Una reacción similar se repite entre no pocos hinchas argentinos cuando la transmisión muestra el primer plano de los futbolistas durante el Himno: “A muchos jugadores no les conozco la cara”. En los grupos de WhatsApp o en las conversaciones frente a los televisores también surgen preguntas del estilo “¿Y ése cómo se llama?” o “¿Y éste en qué equipo juega?”, y pueden seguirle conclusiones que connotan cierta edad o nostalgia: “Cuando era joven conocía a todos los jugadores de la selección”.
Esos rostros poco afines a la mayoría del público, aunque tal vez no a los futboleros que siguen las campañas de Atalanta de Italia o West Ham de Inglaterra, son un atajo para comprender una doble realidad: 1) Argentina está en un proceso de recambio, 2) la Selección dejó atrás una era de cracks -perseguidos por una nube de lluvia- y comenzó a nutrirse de futbolistas más terrenales, de clase media y clase media-alta de las ligas europeas, que acompañan a Lionel Messi en su nuevo intento de ganar un título hasta ahora tan esquivo como un triunfo de Pierre Nodoyuna en Los Autos Locos.
Lejos por ahora de la grandeza, confundida por un GPS que no termina de recalcular las coordenadas a seguir, la selección parece atrapada por la mediana y los empates. A las dos igualdades de la semana pasada por Eliminatorias, el 1-1 original contra Chile en Santiago del Estero y el 2-2 contra Colombia en Barranquilla, este lunes le sumó otro 1-1 en el debut de la Copa América frente a un rival que hizo daño las pocas veces que aceleró. Argentina tiene varias caras en un mismo partido: a veces tiene presencia, multiplica situaciones de gol y merece ganar, como hoy mereció los tres puntos ante Chile, pero en otras ocasiones es tan poco fiable como el compromiso de Jair Bolsonaro por la salud de sus compatriotas. En los tres partidos, además, la selección no sostuvo el gol inicial: mostró mandíbula de cristal. El tiro libre de Messi, golazo mellizo a uno de Diego Maradona a Ecuador por la Copa América 87, podría abrir un libro de quejas: ese gol también merecía tres puntos.
A Lionel Scaloni se le debe reconocer que formó su base de la única manera que podía hacerlo: convocando a los mejores jugadores que tenía disponibles, aunque la mayoría no pertenezca a la elite de la elite -con la lógica excepción de los ya treinteañeros Messi, Sergio Agüero, Ángel Di María y el más joven, Lautaro Martínez, campeón en Inter-. Si las selecciones se anunciaran con los nombres de los equipos en los que juegan sus futbolistas, Argentina debutó en la Copa América con Aston Villa (undécimo en la reciente temporada de Inglaterra) en el arco; River, Fiorentina (decimotercero en Italia), Benfica (tercero en Portugal) y Ajax (campeón en Holanda) en la defensa; Udinese (decimocuarto en Italia), PSG (segundo en Francia) y Tottenham (séptimo en Inglaterra) en el mediocampo; y Barcelona, Inter y Stuttgart (noveno en Alemania) en el ataque.
Ya lo dijo Jorge Valdano esta semana, en una entrevista en La Nación: “Salvo Lautaro, a los demás les está costando alcanzar protagonismo en los grandes equipos europeos donde el roce en las alturas ayuda a la evolución. Desde ese punto de vista, hay un retroceso. Hubo un tiempo en que, aún sin grandes sucesos de la selección, el prestigio del fútbol argentino estaba defendido cada semana por grandes talentos que se exhibían en grandes equipos. Del país de (Alfredo) Di Stéfano, (Diego) Maradona y Messi, uno siempre espera más”.
Pero si la AFA está en destrucción permanente, al menos la Selección está en construcción. El tema es qué esperar en estos tiempos en los que el talento ya no sobra, y guiada además por un técnico designado de manera muy peculiar: históricamente, a la selección la dirigían los entrenadores en la cresta o el final de su carrera, no en el comienzo.
Las preguntas se multiplican: ¿Qué tipo de potencia es hoy la selección? ¿Una sudamericana, una mundial, una del pasado, una del presente o una porque tiene a Messi? ¿Sería justo exigirle a este equipo que gane el título que se niega desde hace 28 años? ¿Sería más un pedido desde las frustraciones del pasado que desde las expectativas del presente?
Las respuestas están abiertas y esta Copa América servirá para acercarse a la realidad: como clasifican cuatro de los cinco equipos a los cuartos de final (y Bolivia, con su fútbol en crisis, paga dos pesos para ser la eliminada), la primera fase puede ser un excelente tubo de ensayo.
Un equipo que busca ser...
En los últimos torneos, la figura de Argentina fueron los publicistas de Quilmes, TyC Sports y demás spots que le ponen música épica a todo lo que sea del pasado. Los creativos suman reconocimientos y premios pero Argentina no sale campeón desde Ecuador 1993. A partir de entonces, Brasil fue campeón 11 veces: dos Mundiales, cinco Copas América y cuatro Confederaciones. Igual está claro que, si se hubiese permitido público en Río de Janeiro, nuestros hinchas habrían cantado “Brasil decime que se siente”, la canción dedicada al triunfo 1-0 en Italia 90. El fútbol es dejarse mentir, ante todo.
Para recurrir a otro noventismo, la Argentina de Scaloni por ahora es un programa de Franco Bagnato: un equipo que busca ser equipo. A imagen y semejanza de los dos empates de la semana pasada, la selección volvió a demostrar en el debut de la Copa América que alterna muchas caras en un mismo partido, tan poco sólida como el resbaladizo césped del estadio de Río de Janeiro.
Actitud ofensiva no le falta pero tampoco le sobran garantías defensivas y tantos cambios de Scaloni de una fecha a la otra, e incluso durante los partidos, atentan contra un mensaje claro. Tal vez la mayor virtud de Argentina sea que no necesita dominar tanto los partidos para generar muchas situaciones de gol: contra Chile tuvo seis o siete claras. Pero, al mismo tiempo, aquella canción dedicada a los clubes que alternan ascensos y descensos, la de “suben y bajan, suben y bajan, parecen ascensor”, podría aplicarse a los jugadores de este equipo, que entran y salen como por una puerta giratoria.
Mientras la publicidad estática del estadio, a cargo de la Conmebol, mostraban los carteles de Sinovac, Giovani Lo Celso pareció vestirse de Messi en los primeros minutos y Nicolás González tuvo varias chances para concretar: en eso, naturalmente, pero con un gol de un extraterrestre, llegó el 1-0 del mayor goleador histórico de la selección. Si no fuera por otra noche desangelada de Lautaro Martínez, Argentina -de aceptable primer tiempo- debería haber aumentado esa distancia, pero bastó que Chile tuviese diez minutos de lucidez en el inicio del segundo tiempo para que la selección apretara el botón de pánico. Al empate de Eduardo Vargas, tras la felinesca reacción de Emiliano Martínez ante el penal de Arturo Vidal, Argentina reaccionó con las dudas de un equipo todavía invertebrado. Lucas Martínez Quarta, Rodrigo de Paul y Nicolás Tagliafico serán en estas horas lo que Juan Foyth fue la semana pasada, como si el problema pasara por ellos.
Los últimos avances a los ponchazos, escupiendo gasoil, no cambian de lo que ya se sabía: que Argentina, por ahora, juega con más ganas que recursos. La Copa recién empieza y a esta selección de rostros que a la mayoría de hinchas les resulta desconocidos tiene varios partidos por delante para generar la familiaridad que todavía le falta. El viernes ante Uruguay será una prueba interesante pero, mientras tanto, en la segunda tabla de posiciones de esta Copa América, la de jugadores contagiados por Covid, Argentina viene muy bien. Hay que festejar todo lo que se pueda.
AB/MGF