Todos tenemos cosas de las que nos arrepentimos. Una relación que tendríamos que haber terminado antes, otra que quizás no tendríamos que haber terminado y otra que ni siquiera deberíamos haber empezado.
Una carrera soñada que no seguimos por miedo a no tener trabajo después, haber renunciado a un trabajo que no estaba tan mal o un viaje con amigos que no hicimos porque pensamos más en los problemas que en la oportunidad. Siempre que se toma una decisión, hay una posibilidad de arrepentirse después.
El problema es que tomamos cientos de decisiones todo el tiempo, y guiarse por el arrepentimiento puede ser complicado, especialmente porque al anticiparnos al posible arrepentimiento estamos proyectando cómo nos vamos a sentir en el futuro, y eso es algo en lo que somos especialmente malos.
Si te preguntara cuánto te va a afectar terminar una relación amorosa en la que estás, probablemente dirías que te dejaría devastado por todos los tiempos. Pero la evidencia muestra que, en general, nos reponemos mucho más rápido de lo que creemos. Un estudio hecho por un grupo de psicólogos mostró justamente que tendemos a pensar que los efectos negativos de algo (los positivos también, por lo demás) van a durar mucho más de lo que realmente duran.
Para investigarlo, tomaron a un grupo de 500 personas y les preguntaron si estaban o no en una relación amorosa, o si habían salido de una recientemente, y analizaron los niveles de felicidad que se reportaban. ¿Qué encontraron? Quienes estaban en pareja creían que sus niveles de felicidad bajarían significativamente en los meses después de terminar, pero quienes habían terminado hace algunos meses no mostraban esa baja. Lo mismo vieron cuando analizaron las reacciones de personas que perdían una oportunidad laboral -como un ascenso- o cuando perdía el candidato que apoyaban.
Creemos que no, pero somos bastante buenos justificando lo que nos pasa y adaptándonos a las nuevas situaciones. Le explicamos al resto del mundo qué pasó y por qué, y, sobre todo, nos lo explicamos a nosotros mismos. Y seguimos adelante. Si lo dudás, pensá qué sería lo peor que te podrían pasar si fueses músico. ¿Que te echen de los Beatles justo antes de que despeguen a la fama, como le pasó a su baterista, Pete Best, que fue reemplazado en 1962 por Ringo Starr? Después de tocar fondo, repite en todas las entrevistas que es feliz. Muy feliz.
Y así pasa también con el arrepentimiento. Pensamos que la sensación de habernos equivocado, de haber tomado la opción incorrecta nos va a perseguir toda la vida. Pero lo más probable es que no nos persiga tanto. Y sin embargo, la idea de que podría pasar nos afecta cuando tomamos decisiones. Tanto que en muchos casos estamos dispuestos a renunciar a algo ahora por pensar que quizás, tal vez, si no, podríamos arrepentirnos algún día.
Así lo muestra un estudio en el que le dieron a un grupo de personas un boleto para un sorteo. A la mitad se lo dieron en un sobre cerrado -no sabían qué boleto les había tocado-, la otra mitad lo recibió sin sobre, podían ver su número. A todos les ofrecieron un regalo por cambiar ese ticket. Un regalo seguro, que se llevaban en ese momento, por intercambiar un ticket por otro, y mantener las mismas probabilidades de ganar. Los que tenían el sobre sellado, en ignorancia total de cuál era el número y por lo tanto con cero posibilidad de arrepentirse, aceptaban mucho más que los que ya lo habían visto. El miedo a que saliera ese número después y arrepentirse por haberlo cambiado pesa más que la posibilidad de ganar algo seguro en el momento.
Tendemos a pensar que después nos vamos a arrepentir mucho más de lo que realmente nos arrepentimos. Pensá en las veces que dudabas si comprarte algo o no, y lo que terminó de decidirte fue saber que, cualquier cosa, lo podías cambiar después. No te ibas a tener que arrepentir, porque la decisión se podía cambiar. Ahora pensá cuántas veces realmente lo cambiaste. Queremos la oportunidad de poder arrepentirnos, aunque no la usemos.
Es tan común este sesgo, de tomar decisiones basadas en el miedo a arrepentirnos que hasta tiene nombre: aversión al arrepentimiento.
Pero que sobrestimemos el arrepentimiento que vamos a sentir no quiere decir que no nos lamentemos de cosas que hicimos -o no hicimos-. Tanto es así que el escritor Daniel Pink recopiló más de 19 mil testimonios de arrepentimientos alrededor del mundo, en una mega base de lamentos para su libro El poder del arrepentimiento. Entre ellos, hay algunos argentinos, una que se arrepiente de haberle dicho que no a alguien que quería salir con ella, otro de no haber viajado más. Entre los casos que desarrolla en su libro, sobresale un tipo de 43 años que hasta hoy se arrepiente de haberle hecho bullying a sus compañeros en el colegio. Décadas después, el arrepentimiento a veces sigue.
¿Y qué nos pesa más, lo que hicimos o lo que no hicimos? La respuesta, como tantas veces, depende. Depende de cuánto tiempo pasó. Cuando acabamos de decir una estupidez, nos arrepentimos mucho de eso, de lo que hicimos recién. Metimos la pata y lo tenemos presente. Pero a medida que pasa el tiempo, es más probable que nos arrepintamos de cosas que no hicimos. Y entre los arrepentimientos más comunes están las decisiones educativas, como no haber terminado una carrera universitaria, o no pasar más tiempo con la familia y los amigos. Así lo muestra un estudio que revisó una serie de encuestas y evidencia sobre el tema.
El arrepentimiento puede ser útil, y adelantarnos a él puede ayudar a pensar cómo nos vamos a sentir en el futuro con nuestras decisiones. Nos puede hacer más responsables -no tomarnos ese trago de más porque mañana lo vamos a sufrir- o empujarnos a tomar el riesgo que necesitamos tomar en ese momento -¡me tiro ahora en paracaídas porque sino cuando lo voy a hacer!-. Pero pasar la vida pensando que todo lo que hagamos (o no hagamos) nos va a traer arrepentimientos eternos puede ser agotador y no es una garantía de mejores decisiones.
OS