La cordobesa Clara Cantore es conocida por aportar un formato diferente a la música de raíz, consistente básicamente en acompañar su voz con un bajo, algo muy poco habitual. La compositora e intérprete grabó varios discos, viajó por el mundo y se hizo un nombre. Y entonces llegó la pandemia y, con ella, un vuelco total en su vida.
Todo empezó cuando estaba en su casa de Unquillo, Córdoba, sin saber bien qué hacer en el confinamiento y se le ocurrió mandarle videos con canciones a la científica Andrea Gamarnik, que estaba trabajando 24/7 en temas relacionados al coronavirus, para que tuviera un remanso en medio de la vorágine.
Llamó a otros artistas -Sandra Mihanovich, Juan Carlos Baglietto, Juanchi Baleirón, Eruca Sativa, Nahuel Pennisi, entre otros- para que también grabaran videos y así nació Música por la Ciencia, un proyecto en el cual la música está al servicio de difundir conocimientos científicos. La iniciativa creció tanto que llegó a convertirse en programa de televisión. Pero ahora, con todo lo que aprendió en esos años, Cantore va por más y tiene entre manos un proyecto que promete revolucionar el quehacer artístico.
“Siempre, desde que empecé a hacer música, a los dos o tres años, pensaba en cómo puedo hacer para con la música traccionar, hacer alguna palanca en la realidad y que realmente mejore la calidad de vida de la gente”, cuenta a elDiarioAR.
Música por la Ciencia empezó con un grupo de amigos que trabajaban gratis muchas horas. En algún momento empezaron a pensar en cómo generar recursos para financiar ese proyecto.
“Pensamos: ¿qué pasa si esto, además de visibilizar proyectos científicos y artísticos, eventualmente algún día pudiera generar recursos que puedan circular por proyectos que usen arte y ciencia para mejorar la calidad de vida? Con Andrea dijimos: bueno, si vamos a empezar a buscar recursos, tenemos que tener una institución. Entonces constituimos la Fundación por la Ciencia”.
Y así fue que consiguieron los patrocinadores para hacer una segunda temporada del ciclo filmada en el laboratorio y una tercera en un estudio de televisión.
Y después siguieron soñando y concretando. “Una de las cosas que nos planteamos es que el proyecto tenía que ser soberano, más allá de que recibiera colaboraciones de distintos lugares”. Justo estaba comenzando el boom de los NFTs o tokens no fungibles (non fungible token, en inglés), activos digitales que representan objetos del mundo real como arte, música, videos, que se compran y venden en línea. “Es un concepto de comprar y vender arte digital dentro del mundo de las criptomonedas y del mundo blockchain, que mueve muchísimos recursos”, explica Cantore.
Entonces se plantearon buscar su propia forma de financiación a través de esa vía. “Porque la cuestión de la financiación tradicional, donde vos vas a una empresa o al Estado y decís '¿hola, qué tal? tengo un proyecto' es cuando menos desgastante. Es una gestión que tiene mucho más que ver con burocracia y con tener que explicar cosas y con tener contacto y con un montón de cosas que drenan la energía del proyecto esencialmente”.
Y así empezaron a diseñar una plataforma con el fin de generar y administrar sus propios recursos. “Es una plataforma que queremos que quede disponible para todo el mundo, porque esencialmente nos enseña a habitar este mundo digital. Y a tomar decisiones y a votar y a dirimir cuestiones que tienen que ver con cosas que nos interesan a todos. La idea es realmente que la gente que tiene ganas de organizarse se encuentre, tome decisiones y pueda ir implementando cosas que funcionen”.
La plataforma se llama Comunidar y está empezando a dar sus primeros pasos. “Venimos trabajando en pensar cómo se haría y un montón de cosas en el equipo, pero ahora entendimos que tenemos que armarla con la comunidad. Entonces estamos diseñando un sistema en donde poder comunicar cómo armar esta plataforma entre todos. Recién estamos largando el juego y vamos a hacer algunos juegos ahí adentro de la comunidad: juegos de democracia digital del futuro”.
Por ejemplo, ahora están debatiendo en torno a la cuestión de los derechos de autor. “Compuse una canción con una compañera de las redes. Entonces vamos a charlar sobre cómo distribuir los derechos de autor y de intérprete en el mundo digital con esta pieza de ejemplo. Porque todas las instituciones quedaron obsoletas. No se han digitalizado. Por ejemplo, si yo hago un tema con alguien y viene Bizarrap y me lo graba, yo no tengo ninguna legislación que a Bizarrap lo obligue a darme lo que me corresponde de SADAIC (la entidad que gestiona los derechos de autor)”.
Necesitamos generar otra clase de espacio. Los espacios que ya están están completamente viciados
Cantore aclara que la idea no es trabajar sobre las instituciones que ya existen. “Spotify, YouTube y todas estas estructuras ya tienen un sistema donde ellos distribuyen y hacen lo que se les da la gana. Lo que podemos hacer es trabajar sobre lo que nos corresponde a nosotros. DistroKid, que es la plataforma que nuclea a todas, me da 10 dólares por mes por canción, más o menos. ¿Esos 10 dólares cómo los distribuimos? Entonces empezamos a hacer juegos de escalabilidad, porque no es lo mismo distribuir 10 dólares que distribuir 100.000 o 10 millones”.
Su propuesta: “Si yo tengo una obra que genera 10 millones de dólares, en mi cosmovisión el 10% es para los que trabajaron y los que administran y el 90 es para distribuir”. El manifiesto de la fundación, de hecho, habla de distribuir recursos en proyectos que usan arte y ciencia para mejorar la calidad de vida de la gente.
“Pongo este ejemplo porque en octubre va a empezar un juego nuevo en el que realmente el objetivo es juntar 10 millones de dólares hasta diciembre. Pero solamente se pueden juntar si estamos todos entendiendo a dónde van a ir, cómo van a distribuirse. Entonces el tema es que solamente se puede jugar al juego si la comunidad se organiza”.
La bajista empezó a contar este proyecto en un espacio nuevo que se llama El Tao de la Música. La cita para quienes quieran sumarse es todos los jueves a las 17 y los datos están en el Instagram de Clara Cantore. La única condición para participar es respetar ciertas reglas morales. “Básicamente el juego tiene una sola regla que es respetar la diversidad de perspectivas y no invadirle el jardín al otro”.
En ese contexto, Cantore, que hace muy poquito presentó en vivo sus últimos dos discos, Entre algarroba y durazno (2020) y La música del vacío (2022), asegura que el concierto de este viernes en el Café Berlín será el último.
“Es mi concierto de despedida. Porque ahora descubrí dónde quiero que esté mi música. Quiero que esté sonando con todas las comunidades que están organizándose. No quiero formar más parte de la industria del entretenimiento. No soy solamente alguien que hace música. Soy alguien que piensa cómo organizar equipos y tengo ganas de usar la herramienta pequeña que tengo para ayudar a organizarse comunidades de una forma nueva”.
Como ejemplo pone que este sábado una fecha que tendrá el 19 de septiembre en la cárcel de Bouwer, Córdoba. “Voy a estar tocando en un proyecto que tienen unos amigos maravillosos. Tienen un vivero adentro de la cárcel y están cuidando los brotecitos de los tabaquillos. Los tabaquillos son uno de los árboles de las sierras de Córdoba. Están literalmente en la cárcel cuidando los arbolitos para reforestar la tierra”.
Después, en octubre, se irá a París a tocar en un congreso sobre salud mental. “Y voy a estar haciendo esa clase de cosas, o sea, tocando donde hay cosas para mover”.
“No podría estar haciendo una carrera de música y estar diseñando esto. Necesito trabajar en otras dinámicas. Y además sé que estos circuitos de sustentabilidad van a mejorar la calidad de vida de todos mis compañeros artistas que están sumidos en la pobreza. Porque realmente los artistas están sumidos en un desamparo muy zarpado. Necesitamos generar otra clase de espacio. Los espacios que ya están están completamente viciados”, afirma.
Cuenta que hace poco estuvo en Nueva York en una conferencia de la industria musical. “Estaban todos los CEOs de las mega empresas hablando de cómo funciona la industria. Yo estaba ahí y decía: ¡Claro! Mi música no está acá porque no es el lugar que le corresponde. Pero porque mi espíritu no vibra ahí. Y está excelente que exista, porque hay muchas cosas dentro de la industria de la música que le han hecho mucho bien. Pero la industria de la música en sí le ha hecho a la música lo mismo que la industria de la alimentación le ha hecho a la alimentación o lo mismo que la industria de la farmacéutica a la salud y la industria del agro a la naturaleza. Entonces este es un proyecto para que todas las personas que quedaron excluidas de las industrias empiecen a armar sus propias plataformas”.
¿Y de dónde saca esta cordobesa toda la energía para tanto despliegue de trabajo? “De la naturaleza”, dice muy segura. “Realmente lo difícil es estar en la ciudad. Estoy un ratito ahora y me vuelvo”. En su casa en Unquillo se levanta con el sol, medita, toma mates y se sienta con la compu para seguir desarrollando este proyecto. “El tiempo es para mí. Soy un ser realmente millonario. Muy millonario. Porque soy un ser que está en paz y quiero que todo el mundo esté en paz. Y porque quiero que todo el mundo esté en paz, entiendo que hay que plantear sistemas superadores de los que están ahora”.
Y volvemos al coronavirus. “Cuando empezamos con el proyecto, la base fue entender cómo funciona un virus, el sistema inmune y las vacunas para estimular el sistema inmune. Esos tres conocimientos son los que me dieron la clave para pensar cómo diseñar algo que le de a este organismo enfermo que es el mundo una información superadora, para que naturalmente se catalice un proceso donde las células empiecen a entender que esta información es superadora y rápidamente se regeneren los tejidos vinculares”.
En ese sentido, insiste en el mensaje positivo: “La única temática de charla es qué mal nos va y que nos vamos a la B y que se vienen tiempos de mierda. Maestro, no se vienen tiempos de mierda si ponemos el foco en qué podemos construir. Nadie puede ir en contra de lo que pasa, pero uno sí puede sacar el foco de ahí y decir: che, a ver qué podemos hacer. Y la idea es esa, sacar a la gente de la prisión mental de pensar que no hay salida. Claro que hay salida, pero es colectiva. Claro que hay salida, pero tenés que levantar la cabeza de tu ombligo”.
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