Al final, no era tan así Opinión

Las derechas argentinas y españolas, unidas en la noble tarea de blanquear a la ultraderecha

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Este miércoles, mientras defendía una nueva investidura como presidente del gobierno español, Pedro Sánchez dijo que los acuerdos realizados por el Partido Popular (PP) con Vox en distintas autonomías (provincias en España) habían ayudado a “blanquear” a la ultraderecha. Fue el inicio de un discurso que abrió las votaciones en el Congreso de los Diputados para renovar el mandato del dirigente socialista por cuatro años más. 

Sánchez se refirió específicamente a cinco autonomías en las que el PP había hecho acuerdos o permitido la entrada de Vox al ejecutivo para alcanzar la mayoría requerida para gobernar. Lo dijo así: “Si seguimos normalizando a la ultraderecha, si le seguimos dando cotas de poder, van a ir aumentando la agresividad de sus políticas, y se irán mimetizando con sus referentes internacionales. Se empieza desmantelando la negociación colectiva y se acaba recortando las prestaciones por desempleo”. 

Para Pedro Sánchez, la “bendición” de los ultras por parte de la derecha ha alcanzado tal nivel que este jueves le ha reprochado al líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, haber roto el “frágil cordón sanitario” que su antecesor (en el PP) había mantenido más o menos indemne, con lo cual ya podía ubicarse en el club que orgullosamente integran “(Donald) Trump, (Marine) Le Pen y (Víctor) Orbán” de Hungría.  

La idea del “cordón sanitario” es un recurso que (por principios más que por conveniencia electoral, suponemos) el establishment de Francia y Alemania fundó para marginar de los gobiernos nacional y/o autonómicos al partido de Marine Le Pen, en el primer caso, y a Alternativa para Alemania, en el segundo. Hasta el día de hoy se ha mantenido más o menos a flote, y no solo a nivel de los Estados. En el Parlamento Europeo, fuerzas reaccionarias como La Liga de Italia, Ley y Justicia de Polonia, o Vox, han enfrentado resistencias del Partido Popular Europeo para ser incluidos en su grupo. 

Que la dirigente estrella del PP y presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, haya llamado este miércoles “hijo de puta” al mandatario socialista mientras este pronunciaba su discurso, no es más que una continuidad de los “traidor” y “dictador” que le dedicó Santiago Abascal durante los últimos años y que el PP tomó con normalidad. O, para el caso de los medios, que el conductor de la COPE (una estación de radio), haya tildado a Sánchez de norcoreano, peronista de marca blanca, y de ser el elemento más nocivo para el Estado de Derecho. 

Cordón sanitario criollo

En la Argentina, la “idea del cordón sanitario” ni siquiera ha llegado a invocarse alguna vez. En rigor, el blanqueo de la ultraderecha que ha logrado la derecha vernácula es más salvaje y explícito. 

Los acuerdos autonómicos entre el PP y Vox que criticaba esta semana Pedro Sánchez, parecen poca cosa al lado del apoyo explícito que el expresidente Macri y Patricia Bullrich le brindaron a Javier Milei tras los resultados de la primera vuelta.

Por ponerlo en un ejemplo más reciente: mientras en la marcha que el PP convocó el domingo pasado para protestar contra el acuerdo del PSOE y Junts, sus dirigentes evitaban salir en la foto con Abascal, Patricia Bullrich disfrutaba de pasearse abrazada a Victoria Villarroel, y usaba su cuenta de X para despotricar contra Sergio Massa en un torrente de exclamaciones que podrían sugerir la necesidad de un pronto retiro espiritual.

Por el lado de la televisión no habría mucho que comentar. El conductor de la COPE pasaría por demócrata al lado del concierto de fake news y discursos de odio que celebran cada tarde Joni Viale y Eduardo Feinmann en “el pase más esperado” de la televisión argentina. Pero si debemos referirnos al blanqueo propiamente, bastaría con sentarse a repasar una de las tantas entrevistas que le realizó La Nación+ a Javier Milei en las que el cuestionario parecía pensado para dialogar con un estadista que logró jubilarse con honores.

La cruzada por blanquear a los ultras a un lado y otro del inmenso Atlántico ha alcanzado incluso nivel presidencial. Por eso el expresidente del gobierno español, el popular Mariano Rajoy, prestó su firma esta semana para acompañar una carta firmada por líderes de la derecha iberoamericana en la que manifestaban su apoyo a Milei. Un camino que ya habían recorrido Santiago Abascal primero, y Díaz Ayuso después, pidiendo el voto para el candidato de la Libertad Avanza, y sumándose al coro de dirigentes españoles para quienes el “peronismo” es un insulto, y Sánchez es su principal representante europeo. 

En este sentido hay que concederle algo de coherencia a la derecha argentina, cuyo apoyo en España no ha ido más allá del Partido Popular. El que sí ha bendecido a Vox desde nuestras tierras ha sido el hombre de la motosierra, quien compartió escenario con Abascal en territorio español y se conjuró globalmente para eliminar a “la casta”. Faltaría ver si -después del domingo, y en el caso de un triunfo- Bullrich y Macri son capaces de abrazarse con los dirigentes de Vox, o les alcanzará con abrazar solo a Ayuso y Feijóo.

Un blanqueo que no es gratis

En última instancia, el blanqueo que promueven las derechas no es gratuito. En Argentina, el alineamiento de Macri y Bullrich con Milei forzará una reconfiguración política de la coalición Juntos por el Cambio. 

Incluso con un triunfo de Milei, es probable que dirigentes como Horacio Rodríguez Larreta o Elisa Carrió, ni qué decir de los radicales, exploren nuevas formas de expresión política en el mercado electoral argentino. Por caso, está el ejemplo del exministro de Cultura de Cambiemos, Pablo Avelluto, que en los últimos días debe haber recibido un aluvión de respaldos peronistas (en forma de likes y repost), y para el que debe estar resultando particularmente difícil referenciarse en alguno de los partido actuales.

En España, el dilema ideológico que enfrenta la derecha está planteado ya desde hace un tiempo. Sánchez ha hecho campaña con él, preguntándole (retóricamente) al PP si se ubica en el arco de la derecha clásica y democrática, o si lo ha traspasado para reunirse con Vox en, por ejemplo, calificar de ilegítimo a un gobierno solo porque no está de acuerdo con su programa.

Para el caso ibérico ya existe material de sobra para ir sacar conclusiones sobre los costos de haber legitimado a la ultraderecha. En Argentina, está por verse.

AF/DTC