Hace unos días, en el marco de la crisis que atraviesa el sector universitario por las políticas lobotomizadoras del gobierno terraplanista, el rector de la Universidad Nacional de Hurlingham, Jimmy Perczyk, me invitó a conocer las instalaciones de lo que alguna vez fue la fábrica de las salchichas Vienissima. Este lugar, que hace años producía unas salchichas riquísimas pero poco saludables, ahora forma parte de un proyecto educativo orientado a transformar nuestra realidad social. Desde su creación, en 2014, la universidad se propuso abordar problemas concretos de la comunidad, ofreciendo carreras y cursos que priorizan las necesidades reales del país: producción, tecnología, salud y educación. Allí se forman profesionales para cubrir áreas muchas veces olvidadas, relegadas, minimizadas. Y sin embargo, son estos trabajos, considerados “de segundo orden” por el paradigma hegemónico, los que sostienen a la sociedad y permiten proyectar una argentina desarrollada.
En Hurlingham, por ejemplo, se capacitan operadores de retroexcavadora, grúas, bulldozers, tractores con implementos y toda una gama de maquinarias necesarias para urbanizar nuestros barrios, construir ciudades nuevas y trabajar la tierra en las futuras colonias de abastecimiento alimentario. ¿Se imaginan la necesidad que tenemos de mujeres y hombres formados en estos oficios para llevar adelante el proyecto de una Argentina digna y soberana? Mientras otros se llenan la boca con la “modernización”, acá se trabaja para capacitar a la gente en herramientas concretas, en habilidades que van a ser la base del crecimiento real de nuestro país. Es cierto que necesitamos ingenieros —los que completan estos cursos después pueden seguir la carrera de ingeniería— pero los que construyen son los constructores.
Es cierto que necesitamos ingenieros pero los que construyen son los constructores
Con todo, lo que más me impactó de esa visita fue el enfoque que le dieron a las ciencias de la salud, y en particular, a disciplinas que históricamente han sido llamadas “auxiliares”: kinesiología, nutrición, obstetricia y, especialmente, enfermería. ¿Por qué las llamamos auxiliares? ¿Auxiliares de qué, de quién? Es una falta de respeto hacia las miles de personas que, día a día, sostienen nuestro sistema de salud con esfuerzo, con ternura, con sacrificio. Lo mismo puede decirse de los acompañantes terapéuticos que ni siquiera están correctamente categorizados.
La Universidad de Hurlingham tiene un Doctorado en Ciencias de la Enfermería, que no sólo abre un campo de estudios necesario sino una definición pedagógica poderosa: significa que esta profesión tan despreciada por el status quo empieza a ser reconocida en su justa medida. Les digo de corazón, cuando logremos construir un país para todos, cada una de ustedes, enfermeras y enfermeros, va a tener una trinchera para servir al pueblo, porque no va a haber barrio sin un centro de salud digno y accesible.
Si alguna vez tuvieron un familiar internado, saben de lo que hablo. Saben que, sin las enfermeras, la internación puede ser una experiencia terrible, casi inhumana. Las enfermeras son las que están ahí, en el día a día, acompañando, cuidando, consolando. Y, sin embargo, el reconocimiento social y salarial que reciben es casi nulo. Se calcula que en la Argentina hay alrededor de 180 mil enfermeras y enfermeros, de los cuales un gran porcentaje trabaja en condiciones precarias. En algunos hospitales y centros de salud, sobre todo en el sector público, una sola enfermera tiene que atender a diez o quince pacientes al mismo tiempo, lo cual es una carga completamente desmedida. Para darles una idea, la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda al menos seis enfermeras cada mil habitantes, pero en nuestro país tenemos menos de cuatro. Esto no es un número más; significa que las enfermeras están sobreexigidas, estresadas y, muchas veces, no pueden brindar la atención que desearían.
La Organización Mundial de la Salud recomienda al menos seis enfermeras cada mil habitantes, pero en nuestro país tenemos menos de cuatro. Están sobreexigidas, estresadas y, muchas veces, no pueden brindar la atención que desearían
La jerarquización elitista del sistema de salud es producto de la llamada “Revolución Libertadora”. Las enfermeras que se formaban con la Fundación Eva Perón y en el Ministerio de Salud que conducía Ramón Carrillo, eran consideradas heroínas, figuras fundamentales en la estructura sanitaria. En esa época, una kinesióloga o una enfermera no eran menos que un cirujano, porque todos sabían que cada uno de esos roles era indispensable para garantizar el bienestar del pueblo. Fue con las dictaduras y la avanzada del liberalismo oligárquico que se impuso esta falsa jerarquía, que relegó a las enfermeras al último escalón, como si fueran simples “ayudantes” y no el pilar que sostiene a todo el sistema: total, eran todas “cabecita”.
Y así estamos hoy: con enfermeras que cobran sueldos indignos, muchas veces por debajo de la línea de pobreza, y que, sin embargo, siguen poniendo el cuerpo, siguen sosteniendo este sistema roto. No es casualidad que la mayoría de ellas sean mujeres, y que la desvalorización de su trabajo esté profundamente ligada al machismo estructural de nuestra sociedad. ¿Por qué los trabajos de cuidado, que son esencialmente femeninos, están siempre entre los peor pagos y más precarizados? Porque el sistema no solo oprime por clase, sino también por género, y las enfermeras están en la intersección de ambas luchas.
Los cuidados en salud son insustituibles. En una nueva organización del sistema sanitario necesitamos más y mejor tecnología y más y mejor producción pública y privada de medicamentos de acceso a todo el pueblo. Incluso, incorporar las novedades como la telemedicina o la inteligencia artificial al servicio de la técnica médica. Pero no desde una mirada deshumanizante como propone el gobierno libertario. Sino al servicio de un modelo de cuidados, donde la enfermería tiene un rol protagónico.
Es urgente dar vuelta esta pirámide y poner en el centro a los que verdaderamente sostienen la salud del pueblo. No se trata solo de aumentar salarios, aunque claro que hace falta. Se trata de reconocerlas, de visibilizarlas, de darles el lugar que se merecen. Se trata de apoyar su profesionalización, como el propio colectivo de la enfermería plantea: para que no las condenen a la precarización laboral y el multiempleo como pasa hoy. No puede haber justicia social en un país que desprecia a sus enfermeras, que invisibiliza su esfuerzo y las relega a la sombra. Necesitamos un sistema de salud donde ellas, que son las verdaderas guardianas de la vida, reciban el respeto, la dignidad y el reconocimiento que merecen.
Porque sin enfermeras no hay salud, y sin salud no hay futuro para nuestra patria.
JG/JJD