El príncipe saudita estuvo detenido toda la noche. Al amanecer, salió tambaleándose del palacio del rey en La Meca. Sus guardaespaldas, que le seguían a todas partes, habían desaparecido. El príncipe fue conducido a un coche que estaba esperándolo. Era libre para irse, pero pronto descubriría que la libertad no era muy diferente de la detención.
Mientras su coche salía por las puertas del palacio, el príncipe Mohammed bin Nayef envió una serie de mensajes de texto colmados de pánico. “¡Ten mucho cuidado! No vuelvas”, escribió a su asesor de mayor confianza, que se había escabullido discretamente del reino unas semanas antes.
Cuando Nayef llegó a su propio palacio en la ciudad costera de Jeddah unas horas más tarde se encontró con nuevos guardias custodiando la propiedad. Era obvio que lo estaban poniendo bajo arresto domiciliario. “Que Dios nos ayude, doctor. Lo importante es que sea cuidadoso y que no regrese bajo ningún concepto”, escribió al asesor.
La noche anterior, el 20 de junio de 2017, Nayef, sobrino del rey, se había visto obligado a renunciar a su cargo de heredero al trono saudí en un episodio que una persona con información privilegiada sobre la realeza me describe como "El Padrino, al estilo saudita”. Nayef, que supervisaba la seguridad interna, era el mayor aliado saudí de la CIA.
Tensiones entre príncipes
A principios de ese año, el entonces director de la CIA, Mike Pompeo, le había otorgado una medalla en reconocimiento a sus esfuerzos antiterroristas que habían salvado vidas estadounidenses. Dos años antes, después de que el rey Salmán hubiera iniciado su reinado, Nayef había sido nombrado príncipe heredero a la edad de 55 años, en el primer lugar en la línea de sucesión al trono.
Sin embargo, entre bambalinas iba creciendo una rivalidad feroz entre Nayef y su advenedizo primo, el hijo del rey, Mohammed bin Salmán, conocido como MBS, que salió del anonimato para convertirse en “viceheredero”, ocupando así el segundo lugar en la línea de sucesión.
El 5 de junio de 2017, poco antes del golpe de palacio, las tensiones entre los príncipes llegaron a su punto de ebullición cuando MBS y otros autócratas regionales impusieron un bloqueo punitivo al vecino país de Qatar. El pequeño emirato, rico en gas, ha irritado durante mucho tiempo a sus vecinos árabes más grandes con sus jugadas provocativas, entre las que se cuenta dar tiempo de emisión a los islamistas y disidentes regionales en su influyente canal de noticias, Al Jazeera. Nayef también tenía problemas con Qatar, pero prefería la diplomacia tranquila a la actitud combativa de MBS. A espaldas de su primo, Nayef abrió un canal secreto con el emir de Qatar, Tamim bin Hamad al-Thani. “Tamim me ha llamado hoy, pero no le he contestado”, escribió Nayef a su asesor en el momento más álgido de la crisis. “Quiero enviarle un teléfono encriptado para que se comunique”.
Una pistola en la espalda
El 20 de junio de 2017, en medio de aquella crisis, Nayef fue convocado a una reunión en el palacio del rey Salmán en La Meca, un coloso de paredes de mármol con vistas a la Kaaba, el santuario más sagrado del Islam. Según fuentes cercanas a Nayef, cuando llegó, su equipo de seguridad recibió instrucciones de esperar fuera. Para evitar cualquier filtración, todos los teléfonos móviles, incluidos los del personal de palacio, fueron confiscados por guardias leales a MBS.
A un alto miembro de la familia real que intentó entrar en el palacio después de Nayef se le denegó el acceso en la entrada del palacio. Al parecer, el príncipe fue conducido a una habitación con Turki al-Sheikh, un confidente cercano de MBS de modos rudos e intimidantes y una predilección por los caros relojes Richard Mille. (Más tarde, Sheikh sería ascendido a director de la Autoridad General de Entretenimiento, una agencia que busca suavizar la imagen de Arabia Saudí, entre otras cosas, organizando gigantescas raves en el desierto).
El jeque supuestamente mantuvo a Nayef confinado en la habitación durante horas, presionándolo para que firmara una carta de renuncia y prometiera lealtad a MBS. Al principio, Nayef se negó. Según una fuente cercana al príncipe, se le dijo que si no renunciaba a su derecho al trono, las mujeres de su familia serían violadas. A Nayef se le quitó la medicación para la hipertensión y la diabetes y se le dijo que si no renunciaba voluntariamente, su próximo destino sería el hospital. Tenía tanto miedo de ser envenenado esa noche que incluso se negó a beber agua, según otra fuente de la familia real.
Nayef pudo hablar con dos príncipes del Consejo de la Lealtad, el órgano real que ratifica la línea de sucesión. Se sorprendió al saber que ya se habían subordinado a MBS. Al amanecer, todo había terminado. Ansioso y agotado, Nayef se rindió. Le hicieron pasar a una sala contigua, donde MBS le esperaba con cámaras de televisión y un guardia armado. Las imágenes difundidas por las emisoras saudíes ofrecen un vistazo breve del jeque colocando apresurado una túnica dorada en la espalda del príncipe detenido. Con las cámaras grabando, MBS se acerca a su primo y se inclina teatralmente para besarle la mano y la rodilla. “Cuando juré lealtad, había una pistola apuntando a mi espalda”, escribiría después Nayef en un texto a su asesor.
Un golpe palaciego oculto
En los días siguientes, los carteles de Nayef fueron retirados de los edificios públicos. MBS era ahora el primero en la línea de sucesión al trono y, en efecto, el hombre más poderoso del país a la edad de 31 años. El octogenario rey seguía siendo el jefe de Estado, pero MBS se había convertido en el gobernante del día a día, con un control absoluto sobre todos los aspectos de la seguridad, la economía y el petróleo saudíes. Nayef, el favorito de la inteligencia estadounidense, que daba por sentado que él sería el próximo gobernante de Arabia Saudí, era ahora un prisionero. Sin embargo, para él, lo peor aún estaba por llegar.
El golpe palaciego y las maniobras de poder que llevaron a él permanecieron en gran medida ocultas a la opinión pública de entonces. A la prensa solo llegaban retazos de información (y montones de propaganda). Por ejemplo, los medios de comunicación internacionales recibieron lo que los asociados de Nayef consideran declaraciones espurias, que sostenían que Nayef había sido apartado en defensa de los intereses nacionales, dado que estaba incapacitado por su adicción a la morfina y la cocaína.
Llegar a la verdad es especialmente difícil en un país donde el sistema de vigilancia de Estado es tan poderoso que algunos sauditas colocan sus teléfonos en la heladera mientras discuten asuntos delicados. Las embajadas saudíes en Londres y Washington no han querido hacer declaraciones, pero un relato detallado de los acontecimientos de 2017 y sus impactantes secuelas ahora es posible gracias los secretos palaciegos suministrados a cuentagotas por algunos miembros de alto rango de la realeza y otras fuentes bien conectadas que han sido despojadas de su influencia y riqueza en la era de MBS y, en los peores casos, encarceladas y torturadas.
El enlace del “Estado profundo”
Entre esas fuentes es clave un hombre llamado Saad Aljabri, el asesor más cercano a Nayef y, además, su jefe de inteligencia. Fue Aljabri a quien Nayef envió un mensaje de texto inmediatamente después de haber sido liberado del palacio del rey tras el golpe. Aljabri, de 63 años, había obrado en las sombras durante mucho tiempo. Muchos de los que trabajaban con él lo consideraban la persona (entre los no pertenecientes a la realeza) más poderosa en Arabia Saudita
Un antiguo representante estadounidense que trabajó con Aljabri durante años lo describe como el “enlace del Estado profundo” entre Arabia Saudí y las potencias occidentales. En los años posteriores al 11-S, Aljabri había ascendido en las filas del Ministerio del Interior, llegando a ser jefe de operaciones antiterroristas. Juntos, Aljabri y su superior Nayef modernizaron el aparato de seguridad y vigilancia del reino. También han sido acusados de atacar a activistas pacíficos con el pretexto de la lucha antiterrorista y de sentar las bases del Estado policial que MBS después pondría en contra de ellos.
Los mensajes de texto entre Nayef y Aljabri salieron a la luz por primera vez mediante presentaciones legales en Estados Unidos y una resolución de la Interpol que rechazó una petición saudí para que Aljabri fuera detenido en el extranjero. La autenticidad de los mensajes que figuran en esos documentos fue verificada por un experto en análisis forense digital contratado por Norton Rose Fulbright, el estudio de abogados internacional que representa a Aljabri y que está en posesión de su iPhone, según las declaraciones juradas del tribunal. El equipo de Aljabri compartió un puñado de mensajes que nunca antes habían sido publicados.
Transcripciones
Durante décadas, el trono había ido pasando de manera lateral entre los hijos de Abdulaziz Al Saud, fundador del Estado saudita moderno. Esto aseguraba un delicado equilibrio de poder entre las distintas ramas de la vasta familia real. Con la sucesión de Nayef, la corona habría pasado por primera vez a la generación siguiente, pero aún así a una rama diferente de la familia, manteniendo ese delicado equilibrio. Entonces llegó el golpe palaciego que, al establecer el paso del poder directamente de padre a hijo dentro de una misma rama genealógica, no solo apartó al principal rival de MBS, sino que también destruyó el antiguo modelo de sucesión que valoraba la antigüedad y el consenso dentro de la familia. Esto permitió a MBS acumular más poder que cualquier otro gobernante anterior, incluso antes de ascender formalmente al trono.
El golpe fue la culminación de meses de animosidad entre MBS y Nayef. Uno de los principales puntos de conflicto era su competencia por ganarse el favor del gobierno del presidente Donald Trump. Personas cercanas a Nayef dicen que escuchaba en secreto las llamadas de MBS con ayudantes y aliados como Jared Kushner, yerno de Trump y asesor de la Casa Blanca. El fisgoneo le ayudó a hacer un seguimiento de las maniobras de MBS en Washington.
La transcripción de una llamada interceptada en la primavera de 2017, que Nayef mostró a Aljabri, sugiere que MBS había estado discutiendo la sucesión real con Kushner. En esa llamada, MBS le dijo a Kushner que había cultivado relaciones estrechas con todas las agencias estadounidenses “excepto tres”.
Cuando Aljabri vio la transcripción, entendió que MBS se refería a la CIA, el FBI y la Agencia de Seguridad Nacional, instituciones que habían favorecido a Nayef durante mucho tiempo. Para Aljabri y su jefe, estaba claro que MBS estaba intentando consolidar el apoyo estadounidense a su sucesión.
Un contrato millonario
En mayo de 2017, Nayef intentó hacer sus propias incursiones en la Casa Blanca de Trump. Contrató al Sonoran Policy Group, una empresa de lobby estrechamente vinculada con el equipo de Trump. Sonoran —que desde entonces ha sido rebautizada como Stryk Global Diplomacy en honor a su presidente, Robert Stryk— fue contratada para proporcionar al Ministerio del Interior de Nayef “servicios de asesoramiento de amplio alcance” en Washington.
Según personas allegadas a él, Nayef entendía que su historial no valía mucho ante un presidente impetuoso y poco convencional que iba a tener una relación tensa con la comunidad de inteligencia de los Estados Unidos. Nayef quería hacer ver al nuevo presidente que no solo era un socio de larga data, sino también uno más valioso que su primo. Aljabri participó de forma directa en la negociación del contrato de lobby por 5,4 millones de dólares en representación del Ministerio.
Al difundirse la noticia del contrato, Aljabri temió quedar atrapado entre los príncipes enfrentados. En mayo de 2017 se escabulló a Turquía, pocos días antes de que Trump visitara Riad. Los temores de Aljabri estaban bien fundados. Aljabri dice que, poco después de haberse marchado, le llegó la noticia de que el principal firmante del contrato —un oficial de los servicios secretos a las órdenes de Nayef— fue detenido por partidarios de MBS e interrogado sobre la estrategia de lobby.
Olvidar el pasado
El 4 de junio de 2017, Aljabri envió un mensaje de texto a Abdulaziz Howairini, un veterano alto cargo de seguridad, para preguntarle si debía seguir “ayunando en el frío”, una referencia en clave respecto a permanecer en Turquía. Howairini, que ahora responde a MBS, le dijo que sí. El 17 de junio, Howairini envió otro mensaje a Aljabri, advirtiéndole de que los fieles a MBS estaban “muy ansiosos” por detenerlo también. Mientras tanto, la furiosa reacción de MBS obligó a Nayef a cancelar el contrato de Stryk. Según Aljabri, Nayef le advirtió de que MBS veía al contrato como un complot para torpedear su relación con la familia Trump y buscaba venganza.
El 18 de junio, Aljabri recibió un abrupto mensaje de texto de MBS en el que le pedía que regresara a Arabia Saudí para ayudar a resolver “conflictos” no especificados con Nayef. “No creo que haya nadie que entienda [a Nayef] mejor que tú”, escribió MBS, con un tono inusualmente conciliador.
Los enconos entre MBS y Aljabri existían desde 2015, cuando el rey Salmán, aparentemente a instancias del príncipe, despidió a Aljabri de su cargo por haberse reunido en secreto con el entonces director de la CIA, John Brennan, y con el entonces secretario de Estado de Asuntos Exteriores británico, Philip Hammond, sin haber informado de los encuentros al monarca. Sin embargo, Aljabri había seguido trabajando con Nayef de manera informal y consideraba su despido como uno de los numerosos intentos de MBS por debilitar a su patrón. “Olvidemos el pasado”, insistía ahora MBS. “¿Acaso somos niños? Perdóname y exonérame ante Dios. ¿Cuándo vas a volver?”. Aljabri respondió que debía permanecer lejos para recibir tratamiento médico. Dos días después, MBS dio el golpe de Estado.
“¿Qué destino me espera si vuelvo?”
En los meses posteriores al golpe, Aljabri siguió refugiándose en Turquía. Su familia inmediata estaba con él, excepto dos de sus hijos a los que, el día del golpe, se les impidió embarcar en un vuelo en Riad. En secreto, se mantuvo en contacto con Nayef, cuyos movimientos estaban restringidos. Mientras tanto, MBS se apresuró a reforzar su control sobre los servicios de seguridad, incluido el Ministerio de Interior, que fue despojado de partidarios de Nayef y de funciones clave como la lucha antiterrorista. MBS reprimió con dureza cualquier indicio de disidencia pública. En su primera gran represión tras el golpe, en septiembre de 2017, fueron detenidos influyentes clérigos e intelectuales con una gran audiencia en redes sociales.
Ese mismo mes, Aljabri suplicó a MBS que permitiera a sus hijos salir de Arabia Saudí, pero MBS insistió en que Aljabri volviera primero para discutir un “expediente muy sensible” vinculado a Nayef. “Doctor, ¿a dónde debemos enviar el avión para recogerle?”, preguntó MBS en un mensaje de texto. Aljabri no tenía intención de volver, pero también trataba de convencer a MBS de que él no representaba una amenaza. En mensajes llenos de lugares comunes y frases obsecuentes, Aljabri prometió lealtad a MBS.
“Poseo mucha información sensible para el Estado, pero a pesar de ello nunca he filtrado nada a nadie”, escribió Aljabri. Ofreciendo ejemplos de su lealtad uno tras otro, en sus mensajes Aljabri dice que desmintió públicamente las declaraciones de “Mujtahid”, un denunciante anónimo que utiliza Twitter como plataforma y lleva mucho tiempo siendo una espina clavada para la familia real saudita. “¿Qué destino me espera si vuelvo [a Arabia Saudí]? ¿No es mejor para mí permanecer fuera del reino, donde permanezco fiel a su gobierno, me niego a decir nada que sea perjudicial... y coopero con Su Alteza en todo lo que sirve a un bien común?”.
Una amenaza
MBS permaneció impasible. Envió un mensaje de texto a Aljabri diciendo que le perseguiría “utilizando todos los medios disponibles”. La amenaza hizo que Aljabri escapara de Turquía hacia Canadá ese mismo mes. A finales de 2017, Arabia Saudita intentó detenerlo a través de Interpol, alegando que había robado fondos estatales por un valor de miles de millones, y presionó a Canadá para que lo entregara. Ambos esfuerzos fracasaron. Según Aljibri, en octubre de 2018 recibió una advertencia de parte de espías provenientes de un país de Oriente Medio que le dijeron que era objetivo de asesinato y le instaron a mantenerse alejado de las embajadas y consulados saudíes. (Aljabri ha pedido que el nombre del país no sea revelado por temor a las represalias saudíes).
Se cree que ese mismo mes los agentes fronterizos canadienses interceptaron y deportaron a miembros del Escuadrón Tigre, un equipo de sicarios patrocinados por Arabia Saudita, cuando intentaban entrar al país con visados de turista. Riad negó cualquier implicación, pero el presunto complot, reconocido implícitamente por las autoridades canadienses, presentaba escalofriantes similitudes con la forma en que el Escuadrón Tigre había asesinado al periodista disidente Jamal Khashoggi ese mismo mes en el interior del consulado saudí de Estambul.
Para los estadounidenses que habían trabajado con Aljabri, era obvio que MBS lo veía como una amenaza. La huida de Aljabri del reino fue “como si el ayudante de J. Edgar Hoover dejara Washington D.C. y apareciera en Moscú”, dice el exfuncionario estadounidense que había trabajado junto a él. “Se trata de un hombre apreciado por organizaciones del Estado profundo de todo el planeta. Conoce cada debilidad de la realeza saudí, cada paso en falso que ha dado”.
Evitar Washington
El año pasado, durante una fresca mañana invernal, llegué a un hotel de cinco estrellas en Washington D.C. tras haber sido invitado para conocer a Aljabri, que había viajado desde Toronto para visitar a su hijo Khalid, cardiólogo y portavoz informal de su solitario padre. Cuando llegué al vestíbulo del hotel, mi teléfono sonó con un mensaje inesperado: “Veámonos fuera del hotel”. Minutos después, un hombre apareció y me llevó a otro edificio de la zona. Aparcado en el exterior de la torre residencial, hogar de parte de la élite política de D.C, había un automóvil SUV con la inscripción “Servicio Secreto de los Estados Unidos”.
En un patio cerrado de la azotea estaba Aljabri, vestido con un traje oscuro y gafas de montura de alambre. Sentado en un sofá, contemplaba la vista del centro de Washington. Una chimenea instalada en la pared irradiaba calor y, de fondo, se oía el débil trino de un piano de cola. Cuando llegué, Aljabri, con un café de Starbucks en la mano, se puso de pie y empezó a señalar sitios emblemáticos: el monumento a Jefferson, el monumento a Washington, la Casa Blanca.
Aljabri dice que, durante la presidencia de Trump, había evitado Washington D.C. Tiene muchos amigos influyentes aquí, incluidos senadores a ambos lados del espectro político y funcionarios de seguridad. Aun así, desconfía del largo brazo del Estado saudita y la cálida relación de Trump con MBS le ha hecho desconfiar aún más.
Mientras hablamos, Aljabri, que tiene un doctorado en inteligencia artificial por la Universidad de Edimburgo, reflexiona sobre lo diferente que podría haber sido la trayectoria de su vida si no hubiera conocido a Nayef. Aljabri comenzó su carrera en el Ministerio del Interior en la década de 1990. Una vez trató de renunciar para trabajar en Aramco, el gigante petrolero estatal que es la mayor fuente de ingresos del reino. Nayef se lo impidió. Ahora sus destinos parecen estar entrelazados.
Familiares detenidos
Desde el golpe, unos 40 miembros de la familia de Aljabri y colaboradores cercanos han sido detenidos en Arabia Saudita en un intento de coaccionarle para que regrese. Su voz se quiebra mientras muestra fotos en su teléfono de sus hijos encarcelados, Sarah y Omar, que ahora tienen 22 y 24 años respectivamente. Fueron detenidos en marzo de 2020 y condenados, en un juicio a puerta cerrada, por blanqueo de dinero e intento de fuga ilegal de Arabia Saudita. El yerno de Aljabri también está detenido. Aljabri dice que si alguna vez existiera la oportunidad de realizar un intercambio en un puente —MBS en un extremo con su familia, Aljabri en el otro—, lo haría sin pensarlo dos veces. “Cobra tu rescate, libera a los rehenes”, dice imaginando la escena. Pero sabe que se trata de una ilusión.
En agosto de 2020, después de que sus hijos fueran encarcelados, Aljabri presentó en Washington una demanda explosiva en la que afirmaba públicamente que MBS había enviado un escuadrón de la muerte tras él. (El juez más tarde señalaría que la demanda parecía “salida de una novela de Tom Clancy”). Aljabri sabe que no puede ganar contra un poderoso dictador, pero la acción podría ser, al menos, lo que uno de sus asociados describe como una “piedra en el zapato de MBS”.
A principios de 2021, la demanda desencadenó lo que Aljabri considera litigios de represalia, presentados en Boston y Ontario por diez empresas saudíes vinculadas al Estado, creadas inicialmente por Nayef para dar cobertura a las operaciones conjuntas de EEUU y Arabia Saudí y ahora controladas por el fondo soberano del reino, del que MBS es presidente. Estas empresas acusaron a Aljabri y a sus socios de haberles defraudado 3.500 millones de dólares. Aljabri niega cualquier delito y dice que para defenderse hubiese sido necesario revelar las operaciones y las finanzas de las empresas, que eran deliberadamente turbias para así apoyar actividades encubiertas.
Una batalla legal
Los documentos judiciales presentados en Boston por el Departamento de Justicia de EEUU sugieren que los representantes estadounidenses eran partidarios de un acuerdo extrajudicial entre Aljabri y MBS, aparentemente para evitar cualquier revelación pública sobre las operaciones encubiertas estadounidenses. Pero esos esfuerzos no llegaron a ninguna parte. Un representante estadounidense anteriormente destinado en Riad me dice que los saudíes no estaban interesados en llegar a un acuerdo porque “no están convencidos de que Aljabri vaya a guardar silencio”.
En febrero de este año Aljabri hizo una nueva oferta a MBS. En una carta dirigida a un alto cargo de la corte real, Aljabri ofreció una “resolución financiera y legal”. (El equipo de Aljabri se negó a discutir los detalles de la oferta conmigo). Enviaron a la Casa Blanca un memorándum en el que pedían a los estadounidenses “instar a los dirigentes sauditas a aceptar la oferta de restitución”. El silencio de MBS fue lo que obtuvieron como respuesta.
Los partidarios de MBS dicen que el afán de Aljabri por un acuerdo financiero es una admisión tácita de su culpabilidad. El equipo de Aljabri dice que la falta de voluntad de MBS para llegar a un acuerdo demuestra que la corrupción es solo un pretexto para perseguir a un oponente político. Mientras tanto, la batalla legal se prolonga.
En septiembre, el tribunal de Washington desestimó la demanda de Aljabri contra MBS, alegando falta de jurisdicción personal. El equipo de Aljabri ha apelado la decisión. A finales del año pasado, el tribunal de Boston desestimó la demanda contra Aljabri después de que el gobierno estadounidense invocara el “privilegio de los secretos de Estado” para impedir la divulgación de información clasificada de seguridad nacional. Las empresas están combatiendo la decisión del tribunal. Pero esos secretos siguen corriendo el riesgo de ser expuestos en un tribunal de Ontario. Los casos judiciales de principios de este año muestran que los abogados del Gobierno estadounidense están trabajando con sus homólogos canadienses para evitar ese resultado.
Pero incluso si las demandas contra Aljabri siguen adelante, podría resultar difícil probar las acusaciones de corrupción de forma concluyente. Esto se debe a que un testigo clave, el hombre que supervisaba los gastos de la lucha antiterrorista, ha desaparecido: Nayef.
Una riqueza confiscada
A finales de 2017, las condiciones del arresto domiciliario de Nayef se relajaron, pero se le siguió prohibiendo viajar fuera del reino. Aljabri me cuenta que Nayef había creído en un principio que lo peor que le podía pasar era perder sus títulos oficiales y recibir a cambio una cuantiosa compensación económica. Esperaba recibir el mismo trato que su predecesor, el príncipe Muqrin bin Abdulaziz, un antiguo jefe de inteligencia que fue destituido como príncipe heredero en 2015. De acuerdo con una fuente bien informada, después de que el rey Salmán lo despidiera, el príncipe Muqrin fue agasajado con regalos de despedida, incluida una paga real de unos 800 millones de dólares y el yate de lujo Solandge.
En cambio, una gran parte de la riqueza de Nayef fue confiscada. El 10 de diciembre de 2017, Nayef envió una carta al banco HSBC en Ginebra solicitando que sus “saldos en euros, libras esterlinas y dólares” fueran transferidos a una cuenta bancaria saudita. Una fuente con conocimiento de los activos de Nayef dice que sus banqueros y abogados en Ginebra ignoraron tales solicitudes, sospechando que el príncipe estaba actuando bajo coacción. HSBC declinó hacer comentarios cuando se le preguntó cómo había respondido a la carta. El banco pidió que no se revelara el nombre del funcionario al que se dirigía la carta, alegando razones de seguridad.
El valor total de los bienes de Nayef en el extranjero no está claro. Los socios del príncipe dicen que posee bienes inmuebles de primera gama en Europa y Estados Unidos valorados en miles de millones. Sin embargo, lo que sí es cierto es que Nayef tuvo que entregar una parte sustancial de sus activos sauditas. La fuente con conocimiento de los mismos, que se encuentra en Europa, ha facilitado una tabla con el desglose de sus empresas y cuentas bancarias “confiscadas”: el monto total era de 5.220 millones de dólares. Otra fuente cercana al príncipe ha compartido lo que parece ser una hoja de cálculo algo menos actualizada con un desglose similar. El “valor total” confiscado era de 17.800 millones de riales (4.750 millones de dólares).
En régimen de aislamiento
En 2018 y 2019 Nayef gozó de una relativa libertad, aunque no se le permitía salir del reino. Su actividad favorita, la cetrería (la domesticación de halcones) en los desiertos de Argelia, estaba descartada, pero se le permitía ir de caza dentro de Arabia Saudí. Apareció en bodas y funerales reales. Un vídeo que salió a la luz a finales de 2019 muestra a un grupo de seguidores tomándose selfies con el príncipe y besándole la mano.
Entonces, en marzo de 2020, la situación para Nayef de repente se tornó mucho peor. El Gobierno allanó su casa de retiro en el desierto, en las afueras de Riad, y fue detenido. También detuvieron a varios miembros de su personal, dice la fuente con sede en Europa. La misma persona cuenta que Nayef permaneció en régimen de aislamiento durante más de seis meses en los que “fue gravemente maltratado”. Nayef fue colgado de los tobillos y, “como consecuencia, ahora tiene daños crónicos en la parte inferior de las piernas y los tobillos, lo que hace que le duela al caminar. Ha perdido una importante cantidad de peso”.
Hacia finales de 2020 Nayef fue trasladado a un recinto en el complejo del palacio de Yamamah en Riad, la residencia oficial del rey y sede principal del Gobierno saudí. No se le permite salir de su pequeña unidad y es filmado y grabado en todo momento, dice la fuente. No se le permite recibir visitas, salvo algunos familiares en raras ocasiones, ni puede ver a su médico personal o a sus representantes legales. Se le ha hecho firmar documentos sin leerlos.
“Una amenaza para la sucesión”
En la primavera de 2021, los banqueros y abogados de Nayef en Europa recibieron nuevas solicitudes de transferencia de bienes. Entre ellas se encontraba una llamada telefónica de Nayef a su abogado en Suiza, según una fuente al tanto de la discusión. El abogado, al que Nayef había otorgado previamente un poder, se negó, ya que creía que su cliente estaba bajo coacción. El príncipe invitó al abogado a visitar Arabia Saudí y comprobarlo por sí mismo. Nayef “seguía diciendo ‘estoy libre, saldremos a cenar cuando vengas a Riad’”, dice la fuente. El abogado insistió en que Nayef debía viajar a Suiza con su familia para autorizar en persona la transferencia.
Al teléfono, el abogado me dice que no podía negar ni confirmar la conversación, expresando su preocupación por las posibles repercusiones que el compromiso con los medios pudiera tener para su cliente. “La principal razón por la que Nayef está retenido es que el príncipe heredero cree erróneamente que es una amenaza para la sucesión”, dice la fuente con sede en Europa. “Al ir también a por su dinero, lo que MBS está intentando hacer es humillar a Nayef para que no exista posibilidad alguna de que alguien vea al antiguo príncipe heredero como una alternativa viable”.
En un hotel de lujo revestido de mármol situado en el corazón de Riad, me encontré con uno de los asesores más destacados de MBS. Sentado junto a él en la cafetería estaba un alto funcionario de la corte real, que se quedó durante parte de la reunión. Nuestros encuentros anteriores habían dejado en claro que este asesor de prensa formaba parte de una campaña patrocinada por el Estado para proyectar a MBS en Occidente como un visionario que impulsa reformas sociales audaces.
Él quería hablar de cómo el príncipe había levantado las prohibiciones vigentes desde hacía décadas a las mujeres para conducir o en los cines, había permitido conciertos de música antes prohibidos y había frenado el poder de la policía religiosa que se oponía firmemente a la mezcla de sexos. “MBS tiene cojones”, me dijo una vez.
Un poder casi “absoluto”
Esta vez, durante una tarde de marzo de 2020, el asesor de prensa, encorvado sobre una taza de café y un plato de crepes untados con Nutella, quería dejar las cosas claras sobre la reciente desaparición de Nayef. El Gobierno saudita no había ofrecido ningún comentario sobre por qué Nayef había sido detenido junto con otro miembro de la realeza considerado un rival de MBS, el príncipe Ahmed bin Abdulaziz. Esta reunión es lo más cerca que estaría de una explicación oficial.
El asesor de prensa intentaba desestimar la idea de que los príncipes habían sido detenidos porque las autoridades creían que estaban conspirando para derrocar a MBS y a su padre. Dijo que MBS seguía “en control” y que las detenciones se habían llevado a cabo “tras una acumulación de comportamientos negativos por parte de los dos príncipes”. La repentina purga pretendía imponer “disciplina” en la familia real. No detallaba la naturaleza del “comportamiento negativo”, pero decía que los príncipes podrían ser liberados pronto.
Casi tres años después, los príncipes siguen detenidos. “Tanto el Gobierno de Biden como el de Trump pidieron la liberación de Mohammed bin Nayef… que estuvo en lo más alto de sus prioridades cuando se reunieron en privado con los líderes sauditas”, dijo el año pasado Kirsten Fontenrose, que supervisó durante un breve periodo la política exterior hacia el Golfo durante la Administración Trump, a la comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. “Mohammed bin Salmán se ha mostrado impasible”.
Ya no quedan rivales visibles para el trono. El poder de MBS parece absoluto. Dada su trayectoria actual, no hay nada que le impida suceder a su padre como rey. Ni el clamor mundial por el asesinato de Khashoggi, ni la ruinosa guerra liderada por Arabia Saudí en Yemen, ni la creciente represión en su país: nada parece haber hecho tambalear su control. A pesar de los riesgos para su reputación que supone hacer negocios con un dictador, los ejecutivos de Wall Street están ansiosos por cerrar acuerdos con el rico petroestado. Los activistas temen que la reciente decisión de Estados Unidos de concederle inmunidad en un caso relacionado con el asesinato de Khashoggi pueda incentivarlo aún más en su persecución a las voces críticas.
Una fuente de la familia real que denunció en privado el trato de Nayef, pero que públicamente ha permanecido en silencio para evitar represalias, me dice que no le sorprendería que Nayef apareciera de repente en público algún día junto a MBS, dando su bendición al hombre que lo aplastó. Al igual que el vídeo escenificado tras el golpe de Estado de 2017, esa sería otra imagen definitoria de la era de MBS y de su violento ascenso al poder.
Traducción de Julián Cnochaert.