Un desconocido en Europa se hizo en 2003 con un equipo de fútbol secundario en Inglaterra. Las crónicas de entonces lo identificaban como un millonario ruso cercano a Boris Yeltsin, que había hecho dinero con el petróleo y otros negocios y que era gobernador de una de las regiones más orientales de Rusia. Aquel desconocido era Roman Abramovich y ese club, eterno aspirante, era el Chelsea de Londres. Aquella operación, que fue recibida de uñas por una parte de los aficionados, cambió por completo la historia del club. Una entidad que apenas tenía una liga cosechada en los cincuenta, cinco títulos coperos y un par de Recopas, desde entonces ganó dos Champions, dos Europa League y cinco títulos ligueros. Los éxitos —también algunos fracasos— llegaron a golpe de talonario. Pero también cambió toda la historia del fútbol europeo. Fue la primer avanzadilla del capital vinculado a gobiernos foráneos que comenzó a invertir en el fútbol europeo. Tras los petrodólares rusos llegaron los petrodólares árabes cambiando por completo el panorama del fútbol del viejo continente.
Pero lo que entonces fue una revolución, casi veinte años después el dinero ruso, que llegó a otros clubes europeos y a los altos organismos del fútbol continental y mundial, es hoy una papa caliente de la que se intenta desprender el fútbol europeo. La invasión rusa de Ucrania provocó un intento acelerado, en apenas una semana, de desvinculación del capital de los grandes oligarcas que en otro momento fueron protagonistas del fuerte desarrollo económico de este deporte en toda Europa. Una influencia que siempre fue más económica que deportiva, ya que ni Rusia ni sus equipos volvieron a ser lo que antaño fue la Unión Soviética.
El caso de Abramovich es el que muestra de mayor manera esta situación. En apenas un año pasó de ver cómo su equipo ganaba la Champions a tener que salir de él por la puerta de atrás. Aquella final la jugó con el Manchester City, un club con el que comparte un fuerte desarrollo desde posiciones secundarias gracias a la inyección de grandes cantidades de dinero, en este caso procedente de Emiratos. Con el comienzo de la invasión, muchos ojos se dirigieron a él como un empresario cercano a Putin. Primero, decidió separarse de la administración del club, cediendo la toma de decisiones a la fundación del Chelsea. Esta semana ya anunció, sin embargo, que pone en venta la entidad. El empresario, que adquirió el equipo por unos 200 millones de euros, ahora estaría buscando una propuesta de 2.500 millones, según informó The New York Times, aunque otros medios plantean que se pretende un precio de venta de 4.000 millones.
Abramovich es el ejemplo principal de cómo el dinero ruso comenzó a incomodar al fútbol europeo, pero no el único. También en Inglaterra, el Everton, equipo de Liverpool, vivió un terremoto desde el comienzo de la invasión de Ucrania. Alisher Usmanov es un empresario ruso de origen uzbeko, propietario de la segunda mayor compañía de telefonía de Rusia, MegaFon. Es además accionista de USM, un holding con intereses en los sectores de metales y la minería, las telecomunicaciones y la tecnología. Ambas compañías patrocinan al Everton. Además, Usmanov, que en su día tuvo una participación en el Arsenal londinense, es socio en la segunda de estas empresas de Farhad Moshiri, dueño del club. Por tanto, la unión de este empresario, afectado por las sanciones de la UE, con el Everton es muy estrecha. Tal es así que su empresa, que ya patrocina el estadio de entrenamiento, tenía un acuerdo para dar nombre al campo de fútbol del Everton. Esta misma semana, el club anunció que rompe sus contratos de patrocinio con empresas vinculadas a este empresario y que también afectaban al equipo femenino.
Magnates que se mantienen
Dmitry Rybolovlev es otro de los grandes empresarios rusos que participan en el fútbol europeo. Es el dueño del Mónaco, que juega en la liga francesa, desde el año 2011. Se trata de un famoso y excéntrico coleccionista de arte que protagonizó distintos escándalos en el pasado. Su caso es un poco distinto al de los dos anteriores ya que no se lo ha considerado tan abiertamente cercano al círculo de Vladimir Putin, pese a algunas investigaciones por parte de EEUU. Por ahora esquivó las sanciones. El del Mónaco es otro caso donde el dinero ruso transformó el club. Rybolovlev adquirió el equipo en la segunda división francesa y a base de grandes fichajes e inversiones millonarias, lo llevó a ganar el campeonato francés en 2017. También compró un club de la segunda división belga, el Cercle de Brujas, que ahora ocupa posiciones de media tabla en la máxima categoría.
El dinero ruso también es propietario de otros clubes menores en Europa y que por el momento no se han puesto en venta. Es el caso del Bournemouth ingles, propiedad del empresario Maxim Denin, quien también esquivó las sanciones. Actualmente es segundo en la segunda división. Otro es el Vitesse holandés, propiedad de Valeri Oyf. Tampoco aparece entre los nombres de oligarcas rusos pero son conocidos sus vínculos con el propio Abramovich o con la todopoderosa petrolera Gazprom. Hay cierto movimiento en Países Bajos favorable al boicot a los propietarios de este club.
El último de los ejemplos es el Pisa italiano, que milita en la Serie B, la segunda división de ese país. Su propietario es Alexander Knaster, un financiero ruso propietario de un famoso fondo de capital riesgo, Pamplona Capital Management, al que nombró así tras haber acudido a los sanfermines. Recientemente se asoció con el exfutbolista Gianluca Vialli (precisamente exjugador del Chelsea previo a la llegada de Abramovich) para lanzar una Spac, una sociedad que sale a cotizar con el objetivo de adquirir compañías, en su caso clubes deportivos.
Protagonismo de Gazprom
Chelsea y Everton no fueron los únicos equipos que dieron la espalda al dinero ruso como consecuencia de la invasión de Ucrania. El Schalke 04 alemán, el equipo que acogió a Raúl cuando salió del Real Madrid, tenía una relación muy estrecha con Gazprom. Era el patrocinador principal desde hace más de 15 años, e incluso tenía un representante en el consejo directivo del club. El equipo de Gelsenkirchen no está en su mejor momento deportivo. Milita en la segunda división alemana, lejos quedan aquellos años en los que llegó a disputar una semifinal de la Champions League. El patrocinio de esta empresa le garantizaba unos 9 millones de euros al año, que llegarían a 15 millones si volvía a la primera división. Pese a ello, la presión mediática y de los aficionados desde el mismo día en que comenzó la invasión en Ucrania obligó a la entidad a eliminar el nombre de la compañía rusa de la camiseta y, posteriormente, a anunciar una ruptura de los contratos.
Gazprom, la compañía energética estatal, era hasta la fecha uno de los sponsor principales de la Champions League que organiza la UEFA, así como de otras competiciones gestionadas por la federación europea de fútbol, como la Eurocopa. Medios especializados han cifrado este patrocinio en unos 40 millones de euros. El organismo tuvo que acabar rompiendo los acuerdos con la compañía días después del inicio de la crisis.
No es la única decisión que tuvo que tomar la UEFA. La final de la Champions de este año estaba prevista en San Petesburgo, en el estadio del Zenit, equipo propiedad de Gazprom. La situación llevó al organismo a moverla a Saint Denis (Francia), al Stade de France. Además, en una medida tomada junto con la FIFA, se expulsó temporalmente a los equipos rusos de las competiciones europeas y a la selección de la repesca del Mundial que tenía que jugar en las próximas semanas para clasificarse para la cita que este año se juega en Qatar.
Distintas federaciones europeas se plantaron y descartaron su participación en la competición si a ella acudía Rusia. Cabe señalar que ni siquiera la propia elección del país árabe, con graves incumplimientos de los Derechos Humanos denunciados y con la muerte de multitud de obreros en la construcción de las infraestructuras, había provocado tal rechazo por parte del fútbol europeo. Escasas selecciones y jugadores han mostrado abiertamente su rechazo a este campeonato públicamente.
Una decisión similar a la que tomaron la UEFA y la FIFA, excluyendo a equipos rusos y a su selección, la tomaron otros deportes como el baloncesto. La Euroliga, principal campeonato de clubes de Europa, expulsó a los tres equipos rusos que participan, algunos de ellos accionistas de la propia empresa que gestiona y organiza este torneo. El último boicot que se ha realizado en el mundo del deporte, más simbólico que económico, ha sido por parte de la compañía de videojuegos EA, que eliminó a los equipos rusos y a la selección del FIFA 22, el principal juego de fútbol del mundo.
DL