Taylor Swift encarnó a la verdadera “Bestia Pop” al protagonizar este jueves el más grande espectáculo audiovisual que se haya apreciado en Argentina con el desembarco de “The Eras Tour” que congregó a 70 mil personas en el estadio Monumental de River Plate en el primer show de una serie de tres que continuará este viernes y el sábado.
Durante más de 200 minutos y de la mano de 44 canciones, la estrella norteamericana hizo un abrumador repaso de su historia musical en el contexto de una puesta descomunal que sumó a la multitud a jugar en ese mundo de fantasía que Swift puso al alcance de la mano y volvió íntimo, cercano y posible.
Desde las 20.40 y hasta apenas pasada la medianoche, la artista de 33 años encarnó su personal y exitosísimo repertorio dentro de un dispositivo visual y esceno-técnico de película logrando, en un mismo y extensísimo acto, forzar los límites imaginables del espectáculo y volverlo palpable para el enfervorizado gentío.
El impacto de la propuesta integral consiguió entonces que lo musical e interpretativo condenado a quedar como un adorno dentro de semejante aluvión de estímulos visuales, traspasara esa maquinaria infatigable y conectara íntimamente con cada asistente gracias al ángel de Taylor y al calor de sus canciones.
Entonces la materia prima de lo que se supone es un recital –en este caso efectivas canciones de un pop blanco que coquetea con otros ritmos en boga sin jamás perder su eje- podría haber quedado sepultado en un prodigio tecnológico pero la artista y sus “Swifties” hicieron añicos la barrera artificial y conectaron en una velada de ensueño.
Es que esa suerte de musical XXXL atravesado por herramientas visuales y escenográficas de dimensiones monstruosas como el escenario de 100 metros de longitud al que le brotaron plataformas de hasta 10 metros de altura o la pantalla panorámica curva y gigante de alta definición, logró incorporar al público –con sus gritos y las pulseras luminosas acompañando el color predominante de cada pasaje- gracias al influjo generado por las canciones de la anfitriona.
Y la apuesta fue redoblándose a cada instante en un continuo febril e inabarcable que, sin embargo, logró poner en cuestión una vieja máxima que asegura que “la sorpresa permanente no sorprende”.
Les quedará a la legión de fans (luciendo atuendos con brillos como impone la estética taylorista, mayoritariamente mujeres y, entre ellas, con predominio de adolescentes) determinar si las canciones en sí consiguieron el protagonismo esperado en medio de ese vendaval sensitivo de una perfección escasamente humana.
El concierto con el que Swift decidió saldar la deuda que sentía con los escenarios debido a que la pandemia truncó el “Lover Fest” (para acompañar su séptimo álbum de estudio, “Lover”, de 2019), acumuló desde entonces entre discos de estudio y regrabaciones a “Folklore” (2020), “Evermore” (2020), “Fearless (Taylor's Version)” (2021), “Red (Taylor's Version)” (2021) y “Midnights” (2022), se saldó con creces en este mega-show que recorre su historia musical y personal.
En él, la autora, cantante, bailarina, guitarrista y pianista (todos atributos que lució con gracia y precisión) armó un dispositivo dividido en 10 eras (“Lover”, “Fearless”, “Evermore”, “Reputation”, “Speak Now”, “Red”, “Folklore”, “1989”, “Canciones sorpresa” y “Midnight”) con sus respectivas ambientaciones, aunque dentro de cada tramo los efectos también se multiplicaron.
Con atuendos muchas veces diminutos y siempre brillosos que dejaron ver su agraciada figura pero sin nunca poner el eje en los atributos físicos, Swift fue la incansable figura de un maratónico despliegue de variedades y atracciones.
En medio de ese fragor y de una gira por estadios que comenzó el 17 de marzo en Glendale (Estados Unidos), el 24 de agosto inició en México su tramo latinoamericano (que además de los tres River incluirá seis noches en Brasil repartidas por partes iguales entre Río de Janeiro y San Pablo) y pasará por Asia, Oceanía y Europa antes de volver a Norteamérica para cerrarse en diciembre de 2024 en Canadá, ella habló emocionada.
Saludó con un tímido y españolísimo “Hola” en medio de “Miss Americana & The Heartbreak Prince”, pero ya en inglés fue locuaz y elogiosa: “Buenos Aires, todos ustedes me hacen sentir increíble; excelente” dijo primero y más tarde añadió: “Soy muy afortunada porque es la primera vez que vengo y esta es una de las audiencias más épicas que existen, están en otro nivel” y también: “Sé que estuvieron acampando, no lo creí hasta que vi el vídeo. Muchas gracias por eso, son muy apasionados”.
La desmesura de recursos capaces de hacer aparecer y desaparecer elementos a la vista de todos, una lluvia dorada, la caída de nieve, una zambullida que la llevó nadando desde el extremo de la larga pasarela hasta el corazón del escenario fueron apenas un puñado de una andanada de recursos puestos en torno a las historias personales que Swift asume y reparte en forma de melodías.
“Cruel Summer”, “Love Story”, “Champagne problems”, “Delicate”, “Enchanted”, “Style”, “Anti-hero”, “22” y “Karma” (con la que cerró) fueron algunas de la piezas que descollaron dentro de un cancionero en el que los temas “sorpresas” -los únicos que varían en cada función- anoche fueron “The Very First Night” y “Labyrinth”.
Antes de tan desmesurado e inimaginable alarde, la propuesta musical fue inaugurada por el argentino Louta (“Que Taylor vea que somos el mejor público del mundo” y “gracias por darme la oportunidad de estar acá”, saludó) que encabezó un festejado set rodeado de músicos y bailarines y tuvo a la también norteamericana Sabrina Carpenter como un aperitivo acorde -en sonoridad y estética- al vendaval por venir y se ganó varias ovaciones.
El imponente espectáculo planteado llevó a otro nivel el tipo de prestación de visitas de este calibre al país y plantea el interrogante acerca de qué más podría ofrecer la propia Taylor Swift a la hora de seguir saliendo a escena, pero la sensación que quedó flotando a orillas del Río de la Plata y con un viento frío soplando es que se trató de una noche única y que semejante figura seguramente encontrará la manera de seguir forzando límites que ella misma traspasó.
Por Sergio Arboleya, agencia Télam