En el cuento “El ruletista”, de Mircea Cartarescu, un hombre se convierte en un adicto al riesgo jugando a la ruleta rusa. Primero juega con una bala, y luego con dos, tres, cuatro y cinco. Las probabilidades de que muera van creciendo, pero más crece su buena suerte y la idolatría que lo persigue por los sótanos de Bucarest en los que se arma y desarma su teatro de promesas fúnebres incumplidas. Hasta que decide tomar el riesgo total y carga seis balas en el tambor del revolver.
La expectativa del ambiente se corta con dinamita. Las posibilidades de perder son del 100%, pero en el instante del disparo el planeta se sacude las pulgas con un paso de baile telúrico, y la bala se pierde. Créase o no, el tiro a la tierra no ha dado en el blanco.
Una suerte parecida a la que sólo podría tenerse en un cuento realista de resolución fantástica, fue la que impidió que no tuviéramos una escena sangrienta sobre el asfalto de Uruguay y Juncal, un tendal de muertos en las calles y un funeral de Estado más impresionante que el de Eva Perón. Lo que no le quita estremecimiento al acto fallido de Fernando Sabag Montiel, el lobezno estepario que apuntó a la cara de Cristina con la Bersa a la que se montó para quedar en la historia de la destrucción.
No quedó por neófito. Para hacer, hay que saber lo mínimo, y a este piojo criptonazi no le dio la talla, o no le dio la talla a su arma. El episodio fue tan sórdido que aun sin haberse consumado introduce hielo seco en las venas de quienes se impresionan con el gore.
Imaginemos a Cristina muerta con uno o dos balazos en la cara. Habría sido obligatorio remontar las causas que sacaron a Sabag Montiel de su cueva lumpen donde se desparraman platos sucios y sex toys, para preguntarnos ¿por qué? de un modo todavía más perplejo del que podríamos hacerlo hoy.
Sabag Montiel parece tener todos los números para ganar el gran premio de avatar de Travis Bickle, el tachero de Martín Scorsese inmortalizado por Robert De Niro en Taxi Driver: un poco de hundimiento en los submundos, un poco de soledad, un poco de mística y amor a las armas y a los espejos y a los tatuajes agresivos, sumado a la manija incesante del malestar que impulsa a Nadie a lanzarse a ser Alguien. Es una acumulación clásica de violencia, que a menudo deriva en la sociopatía del hombre bomba.
¿Dónde explotar? La línea de esa fuerza boba de altísima concentración que busca despegarse de su propia grisura necesita un rumbo. Y dónde explotar, significa: ¿a quién matar? Se trata de una necesidad de encuentro. Por un lado, la fuerza idiota disparada al vacío, digamos un tiro al aire. Por el otro, su destino. ¿Y cuál podría ser el mejor destino si no, de los destinos ajenos, el más familiar?
Cristina, reencarnación de Hester Prynne, la portadora de la marca del desprecio en La letra escarlata de Nathaniel Hawthrone, estaba servida en bandeja, y reducida a una letra: la K (en la novela de Hawthorne es la A). Imposible concebir una supresión de lenguaje tan drástica: todas las palabras del idioma, incluso las de todos los idiomas, reducidas a una letra que aspira a decirlo todo.
Desde hace casi quince años, al margen de lo que ella verdaderamente sea y que, por lo que se ve, a nadie le interesa averiguar en serio, las máquinas de intervención pública que en la Argentina expenden lo que podemos llamar sentido común de consumo, definieron a Cristina como un objetivo sobre el cual descargar un odio de consenso. ¿Por qué Sabag Montiel se habría tomado el trabajo de intentar matar a otra persona, por ejemplo a Paulina Cocina o a Guillermo Cóppola, por decir cualquier cosa, si el objetivo ya estaba seleccionado y descripto un millón de veces como causa excluyente del Mal?
No es cierto que la Argentina sea un país polarizado. “Polarización” es un término fiaca de la jerga de consultoría que sirve para describir vísperas electorales, bloques de discursos, culturas en litigio. Pero es demasiado gomoso para definir una estructura de poder, que no está justamente polarizada. En esa estructura, el poder popular del peronismo y sus aliados volátiles no alcanzan nunca el tamaño y la estabilidad del poder-poder que sueña con absorberlo o suprimirlo.
Pero ¿por qué alguien se dejaría suprimir? Al intento de supresión, el peronismo siempre ha respondido con un principio se reacción, que es el del derecho a la existencia. Lo que se conoce con el nombre de gorilismo, actúa a sol y a sombra para derogar ese derecho. Que el peronismo no exista o, en un éxtasis de trasmutación, que sólo exista como matiz del gorilismo.
El gorilismo es un frenesí amargo ejercido a destajo que, por lo general, sedimenta en una fuerza censora. Una fuerza del No. Su principio de identidad es el antiperonismo. Esa torsión, la de sólo ser si se lo es contra algo, configuran su poder de alma policial y sus ímpetus racistas. Para definirlo con una de las dos palabras preferidas del cuerpo ideológico del bull dog Ricardo López Murphy, más o menos eso somos “nosotros”, y “nuestra” misión purificadora, de limpieza étnica que no osa decir su nombre, es contener el deseo de ascenso social cada vez más degradado de “ellos”.
La sordidez de Sabag Montiel hace match natural con la chispa gorila. Sus ganas de matar a alguien y la larga tradición gorila de todos estos años, que consiste en que el peronismo deje de existir, se encontraron en una esquina de Recoleta. No hay peronista más viva que Cristina: empecemos el exterminio reparador por “ella”. ¿Por qué Sabag Montiel no iba aprovechar este saldo de temporada ahora que el antiperonismo autoriza la Guerra Santa Contra la Conchuda?
Apenas unos minutos después del atentado fallido a Cristina, una periodista de TN tuvo que hacerle prácticamente una llave de ju jitsu a la voz incontenible de Martín Tetaz. Fue difícil de neutralizar. Tetacito tiene el afán de notoriedad física de esas personas que saltan para que las vean, y una vez embalado actuaba como una mancha de aceite sobre el mantel. La premisa de su corazón enamorado de sí mismo fue imponerse a las evidencias, y lo hizo negando que un atentado contra una vicepresidenta tuviese algo que ver con la violencia política, criterio patafísico con el que podría haber descrito el asesinato de Kennedy como violencia de género. ¿Para qué ser razonable pudiendo delirar y, de ese modo, obtener iguales resultados, o mejores? Yo mismo podría decir, si quisiera negar mi realidad inmediata, que esta computadora en la que escribo es un ternero Aberdeen Angus.
El delirio no es cualquier delirio. Es supresivo. La intervención de Tetaz buscaba restarle gravedad a un episodio político que no tuvo que ir a buscar entre la niebla del recuerdo: estaba ahí, lo estaba viendo en loop en ese momento, pero lo percibía a la baja porque en las discusiones de las que participa lo único que tiene algún valor (ya que el objeto de la discusión y los interlocutores no cuentan) es él, un mini Narciso contemplándose en una Pelopincho.
Las vías de justificación para hacer de la Argentina una zona libre de peronistas como quien dice libre de aftosa, son variadas. Una de esas variantes hiper contemporáneas es la irrupción del diputado Roberto García Moritán. Su proyecto de implosión del edificio donde funciona e Ministerio de Desarrollo Social es un gesto de arte idiota que conmueve las raíces del concepto de necesidad. Simplemente, no le gusta ver esa Kavanagh rodeado de negros. No le interesa que sea un monumento histórico nacional. Ni repara en gastos. Así como le dijo al dirigente del PTS, Cristian Castillo: “vos estás dentro de la columna del déficit fiscal”, por cobrar un sueldo universitario, no le preocupa el gasto millonario que debería emplear el Estado en cumplir sus sueños de destrucción.
Después de seis artículos que postulan el rompamos todo, los “fundamentos” del proyecto de Moritán hacen empalidecer de indignación al CEO del Rincón del Vago. Es un textito salido de una coctelera, en la que se mezclan, muy lejos de una lógica asociativa, las especies de árboles de la 9 de Julio “donadas por Japón”, una mención a Carlos Thays, unos datos agarrados de las mechas sobre la circulación de autos por “las autopistas” de CABA, la estadística redonda de 600 piquetes en ese punto en lo que va del año y una muy necesaria parrafada para contar que la 9 de Julio es la segunda avenida más ancha del mundo, y que el desafío de quienes la cruzan es “lograrlo en un solo intento”. Legislación cringe. Cada “prueba” de conocimiento lo es, en realidad, de la ignorancia y la desesperación por compensarla cortando y pegando pavadas sobre un papelito con sello de agua.
Es muy enternecedor ver la voluntad de Moritán y sus tremendos asesores por forzar la realidad material. Para ellos, uno de los problemas del edificio de Desarrollo Social es que se encuentre “en medio” de un “nodo”. Qué triste errar tanto el mamutazo. Lo que está “en medio” de la 9 de Julio es el Obelisco, que también podría demolerse (esta es una idea ad honorem, para no quedar cosificado del lado del temible déficit fiscal).
A la altura de Desarrollo Social, siguen vigentes los cinco carriles por mano (ni un centímetro más; ni un centímetro menos), lo que ocurre por una razón específica: cuando se construyó el edificio se lo hizo en relación con el trazado futuro de la 9 de Julio, que ya estaba proyectada.
Bueno, no sé. Que Moritán hable con el Coyote, anote como contratista del Estado a ACME y vuele por el aire lo que quiera. Somos adictos a las emociones fuertes. Pero que no se esfuerce más en mantener bajo semejante tensión dramática la ansiedad gorila que lo carcome. ¿Por qué no revela la fuerza oculta que impulsa el proyecto, y que consiste en borrar del paisaje porteño, y ya no de Recoleta (esa zona la maneja Sabag Montiel), cualquier brote de peronismo, incluyendo lo que ese edificio tiene de locación histórica popular?
¿Y si deja en pie el edificio de Desarrollo Social para proyectar en su interior un NH y traslada las oficinas del ministerio a, digamos, el Autódromo? Digo. Está alambrado, es un espacio abierto y, en fin, podría dársele caza con Bersas legales a las manadas de negros peronistas deficitarios que piquetean en el centro por dos pesos con cincuenta. Tengo el tagline: “Bersas Vs. Mersas”. Pensemos en esa Argentina ideal. Pero pensemos “nosotros”, no “ellos”. ¿Qué genialidad podría no salir de una brainstorming republicana?
JJB