Los glaciares del mundo mueren inexorablemente. El recalentamiento del planeta los funde y, en su desaparición, se vuelven más inestables, quebradizos y mortales. El fallecimiento de, al menos, siete personas al derrumbarse el glaciar de La Marmolada, en Italia evidenció los efectos de la crisis climática sobre la Tierra.
Ante un episodio como el de las Dolomitas, “se te viene a la cabeza que algo está pasando con los glaciares y ese algo está relacionado con los incrementos de temperatura, pero también con la evolución de la nieve en invierno, que es lo que alimenta los glaciares”, cuenta el investigador del Instituto Pirenaico de Ecología del CSIC (IPE) Jesús Revuelto.
Con más temperatura el hielo del glaciar se hace más frágil: se funde más por dentro, hay más agua líquida que presiona y puede hacer que se rompa
Estas oleadas y avalanchas atestiguan la inestabilidad de los glaciares: “Su retroceso ha hecho decrecer la estabilidad de las laderas montañosas”, explica el informe científico específico sobre criosfera y cambio climático de la ONU.
“Los glaciares son dinámicos, se mueven, y cuando aumenta la temperatura pueden volverse más peligrosos”, abunda Revuelto. El hielo “no es un bloque compacto. Tiene canalizaciones, recorridos, huecos... y con más temperatura se hace más frágil: se funde más por dentro, hay más agua líquida que presiona el hielo y puede hacer que se rompa”.
Así que, a medida que se derriten, es más factible que se produzcan avalanchas de millones metros cúbicos de hielo y piedras que se derrumban a más de 100 kilómetros por hora, como ha ocurrido en La Marmolada. El Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático –IPCC– determinó que “el declive de los glaciares (además de la nieve y el permafrost) alteró la frecuencia, magnitud y localización de casi todos los peligros naturales”.
Porque, lo que demuestran las observaciones científicas consolidadas es que “hay un incremento térmico marcado y es debido en gran medida a las actividades humanas. Y, al mismo tiempo, existe una pérdida de glaciar”, afirma el investigador del IPE. “Año tras año, vemos que ningún glaciar gana. Los cursos malos pierden mucho. En los más favorables, se quedan como están”.
El IPE mostró que, entre 2011 y 2020, los glaciares de los Pirineos perdieron un quinto de su superficie y un promedio de seis metros de espesor de hielo. “El mismo ritmo de pérdida constatado en la década de 1980”. Tres pequeños glaciares se habían convertido en helero, es decir, ya no tienen movimiento. Estos ríos de hielo perpetuo son los más meridionales de Europa y “su supervivencia está amenazada por el cambio climático”.
“Los glaciares se rigen por la nieve que cae y se acumula en invierno. Se compacta y se hace hielo que, por la gravedad, empuja las capas de más abajo. Así se desplaza y se funde”, relata Revuelto. “El cambio climático ha roto ese equilibrio. La parte frontal cada vez se retrasa a más altura, es más rápido el retroceso del frontal que la creación en la parte alta”.
Todas las montañas del planeta se vieron afectadas por este efecto evidente del calentamiento global. “Todos los glaciares retrocedieron desde la segunda mitad del siglo XIX y con tasas elevadas desde la década de 1990”, avisaba el informe científico de la ONU. “Esta pérdida de masa no tiene precedentes en, al menos, 2.000 años y va a continuar durante décadas incluso si se consigue estabilizar la temperatura del planeta”, remataba.
En España, el hábitat de glaciares permanentes se circunscribe “a las acumulaciones en los macizos más altos del Pirineo central aragonés”, según la descripción oficial. Esos macizos son Infiernos, Monte Perdido, Posets y Maladeta, recuenta su ficha. El diagnóstico gubernamental de 2006 decía: “Desde la década de los años 80 del pasado siglo experimentaron un marcado retroceso en superficie y volumen”.
Más gente en la montaña, más peligros
Así que, a la alteración de la frecuencia de los peligros que causa el deshielo glaciar, se le unió la multiplicación de la presencia de humanos en estos espacios. “La exposición a estos peligros se incrementó por el crecimiento de la población, el turismo y el desarrollo económico”, apuntaba el IPCC.
Es, en parte, lo que ocurrió en La Marmolada. Y lo que ha pasado, a menor escala, en el glaciar del Aneto (en el Pirineo oscense) este fin de semana cuando la Guardia Civil ha tenido que realizar cuatro rescates de montañeros a pesar de haber emitido días antes una alerta por el mal estado del hielo: las altas temperaturas habían fundido la capa más superficial asomando otra mucho más dura que impedía la progresión segura.
El IPCC documentó que “en varias regiones, la pérdida de rutas seguras redujo las oportunidades de montañismo”.
El investigador Revuelta añade que “los glaciares siempre tuvieron este tipo de dinámica [se funden y desprenden], pero hay momentos en los que coinciden los ingredientes que provocan estos episodios. En el caso de la Marmolada hizo mucho calor –Italia padece una ola de calor con registros inusualmente altos–, pero es que ”también la nieve está en cotas más altas porque las últimas nevadas fueron hace meses y se fundió más, con lo que el glaciar está desprotegido de la radiación solar“, completa Revuelta.