En el auto nuestra radio de cabecera es La Colifata. Pasan buena música y de a ratos transmiten desde alguna sala del Hospital Borda.
El otro día hacían una elección simbólica de candidatos. Un interno le preguntó a otro a quién iba a votar: “Yo no voto, estoy loco”, responde el segundo y el primero lo interpela: “Pero es simbólica”.
Me quedé fascinado con esta escena, que permite cuestionar la idea de sentido común de que los locos “dicen la verdad”. Tal vez los locos hablan con una verdad, pero con una que no conocen ni pueden enunciar en primera persona. “Yo no voto, estoy loco”, ¿no podría ser un modo de decir “Yo no voto ni loco”?
La locura no se puede escuchar literalmente, requiere un ejercicio de desciframiento, ya que su razón es profunda. En el contexto actual, diría que no son pocas las personas a las que escuché decir que no querrían votar y el ausentismo es creciente. Así, la frase del loco es bastante sensata y representativa de un conjunto.
Por otro lado, mientras escuchaba esta escena maravillosa, me acordé de que hace poco una amiga me contó una situación menos alegre. Mi amiga es docente universitaria y le tocó evaluar a una alumna que, le avisaron antes, tenía fama de conflictiva; lo cierto es que la muchacha no estaba para aprobar, pero desde la cátedra sugirieron que sea condescendiente, ya que no querían un reclamo posterior. La aprobó.
Semanas después, mi amiga empezó a recibir mensajes intimidantes de la alumna, que la acusaba de haberla maltratado. Al poco tiempo, su actitud querellante evolucionó hacia una descompensación psicótica y fue necesaria una internación.
Mi amiga se reprochaba haberla aprobado. “No es cierto que a los locos haya que seguirles la corriente, les hace mal” decía mi amiga y yo estoy de acuerdo. Es realmente un problema que, por temor a confrontar, no se le diga que no a los locos. Eso los enloquece más.
En el concierto actual de nuestra sociedad, por miedo a ofender, quedar mal o con el fin de evitar un lío, a los locos se los deja pasar, se mira para otro lado y así se generan riesgos innecesarios.
Si volvemos a la cuestión de la política, pienso en lo que ocurrió con el pedido de una evaluación psicológica de los candidatos; es notable cómo casi nadie llamó la atención sobre lo incómodo del planteo.
Luego de la elección de octubre, un candidato estuvo en la tele y al día siguiente, en un grupo de WhatsApp al que no sé cómo llegué, del que participan diversos profesionales de la salud mental, leí varios comentarios que hablaban de un “brote en vivo”.
Me impresiona la disociación entre quienes de la boca para afuera dicen que no hay que estigmatizar y luego, hacia adentro, tienen una concepción deficitaria de la locura. Nadie se toma en serio a los locos. Cada quien dice lo que le conviene y luego, como suele ocurrir, hace otra cosa.
No estoy de acuerdo con que se haga una evaluación psicológica de candidatos, más bien creo que tenemos que dejar de pensar que la palabra “normalidad” es disciplinaria y que quien la usa es un facho
Si alguien tiene una relación delirante con la realidad, no va de suyo que sea nocivo ni peligroso. También habría que plantear que, si bien el loco no es un sujeto deficitario, hay aspectos de la vida social que no tiene facilitados por su estructura psíquica.
Lo que me parece interesante es que en un mundo en que se afirma todo el tiempo la excepcionalidad y la singularidad y que todos somos iguales porque todos somos diferentes, haya una añoranza profunda de un criterio de normalidad. Esto es lo crucial.
¿Por qué se llega al planteo de una evaluación psicológica, si no es porque se deja que la locura se despliegue sin resistencia? No estoy de acuerdo con que se haga una evaluación psicológica de candidatos, más bien creo que tenemos que dejar de pensar que la palabra “normalidad” es disciplinaria y que quien la usa es un facho.
También creo que es preciso plantear qué es tener una relación con una realidad y cómo alguien se orienta a la hora de tomar decisiones.
De regreso al comienzo, me resulta interesante el contrapunto entre las dos anécdotas: el loco (que no vota) parece más cuerdo que quien aparentemente es una persona sana (la alumna). El problema del loco no es la locura, sino que enloquezca cuando tiene que estar a la altura de ciertas circunstancias.
Por cierto, entre quienes se rasgan las vestiduras diciendo que sería terrible que un loco llegue a la presidencia (si fuera el caso), ¿qué les hace creer que sería la primera vez? Entonces, la cuestión es ¿por qué ahora se pone el foco sobre esta cuestión? ¿No nos damos cuenta de cómo el vocabulario de la salud mental, paradójicamente, en su versión más progre, se utiliza con fines coercitivos?
Una de las cosas que más me gusta de La Colifata es que a veces pasan la misma canción una y otra vez. El sábado pasado, cuando volvíamos a casa después de un asado, contamos nueves veces seguidas Honey Pie de The Beatles. Uno de mis hijos preguntó: “¿Por qué escuchamos esta radio de locos?” y nos reímos, porque no sabemos la respuesta.
No se me ocurre otra manera de explicarlo que decir: “Es algo simbólico”.
LL