Al final, no era tan así

Estados Unidos se hunde en su propia ley y ni Harris ni Trump van a cambiarlo

Madrid —
3 de noviembre de 2024 00:13 h

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Si uno hace una búsqueda en Google con la combinación de palabras “US decline”, encontrará un sinfín de artículos —publicados en medios como el Washington Post o la revista académica Harvard Business Review— en los que se plantea el supuesto final del poderío estadounidense. 

La revista Times es una de ellas, y este año publicó una nota firmada por Joseph S. Nye, subsecretario de Defensa para Asuntos de Seguridad Internacional, presidente del Consejo Nacional de Inteligencia y subsecretario de Estado adjunto del gobierno de Estados Unidos, en la que afirma que el país norteamericano se pregunta por su caída desde el siglo XVII, cuando se fundó la colonia de la bahía de Massachusetts…

El funcionario estadounidense señala que —en términos geopolíticos— Estados Unidos está en declive desde 1945, cuando representaba la mitad de la economía mundial, y contaba con el monopolio de las armas nucleares. Desde entonces, con la recuperación y el crecimiento de otros países, la participación de la nación del norte en el Producto Bruto Interno mundial cayó a un cuarto del total.  

En los años 70, el el presidente Richard Nixon reconoció esa situación cuando decidió retirar al dólar del patrón oro, señala Nye. Sin embargo, ello no impidió que Washington se impusiera a la Unión Soviética en la Guerra Fría, ni que llegara a estos tiempos como una de las naciones dominantes, económica y militarmente. 

Este año, a punto de cumplirse un cuarto del nuevo siglo, la pregunta vuelve a estar en boca de varios. El candidato Donald Trump ha dicho que “Estados Unidos se está muriendo”, y ya en sus campañas anteriores lo dejó implícito en el slogan “Make America Great Again”. 

En la izquierda —que no es el partido demócrata por si cabía alguna duda— también se han hecho comentarios en la misma línea. Una de las periodistas de cultura y tecnología del New York Times, Taylor Lorenz, lo dejó bien representado con la sentencia: “Estados Unidos se encuentra en la última etapa del infierno capitalista”. El diario Guardian, por citar un medio progresista, publicó recientemente un editorial titulado: “La guerra en Medio Oriente acelera el declinamiento de Estados Unidos”.

The Guardian, como tantos otros medios internacionales, ha expresado de distintas formas que Donald Trump es parte de ese declinamiento, y que una segunda presidencia suya acelerará de forma considerable la caída. Kamala Harris, en ese caso, aparece como la antítesis no dicha, la esperanza de una solución a ese declinamiento. Sin embargo, un triunfo de la demócrata este 5 de noviembre está muy lejos de salvar a Estados Unidos de una caída, ¿definitiva?

Uno de los principales problemas del país es el propio ecosistema político, y eso incluye a republicanos y demócratas por igual. Gane quien gane este martes, hay una certeza que salta a la vista. El país nunca estuvo tan polarizado en su historia moderna. Si Harris ganara —y Trump concediera la victoria—, la mitad del país estará desencantada, algunas personas furiosas, y no faltará el que se sienta estafado. Lo mismo sucederá si se da el resultado inverso, aunque con algo más de paranoia y, probablemente, violencia.

La polarización es solo un problema. Pero hay varios más. Una analista política citada por el Financial Times esta semana, dijo que esta elección es la “elección Tik Tok”, en referencia al dinero y la relevancia que los candidatos le han dado a la plataforma de bailes para promocionarse entre los jóvenes. 

La nota del diario inglés hace un repaso sobre el uso de Tik Tok por parte de los candidatos que muestra un nivel de discusión política tan pobre que asusta. “Hermano, está compitiendo para ser presidente y ni siquiera sabe qué día es la elección”, decía un post de Harris en el que se mofaban de que Trump confundiera el día de los comicios. ¿De verdad ese es el argumento con el que esperan que los jóvenes se interesen por la política? Se trata de un furcio que puede cometer cualquiera —hasta el más capacitado—, pero, sobre todo, uno parecido a los que cometió Biden durante todo su mandato. También se ha hablado del aborto (que Trump quiere limitar) y de la economía, pero todo en el marco del consumo fugaz y “entretenido” que domina a las redes sociales. 

Al mismo tiempo, los dos contendientes se han aprovechado tanto de la posibilidades infinitas de segmentación de los públicos que ofrecen las redes sociales, que es posible que los votantes elijan a Trump o Harris en base a una sola razón que —después— puede estar en colisión con otras medidas del mismo candidato. Se enterarán de la contradicción una vez que empiece a andar el gobierno, como le sucedió a muchos votantes de Javier Milei… El desencanto es fugaz, y poco entretenido.

Otro tema es el poder de los lobbys. En algún momento, la influencia de empresas y empresarios en la política era más o menos discreto, pero en esta elección sucede a los gritos. El dueño de Microsoft —y otras varias empresas estratégicas—, Bill Gates, donó 50 millones de dólares para la candidata demócrata. El dueño de Tesla, Elon Musk, por su parte, donó 75 millones a la candidatura de Trump, se ha convertido en su promotor, y hasta podría ocupar un puesto en el futuro gobierno. 

Chris Murphy, un joven senador de Estados Unidos, firmó una carta abierta esta semana en la que describe un panorama sombrío de “autolesiones y extremismo político”, en el que Gates y Musk son grandes protagonistas. “La alienación (que vivimos) es el despojo restante tras medio siglo de fe compartida por ambos partidos en el neoliberalismo económico: la doctrina de que el libre comercio y las fuerzas del mercado sin restricciones serían los mejores para defender el bien público. La devoración desenfrenada del poder económico por parte de unas pocas grandes corporaciones nos ha dejado con cadenas de suministro rotas y mercados poco competitivos”.

Murphy, que es demócrata, afirma que Estados Unidos necesita un nuevo abordaje basado en terminar con la concentración global del poder económico. “Los estadounidenses seguirán perdiendo la fe en la democracia de su país si no unimos la política exterior y la interior en un esfuerzo por priorizar el bien común sobre la descarada búsqueda de ganancias”, escribe para darle un broche de oro a su columna. Se olvida que su partido está influenciado por esas mismas corporaciones rapaces que señala como el problema principal. 

¿Algo más que esté pudriéndose? 

El escritor  y periodista del New York Times, Ezra Klein, escribió estos días una nota titulada “¿Qué está mal con Donald Trump?”. La respuesta sorprendería a los cultores criollos de “la república”, que ven en Estados Unidos el faro de la legalidad. “No es solo el hombre el que no está preparado (para gobernar); son las personas y las instituciones que lo rodean”, afirma el autor del premiado libro “Why we are polarized”. Instituciones como la Corte Suprema de Justicia, que le dio “inmunidad procesal por sus acciones” como presidente, pero también el partido republicano, que pasó “cuatro años conspirando para tomar el control del estado administrativo (para abastecerlo de leales que nunca jamás harían nada para obstaculizar a Trump) y poner toda la maquinaria del gobierno a merced de los caprichos” del magnate.

Un amigo argentino que se dedica a la consultoría política viajó hace un par de semanas a San Luis Obispo, en California. Le pedí que me contara qué es lo que veía. En Los Ángeles algunas calles son un reflejo de las zonas pobres del conurbano, dice, mientras que no muy lejos de allí, Santa Barbara por ejemplo, es una ciudad hermosa de surfers. “No hay nada en el medio. O estás muriéndote por la epidemia de fentanillo o manejás un Tesla”. Lo que cuenta no es ni más ni menos que lo que describe el senador Murphy.

El declinamiento final

Incluso aunque se confirmara que Estados Unidos inició su verdadero y definitivo declinamiento como faro global, esa caída tardará años, quizás décadas, en reflejarse económica, política y militarmente. Lo que sí debería modificarse es la creencia de que el modelo norteamericano es garantía de éxito. Algo de eso empezó a verse en Europa aunque a los europeos les cueste aceptar la idea de emanciparse del liderazgo norteamericano. “No podemos dejar la seguridad de Europa en las manos de los votantes de Wisconsin cada cuatro años”, dijo el ministro de Defensa de Francia días atrás. 

Algo de razón tiene, aunque pocas cosas de fondo cambiarán en los Estados Unidos así gane Trump o Harris.

AF/DTC