ESCALA HUMANA

¿Por qué cambiar lo que funciona? El ploteado que nadie pidió llega a los bondis porteños

23 de enero de 2025 06:07 h

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¿Nos despedimos para siempre de los verdaderos filetes? ¿Y del degradé dulce de leche del 39? ¿Qué va a pasar con la abeja de Dota? ¿Y con las alas azulgranas del 26 y el 132? La decisión del Gobierno de la Ciudad de teñir de azul los colectivos porteños supone el fin de ciertas tradiciones. Pero va más allá de lo estético. Se mete con la identificación y con la identidad.

Reconozco haber fingido demencia cuando me enteré de la medida, que debe cumplirse al 100% antes del 28 de febrero. Esperaba que se diera marcha atrás, como pasa con las amenazas de paro o lock out. Pero ya están circulando los primeros colectivos ploteados de la Ciudad de Buenos Aires, fileteado impreso incluido, valga la contradicción.

Como ex habitante de dos ciudades con buses monocromos (blancos en Olavarría, amarillos en Santa Fe), percibo este cambio como un retroceso ético y estético. Los colores de cada línea funcionan desde hace décadas como códigos a distancia. Hoy, están siendo reemplazados por diseños que no responden a la necesidad de los pasajeros ni a una demanda de las empresas, a las que se les pide que desembolsen cerca de un millón y medio de pesos para plotear de azul cada una de los 1.800 internos que circulan sólo por esta ciudad.

Es que, al menos por ahora, el costo del ploteado no está incluido en los subsidios. Así, la adaptación no demandaría por ahora dinero público, pero por eso mismo no hay licitación ni puede saberse qué proveedores se repartirán los al menos 2.700 millones de pesos que cuesta esto.

Es llamativo que este gasto extra para las empresas se dé mientras, según sus dueños, la plata en muchos casos no les alcanza ni para circular. Las amenazas de paro o lock out ya son periódicas, mientras se recortan personal, mantenimiento y frecuencias. Por otro lado, no es lo mismo que este costo lo afronte un conglomerado como Dota que, por ejemplo, la línea 4.

En qué sí gastar

Entre 2018 y 2019, se evaluó uniformar el parque de colectivos. Por un lado, unificar el color y diseño de los internos. Por el otro, un punto crucial y aún pendiente: estandarizar la tipografía y su tamaño en el cartel frontal, clave para identificar el número de línea a distancia, hoy en muchos casos perdido entre efectos lumínicos rimbombantes y problemas de contraste entre figura y fondo. Incluso después del ploteado.

También sería fundamental sistematizar la información disponible: indicar claramente el origen y destino final en el frente de cada coche (y que no sea cartel rojo o verde, por otro lado imposible para daltónicos), y unificar criterios tanto en la elección de los nombres de las cabeceras, como en la definición de los servicios expreso, rápido y semirrápido. En otras palabras, hacer que la red de colectivos funcione como un sistema y no como un rejunte de líneas.

La función primordial del diseño de un colectivo es dar data rápida y precisa: qué línea es, a dónde va, cuál es su recorrido. La ausencia de un diseño funcional transforma lo cotidiano en un laberinto. La plata debería destinarse a eso, y a sumar refugios y carteles predictivos. Y a mejorar la frecuencia y calidad de los servicios. 

Si lo que se busca es uniformar la flota, a tono con la tendencia en otros países, eso tampoco ocurrirá: el cambio aplica sólo a las 31 líneas porteñas, cuyo ploteado deberá convivir con el parque multicolor de los colectivos que circulan tanto por Capital como por Conurbano. Por eso, lejos de estandarizar, esta medida seguirá fragmentando el transporte del AMBA, un área sin tarifa integrada ni coordinación interjurisdiccional real.

Pero, además, las unidades ploteadas no son íntegramente azules: su frente y su parte trasera mantienen los colores de siempre, por lo cual tampoco hay homogeneidad y sí más caos. La necesidad de identificar el colectivo por sus laterales, lo cual sucede a menudo, es fundamental para usar un servicio que pasa cada vez menos seguido. Ahora vamos a tener que correr más para poder verlo de frente (o llevar binoculares para ver el número del costado).

“Se está ploteando de una manera dispar, sin un criterio unificado. Hay colectivos pintados por la mitad, otros donde se pintó la trompa. Los pasajeros se van a confundir más”, comenta el inspector de una línea que atraviesa el norte y el centro de Capital. Y aporta otro dato: “Hay internos con el fileteado ploteado que no tienen sistema multipago ni cámaras de seguridad, que son las otras medidas que se habían anunciado. La adecuación se basa en calcomanías y nada más”.

Identificación e identidad

El manotazo de ahogado de incluir fileteado en los ploteados es la cereza del postre de la incomprensión de este estilo y la individualidad que le aporta a cada coche. Meses atrás, un grupo de fileteadores fue convocado para trabajar en un proyecto para revitalizar los bondis, con diseños pintados a mano con su arte tradicional. 

Esa promesa quedó en el aire cuando se decidió plotear los vehículos con diseños que parecen salidos de una búsqueda rápida en Google. No puedo creer que tenga que explicar esto, pero el fileteado se hace con pincel, no con impresora. Y cambia en cada unidad.

El malestar entre los fileteadores no es menor. No sólo se desestima el trabajo de un sector artesanal que históricamente dio identidad a las líneas, sino que además los diseños carecen de la calidad y el cuidado que define al fileteado. Incluso es peor que lo que pasó con los buses turísticos, donde el ploteado al menos tuvo un proceso de curación, con fileteadores seleccionados y un jurado. Acá, en cambio, se ignoró a los artesanos.

Cuesta ver que esta decisión responda a algo más que al interés por imprimir una huella visible en el transporte porteño, marcar la diferencia con el Conurbano y dejar en claro que la Ciudad se hizo cargo de sus líneas, como si no se hubiera carteleado lo suficiente con anuncios publicitarios.

Más que una mejora, los colectivos ploteados parecen una distracción ante lo urgente. No son sólo un problema de diseño. Son una muestra de que las prioridades las definen quienes no toman uno jamás.

DTC