Uno de los temas de esta semana en España fue qué hacer con la inmigración. La pregunta tiene varias aristas: económica, social y política, aunque también cultural. En los últimos años, en la mayoría de los países de Europa la inmigración estuvo en el centro de la agenda política. En algunos casos porque se piensa como el principal argumento de crecimiento de los partidos de ultraderecha, que piden detener la llegada de inmigrantes de África y Medio Oriente, e, incluso, deportar a algunos de ellos. En otros por la idea de que sin inmigrantes, las economías europeas no podrían funcionar.
Pocos se animan a reconocerlo, pero la natalidad no deja de caer desde hace años, y la encerrona es cada vez más acuciante. Las razones son varias, desde la mayor libertad de acción respecto de tener o no hijos, hasta la lógica individualista que exacerba el capitalismo dominante.
Los partidos de ultraderecha creen que pueden resolverlo con un par de medidas. Vox probablemente crea que si volvemos a misa y se deja de condenar la matanza de toros, la gente volverá a tener hijos. La verdadera solución parece algo más compleja. El presidente húngaro Victor Orbán, uno de sus aliados – aliado también del Milei– destinó el 5% del Producto Bruto Interno a aumentar la natalidad, pero no ha tenido el éxito esperado.
En Alemania, el gobierno del socialdemócrata Olaf Scholz introdujo en septiembre nuevos controles fronterizos – una medida contraria al espíritu de libre circulación entre países europeos– por razones migratorias. Algunos episodios de violencia cometidos por inmigrantes y el discurso permanente de la ultraderecha que coloca a la inmigración como el principal problema del país, hicieron que Scholz tomara la medida. Irónico, Orbán celebró la orden y le dijo al canciller alemán: “Bienvenido al club”.
En Francia, si se escribe en Google “France inmigration”, la primera palabra que aparece para completar la búsqueda es “problem”. El país galo es el mayor centro de debate sobre el asunto. Michel Houellebecq escribió en Sumisión una reflexión que causó grandes controversias. La trama muestra la progresiva islamización del país, que termina siendo gobernado por un presidente musulmán.
Otro artista, el director de cine francés Ladj Ly, filmó Los miserables, una película que muestra la creciente violencia policial en los barrios pobres de París, y las condiciones de extrema precariedad en la que viven muchos de sus habitantes. El propio Ladj Ly contó que mantuvo una charla con Emmanuel Macron después de que este viera la película y le dijera conmocionado que no podía ser, que iba a hacer algo para detener la violencia policial y reducir la pobreza. “No hizo nada porque no hay ninguna voluntad política para mejorar las cosas”, dijo el director más tarde.
Lo que reflejan los artistas lo he escuchado de primera mano. Amigos hijos de inmigrantes en Francia han dicho que es imposible caminar en París sin estar paranoico porque te asalten. Otros, de familia original francesa, se mudaron a otros países y dicen que a Francia solo se puede ir de vacaciones.
Toda esta crisis está de alguna forma reconocida por el gobierno de Pedro Sánchez. En un debate en el pleno del Congreso español esta semana, el dirigente socialista afirmó que su plan para la inmigración evitará “los errores cometidos por otros países”. Se refería a un plan de “integración y convivencia cultural” para aplicar en aquellos barrios que muestran cierta tensión social entre sus habitantes.
Está dicho de forma políticamente correcta, pero lo que quiere decir es que los barrios españoles no deberían pasar por la misma situación de los barrios franceses que mostró Ladj Ly en Los miserables. Es posible que Sánchez sea uno de los primeros dirigentes progresistas que se anima a hablar de los problemas en torno a la inmigración.
En efecto, los datos del fenómeno muestran que no solo la ultraderecha se aprovecha del tema. Muchos partidos de izquierda se deshacen en discursos sobre la solidaridad, la empatía, y los brazos abiertos hacia los inmigrantes, pero después no tienen idea de cómo viven las personas que llegan a Europa desde Medio Oriente, África o incluso América Latina.
Lo peor es que la otra cara de esa moneda puede verse en el reportaje exclusivo que publicó un conjunto de medios europeos este viernes. “Refugiados encerrados como animales y deportados como criminales con dinero de la Unión Europea”, tituló El País de España. “La Unión Europea está ayudando a Turquía a deportar inmigrantes por la fuerza a Afganistán y Siria”, titula Politico, en cuyo artículo cuenta el caso de un inmigrante que tras ver la bandera de la UE en un campo de “detención” de refugiados financiado por Europa en suelo turco, fue golpeado hasta quedar inconsciente, y luego subido a un colectivo que lo llevó a la misma zona de guerra desde donde había escapado.
La UE le entregó a Turquía 11 mil millones de euros para encargarse de “contener” los flujos migratorios de Medio Oriente y África hacia Europa. Bruselas, junto a otras instituciones y organizaciones de derechos humanos deben hacer revisiones de los centros cada dos meses, pero no está claro si luego de haber visto las condiciones que reseña el reportaje han hecho algo. A los efectos de lo que se buscaba, el plan ha sido exitoso porque limitó ampliamente la llegada de refugiados. Al mismo tiempo, que dejó en evidencia que, cuando se trata de la inmigración, los derechos humanos no son tan importantes.
Durante su discurso en el Congreso español, Sánchez puso al tema migratorio como un parte aguas: “España tiene que elegir entre ser un país abierto y próspero o cerrado y pobre”. “En los próximos años Europa perderá 30 millones de personas en edad de trabajar. Más de la mitad de las empresas españolas tiene problemas para cubrir su necesidad de mano de obra. Y para combatirlo solo contamos con dos herramientas: nacimientos y migraciones”.
En las próximas semanas, el gobierno español hará la presentación del plan con que el espera lograr que la llegada de inmigrantes pueda darse en un país “diverso pero cohesionado”. La autocrítica ensayada por Sánchez en relación al resto de países europeos, alumbra una posibilidad de que, esta vez, el problema se aborde de forma diferente. En ese sentido, la discusión todavía no incluye el papel que juega Europa en la extracción de los recursos naturales que -bien aprovechados- podrían mejorar las condiciones económicas de muchas naciones africanas y de Medio Oriente.
Al final, se trata de abordar viejos problemas. Eduardo Galeano los dejó bien planteados en su obra Las venas abiertas de América Latina (1971), mientras que West Side Story abordó los problemas de integración sociocultural en los Estados Unidos de los años cincuenta y sesenta.
AF/DTC