Hace tiempo que la política se ha vuelto un juego de escenificaciones. Crear escenarios, encadenar discursos, elegir con algo de oportunismo y creatividad eslóganes o expresiones, sacarse buenas fotos, apelar a ciertos simbolismos. El fin último es que la narrativa se imponga. Detrás llegarán (si es que llegan) las medidas políticas, la intervención práctica. Hasta entonces, lo que cuenta es la escena.
Lo vimos este sábado durante la apertura de sesiones del Congreso, donde Karina Milei se ocupó cuidadosamente de cercenar el trabajo de la prensa. Lo vimos también una semana atrás, con Elon Musk recibiendo una motosierra de manos del presidente argentino en una, cuanto menos, incómoda actuación en un escenario partidario en suelo estadounidense.
El juego se repite en otros países. De los actos demócratas en Estados Unidos a los actos oficiales del Kremlin en Moscú o los desfiles político-militares en la China de Xi Jinping. En Europa, sin embargo, el asunto cobra una dimensión mayor, cuasi religiosa. El país de los monumentos históricos siempre ha otorgado gran importancia a los símbolos, los escenarios y las coreografías.
Quizás recuerden aquella escena cinematográfica que compusieron el presidente francés Emmanuel Macron, el exprimer ministro italiano, Mario Draghi y el excanciller alemán Olaf Scholz en el vagón de un tren que arribaba a Kiev. Los tres, reunidos, dialogaban sobre cómo encontrarle “una salida a la guerra”.
Fue en junio de 2022, unos meses después de que las fuerzas armadas de Rusia intentaran tomar Kiev. Los tres mandatarios querían enviar “una señal de apoyo” a Ucrania. La imagen llegó a todos los portales y periódicos europeos. Tres líderes en ropa de civil llegando a la capital ucraniana en tren para evitar ser alcanzados por un proyectil aéreo en el recorrido. Toda una imagen, todo un acontecimiento histórico.
El método se repitió varias veces desde que se inició el conflicto en Ucrania. Esta semana, por ejemplo, cuando varios mandatarios europeos viajaron a reunirse con el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski. El diario El País de España escribió un editorial al respecto en el que decía: “La ciudad de Kiev sirvió este lunes de escenario para una imagen que simboliza la profunda ruptura que se ha producido entre Estados Unidos y las democracias occidentales a cuenta de la guerra de Ucrania tras la irrupción de Donald Trump en la Casa Blanca”.
Unas horas después sucedió lo mismo con el viaje de Macron a Washington. El Eliseo difundió varios videos de los encuentros del mandatario francés con el magnate neoyorquino. Primero en el salón oval, donde ambos dialogaban y el francés exhibía todo su pragmatismo. Después, en una larga y algo vergonzosa despedida en la que Macron le agradecía a Trump. “Thank you, thank you Donald, thank you, wonderful, thank you Donald”, repitió el presidente galo mientras se despedía para abordar un helicóptero. El post en la cuenta del presidente francés en Instagram, que su equipo de comunicación filmó, editó y difundió concienzudamente, estaba acompañado por el título: “US ð¤ France”.
Imágenes, símbolos, escenificaciones. Europa lleva más de tres años involucrada en la guerra en Ucrania, apelando, sobre todo, a lo gestual, al poder de las actuaciones. Los grandes trazados políticos europeos en el conflicto han seguido la estela de Estados Unidos. Vale entonces preguntarse en estos días, ¿sirve para algo la escenificación política cuando detrás no hay rumbo ni un procedimiento concreto?
La respuesta es no. Mucho más cuando el mundo debe lidiar con la brutalidad de Donald Trump. El caso quedó en evidencia el viernes, cuando el presidente estadounidense recibió a Zelenski en el salón oval de la Casa Blanca. “Tu no tienes derecho a hablar”, dijo en un momento el mandatario norteamericano para coronar una reunión en la que el presidente ucraniano fue confrontado de forma humillante.
El asunto es que, detrás de esa brutalidad trumpista —claramente redoblada en este segundo mandato— hay política. Guste o no. El presidente norteamericano esbozó un acuerdo económico para cobrarse el apoyo que su antecesor le dio a Ucrania. Un acuerdo para cobrarse en expensas (minerales, petróleo, tierras raras) el dinero y el armamento militar que recibió Kiev de Washington. Una dinámica de expolio que no debería sorprender a nadie que hubiese leído algún libro de historia sobre las relaciones de Estados Unidos y América Latina.
Para llevarlo a cabo, promovió una reunión con el gobierno ruso. Desarrolló una negociación con Putin en la que, créanlo, el magnate neoyorquino defendió muy bien los intereses de su país. Pensar que simplemente adoptó las posiciones del Kremlin en el conflicto es desconocer cien años de política exterior de los Estados Unidos.
En Europa, mientras tanto, la suerte de Ucrania se decide en base a golpes de efecto, escenas y discursos en las redes sociales. El post en X de Pedro Sánchez: “España está con Ucrania”. El primer ministro de Polonia: “Querido Zelenskyi queridos amigos ucranianos, no están solos”. Los mensajes idénticos que expresaron en sus redes los funcionarios del bloque, como la presidenta Ursula Von der Layen, o el presidente del Consejo europeo, Antonio Costa.
Sin embargo, ningún mensaje en redes servirá para defender la democracia, ni los intereses económicos del continente, en franco declive desde el inicio del conflicto. Europa debería realizar un ejercicio de soberanía. Dejar de hacer seguidismo de Estados Unidos y calibrar bien cuál debe ser su posición respecto a Rusia. De otra forma, sufrirá los cambios de humor de los líderes que ocupen la Casa Blanca.
Un punto que también debería considerar Javier Milei. Las escenas de la motosierra y la obsecuencia con Trump carecerán de sentido —más allá del ridículo y la vergüenza— si en la Casa Rosada no tienen claro cómo un nuevo capítulo de las “relaciones carnales” puede mejorar la vida de los argentinos.
AF/DTC