Estuve mirando Cuestión de Peso, el programa con ciertas reminiscencias de Gran Hermano, una fórmula pionera de reality show que ha probado capturar a millones de tele espectadores en el mundo. Volvió hace unas semanas a las andadas, por Canal 13, con la conducción de Mario Massaccesi.
Diez personas gordas menores de 40 años protagonizan el envío, bajo el lema de El programa más saludable de la televisión, en una competencia vertiginosa por bajar de peso. Estas criaturas convertidas en personajes non fiction desnudan sus dificultades y logros frente a las cámaras, bajo las luces del set y ante el juicio de un panel de profesionales, encabezado por el alma máter del ciclo, el médico Alberto Cormillot, de 85 años.
El casting para someterse a una dieta híper restringida “está siempre abierto”, le recuerda Massaccesi al público y potenciales aspirantes a estar en la pantalla. Hay quien se “salva” de la balanza y quien es castigado con su eliminación del programa, según los números del descenso, la opinión de los compañeros de grupo, la de los especialistas y la del público. Los compañeros en Cuestión de peso se votan entre sí y “fundamentan” su decisión frente a los elegidos a permanecer o irse.
“Un amigo mío dice: Te espero en el rebote”, se sincera Massaccesi frente a Matias, el vendedor ambulante; Marcelo, el chico play; Natee, la bailarina; Ernesto, el gaucho, Vicky, la madre del milagro; El uruguayo; Camila, la influencer; Jonathan, Melina y Evelyn, la niñera.
No sé si el animador y periodista es realmente consciente de que el método que propone el programa, la alimentación escasa, lleva necesariamente al fracaso. ¿Para qué, entonces, formar parte de un equipo que predica arenga a favor de la salud, si lo que se “logra” a través del ciclo es todo lo contrario?
Lo que motiva a los participantes es una ilusión que, en la mayoría de los casos no llevará al puerto deseado.Al público, probablemente, regodearse en el morbo de la frustración ajena. “Es como una montaña rusa”, define Massaccesi al programa.
“Te noto incómoda, como desencajada, como si dijeras Podría pasar, pero ahora que pasa me jode”, le dice el conductor, devenido pseudopsicólogo, a una de las chicas del grupo gordo.
Dos tienen puesta una remera roja que significa estar en estado de alerta, se incentiva el voto del público con un premio de $2.000.000. ¿Cómo no tentarse, cuál lotería o ruleta, cuando vivimos en un país donde el dinero escasea y hay un alto porcentaje de hambre en la población?
Pero hay otras cuestiones y otros comienzos o recomienzos. “Tengo 38 años y he sido sensible toda mi vida, Danny”, dice Laura en el living de su departamento, una noche que organiza una fiesta. La obra Comienzo está en El Picadero, fue dirigida por Daniel Veronese y es una meditación irónica, divertida y conmovedora sobre el pudor que provoca carecer de pareja en la era de Tinder, del exhibicionismo fraudulento en las redes sociales y del temor a acercarse a otres.
Protagonizada por Vanesa González y Gastón Cocchiarale, narra el encuentro de dos que quieren y no pueden, en un tiempo en que los encuentros eróticos y afectivos no fluyen. Escrita con humor, compasión y un agudo sentido del ridículo, la pieza se desarrolla inmediatamente después de la inauguración del piso de Laura.
Patricio y Julieta, Patricio Penna y Julieta Raponi son dos amantes y una máquina verborrágica que dice mucho y no dice nada. Están los viernes a las 20.30 en el Rojas, el Centro Cultural de la Universidad de Buenos Aires.
Sus cuerpos flexibles son vertiginosos, en un teatro en que lo físico predomina. En los sesenta minutos que dura el montaje, los movimientos de la pareja protagónica no paran. La obra materializa lo efímero del enamoramiento en una sociedad que defiende un flujo romántico incesante, bajo la dirección de Toto Castiñeiras, ex Cirque Du Soleil.
Si Patricio es un espejo donde reflejar una artificiosa alegría de la humanidad, Julieta es un revólver de disparo certero en ese espejo, dice su responsable artístico sobre una propuesta artística en la que el amor se consume harto de explicaciones.
Patricio y Julieta es un ensayo y una creación performática en diálogo con el clásico de los amantes de Verona. En su hechura artesanal, copia algunos fragmentos de la pieza original de Shakespeare, uniéndolas con silicona bajo la luz de un foco. “Nuestra obra observa al cuento de los amantes, se reaviva en él, lo cuestiona, lo descompone, lo olvida y lo vuelve un instante. Un instante ruidoso, deportivo, que intenta ser virtuoso, lisérgico, atemporal”.
En la Semana del Parto Respetado, contra la violencia obstétrica, recuerdo la serie de fotografías que tomó mi amiga Norma Sansoni, de mujeres durante el acto de parir. Imágenes que dan cuenta de la vulnerabilidad y la relación de un poder desigual del que forman parte las embarazadas, quienes necesitan de la asistencia de personas especializadas que deberían proveerlas de un acompañamiento respetuoso, algo que no siempre ocurre.
La agresión verbal o física es una de las formas que asume la violencia contra las mujeres con el exceso de intervencionismo médico sobre sus cuerpos femeninos y sus procesos reproductivos. Obstetricia, dice el diccionario etimológico, viene del latín obstare y significa estar a la espera. Así, en esa espera activa de una transformación que no humille ni violente nunca más, se encuentran todavía los cuerpos que están por maternar.
LH/MF