La escritora ucraniana Oksana Zabuzhko recuerda una cita atribuida a Otto von Bismarck: “Las guerras no las ganan los generales, sino los maestros de escuela y los párrocos”. La memoria colectiva enseñada a un país, el sentido compartido de su propia historia, es el instrumento decisivo para su movilización, tan importante en el campo de batalla como las armas.
Pocos conflictos han estado tan marcados por la percepción de sus actores principales sobre su propia historia como nación como la guerra de Ucrania que comenzó el pasado febrero. Los grandes relatos del pasado compitiendo entre sí; no solo en Rusia y Ucrania, sino también en Alemania, Francia, Polonia, los Balcanes, Reino Unido, Estados Unidos, e incluso el Sur global, hacen que esta guerra sea tan difícil de resolver.
De hecho, esta guerra a veces parece más una venganza de la historia que el fin de la misma.
Georgiy Kasianov, historiador ucraniano, coloca la historia a los mandos de un conflicto que puede crear un nuevo orden mundial. “Las fuerzas rusas se han abierto paso por Ucrania espoleadas en gran medida por una ficción histórica”, escribe en Foreign Affairs. “Pero la historia también impulsa la feroz resistencia ucraniana. Los ucranianos poseen igualmente una particular forma de entender el pasado que les motiva a luchar. En muchos sentidos, esta guerra es el choque entre dos relatos históricos incompatibles”.
Reinvención del imperio ruso
A veces se describe a Putin no comandante jefe, sino como historiador jefe de Rusia. El ensayo pseudohistórico del presidente ruso titulado Sobre la unidad histórica de rusos y ucranianos, publicado en julio de 2021, fue lo que preparó el terreno para esta guerra. En este documento, Putin argumenta que, históricamente, Ucrania no se distingue de Rusia; y cita para ello la máxima de 'Oleg el profeta' del siglo X: “Dejemos que Kiev sea la madre de todas las ciudades rusas”.
Radoslaw Sikorski, exministro de Exteriores polaco, dice que tuvo claro que habría una invasión cuando leyó aquel ensayo y supo que Putin había ordenado que se enviara a todo soldado en activo. “El plan era volver a hacer lo que Rusia había hecho reiteradamente a Ucrania en el pasado: exterminar a sus élites, rusificar su cultura y su población y supeditar sus recursos a sus propias necesidades imperialistas. Podían permitir Ucrania como folclore campesino, pero no como una nación libre y democrática que escogiera su propio destino y aliados”.
Cuando Putin hablaba de que Ucrania debía desarmarse y convertir el ruso en su segunda lengua oficial, no se trataba solo de que Ucrania volviera a ser parte de Rusia, sino de un paso intermedio para la completa reinvención del imperio ruso.
Durante su discurso en Moscú en mayo de 2022 por el Día de la Victoria, el presidente dijo a los soldados que habían regresado del frente ucraniano que estaban “luchando por lo mismo por lo que lucharon sus padres y abuelos”, por la “madre patria” y la derrota del nazismo. La revolución de 2013 en Ucrania fue un “golpe banderovita” fascista; el Gobierno en Kiev una “junta”; la ampliación de la OTAN, un “Anschluss”; y la UE, una amenaza en decadencia para la cultura rusa. Rusia en 2022, según Putin, estaba como la URSS en 1941: amenazada por una invasión de Occidente.
Zabuzkho sostiene que este profundo sentimiento de injusticia y traición históricos no mueve solo a Putin, sino a toda la sociedad rusa. “A una le gustaría encontrar a rusos que no estén preocupados por su autocompasión en este momento. El sentimiento de injusticia es uno de los síntomas más distintivos de la degradación moral que caracteriza a gran parte la sociedad rusa actual”.
“Para Ucrania, la libertad es imprescindible”
También Ucrania tiene su propio sentimiento de injusticia y señala con el dedo acusador a Rusia. “La experiencia histórica de Ucrania, de apátridas y luchadores, un dominio represivo externo y una independencia alcanzada a duras penas, ha convertido a Ucrania en la nación que vemos hoy: contraria al imperialismo, unida contra el enemigo y decidida a proteger su libertad”, dice Olesya Khromeychuk, directora del Instituto Ucraniano en Londres. “Para la población ucraniana, la libertad no es un noble ideal. Es imprescindible para su supervivencia”.
La identidad de Ucrania tardó en formarse tras su independencia en 1991. Competían dos relatos: uno nacional y nacionalista; el otro, soviético y nostálgico. No fue el único caso entre los Estados postsoviéticos, pero no hubo proceso tan intenso o conflictivo como en Ucrania.
Se libraron batallas sobre los libros de texto, monumentos, la elección de conmemoraciones nacionales, nombres de calles, archivos estatales o la consideración del Holodomor, la hambruna provocada entre 1932 y1933 que mató a millones de ucranianos, como un genocidio. Bajo la “presidencia histórica” de Viktor Yuschenko entre 2005 y 2010, se declararon 159 decretos históricos; la mayor parte de ellos, en torno al desmantelamiento de la herencia comunista de Ucrania.
Durante el proceso, a menudo se hizo un mal uso de la historia. El Instituto Ucraniano para la Memoria Nacional, por ejemplo, acabó dominado entre 2014 y 2019 por un estrecho grupo de nacionalistas de derechas que definían Ucrania en términos puramente étnicos y antirrusos.
Líderes impopulares como Petro Poroshenko apelaron al patriotismo confiando en un burdo discurso étnico y crecientemente divisivo, porque creían que era la fórmula más fácil de mantenerse en el poder. En 2015, el Gobierno dictó una serie de “leyes para la memoria” que castigaban con hasta 10 años de cárcel el cuestionamiento de la visión oficial, profundamente antisoviética, del pasado de Ucrania.
No fue hasta la llegada de Volodímir Zelenski y la “generación de la independencia”, aquellas personas que han crecido después de que Ucrania abandonara la Unión Soviética, cuando Kiev abordó asuntos del pasado, la identidad y la lengua de una forma más inclusiva, como expone Olga Onuch en su libro The Zelensky Effect [El efecto Zelenski]. Zelenski, cómico y actor elegido en 2019, entendió la importancia de la historia. De hecho, en la serie Servidor del Pueblo, el programa de televisión con el que se hizo famoso, Zelenski hacía de un profesor de Historia que trataba de convencer a sus alumnos de la importancia de Mijailo Jrushevski, un historiador que, en 1903, fue el primero en intentar demostrar cómo la historia de Ucrania no era una mera parte más bajo el paraguas de la historia rusa.
En su discurso de Año Nuevo en 2020, Zelenski pidió a los ucranianos que se preguntaran a sí mismos “¿quién soy?” y no hallar una respuesta simplemente excluyendo a otros. “Nuestros pasaportes no dicen si somos el tipo acertado de ucranianos o el erróneo. No hay ningún apartado que diga ‘patriota’, ‘maloros’ [término peyorativo empleado para describir a un nativo ucraniano sin identidad nacional], ‘vatnik’ [término peyorativo para un ciudadano prorruso] o banderovita [término peyorativo para un ucraniano nacionalista]. [El pasaporte] Dice: ‘ciudadano de Ucrania’, con derechos y obligaciones. Todos somos muy distintos”. La idea era convivir con respeto.
Onuch y su coautor, Henry Hale, consideran que Zelenski fue decisivo para dar a los ucranianos la oportunidad de “darse cuenta de que compartían un rico destino común que trascendía la diversidad lingüística, étnica y religiosa”. Esta generación no solo quería despojarse de su rusidad, sino encontrar una nueva identidad ucraniana cívica, ligada a una idea de valores comunes por las que lucharon mucho. Como rusoparlante y judío del sureste de Ucrania, Zelenski era idóneo para demostrar cómo los ucranianos rusoparlantes, incluidos los del este, podían sentirse completamente identificados con el Estado ucraniano y expresar su patriotismo.
Eso fue relevante al inicio de la guerra. El historiador polaco Adam Michnik opina que el futuro de Ucrania como parte de Europa siempre dependió no solo de las ciudades occidentales de Leópolis y Kiev, sino también de ciudades al sur y al este, Járkov y Odesa. “No hay duda de que, bajo las bombas de Putin, tanto Járkov como Odesa eligieron a Europa”.
En resumen: Putin estaba invadiendo un país que realmente existía, pero que ya no comprendía.
Arrogancia y exceso de confianza
El Servicio Federal de Seguridad (FSB) ruso dijo al presidente que un Ejército superior podría tomar Kiev y descabezar a sus dirigentes en cuestión de horas, al igual que hizo en Crimea en 2014, ya que estaba invadiendo un país artificial y apático en lo político, que desconfiaba de sus líderes. Para asegurarse, supuestamente gastó 1.000 millones de dólares en fomentar el descontento entre la población rusófona de Ucrania y en promocionar a políticos prorrusos. Desgraciadamente, los agentes del FSB desviaron parte del dinero y después falsificaron datos sobre actitudes prorrusas para satisfacer a Moscú.
En consecuencia, muchos soldados rusos, mal informados sobre la invasión, parecían estar francamente desconcertados por las fuerzas de defensa voluntarias de Ucrania decididas a proteger su patria. Cuando llegaron a ciudades como Jerson, los recibieron con disparos, no con flores.
“La Ucrania en sus telediarios y la Ucrania de la vida real son dos lugares completamente distintos”, advirtió Zelenski a los rusos la víspera de la invasión. “Y la diferencia es que la segunda es real”.
Al tercer día de la invasión a los comandantes rusos les quedó claro que se habían cometido graves errores, de los que la operación nunca se ha podido recuperar totalmente. La arrogancia y el exceso de confianza de Rusia les llevó a hacer falsas suposiciones que sabotearon la misión.
El ministro de Defensa británico, Ben Wallace, resumió de manera concisa la importancia crucial de los errores iniciales de Rusia. En noviembre dijo ante una comisión de la Cámara de los Lores: “Esta guerra ha dejado en evidencia todo el discurso del ‘primer día, primera noche’. Se podría traducir como: 'Al elevar el globo, eliminas la defensa aérea de tu adversario, y entonces puedes tomar y escoger a tu gusto y marcar tus objetivos”.
“¿Qué pasa si no consigues hacer eso ‘el primer día, la primera noche’, y necesitas tres semanas, como descubrieron los rusos?”, dijo. “Su ‘primer día, primera noche’ los ucranianos, bastante astutamente, salieron de sus barracones, dispersaron sus arsenales o jugaron al despiste sobre sus capacidades de defensa antiaérea. Sabían que aquello iba a pasar y utilizaron pistas falsas sobre dónde estaba su defensa aérea, de forma que todos los ataques de Rusia se dirigieron a lugares erróneos. De pronto, el ‘primer día, primera noche’ se convirtió en tres semanas, cuatro semanas… Si te quedas sin tu armamento complejo, estás en la situación en la que se encuentran ahora los rusos”.
Una partida de póker
Diez meses después de la invasión inicial, la extraordinaria resistencia y el valor de Ucrania han evitado la derrota, pero no han garantizado su victoria. El panorama de la seguridad europea posterior a la Guerra Fría ha cambiado, y sin embargo, no hay nada definido. Aún estamos en un momento de transición.
El genio ruso del ajedrez Garry Kaspárov ha descrito la guerra “como más parecida a una partida de póker que a una de ajedrez”. “En un tablero de ajedrez, todas las piezas están a la vista, pero el póker es básicamente un juego de información incompleta, un juego en el que tienes que adivinar y actuar según esas apuestas”.
Lo más difícil es calcular cuánto tiempo puede aguantar el otro bando este nivel de destrucción en términos de personal militar, munición y moral. Cada bando debe incrementar el coste de la guerra para el otro con la esperanza de que el enemigo esté a punto de quebrarse.
Sin embargo, el coste ya es enorme. El jefe del Estado Mayor de EEUU, Mark Milley, asegura que 100.000 soldados rusos han muerto o han resultado heridos. Basándose en fuentes abiertas, la web Oryx concluyó que los rusos han perdido un total de 1.491 tanques desde el 24 de febrero, de los cuales se destruyeron 856 de distintos tipos; 62 quedaron dañados y 55, abandonados; y los ucranianos se hicieron con más de 518. Rusia, aunque de forma involuntaria, se convirtió en el suministrador de armas más importante de Ucrania.
Se calcula que EEUU ha gastado el 5,6% de su presupuesto anual de defensa para destruir cerca de la mitad de la capacidad militar de Rusia.
Las sucesivas derrotas sobre el terreno han dañado la reputación del gran Ejército ruso. Primero tuvieron que “reagruparse” en el norte, cuando Rusia se dio cuenta de que no podía tomar Kiev y Chernígov. El 6 de septiembre, llegó el increíble colapso del frente ruso en el noreste, en la región de Jarkov. El 11 de noviembre, Rusia se retiró de la ciudad portuaria de Jersón, y se replegó así de un territorio que había anunciado como anexionado y parte de Rusia solo 40 días antes.
El objetivo de establecer un corredor terrestre a Transnistria, región independentista respaldada por Rusia en Moldavia, uno de los vecinos occidentales de Ucrania– ha quedado abandonado por ahora. Desde septiembre, Ucrania asegura haber recuperado más de 8.000 kilómetros cuadrados de territorio ocupado por Rusia.
Rusia también ha pagado su precio con la pérdida de su prestigio diplomático. En los encuentros con repúblicas centroasiáticas, a veces Putin se encuentra humillado y le contradicen, y se habla de un vacío en materia de seguridad en el Cáucaso mientras el prestigio ruso se desvanece. El apoyo diplomático favorable a Moscú se limita a Bielorrusia, Corea del Norte, Siria y Eritrea. El cartel de “Rusia no es bienvenida” se está levantando en un cuerpo diplomático tras otro. El ministro de Defensa chino, Wei Fenghe, dijo en junio que su país no suministraría una sola bala a Rusia, describiendo la relación como una asociación, no una alianza.
Rusia ha caído del 27º puesto entre 60 países al 58º en el índice anual de Anholt-Ipsos Nations Brands, que clasifica a los países según su ‘marca’ o reputación. “Una caída así del prestigio de un país paralizará la capacidad de sus empresas, su gobierno y, lo más importante, de su gente para hacer negocios y atraer a la comunidad internacional. Lo hará durante años, si no generaciones, y provocará más daños que cualquier sanción económica”, dice el fundador del índice, Simon Anholt.
La suma de todo ello ha hecho que Putin no busque una salida, sino la forma de seguir en guerra. Mark Galeotti, autor de Las guerras de Putin, cree que Moscú ya ha pasado claramente de ganar la guerra a no perderla, y para ello tiene que tratar de ser más duro que Occidente.
El historiador británico Orlando Figes lo resumió recientemente: “La guerra está entrando en una nueva fase, porque ha llegado el invierno y los rusos se atrincherarán. Por eso están cediendo la orilla occidental del río Dnieper. La fase actual consiste en destruir las infraestructuras ucranianas, crear un problema de refugiados y comenzar una guerra económica contra Occidente. Ahí se desarrollará esta guerra y se decidirá todo. Lo que definirá el resultado de la guerra será hasta qué punto están dispuestas las sociedades occidentales a seguir apoyando a Ucrania”.
De EEUU a Alemania
Una vez más, las historias de cada país jugarán un papel a la hora de poner a prueba esa determinación. Moscú había apostado por una vuelta del aislacionismo estadounidense y un triunfo de Donald Trump en las elecciones de medio mandato de noviembre. La teoría era que, en los distritos indecisos, los estadounidenses se levantarían contra los precios de la energía y la guerra. Es cierto que en algunas encuestas emergió una lenta erosión del apoyo de los republicanos a la guerra, pero Joe Biden pareció transmitir un discurso más convincente sobre la democracia amenazada en EEUU y Europa.
Como resultado, Biden obtuvo un margen mayor de lo esperado para seguir dando forma a su propia política sobre Ucrania durante los próximos dos años. A principios de diciembre, Michael McCaul, líder republicano del comité de asuntos exteriores del Congreso, delimitó ese margen al decir que los republicanos no abogarían por poner fin a la financiación de EEUU, sino por un mayor escrutinio y firmeza.
Dado que Biden ha proporcionado a Ucrania más de 18.600 millones de dólares en ayuda en seguridad y 13.000 millones en ayudas económicas directas, no es de extrañar que McCaul exija una mayor rendición de cuentas del gasto estadounidense. Pero su principal argumento era otro: “Ahora mismo el problema es que los drones iraníes están entrando en Crimea, pero los ucranianos no pueden atacar esos drones iraníes a no ser que dispongan de la artillería de largo alcance denominada ATACMS [sistema de misiles tácticos del Ejército]. Por alguna razón… [la Administración Biden] no pondrá esas armas a disposición de Ucrania. Cuando damos [a Ucrania] lo que necesita, gana. Si no lo hacemos, será una guerra larga y prolongada”. Estas no son las declaraciones de un hombre empeñado en revivir la tradición aislacionista estadounidense.
Con EEUU cerrado en banda por ahora, la siguiente mejor opción para Putin era Berlín. Pero el chantaje energético dirigido a Alemania ahora tiene tantas probabilidades de estallarle en la cara como de provocar la desindustrialización alemana.
En una mezcla de planificación estatal y cautela individual, Alemania se ha destetado de la energía rusa, un logro extraordinario para un país que dependía de Rusia para el 55% de su gas. La industria alemana ha reducido el consumo de gas aproximadamente en un 25% desde principios de 2022, mientras que la producción solo ha caído un 1,4%. El país ha encontrado proveedores alternativos, incluidos Noruega, Países Bajos, Bélgica y Francia.
Dado el estado de las reservas alemanas, los apagones parecen menos probables este invierno en Europa, incluso aunque el próximo invierno sea más preocupante.
Alemania ha liderado los esfuerzos para apaciguar la rabia por el aumento de las facturas elaborando paquetes de subsidios tremendamente caros. Desde el inicio de la crisis energética en septiembre de 2021, según el Instituto Bruegel, los países europeos han asignado o destinado la asombrosa cifra de 705.500 millones de euros para proteger a los consumidores de los crecientes costes energéticos.
La atención del mundo
¿Pero será suficiente? Las noches son más largas, las temperaturas han caído y las facturas de la luz están al caer, llega la hora bruja. La pesadilla recurrente del joven equipo de comunicación estratégica de Zelenski es que el sufrimiento de Ucrania deje de ser noticia y que el país, que una vez fue sinónimo de libertad, se convierta en una carga. “Nuestros principios son sencillos”, dice Andriy Yermak, el jefe de gabinete del presidente. “Si dejamos de ser el centro de atención, estaremos en peligro”. La atención del mundo sirve de escudo.
Hasta ahora el redoble de los tambores de una revuelta resuena tenue y permanece limitado a sectores marginales de la izquierda y la derecha.
Eso ha forzado a Putin a cambiar de nuevo de táctica y recurrir a herramientas bélicas distintas para debilitar la determinación europea. Los ataques contra infraestructuras energéticas civiles que comenzaron en octubre no se diseñaron únicamente para provocar sufrimiento en Ucrania, sino para hacer inhabitables los barrios y crear así un éxodo de las ciudades y una segunda ola de refugiados ucranianos que Occidente no puede afrontar. La diputada ucraniana Lesia Vasylenko, al señalar que ya hay 14 millones de ucranianos desplazados, incluidos siete millones en el extranjero, admitió con honestidad ante políticos británicos que temía que el sentimiento hacia los refugiados ucranianos pudiera estar a punto de cambiar. Ya hay señales de alarma por acoso escolar contra ucranianos, dijo.
Pero según el experto polaco en migraciones, el profesor Maciej Duszczyk de la Universidad de Varsovia, el 70% de los refugiados ucranianos atravesaron la frontera polaca, y en Polonia, de nuevo por razones históricas, de momento no hay señales de rechazo. Para Polonia, Rusia solo es sinónimo de conquista, divisiones, genocidio, colonialismo y comunismo. Sean cuales sean sus diferencias actuales o pasadas con Ucrania, ambos países saben que en Rusia tienen a un enemigo común, según Duszczyk. Actualmente, Polonia es hogar de alrededor de un millón de refugiados ucranianos (y la misma cantidad de ucranianos que ya vivían allí antes de la guerra). Cerca del 60% han encontrado trabajo. Duszczyk no cree que los refugiados se vayan a convertir en un asunto electoral de cara a los comicios de 2023.
Eso no quiere decir que su llegada sea sencilla. Solo en Varsovia, los colegios y guarderías han acogido a 18.000 niños, y el alcalde de la ciudad ha pedido ayuda financiera a Europa. Duszczyk dice que por ahora la situación en la frontera es estable, pero cada mañana, admite, consulta la última hora sobre el tiempo y el estado de las centrales eléctricas de Kiev. “¿Estamos preparados, como Estado y como sociedad, para una segunda ola de refugiados de Ucrania?”, se pregunta.
Si Polonia decidiera colgar el cartel de ‘completo’, o intentara hacer políticas electoralistas con el tema, en teoría habría hasta dos millones más de refugiados que podrían seguir hacia países de Europa occidental, principalmente Alemania. Se calcula que esto podría costar alrededor de 48.000 millones de euros al año.
Manfred Weber, líder del Partido Popular Europeo, que agrupa a los partidos políticos conservadores, dice que Alemania podría estar caminando sonámbula hacia una crisis. “Me temo que el reino del terror de Putin nos va a llevar a un dramático invierno de huidas. Los centros de recepción de Alemania están completos, los municipios se quejan, también en países como Países Bajos, Bélgica o Austria. Parece que tendremos que abrir más polideportivos en Alemania en un par de meses y restringir actividades escolares y deportivas porque podrían estar llenos. Alemania no está preparada para esta situación”.
El papel de Berlín
Alemania será quien determine, más que ningún otro país europeo, si el continente continúa apoyando a Ucrania. Wolfgang Ischinger, exdiplomático alemán, dice que Alemania ha sido el país europeo más dispuesto a cambiar su política exterior y a despojarse de su culto al statu quo.
En cierta medida, Alemania se ha pasado los últimos 12 meses desprendiéndose de su mentalidad de la postguerra. La Zeitenwende (cambio de época) de Olaf Scholz quedó marcada por la inversión de 100.000 millones de euros en su reducido Ejército. Alemania acordó enviar misiles antitanque y misiles Stinger a una zona de guerra. El presidente del país, Frank-Walter Steinmeier, que durante años fue el más vehemente defensor del compromiso alemán con Rusia, fue a Kiev para disculparse. Dijo que la dependencia alemana del gas ruso había sido un error estratégico, que partía de una tozuda y errónea interpretación de quién es Putin. “Frente al mal, la buena voluntad no era suficiente”.
Annalena Baerbock, la ministra de Exteriores, del partido de Los Verdes, fue más allá al argumentar que la Ostpolitik de los socialdemócratas se había basado en un análisis histórico erróneo. La deuda moral de una “responsabilidad especial” de Alemania no los comprometía con Rusia, sino en primer lugar con judíos y polacos, bielorrusos y ucranianos, y –solo entonces– con los rusos. En una fórmula que Scholz evita, argumenta: “Solo conseguiremos seguridad sin, y no con, la Rusia de Vladímir Putin”.
Al hacer esto, Baerbock se acerca más que Biden, Macron o incluso Scholz a la postura de quienes dicen que la guerra debe terminar cuando se considere que Putin ha sido derrotado, una idea que provoca preguntas difíciles sobre la futura relación de Europa con Rusia. Pero Baerbock no es quien decide en última instancia. “Zeitenwende es un eslogan y en realidad no hemos cambiado mental y estratégicamente. Sí, se está gastando más dinero, pero es la misma gente con la misma mentalidad burocrática y cautelosa la que dirige la política exterior alemana. Todo se limita a los procesos”, dice Stefan Meister, de la Asociación Alemana para la Política Exterior.
Un experimentado diplomático báltico está seguro de que cuando acabe la guerra, se observará un alejamiento del eje franco-alemán como centro gravitatorio. “Todo el mundo entiende las razones del pacifismo alemán y, sí, al final a menudo hacen lo correcto, pero solo después de haber agotado todas las posibilidades y haber destrozado por completo su propia reputación durante el proceso”.
Un diplomático ucraniano coincide: “Tenemos que librarnos de este miedo constante a una escalada en ciertas capitales. Es lo que nos retiene, y lo que interpreta erróneamente la naturaleza de Rusia y del conflicto existencial que estamos batallando”.
Esto retrotrae el conflicto a la visión de Putin de lo que describió como el futuro histórico de Rusia.
Jade McGlynn, académica de Oxford y autora del libro que se publicará próximamente Russia’s War (La guerra de Rusia), explica por qué le cuesta tanto a Rusia renunciar a Ucrania. “Sergei Lavrov [el ministro de Exteriores ruso], por ejemplo, dice que Ucrania no tiene historia alguna sin Rusia. Pero en realidad es todo lo contrario”, dice. “Sin Ucrania, la explicación rusa de su propia identidad –esa tercera Roma, basada en la ortodoxia, esa concurrencia de todas las tierras de Rus–no funciona realmente. No puedes propugnar tu papel mesiánico del Estado si no eres capaz de convencer a personas de etnia rusa de que se unan a ti en una comunión cultural y tienes que bombardearlos. Por eso va a ser muy difícil que Rusia acepte que esta guerra ha fracasado”.
Traducción de María Torrens Tillack.