AL FINAL, NO ERA TAN ASÍ

La guerra en Ucrania y el gobierno títere de Milei

Madrid —

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Las negociaciones que encaró Donald Trump para poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania alcanzaron esta semana algún punto de entendimiento, al menos con el gobierno ucraniano. Después de reunirse en Arabia Saudita —nuevo e inesperado escenario de gestiones diplomáticas— los enviados de Washington y Kiev se pusieron de acuerdo sobre un alto el fuego, que ahora deberá negociarse con el Kremlin.

Vladímir Putin ya dejó entrever que Rusia no está muy dispuesta a un acuerdo de alto el fuego si solo se trata de eso. Tienes sus razones. Esta semana, las fuerzas rusas lograron expulsar al ejército ucraniano de la principal ciudad que mantenían bajo su control en la región rusa de Kursk. A lo largo de los 1.000 kilómetros de la línea donde se producen los enfrentamientos, Moscú lleva la delantera. Lo dice el gobierno ruso, pero también medios independientes del país como Meduza.

Putin dice que el alto el fuego debe estar acompañado de un plan definitivo de paz. Vaya a saber uno de qué se trata eso. Puede ser que Ucrania se mantenga neutral (no entre en la OTAN), aunque también podría ser que no posea más que un ejército simbólico (solo para algún desfile de ocasión). Lo sabremos con mayor exactitud en las próximas semanas o meses. 

Sin embargo, varias veces en Occidente, de periodistas y analistas a funcionarios dicen tener muy claro qué es lo que quiere el Kremlin en Ucrania. Un análisis del Financial Times de estos días señala (en boca de tres de sus corresponsales): “(Rusia) No ha mostrado ninguna señal de retroceder en sus demandas maximalistas, las cuales socavarían la existencia de Ucrania como un estado funcional”. Un analista de seguridad citado por el medio sostiene que Rusia busca controlar Ucrania, mientras que un alto diplomático europeo, citado de forma anónima, afirma que el Kremlin pretende “reemplazar a Zelensky (el mandatario ucraniano) por un gobierno títere” que pueda manipular a su antojo.

De la inexistencia del Estado ucraniano a la idea de un presidente marioneta, lo que está en discusión parece ser la soberanía que debe poder ejercer cualquier Estado que se precie de tal; y, por lo tanto, la paz entre Rusia y Ucrania radica en esa cuestión fundamental mucho más que una porción determinada de territorio. ¿Es fundamental entonces la soberanía? Y, por otra parte, ¿qué distingue a un gobierno “títere” de uno que no lo es? 

En los mismos días en que se negocia la paz en Ucrania, Donald Trump generó una revolución política en Europa. Los periódicos europeos se debaten entre culpar o agradecer al mandatario norteamericano. Con su amenaza de soltarle la mano a sus socios de Europa, muchos países del continente empezaron a pensar en la necesidad de “independizarse” de Estados Unidos, en tomar decisiones “soberanas”. “Make Europe Great Again” tituló una nota un periódico del bloque que hacía referencia a las oportunidades que se abren.

Suecia, por ejemplo, se presenta así mismo como uno de los estados europeos que ha logrado desarrollar capacidades militares soberanas al margen de su alianza con Estados Unidos y de haber ingresado en la OTAN, en el 2023. En agosto del año pasado, el país escandinavo lanzó su primer satélite militar, señaló a los medios el ministro de defensa sueco. Eso y la base de cohetes de Kiruna, al norte del país, son parte de una base industrial que permiten al país crear una “disuasión creíble” frente a Rusia.

El funcionario afirmó a la prensa que los países de Europa deben fortalecer sus lazos defensivos en la OTAN sin Estados Unidos e invertir más en sus propias capacidades, en áreas espaciales y de satélites. El mismo debate sobre recuperar la autonomía industrial y militar se está dando en Francia, y, sobre todo, en Alemania, donde el parlamento acaba de aprobar una ley trascendental para que el gobierno pueda endeudarse por encima del límite histórico que regía la economía germana en las últimas décadas. 

El nuevo líder alemán (que aún debe formar gobierno) ya ha dicho que planea recuperar la industria alemana, incluida la de la defensa. Un dirigente europeo lo dijo sin sonrojarse días atrás: como Alemania ya no puede vender autos, deberá vender tanques. El diario inglés The Guardian tituló el viernes: “Germany is back”, en alusión al fondo multimillonario en infraestructuras y defensa recientemente acordado en el Parlamento junto a la oposición socialdemócrata y a los verdes. 

A varios miles de kilómetros de Bruselas, el estado chino también se reafirma en el desarrollo de su industria tecnológica. En la reunión anual del Parlamento del país asiático, que congrega a más de 5.000 delegados y miembros del Partido Comunista China, el mensaje que se escuchó fue claro. El gigante asiático continuará impulsando la industria de la alta tecnología. ¿Cómo? Igual que ha hecho en el último año para intentar que su economía remonte del cimbronazo de la pandemia: dirección estatal y estímulos monetarios, además de colocar fondos allí donde sea necesario. 

Así las cosas, el mundo vuelve a centrar la autonomía, el poder de ejercer la soberanía, en las capacidades industriales del país. Si uno se detiene sobre esa cuestión, la soberanía pasa por desarrollar esas capacidades y no tanto por el carácter de un gobierno u otro. La premisa permite entonces preguntarnos, ¿en qué lugar queda situado el gobierno de Milei? 

Desde que asumió en diciembre de 2024, el presidente paleolibertario ha tomado una serie de medidas que no han hecho más que socavar el exiguo aparato industrial del que dispone el país. Esta semana, el Indec informó que el uso de la capacidad instalada de la industria argentina durante el mes de enero fue del 55%, apenas unas décimas por encima del mismo mes del año pasado, cuando marcó 54,6%. Asimismo, constituye el peor mes desde que el instituto de mediciones comenzó la nueva serie, en 2016.

El marco general cuenta con algunos ejemplos horribles del desguace o bien del desinterés, abandono o rifa que Milei planteó respecto al poder industrial nacional. El más emblemático, quizás, sea el de la venta de IMPSA,  la exempresa estatal especializada en soluciones tecnológicas de alto nivel. 

IMPSA, que ahora pertenece a un empresario cercano a Donald Trump, tiene capacidad de crear, entre otras cosas, componentes para reactores nucleares. Justo cuando buena parte del mundo se plantea extender la vida de la energía atómica, y las grandes tecnológicas —de Google a Meta— hicieron un llamado esta semana a impulsar el desarrollo de reactores nucleares que abastezcan la demanda energética de la industria tech.

Otros ejemplos, igual de preocupantes, son la paralización de los proyectos de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales (Conae), entre ellos el proyecto Tronador II, para la construcción y el desarrollo de un lanzador satelital, que reforzaría enormemente la soberanía argentina en cuestiones espaciales. Mejor que quede en manos de Musk, ¿no?

Tampoco las soluciones logística importan —ahí está la privatización del estratégico Belgrano Cargas— o los instrumentos financieros estatales, que tanto en Europa como en China cumplen un papel trascendental en la inversión y los créditos del sector industrial. El ejemplo más vívido de ello es la iniciativa del Ejecutivo para privatizar el Banco Nación. 

En un aparato industrial que ya venía golpeado —y que nunca logró recuperarse del golpe devastador que le dio la última dictadura—, Milei parece decidido a propiciar el jaque mate definitivo. En ese contexto, el mandatario argentino podrá gritar al cielo que es un líder soberano, el presidente de un país con capacidad de decisión. Sin embargo, en solo un año de gobierno, el paleolibertario no ha hecho más que socavar la soberanía económica de Argentina, y plegarse sin un mínimo de amor propio a los mandatos que emanan de la boca de Donald Trump.

MT