A Ignacio Ramonet (Redondela, Pontevedra, 1943) se le deben no pocas ideas fuerza de la izquierda durante el cambio de milenio. De un editorial de Le Monde diplomatique, el periódico mensual que dirigió entre 1990 y 2008 y convirtió en uno de los órganos críticos con el neoliberalismo más respetados, nació ATTAC, que buscaba tasar las transacciones financieras internacionales. A otro de sus artículos en las mismas páginas corresponde la popularización de la expresión “pensamiento único” para referirse al paisaje ideológico de la pos Guerra Fría, dominado, a su juicio, por los intereses del capital financiero internacional. Autor de libros que alimentaron el movimiento altermundialista como La tiranía de la comunicación (1999), Cómo nos venden la moto (junto a Noam Chomsky, 1995) o Propagandas silenciosas (2001), teórico de la comunicación y catedrático emérito en la Universidad París VII, Ramonet ofreció el pasado 25 de mayo en Santiago de Compostela una conferencia, organizada por la universidad, sobre un mundo sometido a crisis. “Estamos en una policrisis”, advierte, con el cambio climático como condición última. A la guerra de Ucrania no le ve un final próximo “y lo ha cambiado todo”. La extrema derecha asciende alimentada por la destrucción de las clases medias. La manipulación informativa entró en una nueva dimensión debido a los saltos tecnológicos. Pero, aunque el panorama que dibuja es tenebroso, percibe esperanza: “La humanidad se está organizando. Siempre hay movimientos que, a la vez, intentan explicar lo que pasa y resisten a ello”.
-En su conferencia en la Universidad de Santiago de Compostela realizó un diagnóstico del estado del mundo a partir de dos crisis encabalgadas, la provocada a partir de 2020 por el coronavirus y la desatada en 2022 por el ataque ruso a Ucrania. Pero Europa no había acabado de salir de la anterior, la iniciada en 2008. ¿Es la crisis constitutiva del capitalismo?
-El mundo va de crisis en crisis. Hay una concatenación. La crisis de 2008, la de las subprime, se prolongó y en Europa se tradujo en el control de la UE de varios Estados, entre ellos Grecia, pero también Irlanda o Portugal. No fue el caso de España, pero estuvo muy cerca. Esa fue la crisis final del neoliberalismo o de la globalización. Las sociedades son incapaces de ir más lejos por esa vía. Pero como el capitalismo no tiene otro modelo, sigue esa tendencia. Es inercia. Las tesis de [el economista francés Thomas] Piketty demuestran cómo el neoliberalismo produce desigualdad de manera estructural. Con el covid y con Ucrania la globalización no es posible. El mundo ha dejado de ser uno y se ha vuelto a dividir en varios.
-¿Qué síntomas le permiten afirmar que la globalización –o el neoliberalismo si es que son sinónimos– se terminó?
-El neoliberalismo ya no funciona. ¿Por qué no funciona? Esencialmente porque la producción de desigualdad fue tal que las sociedades lo rechazan. El ejemplo más llamativo es lo que pasó en el Reino Unido en otoño. Boris Johnson, el primer ministro, tuvo que dimitir por escándalos ligados al coronavirus. Entonces, el Partido Conservador eligió a una señora que se llamaba Liz Truss. Esa primera ministra presentó un programa ultraneoliberal para salir de la crisis, con más privatizaciones, más reducción de los servicios públicos, una brutal bajada de impuestos. ¿Y qué ocurrió? El Banco de Inglaterra dijo que ese plan era la ruina de Inglaterra. Las empresas, la propia Bolsa de Londres, dijeron que ese modelo no funcionaba. O sea, los propios actores fundamentales de la globalización, del neoliberalismo, dijeron: “No, eso ya no funciona”. Liz Truss duró como seis semanas. Y se eligió al actual primer ministro (el también conservador Rishi Sunak) con un programa más moderado. El propio sistema, el propio capitalismo, no quiere el neoliberalismo.
-El bloque dominante, ¿tiene un plan para después del neoliberalismo?
-No lo veo. Lo que sí vemos es que este modelo ya no funciona. La otra evidencia es el exceso de desigualdades. ¿En qué se traduce? En la desaparición de las clases medias. Están desapareciendo. Nuestros hijos que han ido a la universidad, cosa que no habían podido hacer nuestros padres, tienen un nivel de vida inferior al de nuestros padres. Entonces ¿para qué sirve la universidad, o qué tipo de oportunidades se le proponen a la juventud de hoy? Hay un problema con la juventud, dicen. No hay un problema con la juventud, hay un problema con el modelo económico que destruyó los servicios públicos y provocó el empobrecimiento de los pobres. Las sociedades no dan más. ¿Y qué implica en términos políticos? La clase media que desaparece y que se ve desesperada está votando a la extrema derecha en toda Europa. No vota a la extrema derecha por pasión neofascista, sino porque ninguna otra familia política responde a esa desesperación.
-¿En Europa hay un giro político reaccionario?
-Sí, claro. La interpretación que se le dio a la crisis no es de tipo social o económico, es de tipo identitario. Se dice a la gente: “No, tus hijos no tienen trabajo, porque el trabajo se lo llevan los inmigrantes”. La dimensión identitaria, racista, adquiere una gran importancia. Como en Estados Unidos con Trump. El neoliberalismo destruye las clases medias, las clases medias caen en un tobogán hacia la pobreza y se desesperan al ver el desclasamiento del que son víctimas, y ese desclasamiento, interpretado por algunos como rivalidad con los inmigrantes, se convierte en racismo. De ahí el voto a la extrema derecha, que está subiendo en todas partes.
-El escenario político francés, donde la alternativa electoral a la Presidencia de la República se reduce a elegir entre el neoliberalismo de Macron y la extrema derecha de Le Pen, ¿puede extenderse al resto de Europa?
-Francia es un poco especial. En primer lugar, por el sistema electoral: la doble vuelta hace muy complicado imponerse a menos que tengas una fuerte mayoría. Es lo que pasa ahora. El Frente Nacional, que ahora se llama Reagrupamiento Nacional, puede llevarse todo. Ya es el primer partido en la Asamblea Nacional. Si por ejemplo Macron hubiese disuelto la Asamblea con ocasión de la crisis de las pensiones, quien iba a salir ganando hubiera sido la extrema derecha. Sobre todo después de tantas huelgas y tanta violencia, a la que los medios le dieron mucha importancia. Lo que llamamos la mayoría silenciosa podía haber reaccionado votando a la extrema derecha como protección contra el desorden.
-No ve posible, entonces, que la disputa electoral en los Estados europeos se sintetice entre opciones análogas a Macron y Le Pen.
-No, no lo creo. Además, la extrema derecha francesa no es neoliberal, es antineoliberal. Están a favor de la intervención del Estado, nostálgicos de un Estado fuerte.
-¿La izquierda política está a la altura del momento histórico?
La izquierda carece de teoría. Hubo muy poca reflexión. ¿Cuál es el gran teórico de izquierda hoy? ¿Varoufakis? ¿Pero en qué medida? Sacó la lección, según él, de lo que había pasado en Grecia, pero... Quizás Piketty es el único economista que aportó algo en términos de denuncia de las desigualdades, de reflexión sobre la política fiscal: qué impuestos son necesarios, cómo corregir las desigualdades mediante una política fiscal. Pero no hay teoría. Mientras tanto ya van 20 o 30 años de la extrema derecha subiendo. No basta con decir que algunas masas se portan mal. No se portan mal, las masas no se portan ni mal ni bien, no se trata de moral, se comportan en función de lo que creen que les va a permitir sobrevivir como familia, como categoría social o como grupo.
-No existe una alternativa fuerte como en su día fue el socialismo.
-Yo no lo veo. Nosotros lo que podemos decir es que necesitamos que el Estado sea más redistribuidor, necesitamos que el Estado, sobre todo después de la covid, tenga más capacidad de tener servicios públicos, necesitamos que el Estado sea capaz de reindustrializar nuestros países porque las políticas neoliberales de externalizar la producción fueron un desastre, como se vio en la covid. Finalmente el modelo Biden, un modelo tímidamente neokeynesiano, es un poco lo más a la izquierda que puede haber. Y fíjate lo que es.
-De las dos crisis de las que habla, la del coronavirus quedó atrás, pero la guerra de Ucrania continúa. ¿Cómo acabará?
-No tenemos la bolita de cristal, ¿verdad? Puede acabar muy mal, con la utilización de un arma nuclear, que sería catastrófico para la humanidad. Pero es muy difícil adivinar el final de la guerra de Ucrania. Mientras esté Putin en Rusia se ve muy difícil que el Gobierno ruso devuelva Crimea o abandone sus pretensiones sobre Crimea como parte estructural de la Rusia eterna. ¿Qué es una victoria ucraniana? ¿Detener la invasión donde está? El discurso de Zelensky no va en esa dirección para nada, sino en recuperar todo el territorio anexionado por Rusia. Eso incluye el Dombás y también Crimea. Cuando algunos Estados dicen hay que sentarse en la mesa a negociar está bien, pero ¿sobre qué bases? Alguno de los dos contendientes va a a tener que hacer concesiones, así se terminan las guerras. Pero por el momento los espíritus no están en esa situación.
-¿Por qué?
-Se habla de contraofensiva, de que la OTAN va a entregar F–16 a Zelenski. Rusia sigue con su intención de recuperar el conjunto del Dombás, porque considera que eso es estructuralmente territorio ruso y forma parte de la patria histórica no sé cómo.... No se ve bien cómo puede terminar esa guerra. Por el momento no cabe duda de que fracciona el mundo.
-¿En qué sentido?
-El mundo está hoy dividido por lo menos en tres partes. Por eso la globalización ya no puede funcionar de la misma manera. Y menos con las sanciones. Por un lado están Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, unidos contra Rusia. Por otro, Rusia y sus aliados –Bielorrusia y algunos países de la ex Unión Soviética. Y por otro, toda una parte del Tercer Mundo que no está ni con uno ni con otro.
-¿Liderados quizás por Brasil?
-Claro. La posición de Brasil es una posición bien constructiva por parte de Lula, aunque sin resultados concretos. Pero le da un rol a China en términos de capacidad diplomática. Este reencuentro entre Irán y Arabia Saudí, que estaban separados y prácticamente en guerra en el teatro de Yemen, fue posible gracias a Pekín. ¿Qué rol jugará Pekín en la posguerra de Ucrania? No cabe duda de que va a cambiar el mundo. El Consejo de Seguridad no funciona. Habrá que redefinir Naciones Unidas, no está funcionando en este momento. Muchos países se están posicionando para el después de la guerra de Ucrania. Será como el después de la Segunda Guerra Mundial, no con esa dimensión, pero para nuestro tiempo, en cierta medida, sí.
-Al final, en todo caso, la globalización económica no implicó una globalización política.
-No, el mundo está fracturado de hecho, en muchos aspectos.
-Usted se refiere al entrelazamiento de varias y distintas crisis, pero ¿existe alguna que sobredetermine a las demás?
-Hay una que nos concierne a todos, el cambio climático. Es decisivo. No es que sobredetermine, pero al cambio climático le da igual la guerra de Ucrania o no, sigue con su transformación. Cada uno de nosotros lo puede constatar a su nivel: se encuentre donde se encuentre en el planeta está viendo desde el punto de vista climático cosas que nunca antes había visto, tampoco las personas mayores en su experiencia vital. Y hay preocupaciones muy grandes en torno por ejemplo al agua. ¿Qué va a ocurrir en torno al agua dulce? Hay países que no van a tener agua, lo que va a provocar grandes migraciones. Si el cambio climático provoca migraciones en África del Norte, las migraciones van a venir para Europa. Este fenómeno se sumará a la desaparición de las clases medias y a cómo esta desaparición alimenta el ascenso de la extrema derecha. Lo que está pasando con Vinicius en este momento muestra que el racismo es un tema de actualidad en España. Y no es anecdótico que ocurra en el fútbol.
-Los saltos tecnológicos, otro de los temas que está en el centro de su reflexión, ¿afectan a la calidad de la información? La manipulación mediática existía antes de las redes sociales o la inteligencia artificial...
-Estructuralmente no es nada nuevo, en efecto. La comunicación en el último siglo y medio avanzó a golpe de innovaciones tecnológicas: el telégrafo, la radio, la televisión, Internet y las redes sociales, la propia fotografía cambió la historia de la información... Y otras tecnologías, la linotipia, la rotativa, el micrófono, el altavoz... La comunicación está acostumbrada a verse sometida a cambios tecnológicos brutales, violentos. El problema es que con Internet se ha cambiado de dimensión.
-¿Por qué?
-Primero, Internet permitió realizar algo que durante mucho tiempo pareció imposible: la democratización de la información. En los años 70 el informe McBride –de Seán MacBride, un premio Nobel de la Paz irlandés– pedía no seguir en un mundo en el que cinco agencias de noticias dominaban la información y la mayoría de los medios de comunicación reproducían esas noticias. Había grupos multimedia que poseían la prensa, la radio, la televisión. Eso se terminó, porque ahora con un teléfono cada uno puede hacer su información y difundirla en Twitter o en Facebook o en Instagram. La democratización en la información está hecha. ¿Se ha resuelto el problema? No se ha resuelto el problema, evidentemente.
-Han aparecido otros problemas, quizás más complejos.
-La solución de un problema plantea nuevos problemas. Ahora el tema no es tanto la capacidad de producir información, sino que el uso de las nuevas tecnologías se ha vuelto tan sofisticado que nadie sabe muy bien ya de qué estamos hablando. ¿Qué certidumbre tengo de que la información que recibo es una información verificada? Ninguna. La inteligencia artificial añade una dimensión más en términos de incertidumbre, pero eso ya existía. Por otra parte, en qué medida toda esa información en forma de puzzle que estoy recibiendo me permite tener una visión del conjunto coherente y que me dé una explicación que me sirva en mi vida cotidiana como ciudadano. Es muy complicado. E Internet, que apareció como una gran solución, gratuita y sin límites, hoy día es una trampa para muchísima gente, que tiene la ilusión de tener información y no está informado. O se informa de cosas que le interesan –la farándula, el deporte, y ojo, no siento ningún desprecio por estas cosas– y tiene mucha información sobre eso, pero nada más. Lo que verifica una cosa que digo desde hace mucho tiempo: la información oculta la información. Mientras, nadie tiene una idea clara de lo que ocurre en Ucrania. ¿Bajmut se tomó por completo o no? Nadie lo sabe, ni siquiera el presidente de los Estados Unidos.
-Algo que se aprende en sus libros es que con toda tecnología informativa aparecen también nuevos modos de manipulación. Un debate clásico de la teoría crítica es si el núcleo del problema reside en la propia tecnología o en su propiedad.
-Claro. Hoy son las redes. Quién posee las redes, y en qué medida el propietario de las redes ejerce la censura cuando puede.
-El panorama que dibuja es oscuro. ¿No intuye luces en el horizonte?
-Sí, por supuesto. La primera, nuestra capacidad de entender. Todos y todas estamos preocupados por entender este nuevo mundo. Que es reciente, acaba de ocurrir. La guerra de Ucrania empezó hace un año. Se tardó mucho tiempo en entender cómo funcionaba la Guerra Fría, cómo funcionaba la descolonización... Por otra parte, las sociedades están cada día más alerta sobre estos peligros. El cambio climático es un peligro, pero no destruyó aún el planeta ni la humanidad. La humanidad se está organizando. Para cada una de estas crisis tenemos no solo advertencias, sino movimientos a la vez de resistencia y de explicación. Esto es lo más esperanzador.