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Crítica

La sombra de Trump marca ‘Capitán América: Brave New World’, otra prueba de la bancarrota creativa de Marvel

Anthony Mackie es el nuevo Capitán América

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Cuando Spike Lee presentó Infiltrado en el KKKlan en el Festival de Cannes de 2018, Donald Trump ya llevaba tiempo en la Casa Blanca. Aun así el director pudo bautizarlo con el mejor mote desdeñoso que se le haya puesto nunca al magnate estadounidense: el Agente Naranja. Lee recordaba que ‘Agente Naranja’ nombraba originalmente un defoliante con el que el ejército de los EEUU había fumigado las junglas de Vietnam en los años 60, queriendo que la vegetación destruida dejara ver los escondites del Vietcong, y además lo privara de cultivos con los que alimentarse.

A esta arma química, tan útil durante la Guerra de Vietnam, se la llamó así por la marca naranja que identificaba sus barriles. Lee pensaba en ella —así como en su toxicidad y su poder de destrucción—, al contemplar el rostro de Trump, con ese bronceado excesivo que le otorgaba un grasiento color naranja a la piel. Ahora el Agente Naranja volvió con fuerzas renovadas, elegido para un segundo mandato en las elecciones de noviembre de 2024. Y es algo que inevitablemente se tiene presente en Capitán América: Brave New World, ya que mientras en la realidad tenemos a un Agente Naranja ebrio de poder en el Despacho Oval, en el cine tenemos a un Hulk Rojo.

La cuarta entrega de Capitán América nos presenta unos EEUU alternativos pero no mucho. Su presidente, Thaddeus Ross, es un antiguo militar de pasado turbulento y problemas para gestionar su ira que —tal y como los tráilers no se contuvieron en revelar— se convertirá en Red Hulk. El actor que Marvel Studios fichó para interpretarlo no se parece físicamente a Trump, pero también es interesante desde otro ángulo: se trata de Harrison Ford, que ya puso rostro al presidente de los EEUU en una película previa. Air Force One, en 1997, entregaba un retrato heroico del hombre en el cargo, llamado James Marshall. Air Force One rebosaba entonces confianza en la democracia de EEUU, ya que dicha democracia había llevado a la cima a un hombre totalmente íntegro.

Evidentemente, Brave New World carece de esa confianza. Su rojizo presidente terminará precisando que el superhéroe de turno le pare los pies, en lo que apuntaría a ser un comentario lucidísimo de Marvel Studios sobre la actualidad de su país. Solo que, claro, Brave New World se escribió y rodó hace meses. Que dialogue de esta forma con la realidad solo fue un accidente fruto de la cantidad de retrasos que sufrió, una coyuntura con la que la película no se siente cómoda en absoluto. Porque a Marvel le gustaría permanecer apolítica, es solo que el mundo no lo deja.

Del Nuevo Orden Mundial al mundo feliz

A este nuevo Capitán América le estorba, en efecto, su país. Más bien el mundo en general, ya que desde que Sam Wilson (anteriormente conocido como Falcon, e interpretado por Anthony Mackie) heredó el escudo de su amigo Steve Rogers no hubo más que problemas. Mackie lleva apareciendo en el Universo Cinematográfico de Marvel desde 2014; debutó en la aclamada Capitán América: El soldado de invierno. Fue desde entonces un aliado incondicional del personaje de Chris Evans, de forma que cuando este quiso jubilar a Rogers en Vengadores: Endgame, fue Wilson el encargado de sustituirlo. No lo hizo de golpe, sin embargo. Necesitó toda una serie para ello.

Falcon y el Soldado de Invierno (2021) fue la segunda serie estrenada en Disney+ tras Bruja Escarlata y Visión, que prometía que los acontecimientos narrados tendrían incidencia directa en las taquilleras películas orquestadas por Kevin Feige. A lo largo de esta historia, Wilson se convencía a sí mismo de que merecía el escudo, aunque lo que terminó siendo más comentado fue la pobre calidad de la serie. La primera gran muestra de que Marvel Studios podía fallar, concretada en torno a unos agujeros de guion que, según se especuló, obedecían a una severa reescritura cuando la serie estaba prácticamente terminada. Originalmente, la intriga orbitaba sobre una pandemia. La serie se había gestado antes de la crisis del coronavirus, así que se optó por eliminarla de la trama. 

Con lo que los primeros pasos de Anthony Mackie como Capitán América ya estuvieron marcados por unas circunstancias exteriores a la producción marvelita que no se podían controlar, y que provocaban nexos inquietantes con el mundo real. Algo que se repitió con creces durante el desarrollo de Capitán América: Brave New World. Mucho antes de que vinculáramos a Red Hulk con el retornado Agente Naranja, la película que dirige Julius Onah (The Cloverfield Paradox) había causado malestar incluso desde el título. El primero con el que se anunció no era Brave New World, sino New World Order. Nuevo Orden Mundial.

Hubo quien no tardó en avisar de las inquietantes connotaciones de esas palabras. Lo de Nuevo Orden Mundial es un concepto polivalente en los círculos conspiranoicos, que más recientemente chocó (aquí está otra vez) con el drama de la pandemia a través de discursos negacionistas y antivacunas. Marvel Studios lo cambió a Brave New World sin solucionar el problema del todo: Brave New World es el título original de Un mundo feliz, el clásico de ciencia ficción de Aldous Huxley. El reboot de Capitán América había pasado a llamarse como una distopía.

Más grave que el baile de títulos fue, sin embargo, lo del fichaje de Shira Haas (vista en la serie Unorthodox). La gran novedad de Brave New World iba a ser —al margen de Ford retomando un papel que William Hurt había interpretado periódicamente en el UCM hasta su fallecimiento en 2022— la incorporación de un personaje de los cómics llamado Ruth Bat-Seraph, como aliada de Sam Wilson. ¿El problema? Que en los cómics Bat-Seraph es una espía del Mossad, la agencia de inteligencia de Israel, y su apodo superheroico es Sabra. La palabra hace referencia a los nativos judíos de Israel que ya ocupaban sus límites antes de la constitución del Estado en 1947. También a un campo de refugiados donde miles de palestinos fueron asesinados en 1982.

Ante los encendidos reproches por querer ensalzar al ejército israelí, Marvel prometió que reescribiría al personaje. Y en efecto la palabra Sabra no se menciona en la película, tampoco su afiliación al Mossad: simplemente es una agente de ascendencia israelí. El contexto sigue, en cambio, siendo peliagudo —con la escalada que sucedió a los atentados del 7 de octubre, y el posterior (y bastante dudoso) alto el fuego entre Israel y Hamas—, pero esta no es la causa de que Brave New World falle en todo lo que se propone. De hecho es lo único que le otorga un mínimo interés.

Superhéroes acorralados por la geopolítica

Por muy pintorescas que hayan sido las polémicas de su gestación, lo que a la larga más daño hace a Brave New World es la sucesión de reescrituras que sufrió, y los reshoots correspondientes. Marvel se gastó una millonada en rodar nuevas escenas a pocos meses del estreno en 2025 —se rumorea que el presupuesto total asciende a casi 400 millones de dólares, lo que viene a ser una probable sentencia de muerte en taquilla—, luego de que la película no convenciera a nadie en las primeras proyecciones de prueba. Como suele suceder en estos casos, el ensamblaje se nota.

El guion de Brave New World es un desastre a costa de los virajes que fue experimentando la producción, teniendo que lidiar tanto con un personaje central sin carisma —el único rasgo diferencial de Sam Wilson es su inseguridad con respecto a ser un digno sucesor, lo que resulta tristemente adecuado—, como con la desconcertante decisión de que buena parte del conflicto provenga de un film tan poco recordado como El increíble Hulk de 2008. Esto es, la película que siguiendo a Iron Man quería empezar a edificar el UCM y ni siquiera pudo entregar un Hulk duradero (Edward Norton fue sustituido por Mark Ruffalo). La película de la que, sin embargo, Brave New World hereda el olvidable villano de Tim Blake Nelson o el personaje de Ford-Hurt.

No sería un buen material del que partir, incluso sin que la grabación de escenas extra lo hubiera rematado todo. A consecuencia de esta hay diálogos inconsistentes, personajes que cambian de actitud súbitamente durante una misma escena, y secuencias de acción pésimamente planificadas. El CGI tampoco está a la altura ni mucho menos, y el acabado de Brave New World es mustio en la línea de descalabros categóricos como la citada The Marvels o moribundos artefactos planificados por comité como Deadpool y Wolverine. Film este último cuyo éxito en taquilla, por otro lado, apuntaba provisionalmente a que Marvel había recuperado el vigor.

Brave New World es la prueba de que, por mucho que Deadpool y Wolverine o el próximo regreso de Robert Downey Jr. como Doctor Muerte quieran masajear los apetitos del fandom, el modelo de Marvel Studios sigue en crisis. Y es una prueba, en cambio, muy curiosa de contemplar, por cuanto ahora las grietas narrativas y expresivas (propias de un estándar agotado) están enmarcadas por las inclemencias del mundo real. En Brave New World abundan rimas con el agitado momento geopolítico que vivimos. Parte de las dificultades de Harrison Ford como presidente proviene de una disputa con Japón por el control de un recurso tan preciado como el adamántium, y recuerda a la presente carrera por impulsar la Inteligencia Artificial que enfrenta a EEUU con China.

Aparte está, volvemos a eso, lo de Red Hulk. Ese acomplejado presidente, preso de traumas familiares —que el guion cifra, por supuesto muy mal, en el regreso del personaje de Liv Tyler tras El increíble Hulk—, pondrá a su propia nación en peligro a costa de autoritarismo e ira homicida, conduciendo a unos minutos finales llenos de violencia iconoclasta. El enfrentamiento final entre Red Hulk y el Capitán América en Washington D.C., destrozando monumentos y localizaciones icónicas por el camino, pasa por ser lo más cerca que estuvo nunca Marvel Studios en sus casi 20 años de entretenimientos vacuos de decir algo relevante sobre nuestro mundo. Todo fue involuntario y todo es en resumen bastante patético, pero habrá que apreciarlo igual. 

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