Cuando Keir Starmer se empezó a emocionar durante una larga conversación en Zoom con Barack Obama en 2021, el ex presidente de Estados Unidos se puso a hacerle más preguntas. El líder laborista, y favorito para ser el nuevo primer ministro del Reino Unido tras las elecciones del 4 de julio, hablaba de su padre.
Obama, autor de Los sueños de mi padre, intentaba entender qué motivaba a su colega británico y creyó hacerlo al escucharle hablar de Ron Starmer, un fabricante de herramientas de barba larga que solía vestir en bermudas y sandalias rehuía de los vecinos en su pueblo de Surrey para cuidar a su esposa enferma y a menudo se sentía minusvalorado por tener una profesión manual.
Obama veía un hilo conductor también para la campaña de Starmer, una en la que podía hablar más “sobre cómo mucha gente ha sido despreciada por el establishment y cómo muy a menudo la gente de clase trabajadora ha sufrido para encontrar su voz”, según cuenta Tom Baldwin en su biografía recién publicada sobre Starmer, la más completa hasta la fecha.
Starmer, en realidad, no quería hablar en detalle ni de su padre ni de sí mismo. “En la mayoría de los caminos de la vida, la gente es juzgada por lo que es. La política es diferente”, se quejaba en una entrevista en la que decía entender que los votantes se hicieran preguntas sobre sus orígenes, pero repetía que no le gustaba contestarlas. Su esposa, Vic, abogada y empleada del sistema de salud, apenas acude a mítines, y la pareja evita mencionar hasta el nombre de sus hijos adolescentes.
Baldwin, periodista y ex asesor de Ed Miliband en el Partido Laborista, recibió una oferta para ayudar a Starmer a escribir su autobiografía, pero el candidato cambió de idea y abandonó el proyecto. “A la mayoría de los políticos que conozco nada les gusta más que hablar de sí mismos. A él no”, contaba esta semana Baldwin en una charla sobre su libro en la iglesia St. Barnabas de Oxford. El autor convenció a Starmer para que se dejara entrevistar a fondo y decidió escribir el libro por su cuenta.
Poco a poco, el político habló también de su padre. Ron dedicó la mayor parte de su vida a un taller que montó en su casa para estar cerca de su esposa, Jo, una enfermera que sufría una artritis inflamatoria rara desde niña, que a menudo pasaba por operaciones dolorosas, y que sin embargo era extrovertida y energética. Cada verano insistía en ir al distrito de los lagos de Inglaterra con sus cuatro hijos y sus perros, aunque en ocasiones tuviera que hacerlo en silla de ruedas.
Ron montó un santuario en el jardín de su casa para rescatar burros en peligro y, cuando su esposa dejó de hablar y de moverse tras una caída, reformó toda la casa para que Jo pudiera ver a los burros, lo único que parecía animarla. Cuando ya era abogado, Starmer volvía a su pueblo para cumplir con los turnos del cuidado de los animales.
Durante años, Starmer no tenía claro que su padre apreciara su carrera pese a ser el único hijo que había ido a la universidad. Ni siquiera cuando se convirtió en abogado de derechos humanos, fiscal y diputado. Sólo después de la muerte de su padre, encontró escondido en la cocina un álbum con recortes de periódicos con todos sus logros y las fechas escritas de su puño y letra. Una vecina le dijo que Ron se ponía a menudo el canal del Parlamento de la BBC con la esperanza de ver de refilón a su hijo.
“Está empezando a hablar de estas cosas. Pero es extraño que tengas que convertirte en líder de la oposición para recibir esta terapia”, explica Baldwin, cuyo libro se llama a secas “Keir Starmer, la biografía” porque encontró difícil resumir a su protagonista en una palabra o un adjetivo.
“No es una sola cosa. Es una persona muy complicada. Vas pelando diferentes capas”, explica Baldwin en respuesta a la pregunta de elDiario.es de qué momento de sus conversaciones le hizo entender mejor a Starmer. “Hubo momentos en los que ambos lloramos. Se emociona con bastante facilidad”.
Uno de esos momentos es cuando habla de Jane Clough, una enfermera de Blackpool asesinada en 2010 por su ex novio, al que había denunciado por violación cuando estaba embarazada y al que habían dejado en libertad provisional después de 12 días pese a que la policía y los fiscales habían avisado al juez del peligro. Starmer era entonces director de la Fiscalía y, en contra del consejo de su equipo, se reunió con los padres indignados de Jane. Durante dos horas estuvo escuchando su atroz caso y la injusticia extra a la que se enfrentaban porque el asesino de su hija podía librarse de los cargos extra por la violación. Starmer dio instrucciones para que no fuera así y ayudó a los Clough en su campaña para cambiar la ley y que estuviera más clara.
En la conferencia laborista de 2021, Starmer contó por primera vez la historia en público y señaló a sus “buenos amigos” Clough, que estaban sentados en primera fila y se levantaron para recibir entre lágrimas el aplauso de la audiencia.
Una carrera no política
Para Starmer, la parte más importante de su experiencia profesional es la que precede a la política. De hecho, cree que los últimos nueve años, como diputado en la oposición, han sido los más improductivos de su carrera. Se convirtió en diputado en 2015, con 52 años. Si es elegido primer ministro, llegará al cargo a los 61 (el actual, Rishi Sunak, tiene 42 y el laborista sería la persona más mayor en llegar al cargo desde 1976).
Starmer entró en la Cámara de los Comunes en medio de uno de los periodos más turbulentos para el Partido Laborista, en pleno apogeo del Gobierno de David Cameron y en vísperas del Brexit, que dividió a su partido. Con Jeremy Corbyn como candidato, los laboristas perdieron las elecciones de 2017 y 2019, cuando sufrieron la peor derrota de su historia desde 1935.
A menudo, Starmer no encaja en la idea habitual de político. Conservadores y críticos de su partido se burlan de su tono engolado en los discursos y sugieren que es parte de la “élite del norte de Londres”. Starmer, en realidad, es el líder laborista que más claramente procede de la clase trabajadora desde Neil Kinnock en los 80, y a la vez el primero que consiguió el título de “Sir” antes de ser diputado, en este caso por su labor como abogado y fiscal. Cuando entró en la Cámara de los Comunes, pidió oficialmente que su nombre saliera sin el prefijo en el listín de los diputados.
Una de sus obsesiones cuando se hizo abogado era normalizar los tribunales, y se quejaba de que pelucas y togas intimidaban a los ciudadanos, que deberían poder entrar en un tribunal como si lo hicieran “en un centro de salud”. Él tuvo que adoptar esos ritos y una forma de hablar neutral, desapasionada y fáctica ante los jueces. Así perdió también el tono más partidista que tenía de joven y que hoy parte de sus votantes echa en falta.
En el nombre de Keir
Starmer lleva el nombre de Keir en honor a Keir Hardie, un minero escocés obligado a trabajar desde los 10 años y que en 1906 se convirtió en el primer líder laborista en el Parlamento.
De adolescente, se peleaba por la política con sus compañeros más ricos en la escuela semipública fuera de su pueblo a la que consiguió ir por su expediente académico. En los años 80, en la Universidad de Oxford -donde cursó sus estudios de Derecho de postgrado después de graduarse en Leeds- escribía, maquetaba y vendía una revista de un grupo trotskista. Por allí andaban futuros políticos como Boris Johnson y David Cameron, pero Starmer no los conoció porque no frecuentaba sus clubs ni estudiaba lo mismo. Mientras en 1986 los estudiantes de su conservador college redoblaban las suscripciones del Sun para apoyar a los periódicos de Rupert Murdoch durante la gran huelga de impresores, Starmer se ofreció como voluntario legal para ayudar a los huelguistas. Así vio policías a caballo que cargaban contra los trabajadores y camionetas en llamas en escenas que le empujaron a defender el derecho de los que protestan.
Le gustaban el teatro y la música –tocaba la flauta y recibió una beca para sus estudios en Londres–, pero sus padres le habían empujado a algo más práctico y estable como el Derecho. Ponerlo en práctica le hizo enamorarse de una profesión que tal vez no habría elegido.
Como abogado en Londres, defendió a mineros despedidos por los recortes de Thatcher y a activistas denunciados por difamación por McDonald’s. También le daba consejos legales a las prostitutas del burdel debajo de su primer piso destartalado donde vivía hasta que fue declarado inhabitable.
“Parecido” al novio de Bridget Jones
Starmer cuenta su descubrimiento del derecho humanitario internacional como una iluminación que le dio sentido a su carrera por la defensa de que “la esencia del ser humano, sin importar de donde vengas o cuáles sean tus circunstancias, es la dignidad”.
Entre los libros de Derecho que ha escrito, está un manual de 900 páginas sobre la legislación europea de derechos humanos, basado en sentencias del tribunal de Estrasburgo. Para él, uno de los hitos de su país fue la aprobación de la ley de 1998 que incorpora la legislación humanitaria internacional y que ahora el Gobierno conservador intenta saltarse para enviar a migrantes a Ruanda.
En 2003, Starmer publicó un artículo en el Guardian contra la invasión de Irak que apoyaba el Gobierno de Tony Blair explicando por qué violaba la legislación internacional. Participó en las manifestaciones contra la guerra y luchó en casos contra el Gobierno para asegurar derechos de peticionarios de asilo, reforzar controles contra la tortura y limitar la vigilancia de sospechosos.
Durante años, viajó a países del Caribe y África para salvar a condenados de la pena de muerte, heredada de la legislación británica abandonada hace décadas.
El Sunday Times publicó que él había sido la inspiración para el personaje del estirado abogado Mark Darcy de El diario de Bridget Jones. La autora del libro, Helen Fielding, dijo que no conocía a Starmer cuando lo escribió, aunque también comentó que efectivamente era “muy parecido” a su personaje: “Es tan bueno, decente e inteligente, pero tan reservado. Siempre tengo ganas de decirle, ‘venga, Keir, aflójate la corbata, revuélvete el pelo'”.
Su seriedad es lo que a menudo le hace ser descrito como aburrido y tal vez explica que pese a la ventaja de más de 20 puntos en intención de voto siga siendo un líder más impopular que la marca laborista. Johnson, como otros conservadores, se burlaba de él por su “obsesión de santurrón” con las reglas y su sequedad en las entrevistas o en las sesiones de la Cámara de los Comunes. Su número dos, Angela Rayner, dice que es el político “menos interesado en política” que conoce y que no está en su lista de las personas a las que llamaría para una fiesta de karaoke.
El anti-Boris
La aparente frialdad de Starmer también tiene que ver con su disgusto con la política como circo, incluidos los gritos en la Cámara de los Comunes como parte de la escenificación de la división. De hecho, suele decir que no aguanta a los “fantasmas” que “van por ahí hablando alto sobre cosas, pero no saben de lo que hablan”.
“Una de las razones por las que desprecia por completo a Boris Johnson es porque Boris Johnson es la encarnación de quien se siente con derecho al privilegio. Es alguien que piensa que la política es un juego, que todo es una broma”, dice Baldwin, el biógrafo. “Es gracioso, siempre se abre paso con el encanto de sus fanfarronadas, alborotándose el pelo y usando alguna cita en latín. Y esa es la antítesis de lo que es Starmer. Lo suyo va del trabajo duro, la perseverancia, ser implacable y ceñirse a los hechos”.
En mayo 2022, Starmer aseguró que dimitiría si la policía le multaba por supuestamente haberse saltado las reglas del confinamiento durante una parada de campaña (la policía determinó después que no las había infringido). “No todos los políticos son iguales”, insistió después de que Johnson sí tuviera que dimitir por las fiestas en Downing Street. En 2021, Starmer definía a Johnson como “una persona banal”; en 2023, como un “mentiroso”.
Su pasado de fiscal
Cuando Starmer fue nombrado director de la Fiscalía pública en 2008, la prensa conservadora le acusó de empujar “una agenda izquierdista”. A la vez, algunos de sus amigos y colegas se sintieron traicionados por el hecho de que se pasara a la Fiscalía, donde tendría que estar del otro lado y apoyar al Estado que a menudo había criticado.
Rivales dentro y fuera del partido le acusan de no haber perseguido a un presentador de la BBC que abusó de menores durante años o incluso de ser parte de una conspiración contra Julian Assange para deportarlo a Estados Unidos aunque los cargos contra el fundador de Wikileaks del Gobierno de Washington no se presentaron hasta 2018, con Donald Trump en la Casa Blanca y Starmer en la Cámara de los Comunes.
La Fiscalía le dio experiencia en una responsabilidad ejecutiva. “Ha dirigido una organización grande y esto es muy inusual para un político en la oposición o cualquier tipo de político en el Reino Unido”, explica a elDiario.es Tim Bale, profesor de Políticas en la Universidad Queen Mary de Londres y autor de un libro acerca del Partido Conservador después del Brexit.
¿Dónde está ‘la visión’?
Las críticas a derecha e izquierda contra él repiten que es “aburrido”, que evita tomar posiciones contundentes o las cambia. “El error ha sido falta de lo que los estadounidenses llaman ‘la visión’. Nadie sabe qué defiende claramente Sir Keir o su partido”, escribía el Guardian en un editorial en abril de 2023. Su indecisión o su miedo a ofender a una parte de votantes también ha creado crisis serias, como el abandono de decenas de concejales laboristas como protesta tras sus titubeos a la hora de pedir un alto el fuego en Gaza (ahora lo pide y también apoya el reconocimiento del Estado palestino como parte de un proceso de negociación).
El Guardian está ahora más satisfecho con los planes concretos para la sanidad pública o la educación que ha presentado Starmer y que son más modestos respecto a sus ideas de 2020.
Este viernes, en una entrevista de la BBC, Starmer se defendía de las acusaciones de que ha traicionado sus promesas de acceso gratis a la universidad o una gran inversión para reducir emisiones contaminantes. “Quiero hacer compromisos en estas elecciones que sepamos que podemos cumplir”, decía recordando el empeoramiento de las cuentas públicas en los últimos dos años. “No es justo fingir ante el electorado que podemos hacerlo todo”.
Su sinceridad o su cautela hacen que el entusiasmo entre sus propios votantes sea limitado.
“Starmer, aunque ha hecho un gran trabajo uniendo al Partido Laborista y poniéndolo en una senda centrista, más amigable para la mayoría de votantes, no es el líder más inspirador, y los líderes son importantes cuando los votantes evalúan a los partidos políticos”, dice Bale, que no cree que tenga ideas tan tímidas de gestión. “Sospecho que va a ser más radical de lo que alguna gente cree. Está diciendo y haciendo todo para asegurar a la gente de que está en buenas manos con el laborismo y que no va a tomar demasiados riesgos. Pero mucha de la gente que tiene alrededor piensa que el Reino Unido necesita grandes cambios para poder competir en la escena internacional y mantener el estado del bienestar”.
El lío del Brexit
Las ambiciones de Starmer no sólo se han rebajado desde el punto de vista presupuestario: también evita hablar de asuntos que reabran heridas, como el Brexit, un tema sobre el que se sabe los detalles porque fue portavoz parlamentario para este asunto en los años de Corbyn. De hecho, el Brexit fue uno de los debates que le distanciaron entonces del líder, que estaba a favor de una salida rápida y tenía poco interés en la UE. Cuando Starmer defendió en público que una de las opciones que no se podía descartar era un segundo referéndum, Corbyn y sus aliados se le echaron encima porque no querían ser el partido pro-UE.
El otro momento de ruptura fue cuando Corbyn defendió inicialmente al Kremlin de las acusaciones por el intento de envenenamiento del antiguo espía Sergei Skripal y su hija Yulia en 2018 en Salisbury. Starmer lo contradijo en público.
Cuando fue elegido líder en abril de 2020, Starmer agradeció a su “amigo” Corbyn sus años de servicio. En octubre de ese año, suspendió a Corbyn por atacar las conclusiones del informe de la comisión independiente del Reino Unido sobre igualdad, que criticó la falta de acción de su liderazgo frente a ataques antisemitas y racistas. Expulsado del partido, Corbyn se presenta ahora a las elecciones como independiente en Islington, su barrio de Londres.
Starmer, según Ana Carbajosa, autora del libro Una isla a la deriva, es ahora un “tipo muy centrado” y “europeísta”. “Ha conseguido, de momento, unir al partido después del desastre de Corbyn. Todavía es difícil saber cómo van a actuar los laboristas, porque lo que están intentando es no cometer errores para llegar a las elecciones y ganar como está previsto. Y para eso Starmer tiene que fortalecer incluso esa imagen de centrista y de persona equilibrada, aunque eso muchas veces enfade a ciertos sectores de su partido. Dentro del laborismo tienen claro que ahora lo importante es hacerse con el poder”, decía Carbajosa en una entrevista con elDiario.es.
Una de las obsesiones de Starmer es evitar “el espectáculo” que ha dominado la política británica en ambos partidos desde hace décadas, en parte por la presencia de políticos percibidos como carismáticos por su capacidad retórica y de supervivencia.
Desde el punto de vista ideológico, Baldwin lo define como “un socialdemócrata bastante tradicional”. “Yo diría que no está tan lejos de la política de Ed Miliband y de Gordon Brown. Pero la diferencia es que Ed Miliband y Gordon Brown son su política. Y él no; no vive ni respira debates políticos como lo hacen esos dos. Está más interesado en hablar de fútbol o en conocer a alguien, en saber de algo malo que le haya sucedido a esa persona y cómo puede solucionarlo en lugar de si es una víctima del capitalismo”.
Ahora bien, su incapacidad para inspirar, su impaciencia en algunas entrevistas y las divisiones en su partido pueden pasarle factura en tiempos difíciles para gestionar el país. “No sé si Starmer se sentirá abrumado por la escala de los desafíos que afronta y todos estaremos decepcionados por su falta de habilidades políticas carismáticas”, reconoce Baldwin. En el evento en la iglesia de Oxford, el autor mira al cura y a los asistentes, muchos votantes laboristas, y dice: “Es posible que no sea la respuesta exacta a sus oraciones”.