Sin que ninguna sea aún definitiva, son varias las conclusiones que cabe extraer un año después del inicio de la invasión rusa de Ucrania, cuando aún no es posible determinar hasta dónde puede prolongarse el conflicto.
De modo sintético, cabe resaltar las siguientes:
- La ONU está fuera de juego. Seguimos sin contar con un instrumento con capacidad real para prevenir los conflictos violentos o, al menos, para gestionarlos eficazmente y alcanzar un cese de hostilidades antes de que la tragedia humana y la destrucción física se generalicen. La ONU volvió a demostrar su impotencia, con un Consejo de Seguridad en el que el invasor pudo bloquear cualquier intento de arreglo pacífico o de sanciones en su contra. Y su ineficacia para gobernar la globalización y para imponer la paz por encima de la voluntad de los Estados miembros de la comunidad internacional deja indefensos a la inmensa mayoría de ellos frente a los más poderosos.
- La guerra vuelve a Europa. La guerra no solo no desapareció como método de resolución de conflictos, como bien refleja la treintena de focos de violencia activos en diversas partes del planeta, sino que se volvió a hacerse presente en una Europa que se creía ilusoriamente a salvo de ella. Y esto tomó a los Veintisiete sin haberse dotado de una voz única en el escenario internacional y de las capacidades necesarias para defender sus propios intereses con sus propios medios. Todo apunta a una mayor dependencia de Estados Unidos y a una subordinación a una OTAN revitalizada en buena medida gracias a Putin, con sus Estados miembros inmersos en una espiral armamentística ya imparable y un aumento sustancial de los gastos en defensa, que deja en su segundo plano la atención a las necesidades derivadas de una crisis sistémica como la que estamos sufriendo.
- La fortaleza militar rusa era solo una fachada y Vladimir Putin, un jugador empecinado en el error. Putin dejó al descubierto el desastre de planificación y ejecución de unas fuerzas armadas sobrevaloradas, que no solo no lograron llevar a cabo su primer plan –derribar a Volodimir Zelenski y colocar a un títere en Kiev–, sino que perdieron en torno al 55% del territorio ucraniano que habían llegado a controlar en la primavera pasada. Sin olvidar que es la principal potencia nuclear del mundo, ahora ya está inmersa en una nueva ofensiva que difícilmente logrará mejores resultados que las anteriores, empeñada en hacer valer su superioridad demográfica e industrial para doblegar por agotamiento a Kiev y a sus aliados.
- Ucrania resiste y sueña con la victoria. Aunque ahora parezca olvidado, en una primera etapa de la invasión era abrumadoramente compartido el sentimiento de que Ucrania no tenía capacidad alguna para absorber el impacto directo de las fuerzas invasoras. Sin embargo, ahora el propio Zelenski trata de convencer a propios y a extraños de que está en su mano expulsar a todas las tropas rusas de Ucrania. Evidentemente no es así, dado que, más allá de su moral de resistencia, su suerte depende básicamente del grado de apoyo que reciba de sus aliados occidentales. De ahí se deriva también su mayor temor: que Washington y el resto de sus aliados pongan un límite a su apoyo ante el temor de una respuesta desesperada por parte de Putin al verse al borde de la derrota.
- Los esquemas ideológicos de la Guerra Fría están muy desfasados. Ni Putin es un comunista antiimperialista, ni Estados Unidos el paladín de la democracia y los derechos humanos. Ambos defienden sus intereses y no tienen reparos en violar principios aparentemente sacralizados cuando sus intereses están en juego. Y ese mismo realismo debería llevarnos a entender que, si bien es cierto que la paz no va a llegar solo por el camino de las armas, tampoco sirve de mucho encerrarse en plúmbeas apelaciones al diálogo y a la diplomacia, cuando no hay interlocutores dispuestos a ello.
- La Unión Europea sigue viva. Nadie podía imaginar hace un año que los Veintisiete iban a ser capaces de aprobar diez rondas de sanciones contra Moscú y de activar mecanismos de ayuda económica y militar a Kiev. A pesar de las diferencias internas, incluido el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, los Veintisiete siguen alineados con Ucrania y van tomando conciencia de que su modelo hace aguas por doquier, dado que parecen entender que no pueden seguir basando su bienestar en la relación con Rusia (en energía) y China (en bienes de consumo baratos) ni en EEUU (en seguridad). Lo malo es que se trata de la misma UE que baja la cabeza ante un Estados Unidos que incluso está aprovechando la guerra para aumentar sus beneficios, tanto mediante la exportación de gas licuado como a través de la venta de armas a diversos miembros de la UE apurados por modernizar sus ejércitos y aumentar sus arsenales.
- Un orden de seguridad europeo solo es posible contando con Rusia. Si se logra elevar la mirada más allá de la tragedia ucraniana, resulta evidente que el orden de seguridad europeo está notablemente desequilibrado como consecuencia de una dinámica que cobró fuerza a partir del final de la Guerra Fría. Rusia tiene legítimos intereses de seguridad –lo que en ningún caso justifica que, en su defensa, viole el derecho internacional y la integridad de otros Estados– y de ahí se deriva una necesidad imperiosa de encontrar vías de negociación para encontrar una nueva fórmula que mejore la estabilidad del continente.
Falta por saber si las lecciones extraídas por los Putin, Zelenski y Biden de turno van también en esta dirección o si mantienen el rumbo seguido hasta ahora apuntando a un panorama aún más trágico.
Jesús A. Núñez Villaverde es codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).