Hernán Lacunza estaba de viaje en Villa La Angostura cuando en agosto de 2019 recibió el llamado del entonces presidente Mauricio Macri. Le pidió que, en un clima de mucha fragilidad, asumiera la responsabilidad de liderar la agenda económica de los últimos cuatro meses de su gobierno. Lacunza dejó el cargo de ministro de Economía bonaerense, se instaló en el Palacio de Hacienda de la Nación, tomó la decisión de reperfilar la deuda en pesos, atravesó una corrida bancaria y, sin embargo, dice que lo estresa menos enfrentar ese tipo de situaciones que lidiar con las “internas” que surgen en el trabajo diario.
Ya fuera del gobierno, y desplazados del escenario quienes fueron las figuras principales de la gestión económica de Cambiemos, se convirtió en el referente en esa materia del partido y el responsable de articular, junto con otros actores de la coalición, un programa que pueda renovar la confianza de los votantes desilusionados.
Lacunza es, también, el encargado de enviarle un reporte semanal con el panorama económico a María Eugenia Vidal y un grupo reducido de referentes de Juntos por el Cambio. Según dijo en una conversación telefónica, por momentos tensa, con elDiarioAR, el último reporte se centra en dos ideas: que la agenda económica actual está ya dominada por el año electoral y que la situación del país va a terminar 2021 peor que cuando finalizó el gobierno de Macri.
—La modificación de Ganancias para los ingresos superiores a $100.000, el congelamiento de tarifas o la prórroga con aumentos muy módicos, el atraso cambiario, son todas medidas de carácter electoral. Eso va a incubar problemas más adelante y la situación económica del país a fin del 2021 va a ser inferior a la del 2019 en términos de actividad y bienestar, porque el producto per cápita va a ser menor. La inflación superior a la del año pasado, un bache fiscal en 4 puntos del producto cuando en 2019 estaba casi equilibrado. La emisión monetaria también en 4 puntos del producto, 8 el año pasado. Un balance externo agarrado por alfileres, con un cepo cambiario muy agudo, la pobreza arriba del 42% y el desempleo arriba del 10%. Su herencia para el 2022 va a ser peor que en el inicio de la gestión.
—¿Considera el hecho de que son años signados por la crisis de la pandemia?
—La pandemia explica algunas cosas y otras no. Hay un ADN del Gobierno previo a la pandemia, que recibió el país casi en equilibrio fiscal primario. Durante dos años los ingresos fiscales habían crecido más que el gasto y ya en enero de 2020 esa tendencia previa se interrumpió. El déficit fiscal primario sin pandemia ni cuarentena habría sido el año pasado de 3 o 2,5 puntos del producto y fue de 6,5. Sacando la pandemia, habría pasado de 0,5 a 2,5.
—¿Cree que el Gobierno puede cumplir con sus proyecciones en cuanto a crecimiento, déficit, inflación?
—La proyección de crecimiento del gobierno es de 7 puntos del producto y me parece que está bien, pero el año pasado cayó 10. La previsión fiscal que tienen en torno al 4 del producto me parece que es cumplible, pero hace dos años el déficit era de 0,4%, o sea que es peor que en el 2019. La de inflación (proyectada oficialmente en 29%) sí siento que no la van a cumplir.
—¿Cómo evalúa las restricciones recientes que anunció el Gobierno frente a la segunda ola, asociadas al impacto que pueden tener en la economía?
—Yo no soy un sanitarista, no puedo opinar sobre medidas sanitarias. Creo que sí se tiene que haber aprendido una lección del año pasado, un falso dilema de salud versus economía, o si querés, el lado B de eso que era el contagio versus pobreza. Detrás del deterioro económico hay pobres y la pobreza también trae enfermedad y muerte. En el presente y en el futuro, eso hay que apreciarlo en el momento. Segundo, ante el velo de la incertidumbre, la prudencia paga; no hay que tomar decisiones como la del año pasado, con cuarentenas profundas, largas, prematuras, que fue una propuesta extrema que obviamente se tradujo en caídas del producto y del bienestar y el aumento del desempleo y la pobreza en Argentina superiores a otros países de la región. Tercero, hay que pensar las decisiones no para la semana siguiente, hay que pensar los escenarios probables para los meses siguientes. Entonces, por ahí uno no toma una decisión extrema de entrada porque no se puede sostener después seis meses como se hizo el año pasado en la cuarentena. Hay que internalizar en la decisión la reacción del público, uno no hace políticas públicas, ni sanitarias ni económicas en el vacío, sino que la psicología y la sociología influyen y las tiene que tomar en cuenta en las decisiones, después no se puede decir “la gente no cumple”.
—Otro debate actual no saldado es si actualizar o no tarifas. ¿Piensa que se debería seguir el sendero que dejó trazado el gobierno de Cambiemos, de algún modo aprovechar ese costo político ya pagado, o tiene sentido atrasar las tarifas considerando el contexto excepcional?
—El Gobierno de Cambiemos no dejó trazado ningún sendero. Hizo su política durante cuatro años, se terminó y hay un nuevo Gobierno hace un año y medio. Este Gobierno congeló tarifas antes de la pandemia y aunque en la apertura de sesiones el Presidente dijo que se iba a levantar al congelamiento ya ha pasado un mes y no está claro cuál va a ser ese sendero, que necesita tanto las familias como los productores y distribuidores de energía para hacer su plan de inversión. La verdad es que hay un limbo respecto al sendero tarifario que no es sano y percibo una tendencia a patear para adelante los problemas, cuando ya sabemos lo que pasa: las tarifas que no se ajustan se pagan igual. En lugar de pagarlo con la boleta que entra por abajo de la puerta se pagan con subsidios que son sostenidos por impuestos o por inflación. Así que es una política redistributiva regresiva, porque por ejemplo los deciles de ingresos más bajos no tienen gas de red, sino que usan garrafas, así que no sufren las tarifas pero sí la inflación asociada a la inversión para sostener los subsidios. Se escuchan voces disonantes del Gobierno donde los responsables del área energética parece que trabajan sin limitación presupuestaria y dicen vamos a proveer energía sin importar cuánto cueste. Y claro no importa, porque lo paga el público y sobre todo los pobres. Sí importa.
—Al Gobierno le preocupa especialmente el precio de los alimentos, que tiene una relación directa con la pobreza. Decidió abordarlo, entre otras cosas, con medidas de congelamiento como Precios Máximos y monitoreo de los sectores que exportan alimentos, algo que lo expone a una tensión cada vez más fuerte con los empresarios. ¿Cómo analiza esta estrategia?
—La medida me parece que es como tratar de podar en el Amazonas. Vos podés poner un ejército de controladores de precio o de podadores de ramas, pero si abajo hay humedad, vas a podar y van a volver a crecer. La humedad es la emisión. El Gobierno tiene un diagnóstico equivocado sobre la inflación cuando usa el eufemismo de la inflación multicausal, bueno, puede ser, pero que lo multicausal no sea la excusa perfecta para confundir. Yo puedo tener el colesterol alto por razones genéticas, porque no hago ejercicio físico, porque como grasas saturadas, pero no porque tomo sol. Los precios, la inflación, puede tener causas concurrentes, pero todas de origen macroeconómico; desequilibrios fiscales que desembocan en desequilibrios monetarios. No son los monopolios o los mercados concentrados, porque un monopolista fija el precio máximo al día cero, no de a poquito o un poco cada día. Así que todos esos argumentos y medidas son distracciones y confusiones en un diagnóstico equivocado y por lo tanto como tiene mal el diagnóstico, hace mal la terapia. Insiste con los controles de precio y con repartir culpa a las empresas, y en realidad el origen de la inflación siempre es macroeconómico y a cargo de la política macroeconómica está el Gobierno.
—Le preguntaba por esta tensión que tiene el kirchnerismo con los empresarios porque el Gobierno anterior fue amigable con los empresarios y tampoco recibió de ellos la colaboración que esperaba en términos de…
—Esa es una opinión tuya.
—Me refiero a que los propios empresarios manifestaron abiertamente una mayor afinidad ideológica y aún así...
—Yo no lo voy a convalidar. El Gobierno anterior procuró el bienestar general.
—Lo que quiero preguntarle es cuál es la relación que cree que tiene que tener un gobierno con los empresarios, ¿cómo hay que tratarlos? ¿cuán tensa tiene que estar esa cuerda?
—Hay que tratarlos como parte importante de la comunidad, el crecimiento a largo plazo de la economía, y por lo tanto del empleo, el salario real, el bienestar. El motor de una economía capitalista es el sector privado entonces necesitamos alentar la inversión, no disuadirla. Y eso se hace con reglas del juego claras, con rentabilidad razonable, va con una serie de condiciones que me parece que no están en el ADN del Gobierno, por lo menos en el visible. Así que me parece que tienen que tener una relación como también con las organizaciones sociales, con los sindicatos, con todos los actores de la comunidad, pero con una mirada altruista, no de amigo/enemigo.
—El FMI propuso esta semana que se le cobre un impuesto temporal a las rentas altas en este contexto de emergencia de la pandemia. ¿Cómo evalúa esa recomendación? ¿Le parece que va en línea con lo que hizo el Gobierno con el aporte solidario a las grandes fortunas?
—A mí cuando se toman ejemplos aislados de otros países me parece que es engañoso. Hay que mirar en otros países qué se cobra, no en la variación sino en el nivel. Si vos me decís que un país tiene una presión impositiva arriba del 30% como en la Argentina y unos bienes públicos de baja calidad, y bueno... No hay una receta que sea óptima sobre el nivel de presión impositiva en el gasto público, cada sociedad define su contrato social y sus regulaciones. Lo que no se puede es gastar 40 puntos del PBI y cobrar impuestos por 30. Ahora, hace 10 años que la Argentina no sólo no crece, antes de la pandemia —no sólo en el gobierno de Juntos por el Cambio también en el segundo gobierno de Cristina el producto per cápita cayó 1,3% anual— y no casualmente la participación del Estado en la economía exigió una suba impositiva del producto muy significativa, arriba del 30 puntos del producto. Hay que evaluar la medida argentina en ese contexto, no en el mundo.
—Usted y Martín Guzmán comparten el hecho de haber timoneado la economía en medio de una tormenta. Desde ese punto de vista, en que usted es tal vez es el único que puede ponerse en sus zapatos, ¿qué mirada tiene sobre el ministro Guzmán y su desempeño?
—A mí no me gusta hablar de las personas y los funcionarios. Me voy a limitar a decir que, como todos los funcionarios en posiciones de nivel, uno no hace lo que quiere sino lo que puede, y me parece que tiene buenas intenciones y con eso basta.
A mí no me gusta hablar de las personas y los funcionarios. Me voy a limitar a decir que, como todos los funcionarios en posiciones de nivel, uno no hace lo que quiere sino lo que puede, y me parece que (Guzmán) tiene buenas intenciones y con eso basta.
—¿Hay, del mismo modo que en el Frente de Todos, voces disonantes sobre el rumbo que debería tomar la economía al interior de Juntos por el Cambio?
—Afortunadamente sí. Como todo partido político plural, hay miradas diferentes. Es sano compartir una mirada plural porque el que se cree que es dueño de la verdad, sonó. Hay varias miradas y enfoques y el partido hace una síntesis de esas miradas para proponerle a la sociedad.
—Vidal dijo que se arrepiente de no haber participado más de la política macroeconómica nacional cuando fue gobernadora. ¿Usted tiene una mirada similar, en el sentido que cuando se tomaron decisiones como la de ir al Fondo, o incluso antes cuando se tomaron otras que convergieron luego en ese escenario, no hubo voces internas en el partido que lo discutieran? ¿O sí las hubo?
—No sé, yo estaba abocado a la provincia de Buenos Aires. Cuando era domingo y yo estaba jugando el partido, no escuche a nadie que dijera opiniones disonantes. Evidentemente el programa económico no dio los resultados esperados en materia de bienestar, que básicamente es en crecimiento e inflación, que es lo que influye más en el día a día de las familias. Si hizo una inversión muy importante en sanear la economía, desactivar todas las distorsiones que habían quedado del Gobierno anterior, como el atraso tarifario, el atraso cambiario con cepo, el déficit fiscal. Eso llevó al financiamiento con deuda al principio; la deuda es la consecuencia, el origen es el déficit. Desactivar todas esas distorsiones es muy costoso y Juntos por el Cambio hizo un esfuerzo y una inversión muy grande en ese sentido. En términos de bienestar, no hubo los resultados que esperábamos, pero la economía hay que analizarla como un continuo, como un árbol frutal. Vos sembrás hoy y cosechas dentro de cinco años. Y en ese sentido las condiciones macroeconómicas de equilibrio fiscal, equilibrio externo, no atraso cambiario, de tarifas mucho más próximas a los costos de producción, el legado estructural del 2019 era más sano que el del 2015.
Las condiciones macroeconómicas de equilibrio fiscal, equilibrio externo, no atraso cambiario, de tarifas mucho más próximas a los costos de producción, el legado estructural del 2019 era más sano que el del 2015.
—En una entrevista dijo que no durmió el día que decidió reperfilar la deuda en pesos. ¿Por qué tomó esa decisión, la más criticada de sus cuatro meses al frente del Ministerio?
—Porque las evaluaciones de las políticas públicas no se hacen en el vacío, sino que se hacen respecto a las opciones disponibles. Cuando se hacen los resúmenes de la jornada deportiva se pasan los goles y no las atajadas. Era un contexto muy difícil, con mucha inestabilidad, la demanda de dinero después de las PASO se estaba desplomando, había un período electoral donde había bastante tensión entre el oficialismo y la oposición. Un equilibrio bastante inestable.
—Se hablaba incluso de una entrega de mando anticipada, ¿no?
—Algunos decían eso, y en términos institucionales era lo peor que le podía pasar a los argentinos. En materia económica nos propusimos en este orden cuatro objetivos: que no hubiera hiperinflación, que no hubiera corralito, que no hubiera nuevas rondas devaluatorias porque eso era más inflación, y que no hubiera default de la deuda. Eso fue lo que hicimos y el reperfilamiento fue lo menos malo. Es una decisión que se toma de última instancia, no de primera instancia. Y no haberlo hecho significaba tener que emitir en pesos. Había dos títulos de corto plazo, Lecaps y Letes con el equivalente a US$7.000 millones de dólares de cada una, es decir, el equivalente a $400.000 millones. Emitir $400.000 millones con una demanda de dinero que se venía desplomando y que no encontraba piso podía llevar a una dinámica inflacionaria muy peligrosa. No sé si es una hiperinflación, pero es lo mismo; si en lugar de 54% terminaba en 100% era una tragedia. Así que por eso tomamos esa decisión, como la menos mala para el público y sobre todo para los pobres que son los que pagan la inflación. Además, excluimos a los tenedores particulares, para no afectar a las familias y ahorristas minoristas.
—¿Cómo vivió en lo personal la corrida bancaria? ¿Qué recuerda de esos días? Si de afuera se vive con mucho estrés, no me imagino usted que era quien estaba al frente de esa situación.
—Por supuesto mucha atención, con alguna angustia también. La continuidad de una corrida bancaria desemboca en un colapso del sistema o un corralito, eso para nosotros era uno de los peores males que podía suceder. La decisión que tomamos ahí para preservar a los ahorristas fue mostrar la disponibilidad de todos los depósitos; lo que hicimos fue todo lo contrario a cercenar la disponibilidad. Le pedimos a los bancos que en lugar de abrir 5 horas abrieran 10, cosa que el ahorrista pueda ir, ver su dinero, tocarlo, llevárselo a la casa. Estábamos convencidos de lo que pasó: que iba a haber cuatro o cinco días de salidas masivas, pero cuando el público comprendiera que sus depósitos estaban resguardados, iba a amainar, qué fue lo que pasó. Hubo varios días de tensión, pero después se tranquilizó.
—Me imagino que esos días tampoco habrá dormido bien…
—Lo que pasa es que la tensión en esos cargos es parte del trabajo, no lo sufro especialmente. Sufro más las internas, el malgasto de energía por las internas de los gobiernos, que el estrés por la situación económica o financiera en particular.
—¿Y eso lo sufrió mucho en sus cuatro meses al frente del Ministerio de Economía Nacional?
—No, porque como se habían perdido las PASO, esos cuatro meses hubo una conciencia, una noción, y yo tuve la verdad mucha capacidad de acción. Fue una prioridad la administración de la crisis económica para el Gobierno, entonces no hubo tensiones.
—Y ahora, fuera del Gobierno, en un momento en el que el que tienen que ponerse de acuerdo sobre quién va a liderar el partido y qué dirección va a tomar ¿son desgastantes las tensiones que se viven en Juntos por el Cambio?
—No, me parece que Juntos por el Cambio está pasando un proceso de maduración. Después de un liderazgo muy personal, en el que Mauricio Macri fue constructor y líder indiscutido durante 20 años. Es sano que un partido se despersonalice y eso implica una conducción más coral y plural. Que haya voces diferentes, es como cualquier organización en este caso, que pasa de la adolescencia a la adultez. Hay tensiones, hay crisis de crecimiento, pero también es madurar y graduarse de un partido político no personalista, donde el ex presidente obviamente tiene una relevancia muy importante y conserva un liderazgo junto con otros dirigentes.
—Usted ha hablado de la necesidad de forjar consensos básicos para evitar el borrón y cuenta nueva de cada cambio de gestión, ¿cree que la oposición contribuye con su actitud a esta construcción de consensos? Pienso en el llamado de la presidente del partido, Patricia Bullrich, a “resistir” las nuevas restricciones y el intercambio que se generó con el Presidente.
—No voy a hablar de Gobierno y oposición. Me parece que la responsabilidad dirigencial ante a la incertidumbre del ciudadano es llevar calma y el griterío agobia. Por lo menos en materia económica, que es lo que me compete, tratamos de llevar propuestas y hemos acompañando muchas leyes que pidió el oficialismo, por ejemplo la reestructuración de la deuda pública. Por supuesto con límites en lo que nos parece razonable y altruista para mejorar el bienestar en el futuro. En materia económica creo que hay un espacio de diálogo que procura cooperar con el Gobierno.
Me parece que hay que tener una visión, que la magia no existe; necesitamos tener una economía abierta, competitiva, estable, con equilibrio, donde no rediscutamos las nociones básicas cada cuatro años.
—Macri señaló, en su autocrítica, que lo que hizo fallar la propuesta de Cambiemos fue no haber logrado transmitir con mayor claridad las condiciones en las que se encontraba el país y haber procedido con más consistencia y vigor en el plan trazado. ¿Usted coincide? ¿Cree que ese fue el único error que se cometió en materia económica?
—Macri dice que el problema fue la falta de consistencia entre la política monetaria y la política fiscal. Yo creo que eso es así, que tiene razón. Hubo una política fiscal más tímida, al principio sobre todo, y una política monetaria más agresiva. Eso combinado con una serie de medidas para las que posiblemente la Argentina aún no esté madura, como la liberalización completa de la cuenta capital. No porque tengamos un ADN particular, sino por nuestra historia. Esquemas de perfecta movilidad del capital con una política monetaria que procura una desinflación rápida y es posible que estimule el ingreso de capitales que termine en una apreciación cambiaria… cuando un remo va más rápido que el otro, quedás en el bote dando vueltas hasta que viene la tormenta, que fue lo que pasó. Después podemos hablar si la tormenta fue de afuera o adentro, pero el esquema no fue lo suficientemente robusto en una tormenta. El objetivo de primer orden de cualquier esquema macroeconómico para un país como Argentina es evitar la próxima crisis, por la historia que tenemos. Bueno, eso no se evitó. Creo que lo que dice el presidente Macri, también lo que dice María Eugenia Vidal, y sí, coincido con esa autocrítica.
—Después del Gobierno de Cambiemos, que significó una desilusión para muchos, y el drama de la pandemia actual, ¿cuál es la propuesta que puede hacerles Juntos por el Cambio a la gente hacia el futuro?
—Me parece que un plan de gobierno no se contesta en una pregunta. Me parece que hay que tener una visión, que la magia no existe; necesitamos tener una economía abierta, competitiva, estable, con equilibrio, donde no rediscutamos las nociones básicas cada cuatro años. Que elevemos la calidad del debate público sobre las reformas que hay que hacer, como la previsional, la impositiva, la cuestión de la energía. Hay un montón de propuestas que quedan en el “después vemos” y el día de mañana inexorablemente llega. Otra cosa muy importante es la relación de Nación y Provincia. Se había avanzado mucho en 2017, se habían hecho reformas de carácter estructural y dos años después, en un país con la mitad de la misma Cámara de Diputados, 2/3 de los mismos Senadores, 20 de 24 provincias con los mismos signos políticos, 12 de los 24 gobernadores con los mismos nombres propios, se suspendió y tres años después, este año, se revirtió.
Eran reformas de sentido común, de austeridad en el gasto público y todo eso se revirtió casi con los mismos protagonistas en la dirigencia política. Un país así es un país no confiable, que no merece créditos. Y para un país que no tiene crédito, todas sus deudas son impagables, porque las deudas se refinancian. Entonces, invertimos un montón de energía en la discusión de las consecuencias (la deuda en vez del déficit, la pobreza en vez de la falta de crecimiento, la inflación en vez de la emisión que financia el déficit) y escapamos a la discusión de las causas. Antes del 2023 tenemos que poder hacer un plan de gobierno sensato, equilibrado, sincero; mejorar la calidad del debate público e identificar las causas de los problemas y no las consecuencias.
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