Nadie como él
Fue la primera película estadounidense en hablar del Holocausto desde el punto de vista de un sobreviviente. También estuvo entre las pioneras en transgredir el Código Hays y mostrar un desnudo. Pero El prestamista –The Painbroker–, dirigida por Sidney Lumet en 1964, también ostenta otro récord. Fue la primera vez en que un compositor afronorteamericano firmó la partitura completa, incluyendo las partes de las cuerdas que, hasta ese momento, estaban reservadas a compositores y arregladores blancos. La música, suntuosa, había sido compuesta por un joven de 30 años cuya carrera profesional había comenzado, meteórica, hacía un poco más de una década. No fue la última vez en que Quincy Jones cambió para siempre la historia de la música.
En 1951, a los 17 años, había dejado sus estudios en lo que luego se convirtió en la Escuela Berklee de Boston para aceptar el trabajo de trompetista y arreglador en la orquesta de Lionel Hampton. Sus primeras grabaciones, con esa orquesta, fueron a fin de mayo: “Hanna, Hanna”, “Shalom Shalon” y “Ely Ely” (primera y segunda parte) y en octubre de ese año registró una pieza en que ya aparece toda la sofisticación y la osadía para experimentar texturas inusuales que caracterizaría su estilo: “Kingfish”.
En 1953 fue parte, como pianista y arreglador, del primer disco del gran trompetista Art Farmer. Con él viajó a París, donde realizó grabaciones para el sello Vogue, y en esa ciudad fue el orquestador del ensamble de Gigi Grice. En noviembre, junto con un grupo de estrellas –Farmer, Jimmy Cleveland, Arne Domnerus, Lars Gullin– al que bautizó Swedish American All Stars, registró el primer disco a su nombre: Jazz Abroad.
Entre el año siguiente y 1960 participó de la orquesta de Dizzy Gillespie, del septeto de Clark Terry, del sexteto de Clifford Brown junto con la cantante Helen Merrill, de los grupos de Cannonball Adderley y de Sonny Stitt, y de nuevas grabaciones de Art Farmer, y además fue el arreglador de Count Basie y de varias de las mejores cantantes del momento: Sarah Vaughan, Dinah Washington y Carmen McRae.
Si eso fuera todo lo hecho por Quincy Jones, que murió este domingo 3 de noviembre en su casa de Bel Air, en Los Angeles, alcanzaría para situarlo en un lugar de honor dentro del jazz. Pero su talento multifacético fue mucho más allá. Sus 80 nominaciones y 24 premios Grammy, más el premio que esa institución da a las leyendas, que le fue otorgado en 1992, haber sido el productor y director del concierto que bien puede considerarse la despedida real de Frank Sinatra, haber producido tres de los discos más importantes de Michael Jackson –Off The Wall, Thriller y Bad–, haber gestado la mega grabación del mega tema, con mega elenco y mega repercusión, “We Are The World” y, de paso, haber revolucionado el propio jazz dando entrada a un nuevo africanismo, al soul y al funk con álbumes como el extraordinario Gula Matari –que incluye una de las mejores versiones posibles de “Bridge over Troubled Water”–, y Back on the Block, de 1989, donde participan desde Miles Davis, Dizzy Gillespie, Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald a Joe Zawinul, Take 6, George Benson, Herbie Hancock y Ray Charles, y haber creado músicas de películas como la de El color púrpura, dirigida por Steven Spielberg en 1985, lo convierten en un artista único. No hubo nadie como él. Tal vez no pueda haberlo.
DF/MF
0