Y en el último momento, la pelota golpeó en el poste, pasó por encima de la línea de gol, tocó en el otro poste y se alejó del arco. Cinco minutos después del inicio de su discurso, Pedro Sánchez lo confirmó: “He decidido seguir al frente de la presidencia del Gobierno”. Lo dijo con su mejor cara de funeral, serio e impertérrito, como si estuviera haciendo pública su defunción política. “He decidido seguir, con más fuerza si cabe”. Lo de la fuerza habrá que creerlo si lo dice, pero fue difícil de detectar en su lenguaje corporal.
Sánchez comenzó sus palabras con un “buenas tardes” a las once de la mañana (hora de España). El error estaba a la altura de estos cinco días de locura en su partido y de confusión en todo el sistema político español. Hubo tiempo hasta para hablar del amor en los tiempos de la crispación. Había abierto un periodo de reflexión con una declaración sin preguntas de periodistas y la iba a cerrar con otra en la que tampoco tuvo que responder a nadie. Era coherente con la idea que se extendió muy rápido. La única persona cuya opinión importaba era la de Begoña Gómez, su esposa desde 2006.
A primera hora, se supo que había acudido a Zarzuela para reunirse con Felipe VI, un dato que reforzaba la hipótesis de que iba a renunciar. De lo contrario, con una llamada telefónica habría servido.
En su discurso, empezó con una argumentación que también apuntaba a una posible retirada. Avisó así del daño que sufriría la democracia: “si consentimos que los bulos deliberados dirijan el debate político, si obligamos a las víctimas de esas mentiras a tener que demostrar su inocencia en contra de la regla más elemental de nuestro Estado de derecho”. Todo en relación a las acusaciones contra su mujer –algunas falsas, otras muy endebles– que han sido utilizadas por el grupo ultra Manos Limpias para presentar una demanda aceptada por un juez de Madrid.
Sánchez se puso desde el primer momento en el papel de víctima de la guerra sucia de la derecha. De hecho, lo hizo en la segunda frase: “El acoso que desde hace diez años sufre mi familia”. Después llegaron las consideraciones generales sobre el impacto de la peor política en la democracia con un listado en el que incluyó los bulos, las acusaciones sin pruebas y la destrucción de la “dignidad” de las personas.
Otra frase indicaba que estábamos ante la introducción de la despedida: “Mi mujer y yo sabemos que esta campaña de descrédito no parará”. No parecía una alternativa muy deseable. Pero el desenlace estaba a punto de llegar con la noticia de que continuará al frente del Gobierno y del partido y que lo hará con el objetivo de trabajar “por la regeneración pendiente de nuestra democracia”.
En los últimos años, Sánchez siempre ha insistido, por ejemplo ante las críticas de los independentistas catalanes, en que España es una “democracia plena”, una definición ratificada por los índices elaborados por medios de comunicación y 'think tanks' internacionales. Ahora quiere hacer ver a todos que hay una “regeneración” pendiente de llevar a cabo. Hay una cierta contradicción en todo esto.
El líder socialista agradeció las muestras de apoyo enviadas por su partido y dijo que “esa movilización social” de los últimos días ha influido en su decisión. Nada de eso se supo el sábado, porque no transmitió ni siquiera unas breves palabras de agradecimiento por lo ocurrido en la calle Ferraz. Los periodistas que habían hablado con dirigentes socialistas contaban que casi todos eran pesimistas, que veían a Sánchez ya fuera del Gobierno por voluntad propia, aunque admitían que todo eran sensaciones personales, no información confirmada.
Sánchez mantuvo a su partido en la ignorancia durante cinco días agónicos.
La derecha nunca se creyó que Sánchez fuera a renunciar. No podía creer que la fortuna le sonriera de esta manera en el inicio de la legislatura. Apostaba a que el gesto formaba parte de una estrategia maquiavélica con la que un líder amaga con la renuncia para que los suyos le insistan en lo mucho que le necesitan. En algunos instantes de debilidad en privado, los dirigentes del PP mostraron su preocupación por el impacto emocional en los votantes que pudiera producirse en las elecciones europeas, donde Feijóo vuelve a jugárselo todo a una carta.
Ahora, se harán fuertes en la idea de que nadie puede fiarse de Sánchez, que por lo demás es lo que siempre han dicho. Quien lo resumió este fin de semana fue José Luis Martínez Almeida, que retrató la estrategia de la derecha. “Teníamos democracia antes de Pedro Sánchez, tendremos democracia después de Pedro Sánchez”, dijo el alcalde de Madrid. Aparentemente, sólo si el PP está en el poder se puede hablar de democracia.
Sánchez dijo que es necesario que la sociedad española inicie una reflexión sobre la calidad y la limpieza de la política. Esa es una discusión que nunca debe darse por cerrada en una democracia. Lo cierto es que ese llamamiento se hace en medio de una denuncia contra la derecha y algunos medios de comunicación, por lo que es poco probable que sea escuchado por los que no votaron a Sánchez en el debate de investidura.
Cinco días después de contener el aliento, vuelve la normalidad a la política española. Una normalidad ruidosa, caótica y acelerada, pero esto es lo que hay y lo que probablemente seguirá ocurriendo.