Una clase magistral ganada por el tedio hasta el hallazgo de un tono para enfrentar al dueño del circo

30 de abril de 2023 00:03 h

0

Cristina Fernández de Kirchner es descripta como una interlocutora que desafía razonamientos y verdades establecidas en instancias privadas de discusión. La versión proviene de quienes han compartido diálogos con alguna frecuencia, incluidas personas que, con el tiempo, pasaron a ocupar veredas opuestas. La narrativa que pone el acento en modos altaneros y cierres tajantes para sellar distancias no deja de reconocer su capacidad de desacomodar piezas y agudizar la reflexión. El terreno en el que la vicepresidenta acepta jugar son los datos y el razonamiento, hasta que dice basta.

A la luz de su prédica reciente, que quedó plasmada una vez más en la clase magistral del jueves en el Teatro Argentino de La Plata, cabe preguntarse cuánto hace que Cristina no se desafía a ella misma.

El Frente de Todos (FdT) —su creación— transita un último año de mandato con las banderas bajas y sin ánimo de reivindicar o, al menos, explicar lo actuado. Podría dar pelea, le tocó un tiempo singularmente difícil, tuvo logros, pero sus principales cabezas están en otra. Cristina se autopercibe opositora, Sergio Massa atiende su propio partido y Alberto Fernández no alcanza a darse cuenta siquiera de que no debe acudir a matear a la casa de Mex Urtizberea en Caballito un lunes por la mañana de corrida bancaria. Restan cuatro meses para las primarias y el peronismo no alumbra una estrategia electoral seria, mientras la economía transita por una cornisa.

Una derecha, la clásica, trata de aprovechar como puede —con indulgencia de su sistema de poder y cuentas internas sin saldar— la inmerecida oportunidad que se le brinda tras la fallida experiencia de Cambiemos entre 2015 y 2019. Otra derecha, la electrificada, hace flamear a sus fantasmas por todo lo alto. Algunos serán ninots de las fallas valencianas y marplatenses; otros son peligrosos en serio.

Postal congelada

Cristina tiene mística. La comunión con su gente es única e incomparable con la relación entre cualquier otro político argentino y una fracción del electorado. No es sólo encandilamiento emocional, que suele ser tratado con desprecio por personeros de la prensa dominante encandilados por otras luces. Se sustenta también en experiencias vividas durante sus Gobiernos por millones de familias y en que una parte de la población concibe a Cristina como un dique de contención ante nuevos experimentos de probada capacidad de daño.

La clase inaugural de la Escuela Justicialista Néstor Kirchner mostró una postal congelada. Además del fervor juvenil, se repitieron aplaudidores de primera fila carentes de capital político propio, primer plano en una sonrisa infantiloide, el rostro entre adusto y emocionado de Máximo Kirchner y una sucesión de gráficos mal explicados por la vicepresidenta.

No sólo hay una cristalización del razonamiento a la hora de abordar la “economía bimonetaria”, que la vicepresidenta comenta hace un tiempo como si no hubiera tenido responsabilidades en las últimas dos décadas de la política argentina. Hay, de hecho, una involución en su pensamiento.

Cristina volvió a exhibir el jueves cuadros que señalan que la gran mayoría de los países tienen déficit fiscal y, sin embargo, mantienen la inflación en números normales. Por lo tanto, deduce, el déficit no dispara el alza de precios. “El déficit fiscal está claro que no es la causa”, dijo (41’30’’).

Semejante conclusión debería ser el paso previo a aumentar el déficit todo lo necesario hasta terminar con la pobreza y financiar la gesta con emisión monetaria, porque Argentina, a diferencia de muchos países que aparecen en los cuadros, tiene el acceso al crédito bloqueado desde 2018, cuando colapsó el plan económico de Mauricio Macri y el FMI acudió al rescate de su deseo de reelección y de los inversores internacionales que se habían tentado con las exorbitantes ganancias en dólares vía carry trade.

Llevar la discusión sobre el déficit —que además La Cámpora defiende hasta para regalar tarifas de servicios públicos a los ricos— a un nivel tan primitivo traza un puente con aquellos meses singulares del segundo mandato de Cristina en el que la responsabilidad del área económica estaba dividida entre cuatro, con la actuación estelar de Guillermo Moreno. Así terminó ese período, en diciembre 2015, con inflación de 25% anual y el balance de reservas de libre disponibilidad del Banco Central en cero, pese a que, en otra grosera tergiversación, la vicepresidenta viene sosteniendo que había fondos suficientes para levantar el cepo cambiario. No los había, son números públicos. Por ello, el macrismo financió su aventura dando lugar a uno de los procesos de endeudamiento más dañinos y acelerados de la historia argentina.

Cristina incurre en errores de lectura demasiado burdos para una gobernante con su capacidad y experiencia, así como para su fuente cotidiana de consulta en la materia, Axel Kicillof.

Ocurre que entre los días de Moreno en despachos oficiales y la zozobra actual hubo un candidato, Alberto Fernández, nominado por Cristina, que hizo campaña en 2019 con la promesa de que habría que volver al equilibrio fiscal de los años de Néstor Kirchner para evitar nuevos abismos. Y ahora, cuatro años después, la abogada de La Plata pretende reinventarse y decir que hay que discutir un programa para abordar la economía bimonetaria.

La vicepresidenta se vale de otro gráfico para arribar a un nuevo equívoco. Lee que la inflación escaló a partir de marzo de 2022, en coincidencia con la aprobación en el Congreso del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional negociado por Martín Guzmán, lo que la lleva a celebrar que ella y su hijo acertaron con el pronóstico de que el programa sería inflacionario.

Quizás sea un acuerdo incumplible, pero la causa real de la estampida inflacionaria fue otra y es evidente. La invasión de Rusia a Ucrania el 24 de febrero de 2022 hizo que los índices inflacionarios se multiplicaran por al menos cinco en la mayoría de los países y por dos en la Argentina, que ya partía de un piso altísimo.

Son errores de lectura demasiado burdos para una gobernante con su capacidad y experiencia, así como para su fuente cotidiana de consulta en la materia, Axel Kicillof.

El hecho de que las causas de la inflación sean variadas (emisión, puja distributiva, inercia, amenaza devaluatoria, shock externo, concentración) es utilizado por el cristinismo como un artilugio para empantanar el debate y discutir en loop si el déficit fiscal sin financiamiento es sustentable, como si la ausencia de progresos socioeconómicos en el segundo mandato de Cristina no proveyera la respuesta. Podría ser solamente tedioso, pero además es dramático.

La jugada maestra que se demora

El sistema político espera una novedad: un plan, una jugada maestra, una candidatura. Sus partidarios siembran expectativas sobre la reversión de la decisión de bajarse por “proscripción”, algunos por convicción y otros por instinto de supervivencia. Si hay una invariante en la Cristina reciente es su poca vocación por un tercer mandato. “Ya viví, ya di todo” ha estado presente en muchos de sus discursos del último lustro. El tiempo dirá.

Dada la probada capacidad de la vicepresidenta para reconfigurar el tablero político, muchos están a la expectativa de un paso creativo que reordene el cuarto oscuro y baje la espuma de candidaturas virtuales. O podría tener lugar un hito fundacional que cambie una dinámica política intoxicada. ¿Y si no hay nada que esperar? ¿Si las ideas que Cristina expone en sus clases magistrales en Resistencia, Viedma o La Plata, repitiendo hasta los power points, son todo lo que tiene para decir en este momento? ¿Si su meta no va más allá de negociar fuerte la constitución de listas para asegurar sillas a quienes ella considera leales para soportar la tormenta?

¿Si las ideas que Cristina expone en sus clases magistrales en Resistencia, Viedma o La Plata, repitiendo hasta los power points, son todo lo que tiene para decir en este momento?

A falta de definiciones sobre su propio campo, la conclusión más obvia de su discurso platense de Cristina es que eligió confrontar con Javier Milei antes que con los jefes de Juntos por el Cambio (JxC). Tiene lógica, dado el consenso de que el economista libertario está creciendo en las encuestas a costa de la coalición conservadora, pero también del peronismo. Ante la rendición intelectual de la alianza de derecha que decidió bailar al ritmo de las proclamas temerarias de su rival ultra, qué sentido tendría para Cristina confrontar con alguien que no sea el dueño del circo.

En un último episodio del desvarío que los realpolitikers explican con desparpajo, los autodefinidos “moderados” de JxC Horacio Rodríguez Larreta, Gerardo Morales y Elisa Carrió dieron una cálida bienvenida a José Luis Espert. Los halcones desconfían que es otra jugada de Larreta para seccionarles el mercado duro. Un hombre de Carrió llegó a reconocerle a Espert su “humanismo y valores republicanos”. Habrá que creer, y si no, “cárcel o bala”, dilema hamletiano del economista menospreciado por Milei.

No hay receta probadamente exitosa ante el desafío que supone la derecha posfascista en el mundo. Algunos sugieren no subirse a sus debates en sus territorios, vaciarles el escenario. Cuando el extremismo cobra vuelo, una respuesta frecuente es la replicación de su agenda, aunque sea en parte, para contener la fuga. Otros extienden el límite hasta establecer alianzas pragmáticas en gobiernos locales, no nacionales, pero eso se va corriendo cada vez más, como en la ejemplar Finlandia. Hay fenómenos como Donald Trump o Jair Bolsonaro que encolumnan a todo el espectro del centroderecha a la derecha a fuerza de votos, aunque sea por un rato. En Francia, ante el Frente Nacional, rige hace dos décadas el cordón sanitario, mancha venenosa para el que pacte. Como advierte la politóloga Yanina Welp, el aislamiento puede servir para “bloquear a la extrema derecha, pero no reduce la insatisfacción, sino que acrecienta la presunción de que las instituciones son manejadas por élites alejadas de las necesidades del pueblo”.

Cristina le dio estatus de rival a Milei como nunca antes. Esta semana le funcionó. Probablemente el escenario sea otro en pocos meses y tenga que volver a lidiar con Macri, Rodríguez Larreta o Clarín. La mayor novedad estuvo dada por el cómo. La líder con cinco décadas de militancia política encontró el registro. No inhibido, ni con sorna, ni comprensivo para no irritar a sus partidarios, ni con sociologismos exasperantes. Mostrando el verdadero rostro privilegiado de esa falsa rebeldía del consultor de los calls caros con inversores. “¿Qué me venís a joder con que te tenemos miedo, mamarracho?”.

Fuerte y claro. No cualquiera puede. Cristina, sí. 

SL

En una primera versión, la nota informaba que Alberto Fernández acudió en helicóptero a la casa de Mex Urtizberea el lunes por la mañana. El dato era incorrecto, porque el helicóptero aterrizó en la cancha de Ferro por protocolo de seguridad y salud, aclararon fuentes oficiales.