“En el desierto, si mueres, tu cuerpo no flota como ocurre en el Mediterráneo, sino que el viento y las dunas lo devoran. Todo acaba ahí”. David Yambio, cofundador de Refugees in Libya, habla desde la experiencia cuando explica lo que supone atravesar el Sáhara, un trayecto de siete días en su caso en el que “sólo unos pocos sobrevivieron” y que aún pesa en el recuerdo de su ruta hasta alcanzar Europa.
Tras siete años y cinco intentos para cruzar el Mar Mediterráneo, este joven que huyó de la guerra civil de Sudán del Sur sigue manteniendo que “el desierto es más letal que el mar”.
No existen cifras exactas de decesos en esta ruta migratoria que demuestren su enorme mortalidad. El proyecto de Missing Migrants de la Organización Mundial para las Migraciones (OIM) documentó las muertes de 5.775 personas en esta ruta desde 2014, una cifra no tan elevada comparada con los 27.676 migrantes fallecidos en el Mediterráneo registrados en el mismo periodo de tiempo.
Sin embargo, muchos expertos consideran que el número de muertes en el Sáhara es mucho mayor, como explica Andrea García Borja, analista de datos del proyecto: “La mayor parte de los incidentes registrados involucran el fallecimiento de una o dos personas en zonas remotas. Es bastante probable que otros incidentes no sean identificados y que esas muertes no se contabilicen en los registros”.
La principal diferencia a la hora de recopilar datos del Sáhara frente a los que se obtienen en el Mediterráneo está en “el número de actores presentes en estas dos regiones que pueden servir como fuente de información para el registro de fallecimientos”. “En el mar hay información en los puntos de salida en la costa africana y en el sur de Europa. Además, hay guardacostas, barcos civiles, aeronaves… que responden a los casos de emergencia. Ninguno de ellos está presente en el desierto, por lo que las fuentes de información son muchas menos”, indican desde Missing Migrants.
La foto de la vergüenza
A pesar de lo limitada que resulta la documentación de muertes sobre el terreno, el último mes marcó un punto de inflexión. Según la ONG Human Rights Watch, las autoridades de Túnez expulsaron y abandonaron en el desierto a cientos de migrantes subsaharianos y muchos de ellos han muerto deshidratados.
Esta actuación por parte del país árabe, tras meses de estigmatización de los migrantes subsaharianos, coincide con la firma de un acuerdo millonario entre Túnez y la Unión Europea para contener las migraciones irregulares en el Mediterráneo. La UE destinará 105 millones de euros exclusivamente para luchar contra el tráfico de personas en el marco de un paquete de ayuda para el Gobierno tunecino de más de mil millones.
A mediados de julio, el presidente de Túnez, Kais Said, negó que su país dé un trato inhumano a los migrantes, pero declaró que “se niega a ser una tierra de tránsito o de asentamiento”. Pese a las palabras del mandatario, pronto circularon varias imágenes de cuerpos sin vida en la frontera entre Túnez y Libia. En una de las fotografías más compartidas aparecen una madre y una niña: dos personas anónimas que sucumbieron a la crueldad del desierto.
Cuando esa instantánea llegó a manos de Yambio, se convirtió en algo personal. El activista necesitaba demostrar “que eran personas, con una vida, un rostro, una familia y una historia”. Los vínculos que Refugees in Libya creó con la comunidad africana le permitieron indagar sobre la identidad de las fotografiadas hasta descubrir que los cuerpos pertenecían a Matyla Dosso y a su hija de seis años, Marie. No obstante, el marido de Matyla, con quien habían sido abandonadas en el Sáhara, no estaba junto a ellas.
Yambio no tardó en localizar a Mbengue Nyimbilo Crepin, más conocido como Pato, quien compartió con él todo lo que había sucedido: “Maty llegó a Libia en 2016, igual que yo. Nos conocimos en un campamento en Qarabulli, durante un viaje de preparación para Italia, y estuvimos juntos hasta su muerte”, le explicó este hombre que había abandonado su Camerún natal después de que su hermana mayor muriera en los enfrentamientos entre secesionistas anglófonos y el Ejército.
Durante siete años, el matrimonio intentó cruzar el Mediterráneo cinco veces, hasta que el pasado julio decidieron escapar de Libia a Túnez con la esperanza de que su hija tuviera acceso a una educación, algo que había sido imposible ofrecerle en el primer país.
El plan no salió según lo esperado y los tres fueron abandonados en pleno desierto con aproximadamente otras 30 personas y sin agua. Pato cuenta como, exhausto y a punto de perder la consciencia, se rindió y pidió a su familia que le dejasen atrás: “Ya no tenía más fuerzas y sabía que para mí se acababa ahí porque apenas podía respirar”.
En busca de su familia
Cuando ya no tenía esperanzas de sobrevivir, un grupo de sudaneses lo encontró, le ofrecieron ayuda y le acompañó hasta Libia, donde planeaba reencontrarse con Matyla y Marie, pero solo halló su fotografía.
La misión de Pato ahora es encontrar la manera de llevar los cuerpos de su familia a Costa de Marfil, el país de origen de Matyla. El proceso de repatriación es largo y costoso, por eso Yambio organizó una recaudación de fondos, pero ahora el mayor obstáculo es que ambas ya fueron enterradas en algún lugar de Trípoli, la capital de Libia, lo que complica aún más su traslado.
“Estamos haciendo todo lo posible por contactar con las autoridades y con las organizaciones humanitarias”, señala el activista, para quien la prioridad actual es que Pato tenga la oportunidad de “ser humano”: “La idea del crowdfunding era repatriar los cuerpos, pero también está pensado para que él pueda tener una vida, porque no puede volver a Camerún”.
La carrera de obstáculos que supone localizar y repatriar los cadáveres de los migrantes que desaparecen en medio del desierto afecta cada día a muchísimas familias. No existe ningún procedimiento al que recurrir y “no pueden ir al desierto y ponerse a buscar”, como apunta Yambio.
En estas circunstancias, muchos de los afectados piden ayuda a uno de los pocos actores presentes sobre el terreno, Alarm Phone Sahara (APS). Esta organización opera desde Níger, Malí, Burkina Faso, Togo, Marruecos, Alemania y Austria con el objetivo de documentar y sensibilizar sobre lo que realmente le ocurre a los migrantes que atraviesan el desierto.
APS surgió imitando a la ONG Alarm Phone, una línea de teléfono que recibe llamadas de emergencia de los migrantes en peligro en el Mediterráneo y que, a su vez, alerta a las autoridades y a las ONG de que vayan a rescatarlos. Sin embargo, pronto comprendieron que esta misma metodología no es aplicable en el Sáhara: “Nos dimos cuenta de que existen diferencias entre la realidad del mar y la del desierto. En el desierto muchas áreas no tienen ningún tipo de cobertura móvil”, señala Moctar Dan Yayé, portavoz de APS en Níger, quien explica que fue esto lo que les llevó a crear una red de voluntarios.
Una ruta cada vez más peligrosa
Los colaboradores de APS son personas que patrullan el desierto localizando, ayudando e informando sobre la situación de aquellos que están en peligro. “Lo peor que te puede pasar en el Sáhara es perderte o que se te estropee el coche”, dice Dan Yayé, que mantiene el recuerdo de cuando esta ruta migratoria no estaba criminalizada y el riesgo de morir era mucho más limitado: “Antes de 2015 la gente podía ir en coche desde Níger a Argelia o a Libia, pero ahora tienen que utilizar rutas mucho más peligrosas”.
Cuando huyen de las patrullas militares, muchos de los conductores se pierden o acaban por abandonar a las personas que transportan para buscar un camino que no esté vigilado y estos acaban muriendo mientras esperan en medio de la nada.
Lo primero que sientes cuando llegas al desierto es una gran ‘ausencia de vida’. Sientes calor, sed, angustia y hambre. Sientes miedos que son imposibles de superar
En 2015, Níger aprobó una ley contra el tráfico de personas que implantó con el apoyo financiero de las instituciones europeas y de algunos Estados miembros. Los medios que los migrantes usaban para moverse, que habían operado con normalidad hasta entonces, fueron repentinamente criminalizados.
Una investigación reciente de Border Forensics demuestra a través de un análisis geoespacial que, desde que existe esta norma, un mayor número de vehículos circula en zonas donde las condiciones son cada vez más peligrosas, cruzando lo que el estudio denomina como el umbral de la deshidratación. “Incluso antes de alcanzar un estado de deshidratación fatal, cualquier persona alcanzaría un grado de deterioro cognitivo que le desorientaría y limitaría su capacidad de toma de decisiones”, explica el informe.
La información que tenemos sobre las temperaturas, la deshidratación y las rutas que recorren el desierto nos permiten hacernos una ligera idea de lo peligroso que puede ser atravesarlo. Sin embargo, David Yambio sostiene que las amenazas a las que te enfrentas en el Sáhara no las puedes imaginar “hasta que lo experimentas tú mismo”.
“Lo primero que sientes cuando llegas al desierto es una gran ‘ausencia de vida’: no hay refugio, no hay árboles, no hay sombra, no hay absolutamente nada. Lo único que puedes ver son las dunas, atravesadas por un viento violento que te recorre todo el cuerpo. Sientes calor, sed, angustia y hambre. Sientes miedos que son imposibles de superar”.