Alguna vez la economía se basaba en investigar la psicología de la sensación. Estos desarrollos fueron utilizados posteriormente por los economistas conductuales modernos y por los psicólogos que investigan el juicio y la toma de decisiones.
Pero fue en el primer año del siglo XX que Wilfredo Pareto propuso la primera fórmula para que la economía se desvincule de la psicología. Pareto argumentó que las teorías económicas debían deducirse de proposiciones empíricas firmemente establecidas sobre la elección y no sobre la sensación. Esta fue la piedra fundamental para que la economía se constituyera como una ciencia separada de la psicología y la sociología. Entonces, ¿de qué va la ciencia económica? La economía, o al menos la economía pura, debía ser la ciencia de la acción lógica, no sensible. El carácter deductivo que inauguró Pareto fue profundizado por la teoría económica marginalista hasta los años 30 y 40.
La separación duró poco. En la Teoría General Keynes habló de la influencia decisiva de los animal spirits en las decisiones de inversión, poniendo como foco central de su libro el estado de ánimo de los inversores como explicación de las fluctuaciones macroeconómicas y de las crisis. Pocas décadas después la profesión abrazaba el papel central de las expectativas futuras de los agentes económicos como centrales para entender los fenómenos agregados más importantes. Expectativas fallidas podían dar lugar a situaciones de recesión y desempleo.
En los 70 una teoría llamada “expectativas racionales” intentó dar a estas inestabilidades un límite de coherencia. Si todos formamos expectativas teniendo en cuenta toda la información relevante disponible para todos, y si procesamos esta información adecuadamente, entonces la economía no sufrirá oscilaciones demasiado graves, ni tampoco crisis.
En el presente, sin embargo, la discusión se ha sensibilizado. Los sentimientos económicos y sus consecuencias suelen ocupar las primeras planas de los medios. Por ejemplo, se ha vuelto no solo importante sino fundamental que los empresarios se sientan seguros para llevar adelante sus negocios. El principio de seguridad jurídica apunta justamente en este sentido.
Más en general, el grado de confianza que las empresas y los consumidores tienen acerca del estado de la economía pasó a ser una condición necesaria para que una economía logre establecer un sendero de crecimiento. Una economía confiable es una economía sin sorpresas; ya que las perturbaciones inesperadas podrían alterar y entorpecer el funcionamiento económico.
Pero esto no es todo. En los últimos tiempos quedó claro que no hay futuro si el gobierno o el Banco Central no tienen la suficiente credibilidad en la consecución de sus políticas. Desafortunadamente, según reza la teoría, una política poco creíble no tendrá un efecto nulo, sino una consecuencia seguramente negativa para la economía. Más aún, la sensibilidad de la economía a pequeños cambios poco creíbles en la política económica pueden tener derivaciones dramáticas. El llamado “efecto 28d” fue un caso en cuestión. Aparentemente, un cambio menor en las señales de la política monetaria del Banco Central el día 28 de diciembre de 2017 dio por tierra con el modelo de endeudamiento del gobierno anterior.
Ciertamente, que la economía esté afectada por un mundo de sensaciones no parece tan disparatado. Pero hemos quedado lejos de aquellos tiempos deductivos de Pareto y sus acólitos y la teoría económica se encuentra de repente con la necesidad de reconsiderar las percepciones humanas, las mismas que quiso empezar a descartar hace más de cien años.
¿Cuánto sabemos los economistas sobre la formación de expectativas de los verdaderos humanos? ¿Si necesitamos de la confianza, cómo hacemos para lograrla? ¿Podemos hacer más creíbles nuestras políticas económicas? Es raro hacer estas preguntas a un economista, pero en la práctica deberían responderlas porque cada vez más sus teorías se basan en entender las sensaciones del público.
Esta nueva moda de psicología pop en la economía ha sido tierra fértil para la aparición de analistas que pasan por profundos refiriendo a la necesidad de atender el rol de las sensaciones humanas. La solución está en generar confianza, relata el observador medio tras diagnosticar con jerga afectada que tenemos un problema de sostenibilidad fiscal y externo derivado de no respetar las restricciones presupuestarias y la condición de transversalidad de la economía.
Cuesta mostrarse conforme con la conclusión de que la economía necesita la consulta de una psicóloga social, y aún así este es el camino que ha tendido a desarrollar la teoría tradicional en las últimas décadas. Quizás apelar a los sentimientos sea la reacción natural ante una realidad que por momentos se vuelve ingobernable, pero debemos tener en cuenta algunos puntos cuando se trata de considerar su papel en la economía.
Primero, los sentimientos son cíclicos, no fijos. Las olas de optimismo y pesimismo son un hecho incontrastable de la macroeconomía, y responden a la actitud usual de varios actores de imitar y retroalimentar las percepciones ajenas. Así, es más importante determinar los cambios en las dinámicas de la emoción que su estado estacionario.
Segundo, las economías “sin shocks” simplemente no existen. No se puede esperar estar tranquila y confiada para actuar, porque esta circunstancia nunca llega. Más aún, en los últimos años el mundo parece ser sacudido por shock tras shock, sin solución de continuidad. La gran recesión de 2007-2009 fue reemplazada por la crisis de los países periféricos de Europa hasta casi 2013, tras lo cual sobrevino la pandemia y, como frutilla del postre, la guerra en Ucrania.
Tercero, no solo los shocks se han vuelto más frecuentes, sino que además la economía global se revela como mucho más vulnerable que en el pasado, en parte por su crecientes vínculos productivos y financieros. En este mundo, pequeñas disrupciones parecen tener efectos ampliados y persistentes.
Cuarto, la economía depende de la emoción, sí, pero no sólo de ella. Las políticas confiables a veces no funcionan, porque la credibilidad por sí sola no define su eficacia. Un ajuste fiscal puede ser todo lo creíble que se requiera, pero sus impactos recesivos de corto plazo siguen existiendo, y pueden minar su efectividad y su sostenibilidad.
Sin dudas, la economía necesita expandir su comprensión de la personalidad humana y de las interacciones sociales. El giro de Pareto es visto en el presente como un intento desatinado de separar la economía de la psicología y de la sociología, pero reducir la economía exclusivamente a las sensaciones es simplista y habilita las intervenciones de los charlatanes, siempre listos para introducir soluciones facilistas y milagrosas.
PM