Hace seis años el femicidio de Chiara Paéz, una adolescente de 14 años embarazada, impulsó a miles de mujeres a salir a la calle bajo la consigna Ni Una Menos. Este 3 de junio en el que la pandemia obtura la posibilidad del encuentro masivo, la manifestación se sostendrá a través de un “cartelazo” el el que se mantiene la consigna urgente que fundó el movimiento —“Basta de femicidios, travesticidios y transfemicidios”—, pero también se suman otras: “Salarios por encima de la inflación para promotorxs de género, trabajadores estatales y esenciales”, “Cupo laboral travesti trans”, “Basta de violencia económica de las corporaciones”, entre otras.
A lo largo de los años, la visibilización de la violencia machista permitió comenzar a combatirla no solo ahí donde tiene sus demostraciones más extremas, como la violencia física y la vulneración a la autonomía de los cuerpos, sino en todos aquellos aspectos donde aparece más solapada. ¿Por qué caben los reclamos económicos en la agenda de los feminismos?
“El movimiento feminista se hace cargo de discutir el cruce de violencias machistas y violencias económicas. Esto se debe a que va construyendo una comprensión de fondo, sistémica, de cómo se conectan las violencias contra mujeres, lesbianas, travestis y trans”, dice a elDiarioAR Verónica Gago, una de las integrantes del colectivo Ni Una Menos.
Para Gago, el papel de las dinámicas económicas es clave. “Ni una menos sin vivienda, ni una menos sin acceso a la tierra, ni una menos sin remuneración del trabajo históricamente invisibilizado. Y, en particular, desde Ni Una Menos nos viene pareciendo estratégico intervenir y ampliar el debate sobre deuda externa y deuda doméstica”, señala. “Cuando decimos ‘vivas, libres y desendeudadas’ estamos vinculando cómo queremos vivir, la necesidad de autonomía económica y el rechazo a los mandatos de género”.
Para Florencia Caro Sachetti, coordinadora del programa de Protección Social de Cippec, la masificación y el fortalecimiento del movimiento de los feminismos logró visibilizar muchísimas deudas en términos de derechos y también las múltiples caras de la desigualdad de género. “Una de estas dimensiones es la autonomía económica, entendida como la capacidad de acceder y hacer uso de recursos propios. En este marco, vemos que si bien en los últimos 50 años hubo una fuerte aceleración en la participación laboral femenina y en las posibilidades de generar ingresos de estas identidades feminizadas, hace casi dos décadas que la brecha en la tasa de actividad entre varones y mujeres es más de 20 puntos porcentuales”, señala.
Caro Sachetti detalla que incluso entre aquellas mujeres que tienen o buscan un empleo, sus condiciones laborales tienen siempre signos de mayor precariedad, porque se desempeñan más frecuentemente en la informalidad, reciben salarios más bajos, ocupan puestos en sectores peor remunerados, trabajan menos horas y están menos representadas en lugares de toma de decisiones.
Como contracara de esta situación, en términos de ingreso y participación laboral, aparece el hecho de que las mujeres son las principales responsables del empleo doméstico no remunerado, que es una actividad crucial para el sostenimiento de la vida pero que está fuertemente invisibilizada. Que las mujeres no puedan salir a buscar trabajo, que solo puedan trabajar en jornadas reducidas o en trabajos mal remunerados genera una feminización de la pobreza, que se ve reflejada también en la cantidad de niños y niñas (muchos de ellos a cargo de mujeres) que están en esa situación: 57,7% según los últimos registros oficiales.
Myrian Quintana es promotora de género en el barrio La Carbonilla, en Paternal. Acompaña a mujeres en situaciones de violencia y puede dar cuenta de primera mano de por qué se necesitan salarios por encima de la inflación para ellas y recursos para organizar su trabajo diario. “Necesitamos un lugar físico para no estar siempre en la calle y que las mujeres sepan a dónde ir si necesitan ayuda o si pasa algo”, dice Quintana, que asegura que muchas cosas salen de sus bolsillos: “Los carteles para esta jornada los pagamos nosotras tras, los volantes con los que nos acercamos a la gente también. Si tenemos que acompañar a alguna chica a hacer una denuncia, al hospital o a la psicóloga también nos hacemos cargo del boleto de colectivo”, cuenta.
Myrian se convirtió en promotora de género luego de sufrir ella misma años de violencia física y psicológica por parte de su exmarido. Durante mucho tiempo no se quiso separar por miedo a perder los dos comercios que habían construido juntos. Finalmente lo dejó y, efectivamente, se quedó sola con sus cuatro hijos, sin una fuente de ingresos ni lugar donde vivir. Su trabajo de promotora de género le permitió volver a organizar su vida y a acompañar desde la empatía a otras mujeres que, como ella, entienden que la violencia se extiende mucho más allá de los golpes.
DT