Oficialista, hegemónico, más que centenario, el Partido Colorado ha sido un aliado tradicional de Washington en el gobierno paraguayo al menos desde la presidencia del colorado Higinio Morínigo (1940-1947), como lo fue también bajo la dictadura del colorado Alfredo Stroessner (1954-1989). Este militar, sostenido por EEUU en el cargo mientras les fue útil, fue depuesto mediante un golpe de Estado militar en febrero de 1989, meses antes de la Caída del Muro de Berlín, cuando dejó de serles necesario, y se volvió lastre de Relaciones Públicas.
La única intromisión en el poder paraguayo de otra formación politica ocurrió con la elección del obispo católico Fernando Lugo, al frente de una coalición centro-izquierdista, en la presidencial de 2008, cuando derrotó a la candidata colorada Blanca Ovelar, y el sacerdote impidió así que por primera vez en la historia una mujer presidiera en el Palacio López. Lugo fue depuesto por un juicio político en 2012, como consecuencia de la llamada 'masacre de Curuguaty', un episodio de violencia armada rural y muertes campesinas.
Entre los efectos inmediatos para EEUU de la destitución de Lugo estuvieron la autorización –durante el interinato del vice presidente liberal (del Partido Liberal, como se conoce al Partido Liberal Radical Auténtico, PLRA) Federico Franco– del libre ingreso en Paraguay de semillas transgénicas de la multinacional estadounidense Monsanto (hoy fusionada con Bayer). El endeudamiento con la banca estadounidense iniciado por Franco mediante la emisión de bonos soberanos fue continuado por Horacio Cartes, su sucesor, que restableció a la Asociación Nacional Republicana (ANR, nombre ideológico y no cromático del Partido Colorado) en el poder. Cartes asumió la presidencia en 2013 con la aprobación de EEUU, pese a que la DEA ya lo había investigado por tráfico de narcóticos, según un cable de 2010 filtrado por WikiLeaks, y de los principales grupos empresariales paraguayos. Aprobación más cálida cuando Cartes trasladó la embajada paraguaya en Israel de Tel Aviv a Jerusalén, como sugirió, con el ejemplo, el presidente Donald Trump.
De la retaguardia a la vanguardia, o cuando una alternancia en el poder antes malvista se vuelve recomendada
La interrupción de la continuidad colorada al frente del Ejecutivo, la alternancia en el gobierno paraguayo que representó Lugo no mereció el visto bueno de EEUU una década y media atrás. Por motivos que no conocemos –no son públicos–, eso ha cambiado. El 22 de febrero de 2022 se realizó en Paraguay una operación contra el lavado de dinero del tráfico de drogas: hubo cien allanamientos monitoreados por la DEA, la Europol y la Dirección General de Represión del Tráfico Ilícito de Drogas de Uruguay. El periodo de mayor crecimiento de la empresa emblema del Grupo Cartes, Tabesa, que monopolizó el tráfico de tabaco a Brasil y otros países, coincidió con el auge del tráfico de cocaína de Paraguay a Europa. El enorme flujo de capital generado fue «lavado» con compras de bienes, tierras, inmuebles y negocios. El banco BASA, señalado como el principal gerente de las operaciones de «lavado», es una de las empresas que Cartes, dueño –hasta su reciente caída en desgracia– del Grupo Cartes, hoy disuelto, acumuló durante su gestión (2013-2018).
Todavía con libertad de movimiento financiero, Cartes ganó en diciembre las elecciones internas a la presidencia de la ANR contra el ahora saliente presidente del país, Mario Abdo Benítez. El candidato de Cartes, Santiago Peña, fue electo candidato de la ANR a la presidencia de Paraguay en las elecciones del próximo domingo contra el candidato Arnoldo Wiens, que había sustituido al vicepresidente de la nación, Hugo Velázquez, tras su renuncia luego de ser señalado también como “significativamente corrupto” por EEUU. Pero cuando las campañas electorales estaban a punto de comenzar, el 26 enero, el embajador estadounidense convocó otra conferencia de prensa en la que hizo públicas las sanciones impuestas por la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC) del Departamento del Tesoro de EEUU al expresidente Horacio Cartes y al vicepresidente, Hugo Velázquez, «por su participación en corrupción desmedida que socava las instituciones democráticas en Paraguay». El 26 de marzo Cartes anunció la disolución del Grupo Cartes. Cualquier relación comercial con Cartes o sus empresas sancionadas se volvió comprometedora.
Paraguay, pequeño país, arroja luz propia, muy nítida, muy limpia, sobre la política exterior de la administración del demócrata Joe Biden, los intereses estratégicos de Washington en Suramérica y los conflictos inherentes a la globalización desmigajada.
El salto de una geopolítica nacional, regional, hemisférica a la liga mayor de la guerra geopolítica mundial
Paraguay está en el centro de Suramérica, territorio importante para EEUU por “sus ricos recursos y elementos de tierras raras; está el triángulo de litio, que hoy es necesario para la tecnología […] las mayores reservas de petróleo […] el Amazonas […] el 31% del agua dulce del mundo”, como dijo en enero la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson, en un foro de Atlantic Council, think tank auxiliar de la OTAN con sede en Washington. Lo que significa que el interés de Estados Unidos, gane quien gane el domingo, es seguir controlando su gobierno.
Hoy domingo 30 de abril, las elecciones presidenciales en el Paraguay dejaron de ser ese rito dominguero celebrado una sola vez y sin segunda vuelta cada cinco años. Esta vez, la campaña y la expectativa ante el duelo entre el colorado oficialista Santiago Peña, recomendado como su candidato, en la interna, por el ex presidente Cartes, y el opositor liberal Efraín Alegre, que encabeza una coalición electoral centrista, recomendado, en actos de campaña, por el ex presidente uruguayo 'Pepe' Mujica, son claves, con una magnitud planetaria tamaño natural como ninguna otra en los siglos XX y XXI. El caso de este pequeño país arroja luz propia, muy nítida, limpia, sobre la política exterior de Biden, las intromisiones de Washington en Suramérica y el mundo y los conflictos inherentes a la globalización. Quienes daban el capitalismo nacional por superado en un escenario nuevo, con los viejos centros disueltos por la movilidad del capital y la irrupción de múltiples poderes dispersos, reparen en la injerencia 'diplomática» –entre comillas, porque diplomático era el vizconde de Chateaubriand, y cuesta utilizar el mismo término para la crudeza de los mensajeros estadounidenses– de una nación en los asuntos de otra, teóricamente, al menos, tan soberana como cualquier otra.
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