Se puede contar la historia de una persona o de un país con lo que come. Así lo demuestra Miguel Ángel Lurueña, conocido en redes sociales como @gominolasdepetroleo, en su nuevo libro Del ultramarinos al hipermercado. Un recorrido por los sabores, recuerdos y costumbres de toda una generación (Destino) en el que, a través de sus vivencias personales y observaciones a lo largo de los años, relata el cambio experimentado en nuestra cesta de la compra y menús en las últimas décadas.
“Este libro no es tan solo una sucesión cronológica de cambios alimentarios, sino que plantea reflexiones en torno a muchos aspectos de la alimentación”, nos explica el autor mientras se pregunta en voz alta por qué antes se merendaban bocadillos de Nocilla y ahora no, por qué no triunfó la Nocilla de fresa, por qué es importante no obsesionarse con la alimentación saludable o fundamental regular la publicidad de alimentos insanos para el público infantil. Estas cuestiones y sus respectivas preguntas y reflexiones son una buena pista de lo que se puede encontrar entre sus páginas.
Todo ello abordado con un enfoque científico —Lurueña es Doctor en Ciencia y Tecnología de los Alimentos—, por lo que quienes busquen respuestas fáciles a preguntas complejas se han equivocado de libro y autor. Lejos de esos mensajes entre lo folclórico y lo nostálgico que tanto gustan en Instagram, y que aseguran que nuestros abuelos comían mejor, el libro reivindica el bocadillo de chorizo, pero recuerda que uno de humus es una opción mucho más saludable.
Pero ¿realmente comíamos mejor antes? “Es verdad que, por lo general, la dieta estaba compuesta por una mayor proporción de alimentos saludables, sobre todo porque la oferta de alimentos insanos que encontrábamos en las tiendas era infinitamente menor”, apunta el autor. Y sí, también eso tan repetido de que los tomates ya no saben a tomate, pero con muchos matices. “A veces esa falta de sabor se debe a que los compramos inmaduros o fuera de su temporada óptima. O bien a que se trata de variedades donde se han priorizado otras características, como el color. Pero hoy disponemos de muchísimas variedades más que en el pasado, muchas de ellas con mejor sabor y mejores características que las de entonces”, defiende.
Es verdad que, por lo general, la dieta [antes] estaba compuesta por una mayor proporción de alimentos saludables, sobre todo porque la oferta de alimentos insanos que encontrábamos en las tiendas era infinitamente menor
“Creacionismo alimentario”
La seguridad alimentaria, antes inexistente o muy precaria, o el etiquetado de los alimentos son buenos ejemplos que obligan a cuestionar eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor a la hora de comer o hacer la compra. “La nostalgia es muy tramposa y nos hace destacar solo las cosas buenas del pasado mientras olvidamos las malas”, advierte Lurueña.
Una idea que hila perfectamente con otro de los puntos más interesantes del libro y que aborda el mito de lo natural. Lo que aquí se bautiza como “creacionismo alimentario”, esa casi religión en la que natural o ecológico es sinónimo de bueno. “No hay que olvidar que la cicuta, las setas tóxicas, el veneno de serpiente o la Salmonella son naturales, así que lo de asociar esa palabra a algo intrínsecamente bueno no tiene sentido”, apunta.
“El concepto natural no tiene ningún sentido y la etiqueta ecológico no significa lo que la mayoría de la gente piensa”, leemos en el libro. Por supuesto, la industria alimentaria ha sabido explotar mejor que nadie esta confusión. ¿Pero cómo es posible que ahora que en dos clics podemos acceder a mucha información precisamente el miedo y los mitos sobre alimentación triunfen más que nunca?
La seguridad alimentaria, antes inexistente o muy precaria, o el etiquetado de los alimentos son buenos ejemplos para cuestionar eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor a la hora de comer o hacer la compra
“La mayoría de la población vive en ciudades y tiene una visión idealizada y muy distorsionada del medio rural, de la naturaleza y de la producción de alimentos. La alimentación tiene un enorme componente sentimental, así que vende mucho más un alimento 'tradicional', '100% natural' y hecho 'con la receta de la abuela' que otro producido 'con los últimos avances científico-tecnológicos'; aunque al final sea esto último lo que realmente estamos comiendo. Afortunadamente, porque por muy bonito que nos lo pinten, el pasado no era mejor”.
¿Autorregulación publicitaria?
La complejidad del tema y esa huida de las respuestas simples hace que no sea sencillo ni útil intentar resumir el libro en un par de frases. Pero sí que hay una idea que condensa lo ocurrido en el último medio siglo: “La alimentación ha pasado de ser un bien de primera necesidad, como la vivienda, a un producto con el que ganar dinero”.
“Ese cambio de modelo se notó sobre todo con la llegada de una avalancha de alimentos superfluos: refrescos, chocolates, galletas, etc. Los alimentos se fueron convirtiendo en productos que hoy se producen, se venden y se promocionan con las mismas estrategias comerciales y de mercadotecnia que un coche o un perfume”, nos cuenta el autor. Y no sólo en el supermercado, también en los menús de colegios y hospitales donde hay empresas que se rigen por criterios de rentabilidad, recuerda. El origen de los alimentos, a veces traídos desde la otra punta del mundo, o la publicidad de productos insanos que llega a los menores son simples consecuencias de este sistema de mercado.
Vende mucho más un alimento 'tradicional', '100% natural' y hecho 'con la receta de la abuela' que otro producido 'con los últimos avances científico-tecnológicos'; aunque sea esto último lo que realmente estamos comiendo
Precisamente la regulación de la publicidad de alimentos para niños ha ocupado titulares durante meses, pero pese a los intentos del Ministerio de Consumo con Alberto Garzón al frente, ha quedado aparcado. Lurueña no duda en pronunciarse sobre este asunto: “Se trató de una decisión valiente que muchos llevábamos años demandando y que pensamos que nunca iba a llegar, sobre todo si echamos la vista atrás, cuando las decisiones políticas en este ámbito parecían estar enormemente condicionadas por la influencia de cierto sector de la industria”.
La aparente oposición del Ministerio de Agricultura se señala como consecuencia del fracaso de una medida que califica de necesaria: “Ya existe desde hace muchos años una autorregulación de la publicidad de alimentos dirigida al público infantil, a través del código PAOS. Pero se trata de una serie de medidas de adhesión voluntaria que, además de ser insuficientes, se incumplen sistemáticamente”, denuncia el tecnólogo de alimentos.
Alimentación y lucha de clases
“Nadie reclama libertad para comprar huevos contaminados con Salmonella, pero sí la libertad de comprar bebidas energéticas con 72 gramos de azúcar y 160mg cafeína”, leemos. Libertad, la palabra mágica. Pero que, claro, tiene truco. “El niño que elige los cereales de La patrulla canina porque tienen dibujitos en la caja, los padres que compran el yogur ”que ayuda a tus defensas“, el chaval que compra la bebida energética ”para rendir más“… Enumera Lurueña, que cuestiona que una estantería repleta de marcas y productos en el mercado sea sinónimo de esa supuesta libertad.
“Las decisiones se toman en base a una mala información, así que no son verdaderamente conscientes ni libres, sino que están condicionadas por los mensajes que nos llegan, muchos de ellos a través de la publicidad de los envases. No es que la industria sea malvada, sino que hace todo lo que está en su mano para obtener beneficios económicos. Los únicos límites son la ética empresarial y la legislación”, comenta.
Refrescos, chocolates, galletas... Los alimentos se fueron convirtiendo en algo que hoy se produce, se vende y promociona con las misma estrategias comerciales y de mercadotecnia que un coche o un perfume
A nadie debería sorprender a estas alturas que en un libro sobre alimentación también se hable de política. De hecho, casi habría que sospechar de quienes pasen de puntillas sobre el asunto y obvien que lo que se compra y se come es también una decisión política. Y de clase, recuerda entre sus casi 300 páginas Lurueña, que señala que lo de llevarse un bocadillo en el tren o el avión parece algo casi ya mal visto, 'de pobres'.
“Hace unos meses —cuenta— me llamó la atención un titular que decía: 'El ingrediente responsable de que Isabel Preysler (72 años) siempre esté radiante no cuesta ni cinco euros'. Como podemos imaginar, el ingrediente responsable de que esa señora esté radiante no es la infusión de hibisco que desayuna cada mañana, sino la montaña de dinero que tiene en su cuenta corriente y todos los privilegios que eso conlleva”. La relación entre clase social y alimentación está más que demostrada. Un detalle, apunta, que suelen pasar por alto quienes hacen negocio con los productos saludables y la real food.
“Si en nuestro día a día tenemos que matarnos a trabajar, emplear una hora para desplazarnos de casa al trabajo y del trabajo a casa, atender a los niños, poner lavadoras… Apenas nos quedarán tiempo, ganas ni fuerzas para cocinar y hacer la compra”, recuerda. “No es casualidad que las personas de menor nivel socioeconómico tengan un mayor riesgo de desarrollar sobrepeso, obesidad y enfermedades metabólicas asociadas a una mala alimentación”.