“Trump ha tenido una mala noche. Ha mordido el anzuelo una y otra vez y ha repetido todas esas viejas quejas que le perjudican políticamente. Mi sensación es que a ella le ha ido bien. Por esta noche, al menos, es su noche”. Cuando uno se encuentra este funeral en la cadena ultraconservadora FOX News en los minutos después de un debate presidencial, ya tiene una idea bastante clara de cómo le ha ido a Donald Trump su primer encuentro con Kamala Harris.
Al expresidente le ha durado la disciplina una media horita. Durante ese tiempo, ha parecido que tenía un plan: hablar de inmigración y de criminalidad le preguntaran lo que le preguntaran. Ha sacado a relucir el pasado marxista del padre de Harris, pero en general el intercambio de golpes estaba más o menos en lo esperado. Quizás ha sido un comentario ácido de la vicepresidenta sobre el tamaño (de sus actyos de campaña) lo que le ha hecho saltar al lado paranormal y decir que los inmigrantes irregulares roban perros en Ohio y se los comen. Desde ahí, todo ha ido a peor.
Trump ha ido saltando gustoso sobre cada charco, mentira a mentira: él no tuvo nada que ver con el asalto al Capitolio del 6 de enero, los demócratas le pidieron que acabara con el derecho al aborto, Kamala antes no era negra... Lo esperado, en realidad, porque el expresidente es ya mayor para cambiar el estilo que le ha llevado a la cumbre y porque, para qué nos vamos a engañar, todo el mundo le conoce ya. Quien le ama, le ama. Quien le odia, le odia. Quien se la jugaba de verdad esta noche era su rival.
Kamala Harris ha encabezado la candidatura de su partido por accidente y millones de votantes no la habían escuchado hablar hasta esta noche. Eso era una ventaja porque un desconocido siempre tiene margen de mejora, pero también un reto porque es quien tiene que demostrar. Harris llegaba con cero experiencia en un debate de estos vuelos, al contrario que Trump, que se enfrentaba a su sexto cara a cara en lo más alto. Y sin embargo, ha salido viva y algo más.
Trump cayó en la trampa
El mensaje de Kamala Harris ha sido consistente: este señor es un extremista, ¿no estamos cansados de tanto drama, tanto insulto? Es el argumento que hizo presidente a Biden, pero formulado por una mujer que tiene 30 años menos. Ha empezado bastante nerviosa, algo titubeante, pero se ha ido creciendo mientras Trump le entraba al trapo con todo lo que tiraba: que los líderes extranjeros se reían de él, que a los altos mandos militares les daba vergüenza, que 81 millones de estadounidenses le dieron la patada hace cuatro años...
Nervioso, Trump no ha sido capaz de aprovechar los temas que le venían bien (la inmigración, la subida de los precios) y ha cavado más hondo en los que le venían peor. Sobre el aborto, ha sacado pecho por la sentencia que puso fin al aborto legal en todo el país, pero diciendo que no está a favor de una prohibición nacional y a la vez sin comprometerse a vetarla si llega a aprobarse. Esa contorsión no podía competir con el mensaje emocional (y real) de Harris sobre doctores que se enfrentan a penas de cárcel y mujeres embarazadas que se desangran en aparcamientos en estados republicanos.
Las habituales exageraciones (“Kamala y Biden tienen que odiar al país”, “Israel no existirá dentro de dos años si ella es presidenta”) seguro que le encantan a los seguidores entregados de Trump, pero es difícil que vayan a convencer a los votantes independientes que van a decidir esta elección. Lo mismo que las inevitables teorías de la conspiración, como la que acusa al FBI de maquillar las cifras de criminalidad, que le han quitado tiempo para insistir más en los cambios de opinión de Harris sobre la sanidad, la energía y otros temas importantes.
Trump estaba claramente más cómodo peleando contra Biden y lo ha mencionado una docena de veces, pero le ha faltado empuje contra Harris en concreto. Sólo al final ha recordado, casi de pasada, que la vicepresidenta ha tenido más de tres años en la Casa Blanca para poner en marcha todos esos planes tan bonitos que está presentando en campaña. Si hay otro debate, Kamala Harris necesitará una respuesta algo mejor que el “yo no soy Joe Biden” que ha repetido varias veces hoy, del mismo modo que Trump debe estar preparado para que le recuerden sus problemas legales.
Futuro y pasado
Al final, la promesa de la candidata demócrata es una: pasar página y no volver atrás. “Tengo un plan”, ha repetido una y otra vez, insistiendo en la idea de que Trump es errático y, algo que él mismo ha confirmado al ser preguntado por su plan para la sanidad: “tengo conceptos para un plan”. Harris ha insistido particularmente en la discusión sobre política exterior, citando a los asesores y altos mandos militares que salieron de la Casa Blanca diciendo que Trump no era confiable y que se le puede manipular fácilmente mediante el halago y por su “amor por los dictadores”. A su promesa de que acabará con la guerra en Ucrania “antes incluso de tomar posesión” ella responde: porque dejarías ganar a Putin.
En definitiva, un debate bronco del que Kamala Harris sale favorecida y Trump algo magullado. El formato de la discusión, sin público y con unas reglas muy restrictivas, podría revisarse si es que disfrutamos de otra oportunidad de verlos debatir. Si vale como indicador, a los pocos minutos de acabar el debate de esta noche la campaña demócrata ya estaba pidiendo hora para un nuevo cara a cara. Veremos qué dice Trump.