Faltan sólo tres semanas para que se resuelva el misterio. No el de por cuánto perdería el Frente de Todos (FdT) sino sobre cómo esa previsible derrota revolucionará el elenco gubernamental y sus políticas. Interesa el 14 de noviembre, pero también el 15 y los días subsiguientes, el impacto en el dólar y la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI), en la que esta semana avanzó el ministro de Economía, Martín Guzmán, en Washington.
Preocupa la gobernabilidad. Lo reconocen en el propio Ejecutivo y en los pasillos del coloquio del Instituto para el Desarrollo Empresarial de la Argentina (IDEA), que volvió esta semana a la presencialidad después de su edición virtual 2020. A la dura derrota del oficialismo en las primarias se han sumado en los últimos días los abucheos a dirigentes K en ámbitos en los que tradicionalmente se sentían cómodos -Axel Kicillof en Villa Gesell y el secretario de Derechos Humanos, Horacio Pietragalla, en un acto contra el gatillo fácil- y el 3,5% de inflación de septiembre, lo que amenaza con licuar las medidas para poner “platita en el bolsillo”, para usar las palabras del candidato Daniel Gollán. En el entorno de Guzmán aseguran que, pese al 3,5%, el ministro está “tranquilo”. “Estamos mal, pero vamos bien”, sostienen y destacan que en su viaje a Estados Unidos cosechó el apoyo del G20 (Grupo de las principales 20 economías del mundo) a su pretensión de que el FMI deje de cobrar sobrecargos a los países deudores.
Entre los funcionarios que apoyan a Guzmán, incluido el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, descreen que la incorporación a esa cartera de Roberto Feletti como secretario de Comercio Interior y de Débora Giorgi como su subsecretaria vaya a solucionar el problema de la inflación. Ambos arrancaron su gestión duplicando la cantidad de productos del plan Precios Cuidados y anulando el aumento que habían pactado con la antecesora de Feletti, Paula Español, para octubre, con lo que las empresas amenazaron con romper el convenio y el secretario respondió que les aplicaría la ley de abastecimiento. Los mismos funcionarios albertistas que desconfían de Feletti y Giorgi -“viene a reivindicar sus viejos éxitos”, ironizan sobre la ex ministra de Industria- descartan que estemos cerca de un “que se vayan todos” como en 2001 porque consideran que ahora la cobertura social es mucho más amplia, pero reconocen parecidos políticos y económicos con 1988, después de que Raúl Alfonsín perdiera las elecciones legislativas de 1987 y antes de la hiperinflación de 1989. “Hay un hartazgo social importante y mucha decepción con la política en general. Veremos si podemos reaccionar a tiempo. Esperemos a que pase la elección y vemos si se ordena de una buena vez el FdT”, analizó un secretario de Estado por Whatsapp.
Consensos
Después de que el coloquio de IDEA recibiera en Costa Salguero con tibios y protocolares aplausos a Alberto Fernández, un funcionario especulaba con que después de los comicios iba a tener que convocar a la oposición a un gran pacto de gobierno. Incluso no descartaba sumar opositores a la gestión, como cuando Eduardo Duhalde sumó radicales a su gabinete en 2002. También especulaba con un eventual retroceso de La Cámpora a costa del peronismo más tradicional que encarnan gobernadores e intendentes. Casi al mismo tiempo, pero lejos de aquellas tierras que busca privatizar Horacio Rodríguez Larreta, el jefe de Gabinete, Juan Manzur, anunciaba en Nueva York a representantes de bancos y fondos de inversión que tras las urnas llamará a la oposición, al empresariado y al sindicalismo a definir políticas de Estado. Cosas similares se dijeron tantas veces… pero lo novedoso radica en admitir que se necesitan consensos con la principal fuerza rival. También Rodríguez Larreta planteó en IDEA la necesidad de un pacto que abarque al 70% de la sociedad argentina. ¿Quiso referirse a un acuerdo sin el 30% de kichnerismo?
Tampoco los gobernadores representan la esperanza blanca de la Argentina. “Dicen lo mismo desde hace 70 años”, comentaba el dueño de una empresa industrial mientras transcurría el panel de jefes provinciales en el coloquio de IDEA. Y eso que hablaban tres que defienden al sector privado, como el neuquino Omar Gutiérrez, el mendocino Rodolfo Suárez y el santafesino Omar Perotti. Claro, hay que entender que los hombres de negocios también repiten lo mismo desde hace décadas y acumulan varias ensoñaciones con final infeliz como con Carlos Menem o Mauricio Macri. “Vivimos un déjà vu cada semana”, comentaba un ejecutivo habitué de los coloquios.
Pese a todo, hay empresas nacionales e internacionales que están invirtiendo en sectores como el de hidrocarburos -el Plan Gas impulsó a Vaca Muerta en tiempos de crisis energética global, pero la inversión tiene un límite porque falta un gasoducto de US$ 1.500 millones para ampliar el transporte-, el agroindustrial, el automotor -el Gobierno presentó esta semana un necesario proyecto de ley para prohibir los motores nafteros y gasoleros en 2041- y el de economía del conocimiento -aunque a veces falta personal calificado, no sólo en informática sino en otros rubros como marketing y publicidad-. A pesar de que el establishment se ilusionó y desilusionó con Macri y perdió las pocas esperanzas que tenía con Fernández, igual encuentran hueco para los negocios, aunque el potencial sea mucho mayor.
El CEO de una de esas compañías inversoras pronosticaba en IDEA que el Gobierno buscará un acuerdo con el FMI después de las elecciones porque necesita asegurarse que terminará en 2023 y prevé que un pacto así ayudaría a estabilizar las variables macroeconómicas hacia el final del mandato. Tampoco predecía una catástrofe en caso de desacuerdo: “Lo que pasaría es que la economía se achicaría cada vez más”. Es uno de los que sueñan con “un consenso de centro” que se comprometa con la reducción del déficit fiscal porque así, según su opinión, aflojará la inflación. Pero hay posiciones disímiles en el arco político: la autocrítica de Juntos por el Cambio consiste en que Macri no ajustó desde un principio, mientras Guzmán plantea que el camino al déficit cero sea gradual y Cristina Kirchner lo acusa de gastar poco. “Hoy no sabés qué puede pasar después del 14 de noviembre”, se desconcertaba otro empresario menos optimista. “¿Entonces cómo tomás una decisión?”.
En la industria automotriz las aguas están divididas entre las multinacionales que más exportan, como Toyota o Mercedes-Benz, que mantienen buenas expectativas, y las que se quejan de que el secretario de Industria, Ariel Schale, les frena el ingreso de vehículos importados. Uno de los empresarios optimistas reconoce la incertidumbre política y económica, pero celebra que “todas las terminales automotrices están lanzando nuevos modelos” y lo atribuye a la legislación laboral flexible del sector y al consenso entre Gobierno, empresas y sindicatos. Augura que tras las elecciones el Gobierno comenzará a buscar el diálogo con la oposición. Le preocupa cómo dar empleo al que vive del subsidio y al que carece de formación, pero también los controles de precios y la carga tributaria. Otro de sus colegas compartía la esperanza: “Después de las elecciones, el Gobierno hará lo posible para llegar a 2023 y nosotros vamos a invertir porque sabemos hacer negocios en este país desde hace décadas”. En cambio, uno de los pesimistas advertía: “Mirá que ya no es como antes que las empresas automotrices no cierran plantas: Ford dejó de fabricar en Brasil este año”.
“Ningún gobierno me va a ayudar a hacer buenos negocios, así que yo pienso en el largo plazo de mi empresa porque mi sector, el de alimentos, tiene una productividad espectacular”, confesaba el dueño de una compañía en el coloquio. “Por eso, a mí no me importa que me cobren retenciones, porque acá gasto menos en insumos que en otros países”, destacaba. Es que la Argentina está barata para el que tiene dinero. El desafío es que alguien se anime a apostar por ella y que esa apuesta beneficie a la sociedad sin dañar el medio ambiente. No por nada, el informe internacional Climate Transparency advirtió esta semana que en la Argentina aumentan las emisiones del transporte vehicular, se subsidian los hidrocarburos de Vaca Muerta y está parada la inversión en energía renovable desde hace tres años.
Pero el país está más ocupado por la coyuntura que por una crisis climática que puede dañar más que la pandemia. Acompañado por Manzur, Guzmán reconoció este viernes ante los inversores de Nueva York que tiene una buena relación con el staff del FMI, pero encuentra mucha burocracia en su directorio, donde dominan las potencias occidentales. Precisamente, un diplomático de una de ellas lamentó que la reacción del Gobierno a la derrota electoral consistiera en “más gasto con emisión monetaria, más dirigismo, es lo contrario de lo que necesita el país”. “Comprendemos que hay elecciones, pero imprimir más moneda es muy peligroso para la estabilidad del peso. La impresión es que estas políticas no van a cambiar mucho después de las elecciones, pero habrá más presión de los mercados por un acuerdo con el FMI. Y para acordar con el FMI no sólo falta resolver los sobrecargos, como dijo el presidente Fernández, sino que hay que presentar un programa macroeconómico y reformas. Y entre el 14 de noviembre y las vacaciones de Navidad van a quedar sólo cuatro semanas. Pero no creo que vayamos al default en marzo”, admite el diplomático. Ese mes caen fuertes vencimientos del crédito que contrajo Macri. Al Fondo no le conviene que le dejen de pagar el mayor préstamo que dio en su historia. “Creo que el FMI aceptará un programa menos ambicioso porque los K se van a resistir a todas las reformas. Se ganará tiempo, pero en 2024, con el nuevo gobierno, vamos a tener que renegociar una vez más las deudas de la Argentina con el sector privado y con el Fondo. Sin un cambio de política económica, la Argentina no puede volver a crecer sosteniblemente”, opina el diplomático. Claro que tampoco con la receta que el Fondo pactó con Macri en 2018 la economía se encarriló.
AR