Origen y síntomas de la neumonía
La neumonía general es originada por bacterias, en particular una denominada Streptococcus pneumoniae y más conocida como neumococo. También puede deberse a virus y hongos, pero en un gran número de casos el patógeno causal es desconocido..
Los síntomas más comunes de la neumonía -explica el sitio web de la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos (BNM)- son la tos (que puede ser acompañada por expectoraciones amarillentas o verdosas o con sangre), fiebre, escalofríos con temblores y dificultad para respirar, la cual puede advertirse solo ante algún esfuerzo, como por ejemplo subir escaleras.
Otros posibles síntomas los constituyen el dolor de cabeza, la falta de apetito, la fatiga y una sensación de malestar general, así como el dolor torácico agudo o punzante, que empeora al respirar profundo o al toser. También suelen aparecer manchas blancas en las uñas (un problema llamado leuconiquia) y, sobre todo las personas de edad avanzada, padecen situaciones de confusión.
Hay que tener en cuenta que los adultos mayores de 65 años conforman, junto con los niños menores de 5, los grupos de edad en que la enfermedad tiene una incidencia más grande. Si se padecen estos síntomas, lo aconsejable es acudir al médico para que los evalúe y encargue las pruebas y estudios necesarios para elaborar un diagnóstico preciso.
¿Cómo se cura la neumonía?
Los tratamientos contra la neumonía se dividen en dos grandes grupos: los que requieren un ingreso hospitalario y aquellos en los que el paciente puede estar en su casa. Según un informe elaborado por un grupo de investigadores españoles y publicado en la revista especializada Medicina intensiva, existen una serie de factores de riesgo que hacen que requiera ingreso hospitalario. Los más importantes son la edad avanzada y la presencia de otros problemas, como tabaquismo, alcoholismo, enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC), cardiopatía crónica y diabetes.
En el caso de los niños se recomienda el ingreso cuando la enfermedad tiene una apariencia grave (afectación del estado de conciencia, convulsiones, etc.) o cuando hay una marcada dificultad respiratoria, entre otros problemas, así como en el caso de bebés de menos de seis meses de vida.
Una de las primeras medidas del tratamiento es la administración de antibióticos, si se comprueba que se trata de una neumonía bacteriana, o de un antiviral, si se logra determinar que la enfermedad ha sido originada por un virus. Como indica la normativa actual, hasta que no se disponga de medios diagnósticos rápidos y con una sensibilidad y especificidad del 100 %, el tratamiento inicial es empírico en la mayoría de los pacientes. Por otra parte, la decisión del tipo de tratamiento antibiótico depende de la gravedad de la enfermedad y de los factores de riesgo del paciente.
Los médicos indicarán además otras posibles medidas para solucionar el problema. La BNM de Estados Unidos propone algunas medidas simples pero efectivas para ayudar a aflojar el moco pegajoso que se acumula en las vías respiratorias y que generan la sensación de ahogo, como poner sobre la boca un pedazo de tela caliente y húmeda, sin hacer presión, para respirar a través de ella. También aconseja inhalar vapor, respirar hondo dos o tres veces cada hora y darse pequeños golpes en el pecho.
Salvo que el médico lo contraindique, es bueno en estos casos beber bastante líquido. Con el tratamiento adecuado, la mayoría de los pacientes mejora después de dos semanas.
Medidas de prevención
La prevención contra la neumonía es una tarea que debe efectuarse en varios frentes. En primer lugar, existe una vacuna antineumocócica, que no anula pero sí reduce las probabilidades de contraer la neumonía causada por la bacteria más común. Se recomienda sobre todo para grupos de riesgo. También es de ayuda la vacuna contra la gripe, ya que el virus que la ocasiona es, en ciertos casos, el responsable del posterior surgimiento de la neumonía.
Por otra parte, la eliminación de factores de riesgo es, desde luego, una muy buena medida de prevención. Dejar de fumar, disminuye a la mitad el riesgo de sufrir neumonía en los cinco años siguientes al abandono del consumo de tabaco. Por ello, dejar de fumar debe ser un objetivo prioritario en personas en los grupos de riesgo o que han padecido la enfermedad. “Debe aprovecharse el episodio de neumonía para convencer al paciente de los riesgos del tabaco y proporcionarle los recursos disponibles para ayudarle a su abandono”, señala el artículo publicado en Medicina intensiva.
Una medida más para prevenir la neumonía es cuidar la higiene, para dificultar la tarea de las bacterias que pueden causar la enfermedad. En este sentido es importante lavarse las manos con frecuencia, en particular en ciertas situaciones: después de ir al baño, de cambiarle el pañal a un bebé, de entrar en contacto con personas enfermas e incluso después de sonarse la nariz, y también antes de preparar y consumir alimentos.
C.V.