La película No mires arriba es una sátira. Pero, como científico del clima que hace todo lo posible por abrir los ojos a la gente y evitar la destrucción del planeta, es también la película más acertada que he visto sobre la aterradora falta de respuesta de la sociedad a la emergencia climática.
La película, dirigida por Adam McKay y escrita por David Sirota, cuenta la historia de la estudiante de astronomía Kate Dibiasky (Jennifer Lawrence) y su director de tesis doctoral, el Dr. Randall Mindy (Leonardo DiCaprio), que descubren un cometa —'asesino de planetas'— que impactará en la Tierra en poco más de seis meses. La probabilidad de impacto es del 99,7%, tan probable como casi todo en la ciencia.
Los científicos están prácticamente solos con esta información, mientras la sociedad los ignora y desacredita. El pánico y la desesperación que sienten reflejan el pánico y la desesperación que muchos científicos del clima sienten. En una escena, Mindy hiperventila en un cuarto de baño; en otra, Dibiasky, en directo en televisión nacional, grita: “¿No estamos siendo claros? Estamos 100% seguros de que vamos a morir, joder”. Me siento identificado. Esto es lo que se siente al ser científico hoy en día.
Los dos astrónomos tienen una audiencia de 20 minutos con la presidenta (Meryl Streep), que se alegra de oír que, técnicamente, no es seguro al 100% que el cometa impacte contra la Tierra. Sopesando la estrategia electoral por encima del destino del planeta, decide “esperar y evaluar”. Desesperados, los científicos acuden entonces a un programa de televisión matutino de alcance nacional, pero los presentadores restan importancia a su advertencia (que también se ve eclipsada por la noticia de la separación de dos celebridades).
Para entonces, la inminente colisión con el cometa Dibiasky ha sido confirmada por científicos de todo el mundo. Después de que los vientos políticos hayan cambiado, la presidenta inicia una misión para desviar el cometa, pero cambia de opinión en el último momento cuando un donante multimillonario (Mark Rylance) le insta a hacerlo siguiendo su propio plan para guiarlo a un aterrizaje seguro, utilizando tecnología no probada, con el fin de asegurarse los metales preciosos que están dentro del cometa. La portada de una revista deportiva pregunta: “El fin está cerca. ¿Habrá Super Bowl?”
Pero no se trata de una película sobre cómo respondería la humanidad a un cometa que podría acabar con el planeta. Es una película sobre cómo está respondiendo la humanidad al colapso climático que está acabando con el planeta. Vivimos en una sociedad en la que, a pesar del peligro climático claro, presente y creciente, más de la mitad de los congresistas republicanos en el Congreso siguen diciendo que el cambio climático es un engaño y muchos más desean detener las acciones para prevenirlo; en la que el programa oficial del Partido Demócrata sigue otorgando enormes subvenciones a la industria de los combustibles fósiles; en la que el actual presidente prometió que “nada cambiará fundamentalmente”; en la que el presidente de la Cámara de Representantes incluso desestimó un modesto plan climático llamándolo “el sueño verde, o como sea”; en la que la mayor delegación de la COP26 fue la del sector de los combustibles fósiles; en la que la Casa Blanca vendió los derechos de perforación de una enorme extensión del Golfo de México después de la cumbre; en la que los líderes mundiales dicen que el clima es una “amenaza existencial para la humanidad” mientras que aumentan la producción de combustibles fósiles; en la que los principales periódicos siguen publicando anuncios de combustibles fósiles y las noticias sobre el clima se ven habitualmente eclipsadas por los deportes; en la que los empresarios impulsan soluciones tecnológicas increíblemente arriesgadas y los multimillonarios venden la absurda fantasía de que la humanidad puede, simplemente, mudarse a Marte.
Tras 15 años trabajando para concienciar sobre la urgencia climática, he llegado a la conclusión de que el público en general, y los líderes mundiales en particular, subestiman lo rápido, grave y permanente que será el colapso climático y ecológico si la humanidad no se moviliza al respecto. Puede que solo queden cinco años antes de que, con las tasas de emisión actuales, la humanidad gaste las “cuotas de carbono” que le quedan para mantenerse por debajo de 1,5 grados de calentamiento global, un nivel de calentamiento que no estoy seguro de que sea compatible con la civilización tal y como la conocemos. Y puede que solo queden cinco años para que la selva amazónica y la gran capa de hielo en la Antártida vayan más allá de un punto de inflexión irreversible.
El sistema terrestre está colapsando a una velocidad impresionante. Y los científicos del clima se han enfrentado a una tarea de comunicación pública aún más difícil que la de los astrónomos de No mires arriba, ya que la destrucción del clima se desarrolla durante décadas —a la velocidad del rayo en lo que respecta al planeta, pero con una lentitud glacial en lo que respecta al ciclo de noticias— y no es tan inmediata y visible como un cometa en el cielo.
Teniendo en cuenta todo esto, puede que criticar No mires arriba por considerarla demasiado obvia diga más sobre el crítico que sobre la película. Es divertida y aterradora porque transmite una verdad dura que los científicos del clima y otros que comprenden la emergencia climática en profundidad vivimos a diario. Espero que esta película, que describe de forma cómica lo difícil que es derrumbar las normas imperantes, ayude a derrumbar esas normas en la vida real.
También espero que Hollywood aprenda a contar historias sobre el clima que importen. En lugar de historias que crean una distancia reconfortante del grave peligro que corremos mediante soluciones tecnológicas irreales para escenarios de desastre poco realistas, la humanidad necesita historias que pongan de relieve los numerosos absurdos que surgen de saber colectivamente lo que se avecina y de, sin embargo, no actuar de forma colectiva.
También necesitamos historias que muestren a la humanidad respondiendo racionalmente a la crisis. La falta de tecnología no es lo que nos impide actuar. La humanidad tiene que enfrentarse a la industria de los combustibles fósiles, aceptar que necesitamos consumir menos energía y pasar al “modo de emergencia”. La solidaridad y el alivio que sentiríamos una vez que esto ocurra —si es que ocurre— serían revolucionarias para nuestra especie. Más y mejores datos no catalizarán este punto de inflexión sociocultural, pero más y mejores historias sí que podrían hacerlo.
Peter Kalmus es científico y autor de 'Being the Change: Live Well and Spark a Climate Revolution' (Ser el cambio: vivir bien y provocar una revolución climática).
Traducido por Julián Cnochaert