El sonido del house y el techno volvió a sonar en los clubes de Ibiza, que para buena parte de la industria forman la meca de la música electrónica mundial. El pasado 29 de abril, Amnesia abrió sus puertas con Pyramid, su fiesta de calentamiento. Unos minutos antes de la medianoche, la famosa discoteca Pachá celebró su fiesta de apertura con All Night Long del disyóquey Solomun. Amadas por unos, odiadas por otros: ¿qué significa para Ibiza que su nombre se asocie a los clubes más famosos del mundo?
“Con la apertura de las discotecas, hablamos de la llegada de unos 30.000 turistas y un impacto de unos 30 millones de euros en la isla. Podemos hablar de unos 2 millones de euros solo en entradas”, explica a elDiario.es José Luis Benítez, gerente de Ocio de Ibiza, la asociación que representa, entre otras empresas, a las discotecas de Amnesia, DC10, Ushuaïa, Hï y Pachá, adquirida en 2017 por 350 millones de euros por parte del fondo de capital riesgo Trilantic Capital Partners.
Además del dinero que generan en las discotecas, subraya que estos turistas tienen que coger transporte público o privado, comer en bares o restaurantes y escoger un establecimiento hotelero o vacacional. Si hablamos de empleo, cifra en 2.000 los trabajadores directos y en unos 800 o 900 los indirectos. Preguntado sobre si percibe más ganas que nunca de acudir a los clubes, Benítez cree que hay “muchas ganas de divertirse, de rozarse con otros, de abrazar y dar besos. Esta pandemia ha sido muy dura para todo el mundo”.
Buen conocedor del mundo del ocio desde los años 80, define a la ciudadanía ibicenca como “gente muy abierta”, que recibe turistas desde que los hippies pusieran de moda la isla en pleno desarrollismo franquista. Sobre la asociación que se hace de Ibiza con el ocio, matiza. “Ibiza es mucho más que ocio, tiene una gastronomía espectacular, unas playas envidiables”, aclara.
“No son lo que más nos da de comer”
Sin embargo, no todo el mundo piensa que las discotecas sean imprescindibles para mantener el motor económico del turismo. “Creo que el 90% de las personas que trabajan en las discotecas son temporeros que vienen de fuera. Las discotecas no son precisamente el mercado que nos da más trabajo y más de comer”, afirma Jaume Ribes, portavoz de Prou!, plataforma que consiguió que en 2019, antes de las elecciones municipales y autonómicas, todos los partidos con representación política, excepto Ciudadanos, firmaran un “pacto de mínimos” que incluía mayor protección medioambiental, limitación del número de vehículos en circulación y de la construcción “desmedida” y lucha contra la masificación turística, entre otras medidas.
“Los problemas que vienen asociados a las discotecas y los beach clubs, aparte de toda la droga, la prostitución y el ruido, son las fiestas en las casas. Salen de los beach clubs y convierten el campo en una discoteca también”, enumera Ribes. Cuando se le pregunta sobre si ve una relación directa entre discotecas, beach clubs y fiestas ilegales en las casas de campo, pone como ejemplo de lo contrario Menorca. “He ido muchas veces y no veo que haya esta problemática de fiestas en las casas. En primer lugar, porque no tienen discotecas”.
Los problemas que vienen asociados a las discotecas y los beach clubs, aparte de toda la droga, la prostitución y el ruido, son las fiestas en las casas
Desde los movimientos más críticos señalan que las mafias del narcotráfico, la prostitución y las fiestas ilegales en las que se hace negocio, son otras de las consecuencias indeseadas. “Las discotecas generan industrias paralelas por el tipo de turismo que traen. No digo que sean los mismos empresarios, pero el turismo de 'desfase' conlleva la aparición de este tipo de negocios”, explica Neus Prats, portavoz del grupo ecologista GEN-GOB.
Benítez rechaza de plano esta idea. “Una discoteca es un artículo de lujo. Una entrada cuesta 80 euros y una copa una media de 20 euros: eso es algo que solo determinada gente se lo puede permitir”, argumenta. Preguntado por las opiniones críticas, afirma que hay un ecosistema de gente alrededor del negocio que mueve las discotecas que “hacen cosas que no deben”. Pero advierte que las drogas no solo están en las discotecas, también en los restaurantes, en las plazas y en las casas. “Estos dos años de pandemia hemos tenido esos mismos problemas o más”, afirma.
Quién “gana” y quién “pierde” con las discotecas abiertas
La plataforma Prou! va más allá. Sus integrantes consideran que Ibiza no necesita las discotecas para vivir del turismo. “El poder económico está haciendo una fuerza y una presión increíble, dando cifras que no nos creemos”, lamenta Jaume Ribes, quién recuerda que el año pasado la temporada turística fue buenísima tanto en Ibiza como en Formentera. Se trabajó mejor en los restaurantes de playa y en zonas del casco antiguo de Ibiza, como El Mercat Vell, La Marina y el puerto, que en años anteriores.
“No es verdad que las discotecas sean tan necesarias. Hay un lobby que no permite que podamos evolucionar hacia un modelo turístico más ecológico y amable hacia los habitantes que vivimos aquí”, explica. A esta idea, los ecologistas consideran que a la isla llegan miles y miles de personas en estancias muy cortas, demandan un servicio muy concreto, pero a cambio “saturan las carreteras, las depuradoras y las playas, consumen agua que no tenemos y generan residuos inasumibles”, añade Prats.
Pese a las evidentes diferencias entre unos y otros, Benítez no rehúye el debate ecologista. “Todo el mundo sabe que en una isla hay un tope, hay que intentar ser más sostenibles y que la gente que llegue respete Ibiza”, sostiene. Sin embargo, rebate la idea de que las discotecas no generan riqueza. “Son empresas nacionales, algunas directamente ibicencas. Y si no, hay algún propietario extranjero que vive aquí, que sus hijos van al colegio aquí. No hablamos de empresas que hacen dinero y se lo llevan. Hay trabajadores ibicencos, españoles y europeos”, asevera.
Preguntado por los beneficios o perjuicios indirectos que puede generar el negocio de las discotecas en el Paseo Juan Carlos I y la Avenida 8 de Agosto, donde se ubica la famosa discoteca Pachá, Benítez afirma que comerciantes y restauradores están “encantados” porque las discotecas “generan movimiento”.
“A mí Pachá me beneficia”
A 150 metros de Pachá se encuentra la heladería Torres Tallón, un negocio familiar que lo pasó mal durante el primer año de pandemia. “A mí Pachá me beneficia. Los mismos trabajadores vienen a pedir un café o un helado. Se nota mucho la subida, cuando abre, y la bajada, cuando cierra”, explica su propietario, David Torres Tallón. Después de un 2020 bastante malo, el año pasado remontaron, pero solo fueron tres meses muy buenos. “Con la apertura de las discotecas se está notando la mejoría. Creo que son el motor de la economía ibicenca”, expone.
Con la apertura de las discotecas se está notando la mejoría. Creo que son el motor de la economía ibicenca
Al final de la avenida, a unos 170 metros de Pachá, se encuentra el restaurante Sa Nansa, de comida tradicional ibicenca. Su cocinero y propietario, Pedro Tur, tiene una opinión diferente. “Hablando con restauradores, me consta que tanto en 2020 como en 2021 se marcaron récords históricos de facturación. Durante el primer año de pandemia prácticamente solo vinieron españoles y el restaurante (40 sillas) se llenaba todos los días tanto en comidas como en cenas, sin ningún tipo de labor publicitaria. Hay muchos sectores de la isla que pueden vivir sin la noche o incluso mejor”, explica Pedro.
Durante ese verano después de la primera ola, cuando se relajaron las medidas contra el COVID, el perfil del cliente fue una pareja española de entre 25 y 60 años. Pedro cree que muchos de ellos dejaron de venir hace dos décadas “por la saturación”. Otros, considera, llegaron por primera vez porque escucharon que la isla estaba más tranquila, debido a la pandemia.
Sin embargo, él no se queja. Abrió su restaurante en 2006, mientras que Ricardo Urgell hizo lo propio con Pachá en 1973. “No puedo quejarme de que tengo al lado Pachá porque yo elegí la ubicación. Hay gente que puede venir a cenar y luego ir a la discoteca, pero no es mi público objetivo”, continúa. Para Pedro, lo importante es que la economía redunde en el beneficio de los residentes durante todo el año, no solo en temporada, que el dinero se quede en la isla y que repercuta en la calidad de vida de sus habitantes. Entre algunos de los efectos indeseados de la Ibiza de la fiesta, cita los accidentes de tráfico, el ruido y las fiestas ilegales que proliferan en villas privadas o casas de campo.
Cuando el modelo es crecer pero la isla “no da para más”
Joan Ribas trabaja en la industria de la música electrónica desde 1983. En este recorrido de casi cuatro décadas, plantea que todo ha cambiado mucho, no tanto las discotecas en sí, sino su modelo de gestión. A partir de mediados de los años 90, los promotores ingleses focalizan toda la atención en el disyóquey, que se convierte en el centro de la fiesta.
“Cuando empecé en los años 80 en Pachá, las discotecas abrían por la noche y la gente no sabía quién era el disyóquey. Yo no aparecí en un póster hasta mitad de los años 90. De hacer fiestas en las que había uno o dos disyoqueis que pinchaban una media de cuatro horas, hemos pasado a fiestas con diez o doce disyoqueis que pinchan una hora u hora y media como mucho”, expone. Una idea, el disyóquey como reclamo, muy generalizada y que Benítez confirma. “Tenemos las mejores discotecas y los mejores disyoqueis del mundo”, dice.
Cuando empecé en los años 80 en Pachá, las discotecas abrían por la noche y la gente no sabía quién era el DJ
Crítico con su profesión, Ribas exige cambios. “Cambiar el modelo va a ser muy difícil porque está basado en el capitalismo. Yo pensaba, iluso de mí, que con la pandemia íbamos a tener la capacidad de provocar algún tipo de cambio pero se está viendo, después de la pandemia, que estamos multiplicando lo que teníamos antes. Por tanto, mientras siga produciendo la cantidad de dinero que produce, no creo que se pueda cambiar”, lamenta.
Apunta cambios en varias direcciones: el reto imprescindible, afirma, “es decrecer, decrecer y decrecer” porque “nuestra isla no da para más y si la perdemos dejará de ser negocio”. Para ello, propone endurecer la legislación, empezando porque se prohíba la música con tanto volumen en las playas. “Música en la playa ha habido siempre, hace 50 años ya había, incluso se ponían disyoqueis en la playa, pero no con el volumen actual”, manifiesta Ribas. Una idea compartida por Prou!.
Ibiza lleva años debatiendo sobre la cuestión de parar el crecimiento ilimitado en una isla con un territorio sobresaturado, o incluso decrecer, pero el peligro está en que después de dos años de pandemia, el rodillo económico vuelva a pasar por encima de las necesidades medioambientales y ciudadanas.
NR