama desde un balcón ¿tan difícil será? Alguien escribe en un comentario: “Un grande. Por qué y con qué necesidad, un tipo que está en su mejor momento (más allá de que esté su familia), venir a la chacra asfaltada y minada con macetas pedorras, a aguantar una ceremonia en el Teatro Municipal. Realmente flaco: mis respetos”. 

¿Se puede extrañar todo de verdad?

En estos homenajes aflora y sobresale la personalidad de cada jugador: el carisma, la solemnidad o el desdén; y siempre la sobreactuación del agradecimiento y la reinvindicación del origen. Lautaro sobre el escenario del Teatro Municipal de la “chacra asfaltada” Bahía Blanca; detrás suyo, al fondo, una bandera argentina enorme y las butacas vacías. Delante suyo, nosotros. Afuera una multitud: la saludará desde el balcón; cantará “muchachos”, firmará camisetas de Liniers y de Argentina que le tiran los hombres araña que escalan desde los faroles más cercanos para hacernos sufrir por la fragilidad simultánea, la de los trepadores hombres flacos y los fierros endebles, y ver también el trabajo del héroe en eso de firmar y saludar, aunque es una entrega medida; por momentos se va del balcón para volver después. Nadie detiene a los hombre arañas que arrojan camisetas sin parar, ni siquiera el conductor que le da el micrófono a Lautaro.

Eso aún no pasó. Ahora recibe, con sonrisa prudente, placas, cuadritos, certificados, títulos. Se sienta en el escritorio cubierto por una bandera argentina y vuelve a levantarse cada vez que le ofrecen un reconocimiento. Primero, el Club Liniers, La Liga del Sur, La Peña Racinguista de Bahía Blanca. La Universidad Nacional del Sur le otorga la nómina de “personalidad destacada”, el Consejo Deliberante los nombra a él y a Facundo Tello, sentado a su lado, como personaje secundario, “ciudadanos ilustres” de Bahía Blanca, y luego del Municipio. 

En las siete distinciones él cumple: exhibe certificados, placas, saluda, sobrio, vuelve a sentarse. Terminado el operativo, empieza otro. La rueda de prensa. 

Con una mirada cauta, quizá desconfiada, casi nunca entregada a la diversión, responde las preguntas como podría responder cualquier jugador en cualquier circunstancia. El clásico casete. Cero en imaginación y riesgo. Ya vimos la película El ciudadano ilustre. Ya conocemos las historias de gente de la zona que-salvando las enormes distancias- vino a estudiar a Bahía y al volver a sus pueblos, apenas más chicos, le dijeron con resentimiento “cómo te cambió la ciudad”. A aquella que volvió con auto nuevo y le tiraron el rumor “debe andar en algo raro”. 

La advertencia oficial era que no todos íbamos a poder preguntar; los medios “nacionales y locales” eran demasiados. Logré ser de las afortunadas (y la única mujer) a quien se le dio el privilegio de hacer única pregunta permitida. 

Con su pelo cepillo que desafía la ley de gravedad sin tener rastros visibles de gel, su parecido a Sven, el reno personaje de Frozen, las zapatillas blancas de cuero, uniforme de todo futbolista clásico que se precie de tal fuera de la cancha, el rostro siempre mega afeitado, escucha:

¿Qué extrañás de Bahía?Y ahora te homenajean a vos. Si fuera al revés, ¿a quién le harías un homenaje?

  -De Bahía extraño todo. 

(en la desesperación antisolemnidad, ya sin micrófono, me atreví a sumar otra pregunta)

-¿En serio? ¿El viento también? 

(Se ríe) Sí, el viento de ayer también. Estuve sin luz 8 horas (se ríe). Terminé durmiendo en el sillón, así que imaginate, lo tengo que querer mucho. Pero de Bahía extraño todo: mi club, mi casa, mi familia, mis amigos, mi infancia. Siempre lo hablo con mi familia y con mi mujer. Si tendría que hacerle un homenaje sería a toda mi familia. A veces suena reiterativo pero a veces sería muy difícil mantenerse en pie con tantas cosas que se hablan, que suceden, que quizás en el día a día a uno lo lastiman. Uno termina sacando esa fuerza gracias a la familia.

 

Cuando admiramos a nuestros paisanos al verlos en la cancha, en los memes, en los medios, sentimos la cercanía cómplice que podrías sentir por tu propio tío, por tu abuela, por tu amiga de la infancia, sobredimensionado. El ídolo nació en tu “pueblo”. Y todo parece verificable: sus méritos, su historia, sus cualidades, sus propiedades. Aunque nosotros podemos lo que ellos no: criticar la ciudad, protestar, decir la frase fea “chacra asfaltada”. Que es nuestra cuna, imperfecta, chismosa, rutilante gracias a ellos, regodeo de orgullo cuando la vida propia nos falla y cuando no también, sentirnos igual de exitosos; la posibilidad de celebrar, de descansar por un rato la identidad, entre la crítica y el festejo. No confiemos. Ya un sobrino mío me dijo que el hermano de Lautaro, que juega al básquet en Villa Mitre, y es amigo de un amigo, ya no es lo que era: compartían las previas pero se nota que “se agrandó un montón”. El destino del héroe puede ser el destino catártico de nuestras frustraciones. Y además, pocas veces se dice, de nuestras ganas de contar. 

SB