De nada importa si el Hamas es terrorista. De nada importa si el comunicado de la Cancillería argentina estuvo bien o mal. El conflicto que se vive en estos momentos en Medio Oriente será un punto de inflexión tanto para la sociedad israelí como la palestina.
¿Qué importa?
Importa que Israel y Palestina viven en estos momentos vacíos de poder nunca visto. La autoridad palestina acaba de suspender las elecciones con la excusa de la pandemia, pero con el miedo que el Hamas ganara las elecciones en Cisjordania.
Importa que Israel hace dos años que no tiene gobierno estable y que la misma Corte Suprema de Justicia acaba de echar por tierra las pretensiones de Benjamin Netanyahu de desdoblar las elecciones al Parlamento --Knesset-- y a Primer Ministro.
Importa que en la Puerta de Damasco, en la Ciudad Vieja de Jerusalén, donde los musulmanes se reúnen tradicionalmente durante el Ramadán, la Policía de Israel, sin motivo alguno, aumentó su presencia generando incidentes con la población palestina durante semanas. La propia Corte Suprema tuvo que intervenir.
Importa que árabes palestinos dentro y fuera de las fronteras de Israel vieron como la Mezquita El Aqsa -- uno de los lugares más santo para el Islam-- sus feligreses eran reprimidos con gases lacrimógenos y decenas de nacionalistas israelíes bailaban en el Muro de los Lamentos cuando en las afueras de la Mezquita ardía en fuego. Eso fue el punto de inflexión.
Importa que cuando todo esto pasaba pocas familias, amparadas por el Gobierno de Netanyahu, se asentaron ilegalmente en uno de los barrios árabes más viejos de Jerusalén, mientras que los seguidores del desaparecido rabino Meir Kahana y encabezado por el partido ultra derechista y aliado de Netanyahu, Lehava, corrían por las calles gritando “¡Muerte a los árabes!”.
Sólo de imaginarse gases lacrimógenos en el Muro de los Lamentos o a extremistas árabes corriendo pidiendo la muerte de los judíos en algunos de los barrios de Jerusalén sirve para entender la dimensión de lo que estaba pasando antes de la lluvia de misiles.
Se intentaba cambiar el status quo de una ciudad de por sí compleja en la convivencia palestina-israelí.
Estos hechos generaron indignación y protestas de las poblaciones árabes dentro de Israel y fue el mejor pretexto para que el Hamas pueda entrar en escena, echando por tierra la fórmula de Donald Trump y Netanyahu de paz con países árabes para aislar a los palestinos.
El Hamas vio la oportunidad, la usó y se puso al frente de “la defensa de la Mezquita El Aqsa”, aprovechó el descontento de la población árabe israelí y atacó, como no lo hacía desde 2014.
El fracaso del Ejército de Israel y los servicios de inteligencia fue palpable. Nadie se imaginó el poderío de fuego del Hamas. Decenas de veces escuchamos que la estructura militar del Hamas estaba debilitada. No fue así.
Por el contrario luego del fin del ultimátum, establecido por la organización terrorista, misiles cayeron en Jerusalén, la población civil del sur de Israel vive hace tres días en los refugios y Tel Aviv volvió a escuchar las sirenas después de siete años.
Todos al mismo tiempo, con un misil lanzado cada tres minutos, donde en ninguna ciudad de Israel estuvo a salvo. Pasaron tres días para que Israel pueda mostrar algún éxito militar al aniquilar a la conducción operativa del Hamas y la Yihad Islámica.
Pero si se pensó que era lo más importante estaban equivocados. Las mismas noches donde la población civil sufría los misiles del Hamas, cientos de árabes que viven en ciudades mixtas como Aco, Lod, y otras salieron a la calle de forma violenta, quemando sinagogas, atacando, sembrando el miedo en sus vecinos judíos.
Es un hecho inédito. Que demuestra que algo pasaba en la sociedad árabe de Israel y hasta donde calaron las imágenes que venían desde la Mezquita Al Aqsa.
No era el Hamas, no era una organización terrorista, eran vecinos, comerciantes árabes que salieron con virulencia. Culpar al odio solamente no sólo no hace al fondo de la cuestión sino que tampoco la soluciona, porque mañana cuando los misiles se callen y se vuelva alguna normalidad esos mismos vecinos seguirán siendo eso, vecinos.
Nadie discute la esencia terrorista del Hamas. Nadie discute el derecho a defenderse de Israel a defenderse ante un ataque externo. Lo que se busca es poner un poco de objetividad en lo que pasa.
Vacío de poder tanto en Palestina como en Israel. Crisis política de un liderazgo de Netanyahu que está acabado pero que él se niega a reconocer. Mahmud Abbas debilitado ante el fortalecimiento del Hamas que nada tiene que perder.
Se tocaron fibras muy íntimas en la conciencia colectiva de los palestinos como lo es la Mezquita El Aqsa y Jerusalén. La población israelí tuvo que aislarse de nuevo luego de ser ejemplo en el mundo de cómo trato la pandemia.
Una creciente radicalización de la política israelí donde Netanyahu, por no abandonar el poder, se alía con partidos de extrema derecha. Un plan de paz que fracasó y donde el conflicto palestino volvió con más fuerza que nunca.
El poderío militar de Israel no está en duda. Lo que está en duda es qué viene después. El Hamas gana terreno en la representación palestina, da aire a un debilitado Siria e Irán, los únicos aliados que le quedaban a los más extremistas.
Pero lo más importante es cómo se va a recomponer el tejido social de la convivencia árabe - israelí, luego de estos días trágicos. Y sobre todo que será del sistema político israelí en crisis como nunca se vio en la historia del país.
Queda claro, para algunos, que esa solución no es con Netanyahu liderando otro gobierno de coalición. Doce años fueron suficientes. Con la vacunas no fue suficiente y la paz con dos estados para dos pueblos es la única solución militar para que los civiles -sean palestinos o israelíes- dejen de ser rehenes de la violencia.