La palabra “invasión” referida a los migrantes campea la campaña electoral de republicanos a celebrarse este año en EEUU. Una invasión no armada, sino de personas que huyen de la violencia y la pobreza y de gobiernos autocráticos de otros países del hemisferio y se entregan a la Patrulla Fronteriza con la esperanza de obtener asilo y otras protecciones.
A esta proclama engañosa se contrapone la bien constatable invasión estadounidense en México que originó la guerra del 47 (1846-1848), finalizada con el Tratado de Guadalupe- Hidalgo en 1848. El tratado significó para EEUU la anexión de la mitad del territorio mexicano, la finalización de la ocupación militar y el establecimiento de los mojones fronterizos que rigen en la actualidad. La doctrina del “Destino Manifiesto”, acuñada por el periodista neoyorquino John L. O’Sullivan quien en 1845 arguyó que los colonialistas sólo cumplían con un designio divino cuando hacían proliferar sus instituciones en el hemisferio occidental, justificó la invasión: las debilidades de la zona necesitaban la guía de la nueva potencia. Con este argumento, EEUU inició una construcción negativa del mexicano y de México.
A la crisis sufrida por México derivada de la guerra contra EEUU se sumó la provocada por la Guerra de la Reforma (1858-1861) que generó una mano de obra rural desocupada; en tanto que EEUU experimentó un crecimiento potenciado por la incorporación de nuevos estados y territorios a su economía nacional que demandó mano de obra no calificada y barata en el último cuarto del siglo XIX. Un proceso que no se detuvo durante todo el siglo XX, convirtiéndose México en el principal país proveedor de mano de obra migrante a su país vecino del norte.
Los que nada tienen: “Pobre del pobre que al cielo no va/ lo chingan aquí,/ lo chingan allá”
Los mexicanos que decidieron permanecer en los nuevos estados de EEUU fueron tratados como extranjeros dentro de sus propias tierras, sujetos a un proceso de colonización, inmersos en condiciones desiguales que los hicieron objeto de despojos en sus propiedades, e insertos en una sociedad que los discriminaba. La descalificación y exclusión de los migrantes mexicanos, y no solo ellos, en EEUU se sostuvo más allá de las circunstancias temporales como un fenómeno de larga duración. En la campaña presidencial en la que resultó victorioso, el entonces candidato republicano Donald Trump, llamó “bad hombres” a aquellos indocumentados que cruzan la frontera traficando drogas y hacen cosas “muy malas”.
En el largo período del gobierno de Porfidio Díaz (1876–1911), la relación entre ambos países pasó desde la búsqueda del reconocimiento de EEUU al nuevo gobierno mexicano hasta una cierta alabanza internacional a éste por su gestión. A la vez, durante la guerra interna mexicana contra el gobierno de Díaz, la frontera volvió a ser motivo de conflicto por las actividades de los opositores al régimen porfirista en territorio estadounidense.
El Porfirismo y los disidentes
En la primera década del novecientos, la mayoría de los intelectuales mexicanos no objetaban demasiado la dictadura de Porfirio Díaz - “una gerontocracia” la califica el notable ensayista mexicano Carlos Monsiváis- porque si en un país “bárbaro” sólo se dispone de una franja de civilización posible quienes allí habitaban se hurtaban del destino fatal de los mexicanos. Y creían en dos pruebas culturales de su excepcionalidad: el conocimiento de lo europeo y el reconocimiento del gobierno de Díaz que le obsequiaba a los poetas y novelistas diputaciones, o les concedía el honor de escribir un poema, dedicarlo a Don Porfirio o a su augusta esposa Doña Carmelita, y recitarlo en una ceremonia pública, con voz preferiblemente sonora. En este beatus ille donde no se reconocía la disidencia como el “bandidaje” -presente en las guerras civiles de Benito Juárez en el inicio de la segunda mitad del siglo XIX e idealizado como bandido social por las comunidades campesinas y perseguido por Porfirio Díaz. Una vivencia del porfiriato, como universo cerrado y monolítico, apenas perturbado por unos cuantos audaces como los intelectuales del Ateneo de la Juventud , las publicaciones del diario El hijo del Ahuizote que llevaba el título “México para los mexicanos” o el desarrollo del grupo de Ricardo Flores Magón y los alcances de su órgano teórico Regeneración, las tareas de los antirreeleccionistas, los ensayos sobre problemas del país y acumulación del capital.
EEUU, “país bárbaro”
Entre los meses de octubre, noviembre y diciembre de 1909, el periodista John Kenneth Turner publicó artículos de denuncia, compilados en el libro México Bárbaro. No vacila en afirmar que EEUU, cuna de la libertad, “se han dado las manos con Porfirio Díaz, el déspota más devastador que gobierna una nación, para aplastar una parte del movimiento mundial en favor de la democracia”. EEUU ha mantenido en el poder al presidente Díaz y cientos de refugiados mexicanos han sido encarcelados en los Estados fronterizos además de los muchos intentos de devolver a éstos al otro lado de la frontera para que el gobierno de Díaz les aplicara sus propios métodos sumarios. Ejemplo paradigmático de este proceder del gobierno estadounidense es Ricardo Flores Magón, presidente del Partido Liberal, quien “ha radicado en los Estados Unidos durante seis años y medio y casi todo este tiempo lo ha dedicado a tratar de escapar a la muerte en el otro lado del río Bravo, y más de la mitad lo ha pasado en prisiones norteamericanas, sin otro motivo que el de oponerse a Díaz y a su sistema de esclavitud y despotismo”.
El 1 de julio de 1908, Teddy Roosevelt y el Departamento de Justicia de EEUU establecieron la Oficina de Investigación, una nueva fuerza policial federal con el propósito de hacer cumplir la ley federal de tierras en el oeste de EEUU. Sin embargo, tan pronto ocurrieron las redadas de magonistas, aproximadamente un tercio de los agentes de la Oficina fueron asignados a la persecución de éstos para frustrar el estallido de una revolución por venir. Uno de los primeros grandes casos del FBI fue el esfuerzo por reprimir el estallido de la Revolución Mexicana de 1910.
“No hay zapatismo, no hay vasquismo, no hay reyismo, no hay magonismo. Lo que hay es la más seria manifestación de conservación del individuo y de la especie. Lo que hay es la desesperación de las masas desheredadas cansadas al fin de soportar este fardo pesado: la miseria” publica Flores Magón, en 1911, en las páginas de Regeneración, cuando se produjo el comienzo de la migración laboral masiva de México a EEUU.
Respecto al legado de este proceso, la historiadora Kelly Lytle Hernández en Malos mexicanos (2022) anota que muchos de esos migrantes se sumaron a la Revolución, para crear las condiciones de posibilidad de volver a su casa y, en particular, el acceso a la tierra y la supervivencia. Toda evocación de la historia de los magonistas y de estos primeros trabajadores migrantes que llegaron a EEUU y participaron en la Revolución permite la comprensión de las posibilidades radicales de los mexicano-estadounidenses y la política de hoy día. En un momento en que tanto se habla del auge del conservadurismo y del llamado republicano hispano, también hay un legado de progresismo, de radicalismo entre las comunidades de inmigrantes mexicanos.
Negocios son negocios
Después de que EUU completó el Ferrocarril Transcontinental en 1876, el interés de los inversionistas fue atraído y aun seducido por Porfirio Díaz quien soñaba con un futuro de una mayor prosperidad económica y un respeto internacional consolidado para México. Muchos angloamericanos, pequeños y grandes los Rockefeller, los Guggenheim, los Doheny y otros se convirtieron en grandes inversionistas en México donde hicieron sus millones o los multiplicaron.
El precio fue alto para millones de mexicanos, la gran mayoría de la población, que se quedaron sin las tierras tradicionales usurpadas por el gobierno mediante la fuerza de su ejército o de la policía rural conocida como los Rurales. Los desposeídos integraron un gran segmento de la población que para 1910 se propusieron destituir a Díaz y, en particular, recuperar la tenencia de la tierra.
La posibilidad revolucionaria se extendió en todo el país cuando Francisco Madero desafió a Díaz en el Norte y Emiliano Zapata en el Sur. El conflicto que muy pronto se convertirá en una guerra sin cuartel, obligó a agricultores, mineros, intelectuales y las élites a huir a EEUU para escapar de la violencia. Los inmigrantes cruzaron la frontera en vagones, a caballo, y con los pies descalzos para empezar de nuevo o como una solución temporal debido a la incertidumbre creada por la Revolución.
Durante el mandato de William Howard Taft (1909-1913), los miembros de su gobierno se preocuparon por proteger los intereses de los inversores. Así en una carta el presidente Taft quien estaba muy preocupado porque una vez que el octogenario presidente muriese, “pudiera haber una revolución sobre la elección de su sucesor. Como los americanos tienen cerca de $2.000.000 de dólares invertidos en el país, es inevitable que en caso de una revolución o inestabilidad interna, vayamos a intervenir, y yo sinceramente espero que la vida oficial del viejo se extienda más allá de la mía, porque ese problema crearía una situación de lo más dificultosa”.
EEUU envió soldados contra los revolucionarios durante la Revolución Mexicana, incluidos Pancho Villa y Emiliano Zapata. Washington respaldó un golpe de estado contra el presidente Francisco Madero en 1913 para proteger sus relaciones con el dictador Porfirio Díaz, quien se había exiliado después de controlar el país por más de 30 años, y trajo al general Victoriano Huerta como jefe de estado.
Imágenes ficcionales a la percepción norteamericana sobre México revolucionario
La difusión de imágenes sobre la Revolución Mexicana en EEUU fueron algunas de las primeras descripciones que se hicieron sobre México y sus habitantes en algunas partes donde los habitantes y la cultura del país vecino se desconocían y la guerra cruenta abonaba los retratos sobre barbarie e incivilización que parecían justificarse.
Las fisonomías ante sólo localizadas a través del pintoresquismo se modificaron de golpe con el desfile de zapatistas y villistas (de rostros desafiantes y atuendos que el cine expropiará volviéndolos el guarda ropa del primitivismo), y de familias de clase media - “las moscas” las llama el novelista mexicano Mariano Azuela - que huían de la lucha armada.
En 1913, el publicista de la película Sangre hermana convocó a los espectadores a un horrible debut: “El público verá maravillado verdaderos combates zapatistas. Apreciará el valor de nuestros soldados (los federales). Pueblos en el momento de ser incendiados. Trenes volados por la dinamita, zapatistas ejecutados y todos los herreros de la Revolución del Sur. Con un valor a toda prueba; con una decisión ejemplar, hábiles cinematografistas mexicanos se aventuraron en los campos infestados por las hordas turbulentas ... El público, sin peligro alguno, podrá seguir la huella de lo que tanto dolor ha causado a la patria y admirará la abnegación de nuestro ejército”.
En la confrontación entre las dos culturas, lo que más resulta irritante de las masas campesinas para los “testigos de la calidad” es la jerarquización de la vida social desde la mera presentación, la ausencia forzada de todos los méritos que ellos acumularon para obtener el visto bueno de Occidente. Los soldados que por primera vez acceden a un tren, los “alzados” que llegan con mirada inaugural a las residencias con mansardas, las soldaderas que practican el antes inconcebible “desarraigo”; todos los parias que la revolución extrae de sus confinamientos vislumbran estruendosamente el paraíso que esta vez tampoco será suyo.
AGB