En el momento en que los representantes del Gobierno de Colombia firmaron el Acuerdo de Paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP), a finales de 2016, Enith Moreno salió a la luz. Había estado un tercio de su vida en la clandestinidad. “En aquel momento el movimiento guerrillero estaba en auge, todo el mundo quería ser guerrillero, era la oportunidad de cambiar las cosas”, cuenta a elDiario.es desde su casa de Medellín.
Enith es una de los muchos de los combatientes que se alistaron siendo adolescentes mientras otros tantos fueron reclutados por la guerrilla.
En ese momento, la familia de origen campesino de Enith vivía en la región antioqueña de Urabá, una de las zonas más golpeadas por el conflicto armado. Junto a ella, dos de sus hermanos participaron en la organización guerrillera. Según cuenta Enith, con cinco años ya observaba cómo su padre llevaba comida a los combatientes de las FARC en el monte y presenciaba reuniones en casa a altas horas de la noche. Pero no fue hasta 1984 cuando dio el paso y entró a formar parte de la organización.
Por más de 15 años, Enith vivió “internada en el monte”, alimentándose a base de cuchuco, una sopa de maíz molido y una colada de harina de trigo con sal. La rutina diaria de una combatiente como ella se basaba en “hacer guardia de día y de noche”, control del territorio y del campamento, aportar leña y “estudiar” el reglamento de la organización y las noticias del día.
En el año 2000, abandonó las FARC por problemas de salud. A partir de ahí ella, sus dos hijos y su pareja “se inventaron la vida” trabajando de lo que podían, sobre todo labores del campo. “Fue una etapa muy difícil. No teníamos ni ropa, ni casa, ni dinero”, cuenta.
Se desplazaron por el territorio colombiano escondiéndose del paramilitarismo y huyendo de la violencia. “Tampoco podíamos volver al lugar donde nacimos, porque allí todos sabían el camino que habíamos cogido y eso suponía una sentencia de muerte. Así que fuimos moviéndonos por Colombia. Nos manteníamos silenciosos, trabajando en el campo con algunas familias que nos acogían y nos daban trabajo, intentando pasar desapercibidos”.
Aun con todas las precauciones no evitó que se cumpliera el peor de sus temores, “un día, en una de las fincas, los paramilitares mataron al padre de mis hijos”, dice.
Las conversaciones entre las FARC y el Gobierno significaron un cambio drástico para ella y otros compañeros que vivían en la clandestinidad o que aún seguían en la organización guerrillera. Entre ellos están quienes siguen extrañando aspectos de la vida antigua y otros, como Enith, que a veces se preguntan si fue una buena decisión entregar “sus mejores años de vida” a la causa. “Las decisiones que se toman cuando una es tan joven a veces no son las mejores”, reflexiona.
La paz y el camino de la reincorporación
Uno de los grandes temas que se discutieron en La Habana, donde tuvieron lugar las negociaciones entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos (2010-2018), fue cómo garantizar que los excombatientes pudieran sostenerse económicamente. Este era uno de los puntos fundamentales para que los desmovilizados se mantuvieran en la legalidad.
Para ello, el Acuerdo dispuso una renta básica por dos años, un pago único de dos millones de pesos y la puesta en marcha del componente educativo, salud, vinculación social e institucional y proyectos productivos colectivos e individuales.
Una vez firmado el acuerdo, parte de las FARC acudió a las “Zonas Veredales”, unos espacios de transición donde se inició el proceso de abandono de las armas. Después, el primer paso, fue la acreditación de pertenencia por parte de la organización. Con una lista de unos 13.997 excombatientes comenzó el camino de la reincorporación de los exguerrilleros y se inició el proceso hacia la legalidad.
Sin embargo, la organización no acreditó la identidad de algunos exguerrilleros debido a conflictos internos. Son personas que, al no estar acreditados, ni recibir el aval por parte de las FARC, no tienen acceso a ayudas por parte del Estado.
Según Andrés Steppar, director de la Agencia para la Reincorporación y la Normalización (ARN), el 91% de los excombatientes, unas 13.200 personas, están en proceso de reincorporación. El resto se encuentra en paradero desconocido. De esa población, la mayoría recibe una asignación mensual que supone el 90% del salario mínimo vigente, unos 195 euros.
De las armas a los proyectos productivos
María Páez alias Maricela, de 36 años, vive en el Espacio Territorial Antonio Nariño, a 134 kilómetros de Bogotá, junto con otras 200 personas entre excombatientes, amigos y familiares. Es uno de los 24 espacios donde viven alrededor de 2.500 exguerrilleros, que se encuentran asentados en las zonas donde antes operaba la organización. Actualmente, en estos lugares se produce café, cerveza artesanal, pescados, carnes, verduras y frutas.
Ella pertenece a la cooperativa Tejiendo Paz donde víctimas y excombatientes confeccionan ropa. Hace poco lanzaron su propia marca: Avanza. “Cuando llegué aquí no sabía coser. Nos dieron formación y nos donaron una Singer [nombre de la marca de una máquina de coser], así es como empezamos a hacer las primeras prendas”, dice Maricela, que al igual que Enith se unió a las FARC con 14 años.
Cuando se firmó el Acuerdo, Maricela seguía en las FARC. De un día para otro su vida cambió. Si bien aclara que ahora está centrada en su hijo Julien y en sacar adelante el proyecto de ropa, a veces echa de menos “el sentido de unión y colectividad que había en la organización”.
La participación política y la promoción de la vida comunitaria fueron algunos de los objetivos de la guerrilla en La Habana. En el marco del Acuerdo fue creada la red de Economías Sociales del Común (Ecomún), con el objetivo es construir economías solidarias en Colombia.
Hasta mediados de año, la agencia para la reincorporación había aprobado más de 3.000 proyectos productivos que benefician a la mitad de los excombatientes. Pero, según la información obtenida, muchos aún no son sostenibles y no cubren las necesidades vitales de los excombatientes.
“Nos encontramos con muchas trabas burocráticas para que se pudiera aprobar nuestro proyecto, además, el Estado aún no ha desembolsado la parte que le corresponde. Tenemos contratos cortos, la producción aún es muy limitada”, cuenta Maricela.
Este es uno de los puntos que la Fundación Ideas para la Paz señaló como preocupante. “La disonancia entre los tiempos del Acuerdo y los tiempos de la realidad”. La falta de definición presupuestaria, la dilatación de los procesos o la falta de seguridad de los excombatientes son aspectos que muestran una gestión deficitaria.
Para varios de ellos, vivir en un antiguo espacio de reincorporación es más seguro que hacerlo en resguardos indígenas, comunidades afrodescendientes o zonas rurales donde habitan cientos de excombatientes. Éstas son áreas, aún hoy, marcadas por la presencia de grupos armados, redes de narcotráfico y una fuerte militarización.
Desde la firma del Acuerdo hasta la fecha, 285 excombatientes han sido asesinados, en un contexto de aumento de la violencia que tuvo como resultado 1.229 líderes sociales y defensores de derechos humanos asesinados, según Indepaz.
Para el senador Iván Cepeda, experto en negociaciones de paz y en derechos de las víctimas, la gestión de Duque está más próxima a soterrar el Acuerdo que a su cumplimiento. “Lo que hay es una retórica de preocupación pero no acciones concretas que apunten a una implementación de forma integral y satisfactoria”, sostiene en diálogo con elDiario.es
La segunda vida de Enith
Enith tuvo que esperar 16 años hasta la firma del Acuerdo para empezar de nuevo. En el 2017 se mudó a Medellín para iniciar el proceso de reincorporación. Al principio lo vivió con alegría, “muchos de los que habíamos estado en la zozobra de una guerra que parecía no tener fin, empezamos a encontrarnos”, cuenta.
Fundó el Mercado de Mujeres Construyendo Paz donde venden, gracias al apoyo de la ONU, productos como café, cerveza y otros alimentos que producen otros exguerrilleros. Sobrevive con la asignación mensual para excombatientes, que apenas le alcanza para vivir. “Si ese mes pago los servicios y el alquiler, la canasta se me queda muy ajustada”, dice.
Su sueño es poder ser trabajadora comunitaria y aportar cada día a la sociedad colombiana. De momento, está sacando un emprendimiento con otras mujeres ex integrantes: Mujeres Origen.
La historia de Enith, como la de muchos, está marcada por la guerra. Enith es parte y víctima del conflicto armado que mató a la mitad de su familia. Pero también, es una historia de resiliencia y de entrega.
“En una finquita en Urabá donde nacimos 11 hermanos a la antigua, surgió esta mujer, con una historia llena de encrucijadas dolorosas, alegrías y aprendizajes, que acompañaron estos largos 50 años. A pesar de las dificultades y los asesinatos de nuestros compañeros, seguimos apostándole a la paz y a la reconciliación en Colombia”, sintetiza.