La postal que dejó la segunda apertura de sesiones del Congreso en manos de Javier Milei grafica la prueba de fuego que transita la democracia argentina.
Calles desiertas acompañaron el tránsito del Presidente desde la Casa Rosada hasta el Palacio Legislativo, que también estaba semivacío.
La jornada institucional más importante del año se transformó en una gris reunión de camaradería. Participaron de la velada las pintorescas bancadas de La Libertad Avanza, los infieles del PRO de Mauricio Macri que mueren por dar el salto, los ministros, el risueño Guillermo Francos, tres jueces de la Corte Suprema, un colado en el máximo tribunal designado por decreto, los trolls del asesor Santiago Caputo y algunos matones, que a veces coinciden en la misma persona.
La participación en ámbitos plurales como la casa de la democracia y la elaboración de un texto programático no es lo que se les da con mayor facilidad a los Milei. Los hermanos son más del latigazo del tuit, las mayúsculas, la grosería, la amenaza y las selfies con cryptobros.
La agresión de Santiago y su gente al diputado radical Facundo Manes, uno de los pocos opositores presentes, ni siquiera de los más firmes, pareció dar la razón a los legisladores peronistas, de izquierda y de centro que prefirieron ausentarse ante un discurso de un Presidente que los suele llamar “ratas” y “zurdos de mierda” pasibles de ser cazados. Caputo, el que dicta las preguntas a Jonatan Viale en la pantalla del Grupo Clarín, el que prepotea a un diputado opositor, se transformó en una persona peligrosa.
La participación en ámbitos plurales como la casa de la democracia y la elaboración de un texto programático no es lo que se les da con mayor facilidad a los Milei. Los hermanos son más del tuit, la grosería, la amenaza y las selfies con cryptobros.
La transmisión oficial se volcó al absurdo de que un locutor transmitiera al aire la dirección de cámaras durante el trayecto por Avenida de Mayo, como modo de llenar el silencio y la soledad de esa caravana, pero un cacerolazo improvisado, mantenido a raya por la Policía, se coló en el sonido ambiente. No había partidarios de Milei que contrarrestaran el bullicio.
Tanto celo en el manejo de cámaras oficiales y el inédito cercenamiento del trabajo periodístico en la apertura de sesiones del Congreso mostraron su objetivo de entrada. Las cámaras estatales escamotearon el saludo protocolar del mandatario con la vicepresidenta, Victoria Villarruel, a quien los Milei hoy le dispensan trato de enemiga. Ignorada al comienzo, terminó maltratada en el minuto final por el jefe de Estado a raíz de una confusión en el uso de la palabra.
El minuto cero de la transmisión aportó la primera mentira. “Habla el doctor Javier Milei”, honor inconducente a quien tiene estudios más bien modestos.
Le siguió una letanía que el ultra ensaya desde el día de su asunción presidencial. Acumuló fantasías como que heredó 17.000% de inflación, que “el mejor Gobierno de la historia” bajó la pobreza de 56% a 33%, que aumentó los salarios y las jubilaciones, y que la cantidad de pobres se multiplicó por diez entre 1974 y 2024. Ningún economista serio repetiría esas falsedades, pero el experto en crecimiento con o sin dinero sumó una novedad: en un año, cumplió 97% de sus promesas electorales. Incluye en ese logro la mentira mayor que reconocen incluso su base electoral en cuanto a que “el ajuste lo pagó la casta política y no los argentinos de bien”.
De eso no se habla
Milei se hizo firme en el que aparece como su mayor activo y sustenta una popularidad aceptable. Repasó la baja de la inflación y machacó con los pronósticos fallidos de economistas próximos y lejanos que anunciaron media docena de veces que ese descenso se detendría pronto. La sustentabilidad de ese objetivo basado en la aplicación brutal de la motosierra y la apreciación del peso, receta remanida en la historia argentina, es puesta en entredicho incluso por el FMI, pero mientras dure, Milei tendrá dónde apoyarse.
A la hora de trazar la hoja de ruta para su segundo año de mandato, el mandatario gastó promesas previsibles para un Gobierno ultra que dispara hacia adelante por instinto: “motosierra profunda”, baja de edad de imputabilidad hasta al menos los 14 años, reforma antiinmigrantes —extraño liberal—, fin del Mercosur, eliminación de la obra pública, reducción de impuestos y el objetivo mayor: “llegar al final del Estado en el largo plazo”.
Milei se siente apoyado con lo que tiene y no se movió del repertorio conocido.
Ocurre que un excéntrico que logró cierta repercusión internacional y entusiasma a extremistas y libertarios, alcanzó en las últimas dos semanas su máxima exposición en medios de todo el mundo porque está sospechado de haber cometido una estafa asociado a arribistas de baja calaña.
La premisa del discurso de la noche del sábado fue “de eso no se habla”, como en la película de María Luisa Bemberg.
Una mención apenas audible de Facundo Manes en medio de bancas vacías en el sector opositor desató la ira infinita del planeta Milei.
SL/DTC