Hoy se cumplen 53 años del Cordobazo, uno de los hitos más importantes de la historia argentina. Marcó un punto de inflexión en la resistencia popular contra las medidas dictatoriales y pro-patronales que las clases altas, los militares y algunos gobiernos civiles sin legitimidad venían aplicando desde 1955. A partir de 1969, luego de más de una década de luchas sindicales con métodos más o menos convencionales, el proceso de radicalización del movimiento obrero y de la sociedad en general experimentó un inesperado salto en intensidad con la entrada en escena de una novedosa forma de acción colectiva: las puebladas. Fueron movilizaciones masivas que incluyeron enfrentamientos violentos con las fuerzas del orden, alcanzando a veces el carácter de verdaderas rebeliones que pusieron en jaque a ciudades enteras. Lo característico de las puebladas es que involucraron en una misma lucha no sólo a los trabajadores, sino también a otros sectores de la población, especialmente los estudiantes universitarios y en menor medida los pequeños comerciantes, profesionales o simples vecinos y amas de casa. Los reclamos y motivos que desataron cada una fueron muy diversos, lo mismo que los sectores que las lideraron. Pero en general se trató de vastas reacciones contra la dictadura de Onganía en las que, con frecuencia, se expresaron también antagonismos de clase y antiimperialistas.
Entre 1969 y 1973 hubo al menos 15 puebladas de magnitud. Todas tuvieron lugar en ciudades del interior del país. Las primeras, en mayo de aquél año, fueron el Correntinazo y el primer Rosariazo, iniciados por reclamos de estudiantes universitarios. Como si fuera la resonancia de un eco, otros “azos” le siguieron en Córdoba (que tuvo dos), en Tucumán (tres), un segundo en Rosario y otros en El Chocón, Chaco, Cipolletti, Casilda, Gral. Roca, Mendoza y Trelew. En varios de ellos –como el Choconazo o el “Viborazo” cordobés de 1971– los que encendieron la mecha fueron los trabajadores, atrayendo luego el apoyo de otros grupos. Pero no siempre fueron obreros o estudiantes los que tuvieron la iniciativa o el liderazgo. En el Rocazo de julio de 1972, por ejemplo, las organizaciones gremiales no tuvieron un papel destacado. Sobresalió, en cambio, la participación de una parte de la élite política, empresarial y profesional de la ciudad.
La pueblada de mayor magnitud fue por lejos el Cordobazo del 29 y 30 de mayo de 1969, que derivó en una verdadera insurrección popular. Los actores decisivos de esta gesta fueron los obreros de las automotrices y de la red de energía eléctrica y los estudiantes. Los primeros venían acumulando motivos para el descontento. En Córdoba, la industria automotriz, aprovechando el apoyo del régimen represivo, había avanzado con las suspensiones y con recortes de salarios que llegaban a un 20%. Los trabajadores de la Empresa Provincial de Energía Eléctrica también sufrieron deterioros similares en su condición laboral. Además, lejos de la burocracia sindical porteña, los sindicatos que nucleaban a ambos habían conseguido mantener un buen grado de autonomía y una mayor cercanía con las bases. El Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA) local –liderado por el peronista de “línea dura” Elpidio Torres– se las había arreglado para retener el control de sus propios fondos y de las negociaciones colectivas en la provincia, lo que le aseguraba una importante independencia respecto de los dirigentes cegetistas que controlaban el gremio a nivel nacional, que carecían así de medios para “disciplinarlo”. Por ello mismo en Córdoba no existía una distancia tan grande entre dirigentes y dirigidos: en el gremio tenían un peso decisivo los cuerpos de delegados y las comisiones internas. Algo parecido pasaba con el sindicato de Luz y Fuerza (LyF). Lo conducía Agustín Tosco, un marxista independiente de honestidad legendaria y un firme compromiso con la democracia interna.
Los estudiantes no tenían menos motivos para detestar la dictadura. Conformaban por entonces un 10% de los habitantes de la ciudad y estaban acostumbrados a disfrutar de la autonomía que habían sabido ganarse. Pero Onganía había puesto la Universidad bajo férreo control del régimen. Las clases se suspendieron por un año, durante el cual se la “purgó” de elementos políticamente indeseables. Ya por entonces se notaba un proceso de radicalización animado por la presencia de militantes izquierdistas, tanto del ala peronista como de la marxista.
En este caldo de cultivo sucedió el Cordobazo. Desde comienzos del mes los obreros venían desarrollando medidas de fuerza. El asesinato de un estudiante en una protesta en Corrientes a mediados de mayo desató una ola de malestar estudiantil en todo el país y Córdoba no fue la excepción. Ante la convocatoria a una huelga general para el día 29, representantes de SMATA, Luz y Fuerza y otros gremios, junto a estudiantes, decidieron marchar conjuntamente al centro de la ciudad. Así, durante la mañana del día señalado los obreros de la rama automotriz abandonaron sus puestos de trabajo y se concentraron para movilizarse según lo planeado. En su avance hacia el centro se les sumaron columnas de estudiantes. Pero la policía les bloqueó el paso, desatando la primera represión. Obligados a dispersarse por los barrios, notaron desde entonces lo que sería un rasgo distintivo del Cordobazo: los vecinos les demostraban su solidaridad saliendo a las calles o alcanzándoles elementos para defenderse de la policía. Cuando lograron reagruparse otra vez les cayó encima la represión, que esta vez se cobró la vida de un joven trabajador, Máximo Mena. Presa de la indignación, la columna cargó contra la policía y logró ponerla en retirada. De pronto, el centro de la ciudad había quedado liberado de presencia policial y lo que había empezado como una manifestación ordenada se transformó en una revuelta espontánea. Gente de los sectores medios, que hasta entonces miraba la acción desde los balcones, se lanzó a las calles en apoyo de los obreros y estudiantes. Para entonces se había sumado ya la columna de Luz y Fuerza y otros grupos estudiantiles, que venían avanzando desde la otra punta de la ciudad. Pasado el mediodía la multitud rebelde ocupaba toda la parte oeste de Córdoba. Los dirigentes sindicales trataban de controlar la situación y trazar alguna estrategia, pero fueron totalmente desbordados; para entonces la revuelta ya era espontánea e incontrolable. Llegada la tarde, Agustín Tosco buscó organizar la resistencia haciéndose fuerte en el barrio Clínicas, bastión de los estudiantes, que seguían en las calles junto a los obreros y a muchos otros que no eran lo uno ni lo otro pero se sumaron a la acción. En el Clínicas los rebeldes sumaban unos 50.000.
En vistas de la situación, el gobierno no dudó en enviar al Ejército. Para las seis de la tarde las tropas avanzaban hacia la zona de barricadas. Pero entonces hizo su aparición una nueva forma de resistencia: desde las terrazas de pronto se hicieron notar francotiradores que disparaban contra los militares. Eran unos pocos, militantes peronistas, marxistas e incluso de la UCR, mal armados; actuaban sin coordinación, cada uno por su cuenta. Así y todo fueron fundamentales para retrasar la marcha del Ejército. Desde la Semana Trágica que no se veía en la Argentina una insurrección de tal magnitud. Poco después llegaron las organizaciones políticas, a las que los hechos habían tomado por sorpresa. La resistencia popular que impedía a las tropas lanzarse al asalto final fue tan enorme, que llevaría al general Elidoro Sánchez Lahoz, a cargo de la represión, a expresar una confesión de inusual franqueza: “Me pareció ser jefe de un ejército británico durante las invasiones inglesas: La gente tiraba de todo desde sus balcones y azoteas”. Para el amanecer del día 30 en el barrio Clínicas los rebeldes todavía resistían. Pero el Ejército finalmente lanzó su ofensiva final y logró retomar el control de la ciudad. El Cordobazo había terminado. El reporte oficial contó doce muertos, pero la cifra real puede haber llegado a los sesenta, con un número mucho mayor de heridos. Los principales dirigentes sindicales y decenas de manifestantes fueron a la cárcel, algunos con largas condenas. Pero la insurrección le costó inmediatamente el puesto al gobernador militar y le dejó a Onganía los días contados: un año después el orgulloso general sería forzado a renunciar por sus propios camaradas de armas.
De alguna manera, el Cordobazo fue una bisagra entre el período de la Resistencia y los tiempos del auge de la lucha armada que se abrieron luego del ’69. A diferencia de puebladas posteriores, no hubo en el Cordobazo elementos explícitamente anticapitalistas (aunque la destrucción selectiva de edificios de algunas empresas multinacionales indica al menos una conciencia antiimperialista). Tampoco exigió la multitud entonces el regreso de Perón. Se trató básicamente de una pueblada unificada en su rechazo a la dictadura. La penetración de ideas revolucionarias todavía no era muy visible entre la mayoría de los participantes. Así y todo, el Cordobazo llenó de entusiasmo a los jóvenes que por entonces se alistaron masivamente en las diversas organizaciones de izquierda que existían por todo el país.
EA