La hiperactividad puede describirse como un nivel excesivo de actividad en comparación con lo que normalmente se espera. Cuando el exceso de energía empieza a afectar varias esferas de la vida, como el rendimiento escolar, laboral o las relaciones sociales, es cuando se sospecha que puede haber algo detrás de este comportamiento inusual.
En muchos casos, cuando estamos frente a un niño con hiperactividad suele pensarse que se trata solo de un crío que corre todo el tiempo y que se mueve constantemente. Pero detrás de estos síntomas tan visibles hay mucho más. La hiperactividad radica en estar constantemente activo en formas que no son apropiadas en el tiempo ni en el entorno. Y es precisamente este carácter constante el que hace la gran diferencia con una persona no hiperactiva.
Por ejemplo, un niño hiperactivo corre y grita cuando juega, incluso en actividades de interior; camina en clase mientras el profesor habla; se mueve rápido; juega de manera brusca y puede lastimar sin querer a los otros niños. Un niño con hiperactividad no sigue las instrucciones dadas, evita las tareas repetitivas y aburridas y a menudo olvida las cosas.
¿Puedo ser hiperactivo?
Este patrón de comportamiento aparece generalmente durante la infancia, antes de los 12 años, lo que ha llevado a pensar que se trata de un problema que afecta sobre todo a los niños. Hasta los 18 años, su prevalencia en todo el mundo es del 5,29%, especialmente más en niños que en niñas.
A pesar de que el 80% de los pacientes dejan de ser hiperactivos al llegar a los 12 a 14 años, la impulsividad suele durar más años, aunque se atenúa con el tiempo. Sin embargo, actualmente también se diagnostica a un número creciente de adultos: hasta un 60% de los niños afectados manifestará el trastorno en su vida adulta.
Pese a todo, y como hemos visto, con los años la hiperactividad cambia. No es común ver un adolescente o un adulto trepando por las cortinas o saltando sobre los muebles. En muchos casos, algunos síntomas irán disminuyendo. En los que no lo hace, tienen que luchar duro para mantener las ganas de moverse bajo control.
Aparece nerviosismo permanente, pueden agitar los pies; parecen frustrados o impacientes si tienen que permanecer mucho rato sentados; interrumpen conversaciones o no escuchan; hablan sin tener en cuenta si molestan o no; tienden a procrastinar, a comenzar constantemente nuevas tareas y nunca terminarlas, etc.
La hiperactividad en adultos tampoco se reduce a una excesiva inquietud e impulsividad. Se refleja en forma de una atención irregular, una desorganización diaria evidente y un humor que va y viene sin motivos aparentes, etc. Estos síntomas invaden la vida y dificultan algunas tareas diarias y las relaciones con otras personas.
Qué hay detrás de la hiperactividad
En muchos casos suele verse la hiperactividad como el resultado de la falta de disciplina o porque se trata de niños desafiantes. Pero nada más lejos de la realidad. Un niño con hiperactividad quiere calmarse pero no puede. Una de las principales causas de hiperactividad es el trastorno por déficit de atención con hiperactividad (TDAH), una afección neurológica con unos síntomas definidos que interfieren en el funcionamiento diario de una persona, tanto en el trabajo como en casa.
La falta de atención se vive con la imposibilidad de acabar un trabajo, con falta de persistencia, dificultades para mantenerse concentrado y desorganización. La hiperactividad se asocia con el movimiento excesivo cuando no es apropiado, tocar, hablar. En adultos, puede aparecer una inquietud extrema o agotar a las otras personas con su actividad.
Por otro lado, la impulsividad se refiere a realizar acciones de forma apresurada, sin pensar antes, o a un deseo de recompensas inmediatas. Una persona impulsiva puede ser, desde el punto de vista social, intrusiva, interrumpir a otros en exceso o tomar decisiones sin pensar en las consecuencias a largo plazo.
La hiperactividad es un síntoma central del TDAH, una patología psiquiátrica grave que, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), afecta a entre un 5% y un 7% de los niños y entre un 4% y un 5% de los adultos. Aunque las causas no se conocen con certeza, habría una relación con factores principalmente genéticos y ambientales (prenatales, perinatales y posnatales).
Los factores ambientales incluyen el consumo de tóxicos como el alcohol durante el embarazo, los traumatismos craneoencefálicos en la infancia, las infecciones del sistema nervioso central, etc. Se calcula que el TDAH tiene una heredabilidad del 76%, es decir, está relacionado con los genes; el resto se debe a factores no genéticos.
Hay una teoría que dice que el culpable del TDAH es el cerebro. Un estudio sobre el tema parece confirmar la existencia de este trastorno y lo vincula a un cerebro más pequeño. Los expertos, al comparar más de 150 niños hiperactivos con 140 niños mucho más tranquilos durante 10 años, observaron el tamaño de sus cerebros por resonancia magnética. Los más movidos, tienen un 3% más pequeño un hemisferio del cerebro, lo que afectaría en particular al cerebelo, el área ubicada en la parte posterior de la cabeza.
Cómo se puede tratar
El tratamiento para la hiperactividad debe centrarse en el individuo, en cada caso particular, porque no todos son iguales. Debe ser el especialista el que determine cuál es la mejor terapia para cada persona. En la mayoría de los casos, el tratamiento debe enfocarse en dos ámbitos fundamentales: el farmacológico y el cognitivo-conductual.
El primero es efectivo para reducir los síntomas centrales como son el déficit de atención, la hiperactividad y la impulsividad; el segundo es clave para mejorar las funciones diarias, como empezar y acabar tareas, organizarse mejor, planificar el trabajo, etc. La organización es fundamental para no olvidarse las cosas, ahorrar tiempo y llevar una vida lo más tranquila y ordenada posible.
M.Ch.