Clima: 33 grados.
Geografía: Lobos, provincia de Buenos Aires.
Emoción original: necesidad de aislamiento.
Factores de estrés: artefactos domésticos sofisticados de difícil maniobra.
Factores de calma: tutoriales de Youtube.
Emoción final: Bálsamo. Alivio de saberse acompañada por amigas habilidosas.
Somos tres mujeres entre los cuarenta y los cincuenta años. Estamos en una casa de campo que desconocemos. Vinimos a pasar cuatro días con cinco niños y una necesidad enorme de aislamiento. Armamos la mesa de pingpong con un tutorial de Youtube. Lo mismo con la caldera que, de la nada, se apagó. Lo mismo con el horno eléctrico, una pesadilla. Nadie pudo loguearse correctamente en las plataformas de tevé, pero no las extrañamos. Cada desafío se exhibe cuesta arriba, al final no es para tanto.
Una dice que, previo a los tutoriales, la resolución de asuntos prácticos le requería, sí o sí, la intervención de un varón. ¿A nosotras también? Y sí. Si no había un varón a mano, se pagaba por él. Si no había dinero, se recurría a un amigo. O a un ex, pero salía más caro.
En estos días nos repartimos los oficios. Lavamos platos, pasamos el trapo, cocinamos, servimos un menú distinto cada vez. Los niños dan menos trabajo que el habitual. Si son varios, se neutralizan. Eso decía a mi abuela: no me traigan uno solo, que es más trabajo. Y nos recibía a todos los nietos en su casa. Que yo nunca me siento, dicen mis dos amigas. Mi abuela tampoco se sentaba, siempre estaba yendo y viniendo en esa casa enorme, criando várices. ¿Qué haces abuela? Cosas de mujeres, contestaba.
Cuando era más joven detestaba hacer “cosas de mujeres”. Me parecía alienante. Ahora pienso que la alienación es una versión de la tranquilidad. Las cosas de mujeres son mi nuevo ocio. En general las acompaño con un podcast. En estos días no hace falta porque siempre hay tema. Charlar mientras se hace calza bien en la categoría cosas de mujeres. Callar también. Me gusta esa forma de la confianza: aparentar interés es tedioso.
Si fuéramos varones, ¿qué estaríamos haciendo? ¿cazando?
Mis dos amigas son mucho más habilidosas que yo. No se nace así, dicen, es solo que practican más. La repetición de tareas es infalible. Uno no olvida lo que siempre hace.
Para mi abuela las cosas de mujeres implicaban, sobre todo, atender hombres. Ellos volvían de la calle, se sentaban en la mesa y ahí empezaba la retahíla: que la sopa, el seco, el café, el vasito de ron frío para la digestión. Y mi abuela se apresuraba a ejecutar cada tarea con una entrega histriónica. Mi hermana y yo le preguntábamos si no era más fácil tener todo ya dispuesto en la mesa para cuando llegaran. Tipo bufet. Tipo, ¿tienen manos? Úsenlas. Ella no contestaba, supongo que tenía razones profundísimas.
En ese tiempo los hombres servían, sobre todo, para traer el dinero (poco). No es tan disparatado que las mujeres intentaran compensar eso con el oficio doméstico (mucho). El esfuerzo, el que recuerdo, el que atestigüé, siempre fue dispar.
Nada que ver, me defiendo, cuando mis amigas atribuyen mi falta de habilidad a mi falta de práctica. Yo practico un montón. Más o menos, dicen. Y que tiendo a delegar, o sea, a contratar. Es cuando recuerdo a Jairo. Siempre que había algo de difícil resolución, mi abuela acudía a Jairo, un todero que le resolvía lo que a mí los tutoriales. Y tanto más. Pero no era sencillo dar con él. Ella decía: es una isla exótica, este señor. Porque nunca te lo encontrabas por la calle, tenías que saber dónde estaba y concretar una cita. Debió ser el hombre más importante de su vida.
Por estos días, nuestro hombre más importante es un Bot de Ariston, se llama Miguel. Atiende nuestras consultas 24/7.
MGR/MG