¿Sería posible un default de EEUU? No es un riesgo inédito. En 2011, Estados Unidos perdió la triple A de Standard & Poor’s (S&P), la principal agencia de calificación de riesgos, por un exceso de endeudamiento generado especialmente por los rescates a la banca. Entonces, ya se calificó de acontecimiento histórico, pero se eludió el default, por el que nunca atravesó todavía la economía estadounidense, pese a que todavía mantiene el rating AA+, el peldaño anterior a la máxima nota crediticia internacional.
Sin embargo, el flujo de caja de la Casa Blanca en 2023 vuelve a desvelar dificultades extremas. Aunque, en esta ocasión, y a diferencia de la coyuntura americana del comienzo de la década pasada, presenta una economía que coquetea con una recesión -tras haber salvado dos trimestres consecutivos de contracción, por el dinamismo que mantiene su mercado laboral- y con una inflación aún en cotas altas.
En este contexto se enmarca la iniciativa de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, de reivindicar al legislativo otro balón de oxígeno; es decir, una ampliación del límite de endeudamiento del Tesoro. Este tope está situado desde diciembre de 2021 en los 31,46 billones de dólares, después de la luz verde concedida por el Congreso a una extensión crediticia de 2,5 billones, cifra superior al tamaño de la economía italiana.
Yellen tiene experiencia en lidiar con situaciones económicas preocupantes. Ya tuvo que afrontar el aumento de los costos financieros durante la crisis bancaria y prestamista que siguió a la quiebra de Lehman Brothers como presidenta de la Reserva Federal. Ahora como secretaria del Tesoro, ofrece como contraprestación para obtener el visto bueno del Congreso una estrategia inminente de consolidación fiscal para corregir el sobrepeso de la deuda estadounidense, que está a 78.000 millones de superar el tope legal fijado por el poder legislativo.
En una misiva a los jefes demócrata y republicano de la Cámara de Representantes y del Senado, la responsable de la economía y las finanzas de la Casa Blanca revela que ya puso en marcha esa fase de ajuste desde el 19 de enero pasado. Aunque deja traslucir la urgencia por dar validez a este destopaje. “Estamos ante un periodo que requiere de medidas extraordinarias pero que, a la vez, está sujeto a considerables incertidumbres”, por lo que -argumenta- “resulta imperioso disponer de liquidez suficiente antes de junio” para ponerlas en liza.
La entente cordiale que propone Yellen fue refrendada por Brian Deese, director de la oficina económica de la Casa Blanca, para quien el combate contra la gigantesca deuda estadounidense debe empezar a concebirse como una “obligación sagrada”. Aunque, antes, los legisladores van a tener que contribuir a “evitar una devastadora suspensión de pagos” y permitir que se traspase la cima de endeudamiento actual. El consenso de mercado sitúa alrededor de agosto la fecha de default en caso de que el Tesoro no disponga de la medida de gracia del Capitolio.
Una deuda en crecimiento desde 2008
Al término de 2022, la ratio de deuda americana en relación a su PIB nominal ascendía al 123,6% tras registrar 30,8 billones de dólares de obligaciones. El llamado abismo fiscal de 2012 y el cierre que, de forma temporal, experimentó gran parte de la Administración Obama por el rechazo de la mayoría republicana del Congreso a elevar el límite de gasto presupuestario acercó la deuda a un punto del 100% del PIB estadounidense. Entonces, valorado en 16,7 billones de dólares. La petición de incrementar el límite respondía a un ejercicio en el que se acumularon los despliegues de recursos por los rescates a la banca y a damnificados de las hipotecas subprime que propiciaron el crash crediticio de 2008.
A partir de 2012, el nivel de endeudamiento estadounidense se mantiene por encima de la capacidad productiva anual de su economía. A pesar de fenómenos favorables para su paulatino ajuste, como el final del despliegue monetario del programa Quantitative Easing (QE) de compra de activos y deuda soberana y corporativa de la Fed, o la caída del precio del petróleo entre 2014 y 2015. La aversión al riesgo inversor por la tensión del Brexit, las guerras comerciales y las rebajas fiscales durante la presidencia de Donald Trump dominó el cuatrienio del dirigente republicano e instaló la deuda cómodamente por encima del 100% del PIB.
El bienio de Gran Pandemia, con su frenazo económico y la instauración del American Rescue Plan Act, llegó a dejar la tasa en el 134% en 2020, que se ha reducido en varios puntos por el repunte del PIB en 2021. Aunque la deuda se diluyó en términos porcentuales, no lo hizo en su cuantía a lo largo del pasado ejercicio; incluso con los efectos directos sobre el endeudamiento de las recetas para combatir la inflación y la condonación de las deudas de los estudiantes que llegaron a rebasar los 1,7 billones de dólares, por encima del PIB español.
El coste actual de la deuda supondría un gasto de 94.218 dólares por ciudadano estadounidense y 246.867 por contribuyente, mientras las arcas federales apenas recaudan 13.788 dólares por cada residente, según US Debt Clock.
Malos augurios sin la tregua del Congreso
En Bank of America no descartan la quiebra de EEUU. El banco de inversión estadounidense ve “factible” una suspensión de pagos a finales de verano, mientras en Goldman Sachs creen que esa posibilidad es “un riesgo enorme y creciente” para la Administración Biden, a pesar de que desde la Casa Blanca se hace hincapié en que “no van a negociar” sobre esta cuestión, y que el límite de deuda se elevará “sin condiciones”. Esta declaración fue realizada por su portavoz Karine Jean Pierre, que denota un grado de optimismo ante un posible acuerdo en el Congreso.
Los gastos comprometidos en la actualidad por el presupuesto federal -el ejercicio fiscal se inicia en octubre- alcanzan ya el 64% de las partidas que incluye el programa económico anual en vigor y “continúa aumentando de manera insostenible”, explican voces republicanas.
El Grand Old Party (GOP) va a prestar batalla por un asunto por el que exigirán como moneda de cambio píldoras de disciplina presupuestaria. De hecho, fue una de las prerrogativas que las facciones ultraconservadoras de la formación hicieron valer para permitir finalmente, después de una larga y dura pugna interna, la nominación de Kevin McCarthy como su líder en la Cámara de Representantes.
Algunos de los más beligerantes con la designación del político californiano le exigieron que abortara cualquier intento aumentar el límite de deuda, aunque el acuerdo podría labrarse con un recorte de 130.000 millones del gasto federal el año en curso y reformas estructurales para combatir y aliviar la deuda.
Desde las filas demócratas, el líder de su mayoría en el Senado, Chuck Schumer, incide en que “EEUU paga sus deudas” y en que cualquier intento republicano de usar “la fe, el prestigio y el crédito” del país en los mercados internacionales para encarecer el coste de las familias sería un “movimiento equivocado”. En similares términos se manifiesta Wendy Edelberg, una analista de Brookings Institution, para quien “jugar con la economía americana y con la vida de las personas es una irresponsabilidad” porque es la deuda incluye los recibos a la Seguridad Social o el pago de contratos federales.
La inflación y la recesión agrandan el déficit fiscal
Entre las medidas extraordinarias que baraja Yellen figuran retrasar inversiones destinadas a los retiros laborales o ciertos beneficios sanitarios con objeto de ganar liquidez a corto plazo, como realizaron varios de sus antecesores en el cargo cuando recibieron consignas fiscales o de deuda del Congreso. Incluso en su departamento no se descarta otra rebaja de la nota AA+ ante posibles dificultades futuras en los pagos de la deuda soberana estadounidense como ocurre en la mayoría de los socios europeos, Australia, Canadá o Singapur.
De hecho, algunas voces del mercado apuntan a que, en 2011, hubo dos días de suspensión de pagos, aunque al final el default fue evitado por la cesión del Congreso al límite de deuda más allá de la bocina. Se espera que no se llegue a este escenario y que los legisladores entiendan que “no se trata de un juego y que actúen sin condiciones para no poner en riesgo la economía”.
Lawrence Summers, secretario del Tesoro con Bill Clinton y máximo asesor económico de Barack Obama, ahora docente en Harvard, considera “absurdo y poco inteligente batallar por el límite de deuda” y que la quiebra “sería una catástrofe” que significaría “elevar los costes crediticios del país de forma prolongada, durante décadas” a una nación que “siempre ha respondido con honor al cumplimiento de sus obligaciones” en los mercados.
Aunque no será fácil. Porque antes de que se pueda plasmar un hipotético pacto bipartidista, las cuentas federales pueden empeorar substancialmente. De hecho, en el primer trimestre de su ejecución -entre octubre y diciembre- el déficit aumentó hasta los 421.000 millones de dólares, con la rampante inflación encareciendo las facturas a la Seguridad Social y elevando en un 37% los intereses de pagos, tras certificar el Departamento del Tesoro un agujero adicional del 12%.
Mientras, el mercado espera más un aterrizaje suave de la economía americana que una recesión, tal y como asegura Javier Corominas, director de estrategia macro global en Oxford Economics, a la espera de que la Fed “pause su tendencia alcista de tipos este primer trimestre del año” que daría aliento a la actividad y significaría que la escalada de precios “tocó techo”.
IJD