Durante los más de dos milenios de existencia de su ininterrumpida y extenuante vida religiosa institucional, la máxima autoridad del Catolicismo había sido casi siempre un italiano y siempre un europeo. Ante la crisis de gobernabilidad de la Santa Sede que medraba día a día en los meses que precedieron y aceleraron la abdicación de Benedicto XVI, frente a las luchas de facciones internas que competían entre sí por arrebatarse dirversificadas zonas francas del poder vaticano, tras las filtraciones cotidianas a los medios de narraciones y documentaciones, siempre dudosas, siempre dañosas y siempre profanas acerca de la conducta pública y privada de muy encumbradas jerarquías eclesiásticas y de sus asociados, los príncipes de la Iglesia, como se denomina a los cardenales, decidieron que desde el trono de San Pedro reinaría una figura nueva, sin interés anterior ninguno en las internas de la Curia romana. Ni siquiera con ninguna disputa política del Viejo Continente.
Después de cumplirse una década de papado para el jesuita Jorge Mario Bergoglio, el balance retrospectivo de la decisión cardenalicia del 13 de marzo de 2013 arroja un saldo de perspectivas positivas para la armonía y estabilidad futuras de una Iglesia Católica con porvenir.
Primer papa global de la Historia, Bergoglio fue también el primer papa peronista, y desde luego el primer peronista en llegar al papado.
A sus 86 años, ya se cuenta Francisco entre los papas más longevos de la historia. Es mayor que Benedicto XVI (papa 2005-2013) cuando renunció. Mayor que Juan Pablo II (papa 1978-2005) cuando murió. Es habitual verlo en silla de ruedas. Y, sin embargo, según los expertos, la pregunta de qué va a ser lo que caracterizará el legado definitivo de su pontificado sigue abierta en su décimo aniversario. La Iglesia católica y la oficina papal ya son diferentes hoy de lo que eran en 2013.
Piensa local actúa global
El ex arzobispo de Buenos Aires había escogido el nombre de Francisco de Asís como invocación y homenaje al santo medieval que había renunciado a la rica herencia de su familia mercantil y había fundado una orden religiosa de frailes mendicantes. Le servía también al nuevo y novedoso papa como signo exterior muy visible y audible del hondo compromiso de su opción personal por los pobres. Bergoglio admira , por sobre todas, las cualidades del santo del siglo XIII: la pobreza radical, la sencillez a ultranza, el medio ambiente, el ecuménico diálogo interreligioso.
Primer papa global de la Historia, Bergoglio fue también el primer papa peronista, y desde luego el primer peronista en llegar al papado. En su actividad pastoral en Argentina, Bergoglio dejaba en claro su identificación sin retaceos con el ideario igualitarista del justicialismo y con el modelo de conducción política y acción social diseñada por el peronismo. Francisco ordenó los objetivos de su accionar y su energía y su pericia para la gestión administrativa según la doctrina nacional y popular argentina de la justicia social y de la comunidad organizada.
El sufragio cardenalicio había dejado en las manos de Bergoglio la responsabilidad de proponer y componer el haz de claves e iniciativas para organizar a la más universal, y a su mirada la más significativa, de las comunidades posibles, la Iglesia. El jesuita que en los bautismos en la Argentina regalaba a padres, madrinas, padrinos y asistentes ejemplares del folleto La comunidad organizada, redactado por el propio Perón, fue consecuente en Europa con esa guía para producir armonía y concordia de clases, estratos y grupos.
De la vocación por asumir riesgos a la profesión de reducirlos
Cuando Jorge Mario Bergoglio abandonó la carrera de Medicina que cursaba en la Universidad de Buenos Aires para ingresar como seminarista al bonaerense Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, quería ser misionero jesuita y predicar el Evangelio en Japón. En su obediencia a sus superiores en el clero regular de la orden jesuítica, ni después en sus posiciones jerárquicas en el clero secular en diócesis y arquidiócesis de la Capital argentina nunca halló apoyo o lugar para misionar en el Extremo Oriente. Aun si no pusiera en peligro ni vida ni integridad, sí arriesgaba sumergir en la miniatura o en la irrelevancia los réditos de su labor sacerdotal.
Consagrado sacerdote, en vez de audacia y riesgo, sus superiores le pidieron entrega a la ciencia y paciencia, a la prudencia y lenta sapiencia del arte de la reducción de daños y riesgos. Así al ponerlo al frente de la Universidad del Salvador en tiempos de la dictadura cívico- militar del Proceso, así después como obispo en la basílica de Flores y más tarde como arzobispo en la catedral de Buenos Aires. La última misión es la actual, en el Vaticano. La más difícil: no fue la menos exitosa.
Según las últimas cifras publicadas, la Iglesia Católica suma 1.378 millones de fieles en todo el mundo. Las estadísticas registran crecimientos sin contramarchas en África y en Asia, pero estancamiento y retroceso en Europa. La misma diferencia se percibe si se compara la escasez europea con la relativa abundancia europea y asiática de vocaciones sacerdotales y religiosas.
Al momento en que Bergoglio elegía llamarse Francisco, los escándalos de los abusos sexuales ya habían sacudido a la Iglesia católica en diferentes regiones. Ahora, es un problema en todo el mundo. Francisco ha abordado esta dramática situación con más claridad que sus predecesores y ordenó una reflexión en profundidad abriéndose a las críticas.
Con el fin de la crisis interna y el alejamiento del temor de un cisma impulsado por la Conferencia Episcopal de EEUU. la más derechista del mundo, las posibilidades de que la Iglesia pese más en el escenario político internacional aumentaron, y aumentaron, y Francisco no las dejó pasar.
Sumó gestos y palabras. Como las de la encíclica ambiental Laudato si en 2015. O las exhortaciones que pronunció durante la pandemia, cuando pidió siempre ayuda con las vacunas para los países más pobres. Muchos de sus cuarenta viajes al extranjero fueron a estos países. O a zonas marginales. El Papa no es europeo. Pero es blanco, es descendiente de una familia italiana migrantes a Argentina. Bergoglio vivió toda su vida en Buenos Aires, pero en 2013 ya hablaba el italiano mejor que Joseph Ratzinger. El cardenal alemán vivía en Roma, donde dirigía la Congregación para la Doctrina de la Fe (el ex Santo Oficio), desde que fuera convocado para asumir esta responsabilidad de docencia de la más correcta doctrina teológica por el papa polaco Juan Pablo II, a quien habría de suceder como Benedicto XVI.
El lío y el orden
“Jesús anunció el Reino de los Cielos, y vimos nacer a la Iglesia Católica”, enseñaba el historiador de las religiones Alfred Loisy a comienzos del siglo XX. Según el irónico erudito francés, si la Historia se había burlado de los creyentes, les había retaceado toda excusa para la incredulidad. La promesa del Mesías había sido cumplida. No sin escándalo, porque a la grey que esperaba revolución se le entregó una institución. Un Reino del Cielo en la tierra, una Monarquía electiva pero no hereditaria, una administración piramidal del clero de una fe hoy planetaria que ha durado más de dos mil años. Contados desde la fecha atribuida al nacimiento del Cristo que la anunció, en una longevidad institucional sin par. A los 2023 años de la era cristiana, el último de los soberanos pontífices católicos cumple 10 años al frente de la Iglesia. El de 2013 Jorge Mario Bergoglio fue votado Papa por sus pares reunidos en cónclave en la Ciudad del Vaticano.
Una década después, el cardenal argentino, peronista, jesuita, ex arzobispo de Buenos Aires, primer Jefe extra europeo de la Iglesia Romana, más acá de un memorial ajustado de sus logros y sus imposibilidades, ha dejado una marca e impreso una orientación únicas, a la vez inclusivamente popular pero de un igualitarismo excepcionalmente riguroso, en el curso de la Cristiandad.
Si alguna vez la había desertado, la revolución volvía a proclamarse desde el centro y la cúspide de la institución.
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