Las perspectivas para lo que queda de 2022 y el año 2023 son de dudoso crecimiento en los principales países del mundo. Las nuevas perspectivas económicas publicadas en noviembre por la OCDE señalan que 2022 finalizará con un crecimiento mundial del 3,1%, con fuertes caídas en Ucrania y Rusia, y una contracción de la producción en China y en los Estados Unidos. Y para 2023 las expectativas no son mejores, sino todo lo contrario. El coronavirus que sigue rondando, la alta inflación, las políticas restrictivas de los bancos centrales y las consecuencias del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania harán de 2023 un año para el olvido en términos de actividad global. Se estima que la Eurozona comenzará el año con recesión mientras que en Estados Unidos esta llegará hacia fines de año. En el caso de China se estima que crecerá a una tasa superior al 5%, siempre y cuando no se agraven los casos por Covid ni la crisis del sector inmobiliario. En cierta forma, por haber priorizado frenar la inflación, algunas recesiones fueron buscadas.
En el caso argentino, se prevé que el crecimiento se ralentizará al pasar de un promedio cercano a 5% interanual (i.a) en 2022 a una tasa del 2 a 3% el año próximo o incluso menor según las estimaciones menos optimistas. Y es que desde mediados de este año los analistas ya advierten un menor dinamismo en el mercado interno: la tendencia cambió en mayo cuando el consumo masivo pasó de crecer al 6% i.a. para ubicarse en 0,4%, según datos de la consultora Scentia. En septiembre se registró el primer retroceso luego de 14 meses (-0,8% ia.) y en octubre dicha caída se agudizó hasta un -4,5%. En términos de comercio exterior, las importaciones ya redujeron considerablemente su expansión en el mes de octubre: aumentaron 15,8% ia., cuando en la primera mitad de año los aumentos interanuales superaban el 40%.
Sin embargo, hay otros elementos en el frente externo menos prometedores como es el ingreso de dólares por la vía comercial amenazado por la sequía en la zona núcleo que no cede. La Bolsa de Comercio de Rosario señala que la campaña de soja y maíz sufre las peores condiciones climáticas de los últimos treinta años y se estima una caída de los ingresos de divisas de US$10.000 millones, según el Centro de Agronegocios y Alimentos de la Universidad Austral. En cuanto a la situación con el trigo, estará atravesada por el efecto cantidad, debido a la sequía, y por el efecto precio, ya que no se darán las mismas condiciones de principios de 2022 donde el precio del trigo superó los US$400 por tonelada.
Por el lado de la actividad industrial, las proyecciones también son menos optimistas que en 2022, ya se muestran signos de desaceleración en el ritmo de crecimiento de la mayoría de los sectores. Las dificultades con el acceso a divisas para la adquisición de maquinarias y partes y piezas críticas que no se fabrican en el país, están poniendo un freno a la actividad industrial y se espera que la situación se extienda durante el próximo año. Con lo cual, el sector deberá hacer frente a los desafíos macroeconómicos que se proyectan de cara a 2023 para poder sostener su nivel de producción y cumplir con las demandas de pedidos.
Ello nos lleva al que podría ser el gran interrogante 2023 para la economía doméstica: la evolución del tipo de cambio y el poder de fuego del Banco Central para evitar un salto discreto en medio de tensiones de todo tipo. Y es que a las dificultades que presenta el frente comercial externo se suman los vencimientos de deuda, y las tendencias a la dolarización propias de un año electoral que agudizan las conductas precautorias y especulativas. De hecho, no solo la deuda en moneda extranjera preocupa al analizar el frente cambiario sino la deuda en moneda local. Se debe a que en 2023 hay una intensa agenda de vencimientos del tesoro y se espera que se abulte cerca del tercer trimestre por el rollover de los primeros meses del año. Y, si bien el 59% de estas tenencias corresponde a deuda intra-sector público y un 13% en manos de los- regulatoriamente acotados- bancos, hay un 28% en manos de un sector privado que deberá decidir si permanecer en estos instrumentos en esta moneda, u optará por migrar, atentos a las tensiones, especulaciones y expectativas propias de un año electoral y el fantasma del reperfilamiento que carga la oposición en su historial.
Las cuentas fiscales también se enfrentan a una gran definición que quedó en el olvido con los hechos políticos y deportivos de la segunda mitad del año, pero aún no tiene resolución: la disputa entre la Nación y la Ciudad de Buenos Aires por los puntos de coparticipación. Varios medios anticiparon que una medida cautelar favorable a la Ciudad saldría a fines de diciembre. La situación complicaría aún más las finanzas del Gobierno Nacional si la medida cautelar a favor de la Ciudad obligara al Tesoro a restituir la totalidad del porcentaje reducido, su impacto representaría una reducción de recursos nacionales del 0,2% del PBI en 2023.
Por último, resta determinar si los precios volverán a ser, como en 2022, los grandes protagonistas del año electoral que se avecina. Con relativa independencia de la teoría de los precios a la que se suscriba, existe cierto consenso de que casi cualquier movimiento económico y político en Argentina tiene efectos inflacionarios, y 2023 promete tener movimientos al por mayor. Las tensiones cambiarias, las restricciones fiscales, los subsidios en retroceso, los precios internacionales, los ribetes electorales de economía, los ribetes económicos de las elecciones, las resoluciones judiciales y el juego de alianzas, rupturas y disputas que caracterizan a los años impares en argentina, probablemente determinen que la estabilización se haga esperar un poco más.