El ex presidente Fernando Henrique Cardoso, a quién solían llamar el “príncipe” en los medios políticos brasileños, declaró hoy su voto explícito en Luiz Inácio Lula da Silva, a quién habían bautizado de “sapo barbudo” antes de que llegara al Palacio del Planalto el 1º de enero de 2003. La diferenciación entre ambos parecía tener sentido, aunque obviamente discriminatorio. FHC hablaba inglés y era doctor en sociología; Lula por entonces hablaba portugués y algo de español, y venía del ABC paulista, el lugar de la clase obrera por excelencia.
Lo cierto es que el “sapo barbudo” mostró, ya en su primer gobierno (2003-2006) su enorme capacidad de seducir líderes internacionales. Entre ellos, subyugó con sus artes de encantamiento tanto al republicano George Bush como al demócrata Barack Obama. Este último no ocultó su admiración por las habilidades negociadoras de su colega brasileño: “Ese es el tipo” dijo en una exclamación cuando la prensa de su país le preguntó por su opinión sobre el entonces presidente petista.
Claro que esto es parte de la historia de un largo período en que el Partido de los Trabajadores y el Social Demócrata de Brasil peleaban por el poder. Se enfrentaron a lo largo de 6 elecciones desde 1994 hasta 2014, pero siempre dentro de un marco democrático, aunque no necesariamente cordial. Discutían con ardor, aunque el eje pasaba entonces por la economía; lo que estaba en juego era ver quién gobernaba mejor. De hecho, fue en ese período que Lula “aprendió” el valor de tener “superávit fiscal” en las cuentas del Estado brasileño; y como él mismo ha señalado “el superávit se mantuvo durante los 8 años” de su gobierno. Si alguien quiere comprobarlo, basta ingresar en las estadísticas del Banco Central de Brasil o a las del IBGE (instituto oficial equivalente al INDEC de argentina).
Cardoso, el “príncipe”, había permanecido hasta ahora silencioso. Su partido (PSDB) apoyó la candidatura de Simone Tebet, presidenciable por el Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) y, por eso, hasta hoy Cardoso se expresaba con neutralidad. Es que FHC hubiera preferido una “tercera vía”, que jamás prosperó. Sin embargo, corre otra versión: en mayo de 2021 el “príncipe” y el “sapo” se reunieron en la casa del ex ministro de Justicia (con Cardoso) y de Defensa (con Lula) Nelson Jobim y allí acordaron que Fernando Henrique declararía su voto “a Lula en segunda vuelta” en caso de que el oponente fuera Jair Bolsonaro. Dicho y hecho, Cardoso acaba de cumplir hoy con el compromiso sellado hace un año y medio. Corren varios rumores al respecto y uno de ellos sugiere que, por detrás de esa cita, estuvo un embajador norteamericano hoy jubilado, que se distinguía por su afinidad con el Partido Demócrata, por su conocimiento sobre América Latina y su perfecto portugués.
Después de casi dos décadas de gobiernos socialdemócratas sobrevino, de pronto, el fenómeno Bolsonaro; el “mito” que se jugaba al armamento de las milicias, acción disfrazada bajo una consigna que tuvo su repercusión: “El pueblo armado jamás será esclavizado”.
Como habría de demostrar después, esas organizaciones parapoliciales y paramilitares crecieron estos últimos años bajo el ala protectora de Brasilia, que a su vez estaba inundada de generales, almirantes y brigadieres, con puestos en el gobierno. Se dice que llegan a 6.000 el total de empleados en los distintos ministerios procedentes de las Fuerzas Armadas. No se podría desdeñar este dato si Bolsonaro resulta elegido en la segunda vuelta; el jefe de Estado siempre amenazó con la intervención de las FFAA. Y si bien estas quieren mantenerse “al margen de la política”, hoy cabalga por la Explanada de los Ministerios una aprehensión: nadie puede confirmar a priori la neutralidad de los uniformados si se llega a plantear el desconocimiento por parte del presidente de los resultados de las urnas. Hay un ejemplo de esas intenciones, y es que Bolsonaro decidió impugnar urnas en Portugal, al ver que apenas había conseguido 2 votos a su favor; el resto de los ciudadanos brasileños de ese distrito se habían volcado por Lula da Silva.
Hoy, la cúpula histórica del PSDB bate el “sí” a Lula, desesperada por lo que preanuncia un segundo gobierno de Bolsonaro. Como dijo hoy Fernando Henrique la disputa es entre “democracia e inclusión” y el autoritarismo que podría devengar en dictadura. Es un innegable desafío para todos aquellos brasileños que se “criaron” bajo el régimen dictatorial que duró desde 1964 hasta 1985.